Dora
eBook - ePub

Dora

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  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Dora

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Descripción del libro

"No hubiera podido decirse en qué dirección iba el crepúsculo. Como si fuera un relámpago surgió el odio inconfesado que duerme en el fondo del amor, aquella furia mineral sólo tiene de humano los cabellos y la voz. Dora se percató de que entraba en un mundo donde no había ni leyes ni verdades. Siempre ambivalente, Gaby la conduce por derroteros ignotos; alude a algo desconocido que se posee o se niega. Dora adivina que su poder de seducción emanaba de un erotismo caribeño bañado en un aceite perfumado y espeso; la ambivalencia misteriosa de ese ser de sexo incierto o disimulado era muy intensa. Se horrorizó de lo que pensaba. Internamente sintió la potencia de su seducción. Es poderosa, debo ir con cuidado, se dijo."Dora está inspirada en el famoso caso de Sigmund Freud que inició el psicoanálisis. Zavala parte de esa estructura para crear un personaje de nuestra modernidad, cuyo mayor deseo son el saber y la escritura. Esta Dora nos atrapa con una histeria que ha de provocar al lector interés y curiosidad. Todo transcurre en Puerto Rico, en los años 1960-1970, y de modo abierto, el personaje avanza desde la niñez en su círculo familiar –conformado por una madre posesiva, abandonada por el padre, y un hermano mayor– con su afonía y ataques de tos, su amiga de la infancia, y su deseo por el saber. Los lectores se enfrentan con la histérica, eléctrica y enloquecedora Dora, sus amores literarios, junto a la poderosa atracción que siente por otra mujer, Gaby, conocida pintora, que la va seduciendo sutilmente. Su noviazgo y breve matrimonio para huir del deseo que ésta le inspira, indican su miedo a enfrentar sus fantasmas. Dora invita al lector a construir narraciones alternativas. El relato abre un mundo de hipótesis y saberes de la vida sexual y de la histeria. Dora es una novela intimista que explora sin descanso el interrogante femenino histérico por naturaleza: ¿qué es el amor?, ¿vale la pena amar?, ¿existe el amor cuando se institucionaliza, o en cambio fluye con la pasión del goce compulsivo, nunca suficientemente retribuido? La Dora de Iris M. Zavala es una Dora contemporánea, abrumada por los vericuetos de una sociedad del mero espectáculo, que tendría mucho que decirle a Freud. Aún hoy.Iris M. Zavala (Puerto Rico, 1936) se licencia en la Universidad de Salamanca con una tesis sobre su gran maestro, Unamuno, que se convirtió en su primer libro, Unamuno y su teatro de conciencia, Premio Nacional de Literatura de Puerto Rico en 1964. Una amplia carrera universitaria se inicia entonces: México, Nueva York, Puerto Rico, Italia, Holanda, Polonia, España; y una actividad como conferenciante que la ha llevado a diversos lugares de Norte América, Latinoamérica y Europa.Ha recibido múltiples galardones y reconocimientos por su labor intelectual. Destacan la condecoración del Rey de España, Encomienda, Lazo de Dama de la Orden de Mérito Civil, de 1988, la Medalla de Honor del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1994, el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Puerto Rico, en 1996 y de la Universidad de Málaga, en 2003. En el 2001 recibió la Cátedra UNESCO de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. Asimismo es Premio Nacional de Literatura de Puerto Rico, en 1972, por Ideología y política en la novela española del siglo XIX, Premio Nacional de Literatura, Instituto de Literatura, Puerto Rico, en 1990, por Rubén Darío bajo el signo del cisne. Premio del Pen Club de Puerto Rico por El bolero. Historia de un amor, en 1992. Premio del Pen Club, por la novela El libro de Apolonia o de las islas, 1994.Su obra literaria ha sido traducida al inglés, servocroata e italiano. Su abundante bibliografía consta de cientos de artículos en inglés, francés, italiano, y castellano, así como de numerosos estudios de profundo análisis acerca del pensamiento actual, feminismo y sociedad. Entre sus novelas últimas figura Percanta que me amuraste.

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Información

Editorial
Montesinos
Año
2009
ISBN del libro electrónico
9788492616268

IRIS M. ZAVALA

Dora

M O N T E S I N O S
Dora1 9/7/09 11:46 Página 4
© Iris M. Zavala, 2009
Edición propiedad de Ediciones de Intervención Cultural/Montesinos Diseño: Miguel R. Cabot
Revisión técnica: Isabel L. Arango
ISBN: 978-84-92616-26-8
Depósito Legal: B-30.551-09
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A Paula, mi gran lectora amiga.
Barcelona, 2007-2009
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Fue amor el primero que concibió de todos los dioses.
PLATÓN , El Banquete
El deseo es la esencia misma del hombre.
SPINOZA
¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!
KIERKEGAARD
Aquí es donde vemos aparecer lo que llamaría la función ética del erotismo, en tanto, en suma, el freudismo es sólo una perpetua alusión a esta fecundidad motriz del erotismo en la ética.
LACAN
El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.
BORGES
No sólo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el mundo, sino que nace por el lenguaje.
LACAN
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I
HISTORIA FAMILIAR
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¡No! ¡Que no! Me pusieron el nombre por una prima de mi madre, no por esa vienesa... Y ¿quién más se llama Dora?
¿Quién es Dora?
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La miré con curiosidad, unos ojos apenas vistos, llenos de ardor y fuego. Todavía era una niña pequeña cuando dijo su primer poema y por primera vez escribió poemas con los caracteres de ese alfabeto desconocido. Cuando aún no había palabras en absoluto, oía una serie de entonaciones y de sonidos, donde percibía que estaba el sentido y este transpiraba a través de esas entonaciones antes que la palabra emergiese. Para Dora estaba en lo materno de su abuela. Empezaba su exilio interior, sus viajes al sentimiento, su elección tan deliberada y voluntaria como el amor a la letra , y su curiosidad sobre el amor y el deseo.
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Quería amar como los dioses antiguos; el mito de Narciso la inquietaba: el enamoramiento con su propia belleza, la au-tomirada constante en el espejo de las aguas que sólo refleja su propia imagen. La total soledad del amor narcisista la in-tranquilizaban. Ella odiaba los espejos —una vez miró en la profundidad de sus ojos, y se vio otra. No sabía entonces que el espejo es el otro. Tenía miedos, sí, sobre todo era inquieta, toda oídos, desde niña espiaba la incipiente vida sexual de su mejor amiga.
Como Vangie siempre permanecía en silencio, Dora armaba una escena para hacerse escuchar, y comenzaba un largo discurso acerca de la indiferencia de su amiga respecto a sus sufrimientos, que no le contaba nada, que la ayudara a conquistarlo, y de lo infortunada que era su vida porque Iván no le hacía caso. Sí, el Alan Ladd de la escuela, que había convertido su naciente vida amorosa en frustrante; sin él no iría al baile, y Vangie le insistía que fuera con Gustavo, ella insistía que no le gustaba, quería sólo a Iván. Tardó años en saber que “amo lo que no tengo...”.
Supo siempre que el padre le había sido infiel a su madre y las había abandonado cuando ella nació, tenía la convicción de que todos los hombres eran egoístas, y no eran de fiar. “Puesto que los hombres son detestables prefiero no casarme. Es mi venganza”, le dijo una vez a Vangie. Internamente lo amaba, y se identificaba con él. Además ¿qué es un padre?, una nada, un hombre que sólo piensa en su propio goce. Menos uno, su hermano Fernando: el único que la escuchaba y siempre le daba ánimos, y le traía libros, hasta un microscopio, y para su cum-pleaños, un telescopio, y libros de filosofía.
Dora sintió una intensa alegría; quería ser Galileo o New-ton, pensándolo bien, quería escribir como Dostoievski, una novela tan intensa semejante a Los hermanos Karamazov, sobre todo el capítulo de El gran inquisidor... Amaba la literatura 12
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desde muy niña, antes de hablar y escribir, y empezó muy pronto a ensayar la letra. Para animarla, Fernando, la miró serio y le dijo: Quiero que escribas un libro mejor que Cien años.
Lo miró angustiada: Esperas mucho de mí... Claro hermanita, todo. Y le dio un beso, y se fue.
Dora tenía gran devoción por la mitología griega y leía a Platón con gran esmero: la apasionaba el mito de Polifemo y Gala-tea, y devoraba con verdadero ardor a Góngora. Sobre todo aquel mirarse en las aguas de Acis... juego de espejos. Su gran admiración era Sócrates, sobre todo El banquete, y su Apología.
En el colegio mostraba un gran orgullo por haber dado que hablar siempre, era la más activa y escuchaba con cuatro oídos cuanto decían los profesores. Todos sus compañeros la cono-cían y se mofaban de ella... a veces le gritaban “Socratitos” pa-ra herirla. Sí, porque era la más joven, casi una chiquilla, pequeña, y sin duda la más lista, la que más levantaba la mano para responder a las preguntas... todo se lo sabía, quería leerlo todo. Y además tenía una tosecita nerviosa que hacía reír a sus compañeros. Ya verán, pensaba, cuando sea grande y vaya a la universidad y lea y lea, y comience a escribir, ése es mi signo, mi marca, mi muesca en el cuerpo. Escribir... Ya verán, y los miraba con una mezcla de temor y de esperanza.
Le encantaba discutir, y siempre vencía a sus compañeros con su oratoria... en eso del saber no había vuelta que darle.
Discute mucho con Vangie, y la interpretación que de su amor ardiente le hiciera a la amiga, un poco hermana mayor, madre... Vangie le explicaba con cautela que Iván era demasiado guapo y que las enamoraba a todas; a Dora le gustaba su amiga porque nunca pedía nada, y esta vez Dora orienta su pregunta hacia un misterio que la intriga. No sabía de dónde le venía la pregunta, nunca la había escuchado ni leído.... lo sintió internamente, desde la profundidad de su ser; 13
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era un lugar desconocido y enigmático que ignoraba, pero que le hablaba.
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Vangie, ¿qué es ser mujer? quiero decir, ¿tener senos o sexo femenino nos hace mujeres? Vangie la miró con estupefac-ción... ¿de dónde sacas eso? Supongo que sí, y que significa ser menos musculosas, menos violentas y que nos sintamos atraídas por el otro sexo. No te puedo explicar más, tú siempre le buscas cinco pies al gato... Tú y yo somos mujeres, Iván es hombre, como tu padre y tu hermano, y ellos tienen barba, persiguen a las chicas... en fin, cuanto ni tú ni yo hacemos. Y
¿eso es todo?, insistió Dora. ¿No hay más? me huele que algo hay por ahí que no sabemos. Y ¿lo femenino, qué es? ¿Una va-gina o algo más misterioso? ¿Lo femenino y ser mujer es lo mismo? Vangie la miró con sorpresa y desconcierto... soltó una sonrisa y la mandó al carajo... Ven, demos un paseo...
La escena se repetía a menudo, Dora la avasallaba a preguntas, pasaban muchas horas juntas en clase y luego charlando hasta que se iban a casa. Vangie, unos tres o cuatro años mayor, era más madura, muy inteligente, aunque menos inquisi-tiva. Dora, en cambio, quería saberlo todo... las mareas, los colores del mar, los granos de arena, su preocupación esencial era saber quién inventó la escritura, los libros, las letras que semejaban cañas, juncos y algas. Un libro era como el blanco manto de arena donde quedaban huellas, marcados rastros sobre la fina arena mojada. Se despidieron hasta el día siguiente, y Dora tomó el autobús para llegar a casa. Abrió la puerta, entró, se quitó la falda y la colgó con esmero en una percha, lo mismo la blusa blanca y los zapatos.
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Estaba sola, su madre aún no había llegado; feliz con su soledad, comenzó a buscar el diccionario que su madre le había regalado. Iba letra por letra aprendiendo palabras, giros... quería asimilar todos los diccionarios para celebrar la vida, que entendía vagamente como materia para el arte, y la creación.
Creía firmemente que leer y escribir eran la única y auténtica forma de ser. De pronto oyó el sonido de unas llaves y la cerradura; se levantó: Hola mamá, dándole un beso leve, co-mo si se lo diera al aire... Hola, ¿cuándo llegaste? Hoy estoy muy cansada pues tuvimos varias reuniones... así que no armes mucho lío porque tengo dolor de cabeza. Y cerró la puerta de su habitación.
La soledad localiza el límite real de su casa. El deseo de su madre era algo que no siempre podía soportar, nada de ella le resultaba indiferente. Era el señuelo del deseo insatisfecho de la madre: busca lo que va a devorar. A veces se asustaba, porque besarla era como entrar en la boca de un cocodrilo, nunca sabía qué mosca podía llegar a picarle de repente... Trató de pensar que en la lectura había algo tranquilizador; era como el palo de piedra que estaba ahí, en la boca del feroz animal.
El silencio le traía paz para husmear en los libros por abrir y por conocer. Leer y pensar que podría alguna vez escribir le producía escalofríos de esperanzas. Y siguió con su diccionario, auriga la fascinaba, le recordaba a los romanos, creía que era una hermosa palabra, como ascua... La invadía un oleaje de palabras, de sentidos.... y se inventó una frase con su nuevo vocablo: El auriga empuñó las riendas de su carro que corría como un bajel sobre las cañas... Le gustó, sí; las cañas enmar-can un paisaje único, nombrado la capital del atardecer.
Y continuó con su diccionario, lo abrió al azar, asépalo la intrigó, pasó a la C: caledonia, caleidoscópica... una marea de palabras, de relaciones, de mundos.... y se inventó una frase: 15
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El caleidoscópico mar brillaba de azules... Bien, sí; el mar enmarca un paisaje único, nombrado la capital del atardecer...
Al azar abrió una página, polimático, sabiduría que abarca conocimientos diversos . Eso, eso quería ser, y seguía, y seguía buscando, inventando universos, hasta que una voz la llamó: Dora, vamos a comer... Su mundo interior iba veloz buscando sentidos a su nostalgia espacial, más que evocar un tiempo ya perdido, invocaban un lugar, un espacio: un lugar donde nacer, y por extensión la patria. Salió de su ensimismamiento y se fue caminando lentamente hacia el ancho comedor.
Se sentaron a la mesa, Dora traía en la mano un libro y se lo puso delante de los ojos; cenaron en absoluto silencio. Un mutismo compartido; no eran los puntos suspensivos que dejan colgado el discurso y suponen una interrupción de la oración o un final impreso. No. Aprender a escuchar el silencio y el sonido va a provocarle sobresaltos con el tiempo. Eso sería después, cuando el silencio se convirtiese en un valor que podría llamarse intensivo que dependía del lugar que éste ocupase en la composición. El modo en que escuchaba el silencio en esas construcciones lo determinaba su manera de atender el sonido. Faltaba tiempo para que el silencio se convirtiese en una pausa cargada de intención, un silencio marcado con las huellas de la ausencia.
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Dora quería nadar desnuda en el oleaje de las palabras, como un bote que se mece en el vaivén de las letras. Quería crear metáforas, faltaba tiempo para que comprendiera que el mundo entero es la metáfora de otra cosa: el tiempo. Es un significante que viene en lugar de otro significante; una trans-16
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ferencia de significado. Habitamos en la metáfora y circula-mos en ella. Se le esclareció de pronto que “alba”, “mediodía
y “atardecer” no se referían al nivel concreto de los períodos de luz de un día, sino que representaban, estaban en lugar de, eran metáforas de otro lapso de tiempo: el devenir de la vida.
Fue un instante de vértigo.
¿El tiempo?, aprovechaba cada segundo; cada día aprendía algo nuevo: un nombre, un título, una palabra... sólo Iván la distraía. Lo contemplaba con admiración, y sus ojos cargaban algo que desconocía: el deseo. Sus miradas eran furtivas, fijas o apenas esbozadas. Dora lo observaba, y a él le encantaba ser visto. La situación expone el sujeto que ve en el acto de mirar, la función de la imagen como trampa para la mirada. Dora ignoraba que el deseo de ser visto toca al deseo de ver más. Ver y ser visto, ser visto viéndose, donde viendo es tanto ver co-mo vender su propia imagen, y donde el sí, como pronombre reflexivo de la tercera persona del singular, indica la posición del yo dirigida a un tercer término que es el objeto del deseo del otro. Desconocía que se trataba de una relación erótica, y que la imagen de Iván la alienaba de sí misma.
Había un silencio espeso, provocado por la saturación de la mirada. Intentemos ser un poco más precisos. Él se paseaba delante de ella en el recreo como un señuelo cruel; llamaba a sus compañeros que venían corriendo a gritarle “Dora no tiene tetas, Dora no tiene tetas...”.
Enrojecía, y el dolor de ser otra, distinta, sin senos, le impedía ser atractiva, deseada por su primer gran amor... No sabía cómo ser objeto del deseo del otro, quería ardientemente encontrar una salida a través del amor, quería que la mirara con afecto, él sólo se mofaba de ella, o le pedía que le pasara los apuntes de clase y lo ayudara a estudiar. Ella buscaba ardientemente hacerse un ser a través del amor. Evocaba los 17
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grandes mitos de Antígona, Fedra, y siempre la lamentación personal del amor contrariado. Pretendía —sin saberlo— ser deseada al mismo tiempo que amada. “Dime, Vangie, ¿soy fea?” Vangie la mira con ternura: No, tienes una carita preciosa, todavía eres una niña. Deja que cumplas 15 años y ya verás como todo cambia. Nunca deseó tanto que pasara el tiempo...
15 años, y entonces Iván la miraría.
Dora, añade Vangie riéndose con gran alborozo, a lo mejor él espera que las chicas le bajen los pantalones, le dijo soltando una carcajada. Dora la miró consternada, ¿debo hacer eso?
No me atrevo... No, so boba, es al revés. ¿Al revés?, preguntó mirándola fijamente... ¿que me baje la falda? No, lo que quiero es una “historia de amor”, que me ame para siempre... que Iván me hable, y si es con palabras de amor, mejor aún.
Deseaba escucharlas, porque en su casa no eran frecuentes...
su hermano, mucho mayor, entraba y salía y no tenía mucho tiempo, y su madre no le decía palabras de ternura, le regala-ba objetos en lugar de darle amor: zapatos, vestidos... ella quería que la quisiera.
¿Qué es querer?, se preguntaba a sí misma. “Vangie, ¿tú quieres, sabes querer? Pues claro... mi madre me adora, y mis tías... y algún día me amará alguien muy especial, que todavía no conozco. Me lo dijo mi madre, debe tener razón, porque dice que nací de un amor único, que soy hija del amor...
Dora la miró con desasosiego y tristeza, no dijo nada. Hija del amor.... ¿y ella? Vangie, ¿qué es un padre? ¿Cómo quiere un padre? ¿Me querrá mi padre?
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Sola en su habitación, encendió la radio, eran las 10 de la noche y había un programa que la fascinaba, Hora de poesía, se leían versos...

Índice

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