PRÓLOGO
por Stanley G. Payne
El régimen de Franco marcó toda una época de la historia de España. De las dictaduras europeas personales, fue la más duradera. Ni siquiera Stalin se mantuvo en el poder tanto tiempo. Su régimen fue sui generis, y su definición taxonómica ha sido un tema debatido muy extensamente por historiadores y politólogos. Cambiaba mucho durante su larga vida, pero siempre era el régimen de Franco, un personaje que de verdad no cambiaba nunca. Ha generado una historiografía enorme, tal vez más que el régimen de Mussolini.
Son muy pocos los historiadores con un conocimiento de este régimen y de su historia igual al de Luis Palacios Bañuelos. Aunque su carrera profesional ha tenido lugar bajo la democracia, nació y fue educado bajo el franquismo. Ha investigado algunos aspectos de la historia del régimen de primera mano, conoce bien la amplia historiografía y también ha publicado mucho sobre este período (no puedo dejar de recordar sus libros El franquismo ordinario y Franco y el franquismo). Lo ha enseñado extensamente en las aulas, y ha dirigido una serie de tesis doctorales sobre la época. Este libro va dirigido no a especialistas sino a los lectores en general con interés en el tema. Es una síntesis de una época larga que el autor ha basado en su experiencia de casi medio siglo como historiador, reuniendo datos primarios y secundarios para alcanzar una síntesis de lo que se puede llamar la «historia total» de esos cuarenta años.
Este libro está escrito de un modo directo y, en la medida posible, en forma de narración que es mucho más fácilmente comprendida que el estilo indirecto, farragoso y rebuscado de las monografías profesionales. No es necesario tener de antemano un conocimiento elaborado de la historia de los años 1936 a 1975, porque esta Historia del franquismo es completa en sí misma: Luis Palacios ha conseguido sintetizar mucha investigación, tanto la suya como de las de muchos otros, y ofrecer un producto al alcance de todos sin perder el rigor histórico.
Al comienzo de este libro, el autor señala el maniqueísmo de la mayor parte de la historiografía, que presenta tesis ya formadas, del franquismo o del antifranquismo, haciendo de la historia una especie de ensayismo político, mientras la verdadera historia es una ciencia o wissenschaft empírica que no es partidista. La responsabilidad del historiador es ser lo más objetivo e imparcial posible, lejos de cualquier actitud partidista.
El franquismo empezó con el propio Franco. Por eso este libro comienza con la semblanza personal del dictador, porque, sin entender su formación psicológica y su peculiar personalidad, no se puede comprender la naturaleza de su régimen y los muchos vaivenes políticos que determinaron su singular historia. Fue un régimen ideológicamente múltiple y compuesto que, como el autor explica en detalle, se formaba de una serie muy diversa de tendencias o «familias» políticas que tenían en común meramente el hecho de que eran antiizquierdistas. El fascismo español, o sea, Falange Española, formaba una de estas, muy importante entre 1937 y 1943, pero no se puede decir que, incluso entonces, el régimen fuera un régimen fascista a secas. Algunos historiadores han preferido denominarlo semifascista o fascistoide pues es indudable que había un elemento del fascismo en el régimen. En cambio, la primera desfascistización tuvo lugar en el verano de 1941 —en pleno poder internacional de Hitler —con la creación de una alternativa a Ramón Serrano Suñer en la Falange y la erradicación del radicalismo fascista en el sistema sindical. Luego la desfascistización empezó más extensamente en agosto de 1943, un mes después del derrocamiento de Mussolini en Roma. Y se puede poner la cuestión al revés, porque, sin duda, si Hitler hubiera ganado la guerra, el resultado político habría sido una mayor fascistización en España.
Esto subraya la gran importancia de las relaciones internacionales, sobre todo en los quince primeros años del régimen, y Luis Palacios dedica una sección clave del libro a esta cuestión. Las dos potencias fascistas habían ayudado a Franco en la Guerra Civil, y el nuevo sistema español se orientaba hacia ellas, aunque declarando la neutralidad en la primera fase de la guerra mundial en 1939-1940. Durante el auge del hitlerismo, estas relaciones llegaron a ser más estrechas. Al comienzo, el Führer alemán no tenía interés en España, pero hacia el otoño de 1940 puso mucho empeño en la conquista de Gibraltar y en estos meses presionó mucho a Franco. El Generalísimo español, en cambio, anotó en la mañana de su encuentro con Hitler que «España no puede entrar en la guerra por gusto», sino que necesitaría mucho apoyo militar y económico, y la garantía de un gran imperio español en Marruecos, el Oranesado y el oeste de África. Esto fue algo que Hitler no pudo conceder porque la Francia de Vichy, dueña del gran imperio francés, era su aliada.
Aunque Franco mantuvo relaciones muy estrechas con Berlín durante mucho tiempo, en 1944 Washington impuso un embargo total de petróleo y forzó la cancelación de la mayor parte de estas relaciones. Franco tuvo que abandonar su sueño imperialista y enterrar todas las ambiciones de expansión militar que se habían forjado entre 1938 y 1940. Desde el otoño de 1944, Franco empezó el primero de sus dos grandes cambios de estrategia, orientándose hacia el mundo anglosajón. Al principio, la maniobra no funcionó tan bien, pero entre 1945 y 1947 el régimen se redefinió como monarquía y como Estado católico corporativo. Franco nunca asumió el título de «regente», aunque su papel como dictador si lo fuera técnicamente. Durante algún tiempo parecía que el cambio no conseguía alinear el régimen tal como quería y sufrió un ostracismo internacional, pero la Guerra Fría, que Franco había pronosticado acertadamente, le salvó. La política de Washington empezó a alterarse en 1949 y, después de largas y arduas negociaciones, los Gobiernos de Estados Unidos y España firmaron los tres pactos de Madrid de 1953, que determinaron las relaciones especiales entre ellos, que continuarían hasta la muerte del dictador español. Esta complicada situación está explicada en este libro con maestría y cierto detalle en el apartado «España y el mundo».
Luis Palacios también analiza claramente la complicada evolución política del régimen en los años posteriores. Una segunda transformación tuvo lugar entre 1957 y 1959, cuando la desfascistización llegó a ser definitiva e irreversible, con el bloqueo final del Movimiento Nacional (como técnicamente se refería al partido único después de 1945) y la liberalización de la política económica en 1959. Esta puso fin a la autarquía que había dominado durante veinte años, y llegó a ser decisiva, porque trajo consigo un proceso de liberalización en otros sectores, cambios evolutivos indispensables para el porvenir del país después de Franco.
El apoyo más importante que tenía el régimen era del catolicismo, explicado certeramente por Luis Palacios en un capítulo especial. Durante muchos años, las relaciones con el papado no funcionaron tan bien como Franco hubiera deseado, pero el apoyo del catolicismo dentro del país fue casi total. Sin embargo, el golpe más fuerte que recibió Franco no fue ni el ostracismo internacional ni el asesinato de su mano derecha, Carrero Blanco, sino el cambio en la Iglesia católica con el Vaticano II. Con la liberalización de actitud y de la política de la Iglesia, junto con la liberalización de la sociedad y la cultura dentro del país, se empezaban a socavar las bases mismas del régimen.
Bajo el largo «reinado» de Franco, España conoció la transformación más fundamental de su sociedad, economía y cultura que había tenido lugar en los más de dos milenios de su historia. De un país relativamente atrasado pasó a ser un país plenamente moderno, por primera vez en cuatro siglos. Uno de los debates fundamentales acerca de la dictadura tiene que ver con el papel de Franco en lo que llegó a ser la modernización definitiva de España. Es una cuestión complicada, porque, aunque él creía que los entendía, Franco realmente no comprendía los asuntos técnicos-económicos. Pero a diferencia de muchos otros dictadores, sabía aceptar el consejo de asesores calificados (y que él había escogido), aprovechándose de la gran época de expansión económica que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial. En el momento de su muerte, España había alcanzado una tasa de convergencia con el promedio de ingresos de la Europa occidental que ha tenido alguna dificultad en mantener después.
Por eso el aspecto más importante de la España de Franco no es la historia política e internacional que ha llamado la atención de la mayor parte de los historiadores, sino la historia de la evolución y desarrollo de su sociedad, de su economía y de su cultura. En el empeño de lograr la historia total, Luis Palacios dedica apartados importantes a todas estas cuestiones, y especialmente al desarrollo de la educación. Explica la notable expansión demográfica, y el gran progreso en el cuidado médico y las cuestiones de la salud. Analiza los aspectos más importantes del desarrollo económico y los logros que tuvieron lugar en el mundo de la cultura. No fue la época de Franco la más brillante de la cultura española, pero tampoco el páramo cultural fantaseado por los antifranquistas profesionales, como han reconocido y subrayado hispanistas de la historia cultural de la categoría de Jeremy Treglown.
Finalmente, el autor se dedica a la cuestión del fin del régimen, la muerte larga y pública —tal vez la agonía más publicitada en la historia del mundo— y la cuestión de la sucesión y el porvenir político del país. Todo ello lo estudia Luis Palacios con una mano diestra, explicando las circunstancias complicadas de una situación sin precedentes exactos, y las alternativas que existían.
En suma, se trata de lo que es sin duda la mejor historia breve de la Historia del franquismo, un libro objetivo y equilibrado, de dimensiones múltiples, pero sorprendentemente completo por ser un estudio tan compacto. Es una historia total, no escrita para franquistas o antifranquistas, sino para los lectores españoles de mentalidad abierta que desean comprender esta época tan clave de la transformación moderna de España.
Stanley G. Payne
Wisconsin, 2019
Presentación
Érase una vez… un caudillo llamado Franco que ganó una guerra convirtiéndose… en dictador que gobernó España hasta su muerte… Son los cuarenta años de la historia de España que conocemos como franquismo.
Hoy resulta difícil escribir sobre el franquismo y sobre Franco. Para muchos es dogma de fe rechazar todo lo que tenga algo que ver con el franquismo. Y no es infrecuente encontrarnos con esta ecuación: autoridad = autoritario = franquista = fascista = facha, con la inevitable conclusión de que se trata de algo absolutamente rechazable cuando no deleznable. Además, hay otros peligros que acosan, incluso inconscientemente, al historiador que busca ser objetivo: la gran presión del Gobierno y de los medios con la constante crítica negativa que la sociedad o la moda demandan; ejercer la autocensura por aquello de que «no es políticamente correcto» o, simplemente, aceptar lo «políticamente impuesto»: que si no se es antifranquista se es indubitablemente franquista. Hoy no es «políticamente correcto» hablar sobre Franco o el franquismo. Este maximalismo olvida, por ejemplo, que muchos de los antifranquistas de entonces no buscaban la democracia sino la implantación de otro tipo de dictadura… Completan estas dificultades el hecho de que muchos españoles tienen su vivencia y visión personal de esa etapa; es decir, todo el mundo tiene «hecha» su historia de Franco y el franquismo. Además, las muchísimas publicaciones de todo tipo, que existen y no dejan de aparecer, por una parte enriquecen nuestros conocimientos pero también dificultan poder separar el grano de la paja. Y ante esta compleja situación el historiador ha de buscar la verdad —es decir, no la tiene prefabricada— para intentar la objetividad en su historia y evitar reducir la historia a algo simplemente opinable y anecdótico.
Todo lo dicho trata de explicar que escribir una historia del franquismo hoy, en 2019, en una España en la que desde el Gobierno se cultiva un antifranquismo militante hace difícil la labor del historiador. Pienso que se aborda el franquismo desde posiciones e ideologías concretas, pro o contra, y esto nada ayuda a la comprensión histórica. Por la sencilla razón de que ideología e historia son incompatibles pues la ideología es abstracta e irracional y tiene respuestas de antemano para todo.
Mi pretensión es seguir humildemente los pasos de Tácito cuando se planteó escribir una historia del mandato de Augusto y Tiberio; quería hacerlo, dice, sine ira et studio. Eso exactamente, escribir sin...