Camboya
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Camboya

El legado de los jemeres rojos

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  1. 224 páginas
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Camboya

El legado de los jemeres rojos

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Descripción del libro

Este libro aborda cómo un pequeño y pobre país del sudeste asiático se enfrenta hoy, después treinta años, a uno de los acontecimientos más oscuros y trágicos de la historia mundial del siglo XX. El periodo en que los Jemeres Rojos quisieron reconstruir desde los campos de arroz a Camboya, destrozada por los bombardeos estadounidenses. Un régimen donde la utopía y el genocidio parecen confundirse en plena Guerra Fría. Un periodo en el cual un tercio de su población murió víctima de bombardeos, purgas políticas, trabajos forzados, hambre y enfermedades curables.

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Información

Editorial
El Viejo Topo
Año
2009
ISBN del libro electrónico
9788492616152

2

La llegada de funcionarios de las Naciones Unidas para organizar el juicio contra los líderes de los Jemeres Rojos había reabierto públicamente la discusión sobre el horror en la Kampuchea Democrática. El juicio podía ayudar a entender lo que pasó, a poner a los fantasmas en su sitio. En una conferencia sobre el tema en el Hotel Camboyana en la capital, uno de sus ponentes volvía hablar de profecías budistas y del karma para explicar los crímenes cometidos en los cuatro años que duro el régimen polpotiano. En las intervenciones de estos ponentes las masacres de los jemeres rojos eran integradas en la mitología budista.
Cómo si las aberraciones de la Kampuchea Democrática no hubiesen sido consecuencia de una política, sino el pecado de generaciones ante-27
riores. No era de extrañar que a pesar de ser uno de los países asiáticos más pobres, su renta anual por habitante es menor que 500 dólares, 2.800 si lo ajustas por el poder de compra, se hubiesen construido en la última década más de 40 mil pagodas, stupas y monasterios; y 50 mil jóvenes hubiesen tomado los hábitos dependiendo de pobres familias campesinas para su subsistencia; a este afán por recuperar el budismo había que añadir las mezquitas, 360, construidas por los chams, la minoría musulmana (20% de la población) camboyana. Hasta Duch el verdugo se había hecho cristiano. El hueco ideológico del comunismo estaba siendo llenado con la religión, cómo el dinero estaba anestesian-do las ansiedades, angustias y miedos de los traumas. Escucho a otro de los ponentes. Presenta a los Jemeres Rojos como si una semilla malig-na hubiese caído desde el cielo, cómo si fueran ajenos a Camboya y a su historia. Y se pregunta “¿Quien dio la orden de matar a los camboyanos?” “¿fueron realmente camboyanos?”. No puedo conformarme con creer que casi dos millones de muertes puedan ser interpretadas con pre-juicios, con imaginería mítica, con tópicos nacionalistas, con dudas interesadas, sin hurgar en la historia, sin entender los procesos sociales con tradictorios que paso a paso fueron conduciendo a Camboya al abis -
mo. Me resisto a aceptar que no exista una explicación de la tragedia camboyana fuera de los oráculos de los monasterios y las profecías mani-queístas entre derecha e izquierda de los ideólogos modernos del bien y del mal ¿Qué movimiento social y político puede generar una sociedad agraria, colonizada, que sufre un incipiente capitalismo depreda-dor, en un país que quería ser neutral, con una estructura social que se descompone paso a paso por una guerra impuesta desde a fuera, que sentía que su destino se les escapaba de las manos mientras se dejaba lle var por un tobogán de eventos que no controlaba?
Sethy, es un hombre en edad mediana, piel oscura, barba incipiente y una complexión grande que resalta entre los camboyanos. Viste una camisa de color turrón con bolsillos en las pecheras. En el de la iz -
quierda hay dos bolígrafos que le identifican cómo funcionario, pero no tiene la pinta de un burócrata. La administración camboyana con-28
tinua relativamente raquítica. Es de Phnom Penh pero desde hace cuatro años vive en Pailin, una de las zonas controladas hasta su derrota por los Jemeres Rojos. Es seguro y expresivo. Me ha invitado a comer en su casa de Phnom Penh, construida en ladrillos y cemento, al norte de la carretera de Pochetong donde acaba el tejido urbano de la ciudad.
Es un área donde dicen constructores coreanos tienen la intención de gastarse dos mil millones de dólares para construir una nueva ciudad, Camko city, del tamaño de otro Phnom Penh. Algunas grúas son visibles ya en el horizonte. Comemos con palillos en el suelo sobre un pe -
tate, una muestra del origen chino de Sethy, en la Camboya rural se usan los cuencos y las cucharas.
Sethy, ha hecho el mismo viaje político que ha hecho el país. Un adolescente cuando la guerra contra Lon Nol se sumó al movimiento de resistencia nacional que se había formado en 1970 tras el llamamiento del rey Sihanouk a alzarse contra los golpistas pro-americanos.
Lo reclutó una célula comunista en 1973 cuando estudiaba el bachiller.
Tenía 15 años y quería luchar por su país “contra los americanos y sus lacayos”. “Los jemeres rojos eran muy populares entonces”, dice. Huyó de la capital para juntarse a un grupo guerrillero en Kompong Cham uno de los frentes de guerra. Allí estuvo peleando hasta la derrota de Lon Nol. En 1975, entró en la capital de la provincia y ayudo a eva -
cuar la. Le pregunto a bocajarro sí estaba de acuerdo con la política de evacuación de las ciudades decretada por el Comité Central del Partido Comunista. Me dice que ni llegó entonces a planteárselo. Cómo no se cuestionó nada de lo que hacía para qué. “Si no estabas de acuerdo te ma taban”, decía. Durante la Kampuchea Democrática siguió cómo soldado en Kompong Cham. Le pregunto si sabían de los trabajos forzados, el hambre y las ejecuciones, “Claro que la gente sabía lo que estaba pasando, pero si decías la verdad eras etiquetado de enemigo de la revolución y enviado a Tuol Sleng” decía. En 1979 cuando los vietnamitas invadieron a Camboya estuvo con su grupo de soldados dando vueltas evitando a los soldados vietnamitas. A los tres meses, cuando es -
taba claro que no había represalias, y había un gobierno camboyano, 29
decidió regresar a Phnom Phen, dejar los Jemeres Rojos y empezar una nueva vida. “Para que hacer la guerra jemeres contra jemeres”. Desde en tonces ha trabajado en tres ministerios distintos y vivido dos años en Francia. Ahora esta a la cabeza de la oficina del catastro en Pailin.
Me interesaba discutir con Sethy, el mismo un actor, las razones de la tragedia camboyana. ¿Cómo una nación había podido devorarse a sí misma con tanta ferocidad cómo hicieron los camboyanos? Lo que me llamaba la atención era que rechazaba una explicación en términos de la lucha entre capitalismo y comunismo ó de la propia naturaleza totalitaria supuestamente implícita en el comunismo, tan en boga en occidente. El problema según él fue que, Camboya en los sesentas y los se -
tentas no tenía conciencia de si misma cómo nación. No estaba parada sobre sus pies, sobre sus propios valores, cómo sí su identidad hubiese sido penetrada por extraños deformándola. El problema, decía, “es que los camboyanos escuchaban lo que los extranjeros decían obedeciéndo-les, no actuaban por ellos mismos, al final Camboya había perdido su identidad. Su misma alma estaba en manos extranjeras”. Antes un intelectual camboyano me había dicho “quizá hubiese sido mejor para Cam boya no ganar la independencia de Francia tan pronto”. Era una forma de decirme que Camboya no estaba preparada para resistir lo que le vino encima. Para Sethy, las potencias se habían aprovechado de la pobreza y debilidad de Camboya, un país que arrastraba no décadas, sino siglos de violencia, falta de recursos e incertidumbre sobre su propio futuro cómo país soberano. Para él la tragedia de Camboya tenía que ver más con la política mundial que con los camboyanos. Al final para Sethy Camboya había sido más un objeto que un sujeto de genocidio.
Todavía hoy, el nacionalismo camboyano es tan inseguro y tiene sus heridas tan abiertas que cualquier pequeña provocación despierta a un tigre herido y amenazado. En enero del 2003 masas enfurecidas y colé-ricas atacaron la embajada tailandesa y quemaron varios negocios tailandeses en la capital camboyana después de que una joven actriz tai -
lan desa, Suvanant Kongying declarase en televisión que Camboya ha -
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bía robado Angkor Wat a Tailandia. El incidente creó una grave crisis diplomática entre los dos países. En 2005 una de las peores crisis políticas de ese año se debió a que Mam Sonando el propietario de Radio Beehive emitió un programa criticando al primer ministro Hun Sen por haber ratificado un acuerdo fronterizo con Vietnam, un acuerdo que el mismo Hun Sen había firmado cuando Camboya estaba ocupada por los tanques vietnamitas y el rey Sihanouk se había negado a rati-ficar. El acuerdo consagraba una frontera establecida por los franceses que a juicio de los nacionalistas había dado territorio históricamente camboyano a Vietnam.
Meses mas tarde viaje a Preah Vihear una de las provincias más selváticas, corazón del antiguo Imperio Jemer, donde tuve la oportunidad de hacer las mismas preguntas que había hecho a Sethy al general Praptan, el gobernador de la provincia, un veterano de la guerra civil camboyana.
En el relativamente nuevo asentamiento que es su capital, Tbeng Meanchey, exuberantes flores naranjas, pavos reales les llaman, caían cómo cascadas de los árboles recordando la fuerza del trópico. Era una típica ciudad de frontera. La luz eléctrica había llegado desde Tailandia hacía apenas tres años y había mucho más verde y madera que asfalto y cemento. En este proyecto de ciudad no había restos del esplendor de arquitectura jemer, pero la pista sin asfaltar por la que habíamos llegado desde Kompong Thom había sido construida al menos hacía más de mil años. Unía la ciudad de Sambor Prei kuk, donde se han encontrado ruinas de más de 100 templos anteriores al siglo VII, con Preah Khan, sede de uno de los mayores templos del periodo angkoriano (siglo VII-siglo XV) y el templo de Preah Vihear otra joya construido en lo que es hoy la línea fronteriza con Tailandia, uno de los símbolos del nacio na lis -
mo actual, en disputa con los tailandeses que lo reclaman cómo su yo. Era un camino con historia pero también con enormes baches pro du cidos por los ilegales camiones madereros. Historia gloriosa, corrupción y atraso la combinación explosiva que uno encuentra una y otra vez en Cam -
boya. No creo que pudiera ser transitado en época de lluvias. Pero la 31
dificultad de acceso no esta impidiendo la llegada de nuevos colonos.
Esta provincia remota, marcada por la pobreza, el analfabetismo y las secuelas de la guerra tiene un excedente de suelo que atrae a los camboyanos del sur que ven en la tierra boscosa del norte el dorado que no hay en sus provincias. En la Camboya de hoy hay una especie de “conquista del oeste”, de toma de tierras indígenas, encabezada por políticos y generales, de la misma manera o más voraz que la que ocurrió en los años sesentas del siglo XX con los amigos del Rey Sihanouk. En Preah Vihear desde que terminó la guerra la población ha pasado de 100 mil habitantes a 150 mil. A pesar de ser una de las provincias más azotadas por la malaria y las minas. Antes de ser línea de fuego entre la guerrilla y el gobierno durante casi veinte años (1979-1998) había sido víctima de los bombardeos de los B-52 americanos que buscaban desesperados primero a los campamentos de los guerrilleros vietnamitas que defendían la Ruta Ho Chi Minh y después a la guerrilla de los Je -
meres Rojos. El día que nosotros llegamos una mujer y una niña ha -
bían sido heridas por una de estas bombas de racimo cuando recogían leña en el bosque.

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A finales de julio del 2007 Duch, el responsable del tétrico centro de detención y tortura de Tuol Sleng, fue entregado por el gobierno camboyano a las C ámaras Extraordinarias en las Cortes de Camboya para la Persecució n de los Crímenes Cometidos durante el Periodo de Kam pu -
chea Democrática, el largo nombre del tribunal híbrido establecido por el gobierno camboyano y las Naciones Unidas para juzgar a los altos líderes sobrevivientes de los Jemeres Rojos. Duch había estado en las cárceles camboyanas esperando ese día desde que fue arrestado cuando acabó la guerra hacía casi diez años. Eran prácticamente los mismos años que habían durado las difíciles negociaciones entre el gobierno y 32
Naciones Unidas para establecer el tribunal. El gobierno estaba preocu-pado por mantener la soberanía nacional y la ONU por la corrupción y los bajos estándares de la justicia camboyana. En ninguno de los dos lados había habido entusiasmo por resolver las diferencias, pero nadie tenía el valor de clavarle un cuchillo y terminar con el Tribunal ¿Quien quería cargar con la responsabilidad de que el juicio de lo que ha sido definido cómo uno de los genocidios más importantes del siglo XX no se celebrase? Al final los japoneses pusieron más de veinte millones de dólares sobre la mesa para financiar el juicio y ya no hubo más excusas para dejar de cumplir la ley y constituir el tribunal.
El viaje que recorrió Duch para cambiar de celda no fue largo. La se de de las Cámaras Extraordinarias está poco después de pasar el aeropuerto internacional de Pochetong en lo que iba a ser una instalación mi litar, a media hora de la cárcel de Phnom Penh, no lejos de Tuol Sleng, donde Duch estaba recluido. Duch fue el primero en ser confinado en el centro de detención construido de propio para albergar a los acusados. Semanas más tardes serían traídos, arrestados, quienes ha bían sido sus jefes y a diferencia de él, con la protección del gobierno, ha bían gozado de libertad todos esos años. Nuon Chea, Ieng Sary, Ieng Thirith ( Khieu Thirith de soltera) y Khieu Samphan, antiguos ministros de Kampuchea Democrática, ancianos sobrevivientes de crímenes políticos, la guerra y la biología, acusados finalmente, tras 28 años de espera, de cometer crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra.
Meses antes de que los líderes de los Jemeres Rojos fuesen formalmente acusados, había viajado a Kampot, para asistir a un foro público sobre el tribunal y la reconciliación nacional organizado por el Cen -
tro para el Desarrollo Social, una ONG camboyana, en el que iban a asistir antiguos jemeres rojos viviendo en el sureste del país, en Kep, Kam pot y Sihanoukville. El forum tenía a demás el atractivo de que Da -
vid Scheffer el Embajador para Crímenes de Guerra del Presidente Clin ton, había sido invitado.
Kampot es un antiguo pueblo colonial en donde termina una pe -
queña bahía del Golfo de Tailandia estrechándose cómo un río. Había 33
sido el principal puerto del país en tiempos coloniales, hasta que en 1962 el rey Sihanouk decidió construir uno nuevo en Kompong Saom, el lugar conocido hoy cómo Sihanoukville. Ahora Kampot es un pueblo dormido con casas coloniales decaídas y calles con agujeros, rodeado de exuberantes huertas de mango, plátano, pimienta y papayas; un jardín tropical protegido por las montañas del Elefante y Bokor na ciendo cómo islas desde la llanura que es el sur de Camboya. Estas mon ta ñas de caliza, de difícil acceso, repletas de cuevas cómo refugio, con vir tieron a la provincia de Kampot, fronteriza con Vietnam, en el re duc to más importante de la guerrilla en el sur durante la ocupación viet namita y la última guerra que Pol Pot libró contra el régimen actual. Es notoria la embosca-da en 1994 a un tren en los alrededores de Phnom Voar cuando todavía el tren circulaba entre Phnom Penh y Kampot. Un ataque trágico en el que murieron 13 camboyanos y tres extranjeros fueron secuestrados y posteriormente asesinados.
Dos decenas de antiguos guerrilleros aparecieron por el forum, la mayoría campesinos que se quejaban de su precaria situación económica. “Nos moríamos de hambre antes y seguimos haciéndolo ahora” se quejaban. Ninguno de ellos había sido un cuadro importante en la or -
ganización. Habían sido militantes locales que querían saber si gente cómo ellos tenían algún riesgo de ser arrestados y llevados delante del Tribunal. Tenían miedo de que el juicio reabriera las cicatrices de las vie jas heridas. Nadie de los que hablaron negaron los horrores. Su temor descansaba en que ellos sabían que la mayoría de de los asesinatos en sus comunidades habían sido ordenados por líderes locales. Los perpetradores sobrevivientes y las víctimas vivían juntos en las mismas comunidades.
Meng-Try Ea, un investigador que quería saber que paso con sus cuatro tíos asesinados durante la Kampuchea Democrática, ha estado hurgando por años en antiguos documentos de la región sud-este de ese período. No contento con ello ha entrevistando a prisioneros y a sus ver dugos: 18 jemeres rojos que trabajaron en la seguridad durante Kampuchea Democrática. Meng-Try estaba obsesionado por entender 34
cómo y quien tomó las decisiones de arrestar y ejecutar a sus tíos. El resultado de su investigación La cadena del Terror, fue publicado por el Centro de Documentación de Camboya. Meng-Try Ea descubrió que durante la Kampuchea Democrática existía una estructura compleja or -
ganizativa en materias de seguridad. Según su estudio, cada unidad de poder desde el nivel de subdistrito, pasando por el de distrito, regional y central, tenían sus propios Tuol Sleng, sus centros de detención en don de en palabras de la Kampuchea Democrática poder “aplastar al enemigo”. Centros que aunque reportaban a sus superiores tenían una gran autonomía sobre todo si se trataban “delitos” cometido a nivel lo -
cal. Meng-Try dice que hubo muchos mas muertos en los centros re gio -
nales y locales que en los que hubo en Tuol Sleng. Según él, los cuadros locales jugaron un papel tan importante cómo los cuadros centrales en los asesinatos, “ la mayoría de las ejecuciones fueron ordenadas por su -
pervisores de bajo nivel ”, asegura. Yo mismo he oído historias de gente que se habría librado hasta tres veces del suplicio convenciendo de su ino cencia a los cuadros locales que le acusaban de cometer algún pe -
queño crimen cómo comerse un pollo, ayudar a alguien o no asistir a reuniones políticas. Esto no hubiera sido posible si las ejecuciones hu -
biesen sido ordenadas desde más arriba. Según las cuentas de Meng-Try, el número de ejecuciones en estos centros sobrepasa en mucho a los que murieron en Tuol Sleng. De los 1.7 millones de personas que se estima fallecieron aquellos años, entre 200 mil y 700 mil, dice el au -
tor, fueron ejecutados, la mayoría por decisiones de cuadro locales y regionales. En el sudeste pone la cifra de ejecutados al menos en 153
mil, muchos de ellos dur...

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