LATINAS DE FALDA Y PANTALÓN
HERNANDO CALVO OSPINA
LATINAS
DE
FALDA Y PANTALÓN
E L VI E J O TO P O
© Hernando Calvo Ospina, 2015
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo Diseño: Elisa Nuria Cabot
ISBN: 978-84-16288-30-4
Depósito Legal: B 7089-2015
Imprime: Publidisa
Impreso en España
Importante:
Muy difícil resultó elegir estas arenas de una playa tan extensa y casi desconocida.
Triste ha sido comprobar que han sido estadounidenses y europeos quienes más han investigado sobre ellas.
El que en estos textos sobre mujeres, en muchísimas expresiones, el autor haya empleado el género masculino se debe únicamente a las limitaciones lingüísticas del idioma castellano. El mismo que fue impuesto por hombres con la fuerza de la espada y la cruz, en nombre de la civilización.
A modo de prefacio
¿Eva, un divino error?
Y Dios hizo al hombre a su “imagen y semejanza”, dice la mitología católica en la Biblia. O sea, hombre y perfecto. Adán, lo llamó.
Como lo vio tan solito en la inmensa extensión del Paraíso, le sacó una costilla y se la convirtió en un ser con algunas diferencias corporales.
Le dijo que era una mujer, y que Eva se llamaba. La idea de Dios era que su fotocopia terrenal tuviera quien lo entretuviera, le conversara. El Todo Poderoso no vio elegante que su criatura se la pasara amaestrando loros, perros, chimpancés u otros animales que deambulaban por ahí.
Dios advirtió, a Adán y a su costilla, que podrían aprovechar y disfrutar de todo, menos de la fruta prohibida. Dios sabía que Adán nunca le iba a desobedecer. Pero con Eva era otro cuento, porque no la hizo a su “semejanza”. Era una simple humana y, como tal, imperfecta. Dios, con su “infinita sabiduría” para conocer el futuro, no alcanzó a calcular lo que iba a suceder en el Paraíso.
Eva llegó a este mundo feliz, gozando con todo. Se divertía con los animales, y hasta con Adán cuando él se lo permitía. Eso sucedía muy de vez en cuando, porque la cordura es innata a la perfección. Curiosa y con deseos de aprender, descubrió que su fruta no era igual a la de su compañero. Adán ni cuenta se había dado. La sensatez no permite fijarse en detalles de ese tipo.
Y mientras reconocía su cuerpo, sintió agradables sensaciones en su fruta. Esto la hizo reflexionar. Si ella le aportaba placer, ¿por qué ese 9
señor canoso, barbudo, de ojos claros, de piel blanca y que escondía casi todo su cuerpo detrás de una nube, decía que era prohibida?
Lo que no podía saber Eva es que Dios desconocía la imperfección.
Y que mucho menos sabía de mujeres, pues nunca había tenido una.
No podía conocer la sensibilidad de la piel.
Fue así como Eva, entre risas, tocaditas y besos, hizo pecar a Adán.
Este, que andaba mirando volar mariposas, no pudo aguantar la tenta-ción. Eva le hizo perder la cabeza. Mientras empezaba a devorar esa man-zana que se escondía entre las piernas de ella, Adán se dio cuenta que era mejor ser humano que perfecto. Aunque la Biblia lo esconde, la pasaron tan bien que se sintieron en el Paraíso.
Dios sabía que esto iba a suceder. Aún así, apareció “lleno de ira”. Y
los expulsó del Paraíso. Era la primera vez que sentía furia, aunque con el tiempo se acostumbró a lanzar tempestades, pestes y muchos sufrimientos contra los humanos que lo desobedecen. Especialmente sobre los pobres. Comportamiento bien extraño en un ser que se autodefinió perfecto.
También castigó a la pareja. Adán tuvo que irse a trabajar, para ga-narse la comida con “el sudor de la frente”. A Eva la sentenció a parir con dolor: una decisión bastante sádica.
Optimista, y llena de la inteligencia por ser mujer e imperfecta, Eva le argumentó a Adán: si ya metimos un dedo, metamos el brazo y siga-mos pecando. Entonces se dedicaron a darse gozo y tener hijos e hijas.
Así, siguiendo el ejemplo de sus padres, pecando entre hermanos, el mundo se fue poblando.
El verdadero problema para las Evas empezó cuando alguien le contó a los Adanes que ellos eran invento directo de Dios. Y que ellas tenían la culpa de que ellos tuvieran que salir a trabajar cada día. Sin pruebas, los hombres se creyeron los representantes de Dios ante la mujer, con derecho a mandar y decidir.
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El clímax fue cuando apareció la Biblia. Ahí, muchos hombres habían escrito que las mujeres les debían obediencia y servilismo, porque Dios se lo había dicho. Desde las primeras páginas del Antiguo Testa-mento, Eva sufre persecuciones por su “pecado”.
Inocencio III fue Papa de 1198 hasta el año 1216. Por su encargo, dos “ideólogos” alemanes redactaron el “Malleus Maleficarum”, guía teo -
lógica y jurídica de la Inquisición. Ahí se aseguró, sin derecho a réplica, que el “harén de Satán” estaba lleno de brujas. Seguidamente, los curas asaron a miles de mujeres en leña verde, por el mismo pecado de Eva.
Quedó refrendado en este texto: “toda brujería proviene de la lujuria car nal, que en las mujeres es insaciable”.
¡Benditas sean, entonces!
Durante casi siete siglos, desde el año 1234 hasta comienzos del siglo XX, los “representantes de Dios” en Roma prohibieron a las mujeres cantar en las iglesias. ¿El motivo? Eran impuras, por arrastrar el pecado de Eva.
Un poquito antes, Honorio II, Papa entre los años 1124 y 1130, ha -
bía sentenciado: “Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres”. Debe ser por eso que les siguen ne-gando el derecho dar la misa. O por miedo de que la innoven y la hagan mejor.
Honorio quizás se guió por lo que había asegurado San Juan Crisós-tomo, quien vivió entre los años 347 y 407 de nuestra era: “cuando la primera mujer habló, provocó el pecado original”. San Jerónimo dijo que todas las mujeres “son malignas”. San Bernardo aseguró que las mujeres
“silban como serpientes”.
Uno de los principales filósofos y teólogos de la Iglesia católica, ido-latrado por millones de mujeres, Santo Tomás de Aquino, hizo inmensas reflexiones para concluir: “La mujer es un hombre malogrado. Un ser oca-sional: solo el hombre ha sido creado a la imagen de Dios”. Otro importante 11
“Doctor” y “Padre” de la Iglesia romana, San Juan Damasceno, escribió:
“La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno”.
Pero si Eva metió las mujeres a la candela, María, la Virgen, las ha tratado de sacar. Hace como mil años la Iglesia la reconoció como símbolo de pureza, porque había quedado embarazada sin perder la virginidad. El responsable había sido el mismo Dios convertido en ángel, o en paloma. La versión no está muy clara. Dios lo hizo aunque ya había dictado una ley: “no desearás la mujer del prójimo”. María era una menor de edad, recién casada con un humilde carpintero. A pesar de ser los cuernos más grandes y descarados en la historia de la humanidad, nunca han sido criticados. Quizás fue desde esa ocasión que muchos “representantes de Dios” se dedicaron a seducir a tiernos seres. María quedó doblemente pura cuando Pio IX, en 1854, reveló que había sido “sin pe cado concebida”.
Entonces, aquellas mujeres que quieren redimirse, y alejarse del camino de Eva, deben tener cualidades y calidades. Y estas las trazó San Pablo, ese Apóstol de Jesús al que muchas mujeres le prenden cirios y le ofrecen rezos: deben obedecer, servir y callar... A los Adanes, claro.
Pero parece que algunas Evas no se dieron por enteradas…
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La princesa Anacaona
Anacaona significaba “Flor de oro” en la lengua de los suyos, los Taínos.
Vivían en la isla que ellos llamaban Ayití, aunque también Quisqueya, la misma que el aventurero Cristóbal Colón bautizó La Española cuando desembarcó el 6 de diciembre de 1492. El mismo territorio que hoy comparten Haití y la República Dominicana. El genovés creyó que la tierra de Anacaona estaba en las Indias, al oriente de Asia, donde se ha -
bía propuesto llegar incitado por las crónicas de Marco Polo. Por eso lla mó “indios” a sus habitantes.
Encontrar las riquezas mencionadas por el mercader veneciano era el sumo objetivo de Colón. Fue el negocio que había hecho con los fi-nanciadores de la aventura, los reyes de España. Los Taínos recibieron con sorpresa, admiración y miedo a los recién desembarcados. Ya las ves-timentas los hacían seres extraterrestres. Aún así ayudaron a construir la primera instalación europea en las “Nuevas Tierras”, el Fuerte Navidad, en lo que hoy es Haití. Se puede decir que la historia de América se empezó a escribir en esta parte de la isla.
Pero desde que Colón descubrió un adorno dorado en la nariz de un nativo, el oro se convirtió en una terrible obsesión. Los invasores, que eran una horda de golfos, bandidos y criminales, advirtieron que Dios y la civilización llegaban. Pasaron, entonces, a esclavizar, asesinar a los in sumisos y a violar a las Taínas.
Ante la violencia, recobrados de la sorpresa y el miedo, el pueblo de 15
Anacaona, liderado por su esposo Caonabo, se organizó para resistir. Lo primero que hicieron fue quemar el Fuerte. Después de cuatro años de guerra, en 1496 el cacique fue hecho prisionero. Junto a otros guerreros fue subido encadenado a un barco con destino a España. Murieron ahogados porque se sublevaron y hundieron la nave.
Anacaona ni pretendió venganza. Rodeada de familiares y súbditos se retiró a sus territorios en Jaragua, los que se extendían principalmente en Haití. Quería restablecer la concordia.
Poco le duró la buena intención. Sus negros ojos seguían viendo morir a los suyos bajo el látigo inclemente, o agotados por el trabajo forzado. Impotencia sentía Anacaona ante los extraños y dolorosos males aparecidos después de la llegada de los europeos. Los mismos que diez-maban a su pueblo a una velocidad de pestañeo: la viruela, la lepra, el tétano…
Las mujeres, a la fuerza, estaban convertidas en transmisoras de enfermedades nacidas por la falta de higiene de los invasores, algo normal en sus tierras donde eran enemigos del agua: las caries que podrían las bocas; o el “mal francés”, o “mal italiano”, o “mal español” que era la sí filis.
La princesa Anacaona, cuyo reino era el único que no había sucum-bido al dominio invasor, llamó de nuevo a la resistencia. Solo que su noble carácter la hizo caer en una trampa.
El gobernador Nicolás de Ovando se propuso “domesticar” a esos irreductibles. Envió emisarios hasta Jaragua para convencer a la cacica de su voluntad de paz. Ella aceptó. Ovando se fue con casi 400 infantes re -
pletos de espadas, ballestas y arcabuces, además de 70 jinetes con lanzas.
Se dice que Anacaona logró reunir a unos 80 jefes indígenas. Con ellos y sus súbditos prepararon un fastuoso recibimiento, como la ocasión ameritaba. Ovando fingió corresponder, organizando un gran ban-quete. En un momento determinado de la fiesta, celebrada un domingo, 16
Ovando y sus lugartenientes se retiraron del grupo principal. Entonces llegó la traidora orden: atacar a la indefensa muchedumbre en fiesta.
Otro grupo cercó y capturó a los jefes indígenas, a los que, luego de amarrar y golpear, quemaron en el interior de los bohíos donde los habían encerrado.
Anacaona logró escapar con la ayuda de sus guerreros. Ella volvió a estar en pie de guerra, aunque con tropas diezmadas y poco numerosas.
Ovando, encolerizado, ordenó acabar con cuanto indígena existiera, sin importar edad, hasta que ella fuera capturada. Las crónicas cuentan que la matanza continuó durante seis meses.
Apresada, la llevaron hasta Santo Domingo. Iba tan encadenada que apenas podía caminar. Torturada y vejada, se la ahorcó en 1504. Su cuerpo fue expuesto a la vista de todos como escarmiento.
Ovando, para inmortalizar el triunfo sobre Anacaona y su pueblo, a fuerza de látigo sobre los indios hizo levantar una ciudad a la que llamó Santa María de la Verdadera Paz.
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Señora de las más potentes
Cuando en el siglo XVI los invasores españoles pisaron lo que es hoy el departamento del Huila, al suroccidente de Colombia, las noticias de su barbarie se expandían por selvas y páramos.
Es que masacraban indígenas hasta por el disfrute con el agua: los comparaban con los musulmanes que estaban siendo expulsados de Espa ña, Portugal y Francia. Se les mató por su adoración a la tierra, al sol, al maíz: tan herejes como los judíos, quienes eran perseguidos por los reyes católicos en su “guerra santa”. Fueron masacrados, como exor -
cis mo, hasta por la libertad sexual en que vivían.
A pesar de ello, aunque con temor, los recibieron amistosamente.
Co mo en casi todas partes.
En 1538 el español Pedro de Añasco quiso fundar una población en la región, al necesitarla como base de operaciones. Había escuchado que un poco más allá, remontando hacia lo que sería Bogotá, existía una la-guna repleta de joyas. Equivocadamente creían que era parte de “El Dorado”, esa atesorada ciudad descrita por Marco Polo en… Birmania.
Entre tanto, el ocupante exigió a todos los caciques circundantes pa-garle tributo y rendirle vasallaje. Uno se negó. ...