La fotografía se aparea con la mirada
Sábado, 1 de septiembre, 8 h
Apenas ha dormido cuatro horas Carmen Puerto —asaltada de nuevo por una desagradable pesadilla y excitada por todas las anotaciones y búsquedas que realizó sobre la desaparición de Ana Casaño y Sandra Peinado—. La temperatura tampoco ha contribuido; a pesar de la hora —ocho de la mañana—, ya hace calor. Ese calor que se mastica cuando ya lleva demasiado tiempo instalado.
Se da una ducha rápida —ya abordará la rutina diaria más adelante—, un capuchino ardiente y vuelve a tomar asiento frente a la enorme pantalla de plasma a la que tiene conectado su portátil, en el salón. Le dedica un escueto saludo a Karen, impasible y siempre sonriente dentro de su marco.
Aunque le es desagradable este primer cigarrillo, fuma Carmen Puerto envuelta en una densa y blanca nube de humo. Ayudándose de su ordenador portátil, proyecta en la pantalla imágenes del río Guadiana a su paso por Ayamonte, en la inminente desembocadura en el Atlántico. Le gusta, desde la más absoluta incomprensión, el puente que separa España de Portugal, su estructura simple y desafiante al mismo tiempo, sus afiladas rectas… Puede ver varios barcos junto a los pilares que se cuelan en el Guadiana; parecen pescar. Cuando era niña le gustaba ver cómo su padre y amigos pescaban en el Guadalquivir a su paso por Córdoba, junto a la noria que por suerte restauraron muchos años después.
—Mi padre era un pescador de primera —le dice Carmen Puerto, sin girarse, a la Karen inamovible que se encuentra a su espalda, en la pared.
No le cuesta trabajo encontrar imágenes del ferri que, aún hoy, y a pesar del puente, sigue realizando el trayecto entre Ayamonte y Vila Real de San Antonio, en Portugal. Comprueba, mediante una aplicación adquirida en la Deep Web, si en los barcos o en las taquillas existen cámaras de seguridad. Hay una, en el puerto de Vila Real, que ofrece una imagen difusa, descolorida, en la que apenas se distinguen las siluetas.
Según ha trascendido en las últimas horas, aún sin confirmación oficial, las dos chicas se embarcaron en el ferri que Carmen Puerto ahora contempla. El diario El Mundo, en la edición digital que han renovado hace escasos minutos, publica que «el 26 de agosto, Sandra Peinado y Ana Casaño, a las seis de la tarde, tomaron el ferri que separa Ayamonte de Vila Real de San Antonio. Dos horas después, a las ocho, tomaron de nuevo el ferri para realizar el mismo trayecto en sentido inverso».
—¿Qué coño irían a hacer? —se pregunta Carmen Puerto. Y su cabeza reproduce imágenes del pasado, cuando familias enteras cruzaban la frontera en los ferris para comprar mantelerías, toallas, sábanas, cuberterías y demás accesorios del hogar en la localidad costera portuguesa. Recuerdos e imágenes con las que no puede relacionar a las dos chicas desaparecidas.
Puede verse Carmen Puerto junto al 124 de su padre, y puede ver a su madre y a su hermana cogidas de la mano. Puede ver, asimismo, en un repentino salto emocional y temporal, a Sandra y Ana asomadas a la barandilla, fotografiándose con descaro, sacan la lengua, el aire les mueve el pelo como en un anuncio de champú.
—Tuvieron que traer algo de vuelta —dice en voz alta Carmen, al mismo tiempo que escribe la frase en su libreta de pastas verdes.
Un hecho que no tendría ninguna importancia ni trascendencia, tal y como sucede con los millares de personas que toman ese ferri mensualmente —el cual tuvo una afluencia masiva hasta que se construyó el puente que une España con Portugal, sobre el Guadiana—, de no ser porque fue la primera vez que las chicas lo hacían en todos los años que llevan veraneando en Ayamonte. «No, nunca lo habían hecho. Nunca lo habían hecho con nosotros. No lo hicimos nunca con ellas», señala la información del diario El Mundo que los padres han coincidido en afirmar que nunca hicieron ese trayecto, en el ferri, con sus hijas, y de ahí la extrañeza de que lo hubieran realizado tan recientemente. «Se pusieron en la parte delantera y no dejaron de hacerse fotografías con los móviles. Iban solas, nadie las acompañaba, según relatan algunos testigos», se puede leer en el diario. Fotografías que, a pesar de la casi febril actividad de las chicas en las redes sociales, especialmente por parte de Ana, no acabaron expuestas en ninguno de sus perfiles. A estas alturas ya se conoce Carmen, casi de memoria, el historial de las redes sociales de las dos chicas.
Pedro Ginés escribe en su cuenta de Twitter: «¿Qué hicieron #SandraYAna durante dos horas en Portugal? En breve ofreceremos el testimonio de un testigo que lo sabe. #ChicasDesaparecidas #TodaLaVerdad».
—Faltaría más.
Las imágenes que considera más destacadas, por los más diferentes motivos, las ha impreso Carmen y las ha colocado sobre la mesa del comedor, siguiendo un extraño orden que solo tiene lógica en su propia cabeza.
Lee Carmen Puerto en un medio de comunicación digital: «La Guardia Civil está trabajando en varias hipótesis, más allá de la relación de Alfonso Peinado con el caso de los másteres falsos que está azotando a la clase política española. De hecho, se tiene constancia de que un coche ocupado por “al menos dos hombres” abordó a Sandra y Ana poco después de las dos de la noche, cuando regresaban a casa».
—¿Pero de dónde coño puede esta gentuza sacar esta información, de dónde, coño, de dónde? Es que no dan una a derechas, como lo de la Guardia Civil, qué Guarda Civil ni qué cojones —reniega Carmen Puerto.
Mira el reloj de la pantalla del ordenador, 8:37 h, calcula los minutos que restan para que Jesús abra la peluquería, en el piso inferior. Como todos los días, salvo los domingos, unos minutos antes de las nueve de la mañana, previsora, Carmen Puerto se conectará a la cámara del portero electrónico y contemplará la llegada de Jesús.
Apura Carmen el tiempo que le resta y sigue examinando las informaciones que le ofrecen los rotativos en sus ediciones de hoy, sábado. En El País, una conocida columnista subraya el intento de la familia Peinado —a pesar de su presencia mediática como consecuencia del escándalo en el que supuestamente está implicado el padre— por mantenerse lejos de los medios de comunicación. Una actitud que se diferencia mucho de la ofrecida por la familia Casaño, especialmente por parte de Elena Suárez, la madre de Ana, que «ha abierto de par en par las ventanas de su intimidad», según cita la periodista en su artículo, lo que ha propiciado que hayan alcanzado en las últimas horas un repentino e inesperado protagonismo.
Todos los medios, en sus ediciones digitales, anuncian que se ha convocado para el día de hoy, 1 de agosto, una concentración en la plaza de la Laguna, en Ayamonte, a las doce del mediodía, frente al ayuntamiento de la localidad. Aún sin confirmar, los periódicos vaticinan que asistirán los padres a este acto, que pronostican ya como multitudinario. Activa Carmen una alerta en su iPhone, «poner tele a las 11:55 h»; por experiencia sabe que en este tipo de conmemoraciones se descubren gestos o comportamientos que pueden llegar a ser fundamentales en la resolución de un caso o a la hora de elaborar una hipótesis. El control de las emociones, su exceso o una manifiesta y exagerada sobreactuación, en determinadas ocasiones desvelan la verdadera personalidad de los protagonistas. Así le sucedió a Carmen cuando pudo contemplar a Ana Julia Quezada en la televisión, junto a quien entonces era su pareja, el padre del niño almeriense Gabriel Cruz. Nada más verla, en esa representación tan impostada como innecesaria, Carmen tuvo muy claro que se trataba de la culpable.
Restan seis minutos para las nueve de la mañana, Carmen Puerto conecta la cámara de la puerta de la calle a la pantalla de plasma. En primer plano, como siempre, el naranjo que hay justo enfrente. Bajo el árbol, en esta ocasión, no hay ningún vehículo aparcado.
—Cómo se nota que la gente sigue de vacaciones —deduce Carmen en voz alta. Comienza a liarse un cigarrillo.
Mientras espera, selecciona una canción de Viva Suecia —un grupo murciano que ha descubierto recientemente— titulada Todo lo que importa. La escucha a considerable volumen, mientras fuma. Provoca, así, un instante de evasión.
Pasa un minuto de las nueve cuando aparece Jesús en la pantalla. A pesar de lo ocurrido tres años antes, poder ver esta imagen todos los días le sigue reportando seguridad, estabilidad, tranquilidad… Se siente a salvo, y menos sola de lo que realmente está.
Tras la resolución del caso conocido como el Amante Ácido — tal y como lo bautizó el periodista Pedro Ginés, y el cual propició que tuviera lugar el breve pero intenso encuentro con Jesús Fernández, el hombre que regenta la peluquería de la planta inferior a su vivienda y que hoy le sirve de nexo de unión con el exterior—, Carmen Puerto tuvo la tentación —o tal vez fue más que eso; mejor hablemos de un plan, de absoluto convencimiento— de cambiar de domicilio; cambiar de ciudad, incluso.
Y no fue porque sintiera que Jesús contaminaba su intimidad durante las horas que compartieron, tampoco porque le hubiera desvelado su existencia a su amigo Gabriel antes de ser asesinado. El miedo fue el único motivo. Carmen sintió que una grieta se abría paso en su burbuja de cristal, y que avanzaba irremediablemente, dejándola al descubierto. Indefensa. Sola e indefensa. Más débil, de lo que nunca habría llegado a poder imaginar. Miedo: un socavón que la conducía a la angustia, al terror, a la obsesión que tan bien conoce y padece.
Miedo hasta el extremo de que todos los fantasmas que la dominaron durante el caso de Marcia —la chica ecuatoriana asesinada en Málaga, en 2012— volvieron a aparecer, como si nunca se hubieran ido. Como si siempre hubieran estado dentro de ella. De nuevo, tras varios días de no responder a las llamadas, en los que perdió la noción del tiempo y de la realidad, Jefe acudió en su ayuda. Una vez más. Ante su innegociable negativa, sedada e inconsciente, Carmen Puerto ingresó en una clínica psiquiátrica de la Costa del Sol, en la localidad malagueña de Estepona. Tres meses de ingreso, de tratamiento intensivo en una zona de aislamiento, y otros seis de recuperación en otro módulo, antes de regresar a su guarida de Sevilla, en la que lleva escondida los últimos nueve años.
Carmen Puerto se inventó una excusa para no cambiar de domicilio, para seguir estando junto a Jesús, junto a su peluquería de caballeros, en Sevilla, en el barrio de Nervión, cerca de la antigua fábrica de cerveza Cruzcampo. Y la excusa que se inventó, pero que nunca se llegó a creer, consistía en considerar que no hacer nada era la mejor estrategia, que nadie la buscaría donde ya había estado o donde ella creía que suponían que estaba.
—Debería irme para siempre, buscar otro lugar en el que vivir, pero he decidido seguir aquí —le dijo Carmen Puerto a Jesús nada más atender su llamada. Él estaba emocionado y contento al mismo tiempo, después de varios meses sin saber nada de...