
- 158 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Descripción del libro
La discusión racional a partir de preguntas en comunidades de diálogo constituye una condición necesaria para la formación de una ciudadanía crítica. Las preguntas escogidas en esta introducción a la filosofía para asociarlas a la discusión racional no pueden ser más relevantes: ¿Qué relación se puede establecer entre la teoría de la argumentación, la ética y el derecho? ¿Cómo se determina la razón a la que debe someterse el derecho? ¿Cómo configurar un nuevo orden mundial en el que los derechos humanos constituyan la base del derecho y de la política?
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Información
1
El estudio de los argumentos: diversas perspectivas
El estudio de los argumentos: diversas perspectivas
1. ¿Para qué necesitamos los discursos argumentativos?
Se puede construir un discurso con la finalidad de defender o acusar a un reo ante un tribunal, o de convencer a los miembros de la Cámara de la conveniencia de votar a favor o en contra de una proposición de ley, o de justificar una conducta ante el jefe de estudios, o de presentar como razonable el consejo que le estamos dando a un amigo. Podríamos ofrecer más respuestas a la pregunta con que abrimos este apartado, pero la principal de todas nos la da Platón, un filósofo griego que nació en el año 427 a. C.: necesitamos los buenos discursos para vivir, porque nos proporcionan los placeres que nos hacen deseable nuestra vida como seres humanos. En nuestros días se ha perdido el gusto por la oratoria, el arte de confeccionar buenos y bellos discursos, y por ello es necesario recordar que la palabra (logos) es lo que nos hace humanos, y que el diálogo (dia-logos) bien construido es una de las mayores fuentes de placer, pues nos permite disfrutar del ejercicio de nuestra humanidad. En el siguiente texto, Fedro responde a la pregunta que hace Sócrates sobre si necesitamos escribir y hablar bien.
SÓCRATES: De modo que es claro para todos que esto de escribir discursos no es nada vergonzoso.
FEDRO: ¿Cómo podría serlo?
SÓCRATES: Pero, en cambio, sí es algo malo hablar o escribir incorrectamente, hacerlo con faltas torpes.
FEDRO: Esto está claro.
SÓCRATES: ¿Cuál es, pues, la manera de escribir correcta e incorrectamente? Nos será necesario, Fedro, examinar a Lisias sobre este aspecto y también a algún otro que haya escrito o haya de escribir, tanto si es un escrito político o uno particular, métricamente, como lo hace un poeta, o no métricamente, como lo hace un profano.
FEDRO: ¿Preguntas si tenemos esa necesidad? Y ¿por qué otro motivo se habría de vivir, por decirlo así, sino por mor de placeres semejantes? Pues, sin duda, no será por aquellos otros que exigen sufrir de antemano, so pena de no sentir gozo alguno; lo que precisamente entrañan casi todos los placeres corporales, y ha hecho que con razón se les haya dado el nombre de serviles.
SÓCRATES: Así, pues, tenemos tiempo, al parecer. Y me da la impresión de que las cigarras a la vez que cantan por encima de nuestras cabezas y conversan entre ellas, como suelen hacer en pleno ardor del sol, nos están contemplando. Así que, si nos vieran a nosotros dos, como a la generalidad de los hombres a mediodía, sin conversar, y dando cabezadas, cediendo a su hechizo por pereza mental, se reirían de nosotros con razón, en la idea de que habían llegado a este retiro unos esclavos a echarse la siesta, como corderos, a orilla de la fuente. En cambio, si nos ven conversar y sortearlas, como si fueran las sirenas, insensibles a su embrujo, tal vez nos concederían admiradas el don que por privilegio de los dioses pueden otorgar a los hombres.
FEDRO: ¿Y cuál es ese don que pueden conceder? Pues, según parece, nunca he oído hablar de él.
SÓCRATES: Pues es ciertamente impropio de un hombre amante de las musas el no haber oído hablar de tales cosas. Se dice que estos animalillos fueron antaño hombres de los que hubo antes de que nacieran las musas; y que, al nacer estas y aparecer el canto, quedaron algunos de ellos tan transportados de placer, que cantando, cantando, se descuidaron de comer y de beber, y murieron sin advertirlo. De estos nació después la raza de las cigarras, que recibió como don de las musas el de no necesitar alimento; el de cantar, desde el momento en que nacen hasta que mueren, sin comer ni beber; y el de ir después de su muerte a notificarles cuál de los hombres de este mundo les rinde culto, y a cuál de ellas. Así, pues, a Terpsícore le ponen en conocimiento de los que la honran en las danzas, haciéndolos así más gratos a sus ojos; a Erato le notifican los que la honran en las cuestiones del amor; y hacen lo mismo con las demás, según el tipo de honor de cada una. Pero es a la mayor en edad, Calíope, y a Eurania, que la sigue, a quienes dan noticia de los que pasan su vida entregados a la filosofía, y cultivan el género de música que ellas presiden. Y estas precisamente, por ser entre las musas las que se ocupan del cielo y de los discursos divinos y humanos, son las que emiten la más bella voz. De ahí que por muchas razones debamos hablar en vez de dormir al mediodía.
(PLATÓN: Fedro, 258d-259e)1
2. ¿Se puede convencer sin vencer?
Entendemos la argumentación como un acto de habla mediante el que se pretende justificar ante los demás o ante uno mismo una opinión, una creencia o una acción. Un argumento consta de un conjunto de enunciados (premisas) que se presentan para dar razón de una conclusión. Con mucha frecuencia los seres humanos intentamos imponer nuestras ideas y valoraciones por medio de la violencia, de los gritos, del chantaje, del engaño, del miedo, etc. En la argumentación, sin embargo, buscamos acuerdos comunicativamente logrados y basados en razones, que pretenden tener una validez intersubjetiva siempre abierta a la crítica. Carlos Pereda, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos presenta unas reglas que caracterizan el juego lingüístico de la argumentación:
Argumentar consiste en ofrecer una serie de enunciados para apoyar otro enunciado que plantea ciertas perplejidades, conflictos o, en general, problemas en torno a nuestras creencias teóricas o prácticas: argumentando procuramos resolver muchas dificultades que tienen que ver con nuestras creencias, incluyendo varias decisivas (aunque no todas las dificultades ni todas las decisivas). Para llevar a cabo esta labor, una persona que argumenta no expresa simplemente lo que piensa y lo respalda: quien argumenta busca producir convencimiento, en el sentido más amplio de esta palabra, convencimiento acerca de la verdad de un enunciado, o de su falsedad, o tal vez, de ciertas dudas sobre él. La otra opción básica –al menos, la otra opción directa– para responder a esos problemas que tratamos con argumentos es la imposición, la violencia.
Podemos recoger estas sencillas observaciones en una primera regla:
I. Con respecto a las perplejidades, conflictos y problemas de creencias, piensa que tratarlos con argumentos conforma el modelo para enfrentarse a esas dificultades.
[…] Casi diría, lamentablemente, que quien argumenta no está, por el solo hecho de argumentar, dando la espalda a la violencia, hay también una «violencia interna» a la argumentación: no pocas veces se desarrollan «argumentaciones violentas», argumentaciones en las que, falsificando argumentos (usando la palabra falsificar en un sentido similar a cuando decimos que se falsifican pinturas o muebles antiguos), se «violentan» –se producen de manera violenta– los convencimientos. Por eso al comenzar a argumentar despedimos la violencia no argumental, la violencia en «estado bruto», pero no despedimos aquella violencia que no se encuentra fuera de los debates, sino en su interior, conformándolos, dirigiéndolos. De ahí la necesidad de conformar la regla anterior con otras reglas; una muy general como la siguiente:
II. Ten cuidado con las palabras.
Y otra mucho más particular, más específica, pero no menos decisiva:
III. Evita los vértigos argumentales.
[…] A su vez, la regla III previene en contra de esos vicios epistémicos, de esos procesos de violencia interna que llamo «vértigos argumentales»: se sucumbe a un vértigo argumental cuando quien argumenta constantemente prolonga, conforma e inmuniza el punto de vista ya adoptado en la discusión, sin preocuparse de las posibles opciones a ese punto de vista y hasta prohibiéndolas, y todo ello de manera, en general, no intencional […]
IV. Atiende que tus argumentos no sucumban a la tentación de la certeza o a la tentación de la ignorancia, pero tampoco a la tentación de poder o a la tentación de la impotencia.
Sucumbir a una de estas tentaciones arruina el argüir, más todavía, no permite siquiera que comience: quien dispone de un saber inmune a la duda y quien cree que, literalmente, ni sabe ni se puede saber nada, no necesita de argumentos […] Por el contrario, orientarse dejándose guiar por el ir y venir de los argumentos implica confiar en que se posee cierto grado de autonomía, alguna capacidad de decisión y apuesta al poder de los buenos argumentos para afrontar perplejidades, conflictos, problemas […]
(C. PEREDA: Vértigos argumentales,
Barcelona, Anthropos, 1994, pp. 7-10)
Barcelona, Anthropos, 1994, pp. 7-10)
3. ¿Pero también existen ciencias que se ocupan de los argumentos?
La lógica es la rama de la filosofía que tiene por objeto el estudio de las reglas que hacen que un argumento sea válido, aceptable o correcto. Esta disciplina no se ocupa tanto de la verdad o falsedad de los distintos enunciados que componen un argumento, lo que corresponde establecer más bien a otro tipo de ciencias, como de la relación de implicación o de inferencia que se da entre las premisas y la conclusión de un argumento. Pero esta relación puede ser de dos clases, como se ejemplifica en los dos textos siguientes (3.1 y 3.2):
3.1 Cuando la conclusión se sigue necesariamente de las premisas
No podemos sostener el sistema liberal de libre mercado y, simultáneamente, seguir tolerando la presencia de miles de millones de personas superfluas […] La única forma de garantizar la felicidad y el bienestar de la inmensa mayoría es que la población total de habitantes de la Tierra sea proporcionalmente más pequeña. Esta opción puede parecer dura, pero es la que imponen tanto la razón como la compasión. Si queremos preservar el sistema liberal –la propia premisa de nuestro encargo–, no hay alternativa.
(S. GEORG: Informe Lugano,
Barcelona, Encuentro, 2001, pp. 83 y ss.)
Barcelona, Encuentro, 2001, pp. 83 y ss.)
3.2 Pero la racionalidad humana también se adentra en el terreno de lo probable y verosímil
Obsérvese cómo infiere Guillermo de Baskerville, el protagonista de la novela de Umberto Eco El nombre la rosa, al llegar por primera vez a la abadía, que lo que el monje iba buscando era un caballo, que este había tomado el sendero de la derecha y que no podría ir muy lejos porque al llegar al estercolero tendría que pararse:
Mi querido Adso –dijo el maestro–, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla como por medio de un gran libro en la encrucijada… Sobre la nieve aún fresca, estaban marcadas con mucha claridad las improntas de los cascos de un caballo que apuntaban hacia el sendero situado a nuestra izquierda. Esos signos, separados por distancias bastantes grandes y regulares, decían que los cascos eran pequeños y redondos, y el galope muy regular. De ahí deduje que se trataba de un caballo… Una de las matas de zarzamora, situada donde el animal debe de haber girado, meneando altivamente la hermosa cola, para tomar el sendero de su derecha, aún conservaba entre las espinas algunas crines largas y muy negras… Por último, no me negarás que esa senda lleva al estercolero, porque al subir por la curva inferior hemos visto el chorro de detritos que caía a pico justo debajo del torreón oriental, ensuciando la nieve, y desde la disposición de la encrucijada, la senda solo podía ir en aquella dirección.
(U. ECO: El nombre de la rosa,
Barcelona, Ed. Lumen, p. 32).
Barcelona, Ed. Lumen, p. 32).
El texto 3.1 está sacado de un libro fundamental para entender críticamente el mundo globalizado que nos ha tocado vivir. Su autora, Susan Georg, es filósofa y politóloga. El argumento del texto parte de una premisa («No podemos sostener el sistema liberal de libre mercado y, simultáneamente, seguir tolerando la presencia de miles de millones de personas superfluas»), de la cual se sigue una conclusión («Si queremos sostener el sistema de libre mercado, entonces no podemos mantener la superpoblación mundial»). Pero lo característico de este argumento es que la conclusión se deduce necesariamente de la premisa, es decir, si la premisa es verdadera, entonces la conclusión no puede ser falsa, es decir, necesariamente ha de ser verdadera. En este tipo de argumentos decimos que se da una relación de implicación lógica entre las premisas y la conclusión, o sea, que las primeras implican lógicamente la segunda. Esta relación se da exclusivamente en virtud de la forma del argumento y no del contenido de los enunciados que lo componen. Volvamos ahora a nuestro ejemplo y utilicemos algunos símbolos:
«el sistema de libre mercado se mantiene» = p
«la superpoblación mundial se mantiene» = q
«la superpoblación mundial se mantiene» = q
La forma del argumento de 3.1 es:
no (p y q); por lo tanto, si p entonces no q: ¬(p ∧ q);
por lo tanto, p → ¬q
por lo tanto, p → ¬q
Todo argumento que tenga esta forma será lógicamente válido, independientemente del valor de verdad de los enunciados de los que conste. Estos argumentos se caracterizan también porque la afirmación de sus premisas y la negación de su conclusión producen una contradicción lógica. La lógica formal es la disciplina que tradicionalmente se ha ocupado del estudio de los argumentos considerados como estructuras formales abstractas de deducción.
Consideremos el texto 3.2. En este razonamiento, la conclusión no se deduce necesariamente de las premisas y, sin embargo, la inferencia que lleva a cabo Guillermo de Baskerville es muy plausible. Inferencias de este tipo está haciendo continuamente el médico cuando, a partir de unas observaciones –análisis, síntomas, radiografías, etc.–infiere que su paciente tiene una determinada enfermedad. No se trata en este caso de una inferencia lógica; de hecho, otro médico con los mismos datos podría llegar a conclusiones distintas. Para valorar este argumento es necesario juzgar si las razones que se presentan son buenas, y para ello hay que tener en cuenta la verdad o falsedad de las premisas, el contexto de habla, las intenciones comunicativas del hablante, en una palabra, la dimensión pragmática del lenguaje. La lógica formal no nos puede ayudar a evaluar este argumento, ya que su forma es irrelevante para saber si la conclusión es una consecuencia de las premisas. Será la lógica informal la que se ocupe de determinar la corrección o aceptabilidad de los argumentos, entendidos estos como ejemplares lingüísticos concretos resultantes de uno...
Índice
- Cubierta
- Anteportada
- Portada
- Página de derechos de autor
- Índice
- Preámbulo. Argumentos, un curso introductorio a la filosofía
- Introducción. ¿Cómo se puede justificar una opinión o una acción?
- 1. El estudio de los argumentos: diversas perspectivas
- 2. Estructura de los argumentos: aproximación lógico-dialéctica
- 3. Esquemas argumentativos
- 4. Propuestas para la acción
- 5. Propuesta de actividades
- 6. Bibliografía: para seguir leyendo