Eso no estaba en mi libro de Genética
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Sergio Parra

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Eso no estaba en mi libro de Genética

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¿Sabías que el adn está lleno de «basura»? ¿O que hay mutaciones genéticas dignas de aparecer en los cómics de los X-Men? ¿Conocías el caso de la chica con adn de tres progenitores? ¿Y que si desenrolláramos todo el adn de las células del cuerpo humano cubriríamos la distancia de la Tierra a la Luna varias miles de veces? ¿Sabías que tanto los hallazgos de Mendel, como los de Darwin, suscitaron rechazo, amén de que fueron escasamente leídos en su época? ¿O que el adn de una célula humana es atacado unas diez mil veces al día? ¿Y que el 8?% de todo el adn que conforma a un ser humano está formado por restos de adn vírico?La genética tiene muy mala prensa, malísima, de hecho. Cuando a un ciudadano normal le preguntamos qué piensa sobre ella, acudirán a su mente experimentos de mad doctor al estilo La isla del doctor Moreau, o aberraciones biológicas que no deberían escapar de las páginas de los bestiarios y las pesadillas de los niños, o el pecado sumarísimo de jugar a ser dioses; y sin embargo, la genética de algún modo rige nuestras vidas, quienes somos y quienes podemos llegar a ser.Este libro saca a la luz aspectos desconocidos —asentando los ya conocidos con ejemplos sorprendentes—, orbitando alrededor de un eje central: que hay innumerables criaturas extrañas por mor de la genética, también humanas, como si los bestiarios o los cómics de superhéroes solo fueran un pálido reflejo de la febril creatividad del adn.Del autor y su obra se ha dicho: «Sergio Parra es uno de esos divulgadores que saben explicar casi cualquier concepto, por muy complejo que sea, de una manera fácil y entendible.» Alfred López, Ya está el listo que todo lo sabe, 20minutos.es«Un compendio de curiosidades de índole muy variada, abordadas con espíritu científico y explicadas de una manera muy amena para que llegue a todos los públicos. Entretenimiento puro que proporcionará muy buenos ratos de lectura y una gran caudal de información sobre nuestro mundo.» Selin, anikaentrelibros.com«Un libro muy entretenido, escrito en un estilo directo y ameno, que da lo que promete y algo más. Lleno de curiosidades, anécdotas e historias interesantes que no dejan de sorprender en todo su recorrido.» A. Pacheco, Un libro en mi mochila

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Información

Año
2020
ISBN
9788417547264
III

En busca de clones naturales para descubrir si nacemos como un pedazo de arcilla fresca
Tras la retahíla de enfermedades y particularidades presentada en el capítulo anterior, uno estaría tentado a pensar que las enfermedades comunes también deberían tener causas genéticas comunes, pero no es así; de hecho, separar causas genéticas de culturales o ambientales tiene un componente artificioso. En primer lugar, porque la herencia genética es mucho más compleja de lo que pensamos. En segundo lugar, porque los genes también interactúan con el ambiente, y viceversa. A pesar de que determinadas posturas políticas tratan de persuadirnos de que Darwin tenía razón y que nuestros cuerpos están sujetos a presiones evolutivas, pero que esas presiones desaparecen justo de cabeza hacia arriba, es decir, en el cerebro (personalidad, intención, libertad, etc.), lo cierto es que nunca hay que olvidar los genes en nuestro comportamiento, ni la naturaleza, ni la larga cadena de causalidad intermedia entre uno y otro extremo, como veremos a lo largo de este capítulo.
Es algo que hemos tenido que ir asumiendo poco a poco, desde que Francis Galton inició hace más de un siglo sus investigaciones genéticas con gemelos.
¿Gemelos? ¿Por qué los gemelos son tan importantes y podrían considerarse casi como superhombres llegados del planeta Krypton? Porque son clones naturales. Vale, ¿y qué ventaja representa eso aparte de que puedes enviar a tu clon a casa de tus suegros el día que no te apetece ir a ti?
Muy fácil: si queremos saber qué características de nuestra forma de ser son atribuibles a los genes y qué parte no lo es, lo mejor que podemos hacer es estudiar a dos personas exactamente con los mismos genes que, sin embargo, se hayan criado en ambientes diferentes. Algo así como ver qué habría sido de una persona si, tras inventar la máquina del tiempo, pudiera haber tomado otras decisiones diferentes.
Gemelos monocigóticos Gemelos dicigóticos
Los gemelos homocigóticos o monocigóticos —también conocidos como gemelos idénticos o simplemente gemelos—, provienen del mismo óvulo fecundado; sin embargo, los gemelos dicigóticos o heterocigóticos —llamados también mellizos en algunos países—, son sencillamente hermanos de la misma gestación, que provienen de dos óvulos fecundados distintos; es frecuente encontrar niño y niña en estos casos.
La primera persona que tuvo esa genial idea fue Francis Galton, primo, por cierto, de Charles Darwin (hubiera quedado más impresionante que fuera su hermano gemelo, pero no hay que desdeñar el hecho extraordinariamente casual de que todo quede en familia). Como Galton no tenía forma de crear copias genéticas de seres humanos, buscó clones naturales, que son los gemelos idénticos, es decir, gemelos monocigóticos. A diferencia de los dicigóticos, que son resultado de la fecundación simultánea de dos óvulos (son gemelos cuyos genes se parecen tanto como los de dos hermanos normales), los monocigóticos se conciben así: hay un coito (esto es, estándar), hay una fecundación (eso también) y (aquí viene la diferencia), al principio del desarrollo, el embrión se divide, se separa y produce dos grupos de células cuyos genes son idénticos, cada uno los cuales crecerá hasta devenir en un bebé distinto pero igual. Tanto los monocigóticos como los dicigóticos son útiles para estimar el porcentaje de heredabilidad de un rasgo, porque, si bien los monocigóticos son teóricamente clones perfectos, los dicigóticos también comparten el 50 % de los genes, todavía más teóricamente (de hecho, este teóricamente debería llevar un par de comillas). Pero, como es evidente, los gemelos más fascinantes, además de los más escasos, son los monocigóticos.
Los monocigóticos son tan parecidos que, incluso en 2009, en Alemania, se levantó la orden de arresto de dos de ellos al no poderse demostrar cuál había sido el autor de un robo de joyas en Berlín dado su extraordinario parecido (ADN incluido). Se ignoró para siempre quién de los dos era Jeckyll y quién Mr. Hyde. Todo se habría resuelto, no obstante, si el gemelo malo hubiera dejado huellas digitales en el escenario. Las huellas digitales se producen cuando nuestra piel se está formando en el vientre de nuestra madre. Entonces es cuando está siendo continuamente sometida a las presiones intrauterinas, al líquido amniótico, a los movimientos y la posición en el útero, a la nutrición, a la presión sanguínea, etc. Como si la piel fuera cemento fresco que se moldea según las influencias externas que reciba. Dado que siempre existirá el elemento aleatorio característico de los procesos vitales, ello sugiere que no habrá dos personas con las mismas huellas dactilares. Ni siquiera las de los hermanos gemelos monocigóticos, aunque tengan el mismo pelo o los mismos ojos. De hecho, ni siquiera físicamente serán idénticos esta clase de clones naturales, porque las leyes de la genética no determinan completamente la apariencia física, que también está a merced del entorno. Por eso también habrá diferencias entre características tales como marcas de nacimiento, lunares, patrones del cabello, el desarrollo de los dientes y huellas digitales. Ya no digamos si alguien os abre la cabeza con una piedra y os deja una cicatriz en la frente para el resto de vuestras vidas.
Tú y yo somos iguales
Francis Galton era un tipo extraño. Extraño y rebelde. A pesar de que este científico victoriano fue antropólogo, geógrafo, explorador, inventor, meteorólogo, estadístico y psicólogo, también llevó a cabo estudios verdaderamente estrambóticos. Por ejemplo, uno de sus trabajos que más polvareda levantó entre sus coetáneos fue el estudio de la eficacia de rezar a Dios. Descubrió que los clérigos tendían a morir antes que los abogados y los médicos, así que, profundamente religioso como era, este hallazgo le causó no poca turbación mezclada con una buena dosis de atrición. Galton también fijó su ojo escrutador y heteróclito en la correcta forma de preparar el té. Para evaluarlo de manera científica, confeccionó un termómetro especial que le permitía controlar constantemente la temperatura del agua dentro de la tetera. Vamos, que Galton podría ser un personaje de la versión decimonónica de Big Bang Theory.
En el campo de la genética, Galton también empezó a hacer sus pinitos en 1869, cuando presentó un libro titulado El genio hereditario: los jueces de Inglaterra entre 1660 y 1865, en el que exploraba cómo se podía heredar la psique humana. Concretamente, y de ahí el título, estudió a un grupo de jueces como epítomes de la inteligencia y el talento, para concluir que, cuanto mayor era la lejanía en el parentesco con el juez, menor era la probabilidad de hallar a otra persona destacable entre sus familiares. En 1874, llevó a cabo un nuevo experimento basado en hermanos gemelos: envió diversos cuestionarios a familias y directores de varios hospitales con objeto de esclarecer qué rasgos eran innatos y podían ser alterados por el ambiente, por las influencias después del ambiente, y cuáles permanecían inalterables desde el primer hasta el último día.
Galton no hizo grandes progresos en su investigación porque carecía de conocimientos en genética molecular. Además, solo recibió respuesta de 94 personas. Pero era un primer paso a fin de averiguar hasta qué punto el libro de la vida se modificaba con el transcurrir de los años. Entre algunas conclusiones, señaló que los hombres que gozaban de posiciones importantes solían ser los hermanos mayores de sus familias. Y que lo innato tenía mayor peso que lo cultural en la conducta humana, así que también acuñaría el término eugenesia (que significa ‘buena génesis’) con el propósito de la sociedad empezara a estimular la procreación de los individuos más capaces y evitar lo que sucede en la película de 2006 Idiocracia (que es justo lo contrario). Más tarde estas ideas sin duda influirían, por diversas carambolas históricas e intelectuales, para que Hitler se viniera demasiado arriba al ritmo de una ópera de Richard Wagner.
Te puedes saltar esta parte si quieres evitarte dolor de cabeza
Para entender en mayor profundidad hasta qué punto este debate resulta estéril, vale la pena entender mejor cómo funcionan los genes. Preparaos para otro salto de complejidad de esos que vuelan cabezas. Vamos a repetir un poco lo anterior, pero con mayor grado de detalle, así que os lo podéis saltar si no estáis verdaderamente motivados y comprometidos y, en fin, tenéis mucho tiempo por delante a partir de ahora mismo.
En el capítulo 1 solo hemos hecho un breve resumen de cómo funcionan, en efecto, pero nos hemos dejado la parte más endiabladamente compleja ahora. Digamos ya rápido: los genes no son las instrucciones que nos configuran. El ADN no es el libro de la vida. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Emo sido engañado? Tranquilidad. El problema de simplificar algo es que tienes que omitir información, y eso no es exactamente mentir, solo es retorcer un poco la realidad para que sea más fácil de imaginar.
Ahora vamos a explicar la realidad de una forma un poco más parecida a como es, sin paños calientes. Coged aire.
Un gen no hace nada en realidad. Es más bien un elemento inútil. Y todavía lo es más si consideramos el camino que debe ejecutar la instrucc...

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