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Descripción del libro
En plena Reconquista, una joven toledana debe tomar las riendas de su familia ante la adversidad, en un mundo dominado por hombres, desarrollando una excelente labor traductora en el momento en que los reyes Fernando III y Alfonso X pretenden asentar las bases del castellano, relevando al latín como lengua de transmisión del conocimiento. El Toledo de las tres culturas se despliega como escenario único entre las líneas de esta fascinante novela.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Ficción históricaVII
La familia Al-Husainy llevaba varios siglos instalada en Toledo. Formaba una dinastía de comerciantes de origen humilde, pero sumamente emprendedores y trabajadores, por lo que su infatigable esfuerzo y dedicación prosperó exponencialmente generación tras generación.
Amin Al-Husainy, el patriarca actual, gestionaba un imperio heredado de sus ancestros, que él mismo iba incrementando. El negocio surgió de un pequeño grupo de inversores, vinculados entre sí por lazos de parentesco, entre los que figuraba Abdekader Al-Husainy, que llevaba las riendas, una vez designado por sus socios. Así pues, gracias a las aportaciones económicas iniciales y a los préstamos concedidos en Bagdad, tales redes familiares se convirtieron en redes comerciales cada vez más pretenciosas y acertadas. Desde los cítricos traídos de China, hasta el algodón, el mango o el arroz de la India, distribuían por el mundo conocido difundiéndolos por doquier. La visión comercial de los Al-Husainy permitió incluso adaptar algunos productos y la implantación de técnicas agrarias en al-Ándalus.
Con el paso del tiempo el negocio quedó firmemente afianzado y Amin Al-Husainy lo gestionaba desde Toledo, donde entre otros productos, se especializó en la confección del papel cuya fórmula secreta de la dinastía china Han logró mejorar con el uso de la corteza de la morera y el almidón.
Como consecuencia de su actividad comercial, el carácter de Amin era sumamente frío y calculador. Supervisaba todas las transacciones, controlaba escrupulosamente el pago de impuestos del tráfico de mercancías, que posteriormente incrementaba el precio final de los productos, pero que aun así engrosaba con creces su fortuna. Ante tan ingente imperio se veía en la necesidad de instruir a un sucesor capaz de dirigirlo, por lo que escogió, de entre todos sus hijos, engendrados por dos esposas, al primogénito, Faisal, un joven prometedor, descendiente de su primera y principal mujer, Zurah.
Faisal llevaba en la sangre las aptitudes comerciales de su padre, con quien colaboraba sin descanso. Sin embargo, heredó el corazón caritativo de su madre hacia los más desfavorecidos, siendo consciente de que la desgracia se ensañaba especialmente donde abundaba la miseria y la enfermedad. Desde pequeño había demostrado interés por el estudio. Sus preceptores felicitaban a Amin por la inteligencia y el interés que manifestaba su hijo, especialmente en anatomía, apreciando en él una vocación de servicio a los demás como futuro médico. Sin embargo, él apenas sopesaba las inclinaciones del primogénito, destinado desde su nacimiento a dirigir el negocio familiar.
Convencido de que su destino era la medicina y tras reflexionar concienzudamente, el muchacho se decidió a hablar con su padre.
—Padre, necesito hablarle de la ampliación de mis estudios —dijo Faisal con voz firme.
—¿Acaso no te instruyen sobradamente tus preceptores? —cuestionó un tanto ofuscado—. Tienes a tu disposición a los mejores de al-Ándalus y yo compruebo a diario que tu colaboración en nuestros asuntos comerciales resulta muy acertada —concluyó el progenitor.
—Es cierto. Yo me siento cada día más seguro y preparado para gestionar el negocio; usted es mi mejor maestro —intentó contentarle el hijo—. Pero siento que necesito ayudar a los demás —afirmó el joven, con seguridad a pesar de su edad, de su rostro aún imberbe.
Amin se sentó en su sillón de trabajo e invitó a su hijo a hacer lo mismo en el asiento de enfrente.
—En compensación a tu madurez, escucharé lo que tienes que decirme —concluyó.
—Padre —comenzó Faisal— solo le pido que me escuche hasta que le exponga todo lo que necesito decirle y que, si tiene dudas respecto a mi planteamiento, antes de negarse, madure mi propuesta.
—Tienes mi palabra —aseguró.
—En primer lugar, quiero que sepa que, si usted me considera apto, yo dirigiré los negocios implicándome al máximo para que nuestra empresa siga prosperando, pero necesito que me permita algo fundamental para mi crecimiento personal: quiero estudiar medicina.
Amin se sobresaltó de inmediato, pero era una persona de palabra y permaneció en silencio.
—Existe en Fez una madrasa9 donde puedo aprender la ciencia médica y, desde mi ingreso, comenzar a atender enfermos, empezando por cuidados muy básicos hasta que alcance los conocimientos y aptitudes para la práctica médica y quirúrgica.
Ante un mohín de desagrado del patriarca, el joven se adelantó.
—Podría al mismo tiempo ocuparme de supervisar sus transacciones mercantiles en la zona de Mauritania, para reforzar mis conocimientos comerciales.
El muchacho hizo una pausa para tomar aliento, tras comprobar que su padre también necesitaba un respiro. Cogió fuerzas y continuó:
—Es mi vocación. Le aseguro que no le defraudaré —continuó con seguridad y aplomo—. A mi regreso seguiré trabajando en el negocio familiar y en mis ratos libres atendería desinteresadamente a quienes lo necesitaran. Yo sé que le debo obediencia y gratitud a usted, pero mi felicidad está en sus manos y creo que estoy demostrando sobradamente mi capacidad de trabajo —enfatizó con voz firme.
Amin se levantó, cruzó sus manos a la espalda y con la cabeza alta empezó a pasear por la estancia, sorprendido por la determinación de su hijo.
—¿Dónde dices que está la madrasa a la que quieres acudir? ¿Quién la dirige? ¿Tiene prestigio? ¿Cuánto tiempo permanecerías fuera? —lanzó tales cuestiones al aire como veloces saetas.
—Padre, le estoy hablando de la madrasa de Al Qarawiyyin, en el corazón de la ciudad de Fez, fundada en el año 859 por la familia Al-Fihri —concluyó Faisal—. Allí se formó el filósofo y médico cordobés Averroes.
—¿Quién es esa familia Al-Fihri? ¿De dónde proceden? —continuó asaeteando a preguntas al joven.
—La familia Al-Fihri eran comerciantes, como nosotros —arguyó Faisal intentando congraciarse con su padre—. Oriundos de Túnez, se trasladaron a Fez, donde emplearon su fortuna en construir la escuela y una mezquita —concluyó sin dar más detalles.
Un tanto receloso, Amin indagó:
—Pero si se dedicaban al comercio, ¿cómo es que han creado un centro de estudios?
—A la muerte de Muhammad Al- Fihri, sus descendientes han invertido la herencia en educación, pues su padre insistía en que es el bien más valioso para el ser humano, tanto para el hombre como para la mujer.
—¿La mujer? ¿Qué tiene que ver aquí la mujer? —levantó la voz el patriarca—. El conocimiento y los negocios resultan campos exclusivos de los hombres. Deja a las mujeres en la casa; ese es su sitio —sentenció Amin.
—Precisamente las dos hijas de Muhammad, Fátima y Mariam, han creado la madrasa, la mezquita e incluso una biblioteca como respuesta a las doctrinas de su padre —apostilló el hijo dejando al padre asombrado.
Faisal cogió aliento y comenzó su perorata:
—La sapiencia no distingue entre varones o hembras, padre. La erudición puede llegar a cualquier mente de naturaleza astuta que la cultive y que persevere en ella. Tome como ejemplo a estas dos emprendedoras y a otras tantas anónimas que han servido y seguirán sirviendo al prójimo en el más absoluto anonimato. Una mujer cultivada procede con cautela, reflexiona juiciosamente y actúa en consecuencia. Algún día la erudición femenina se podrá comparar a la masculina y quién sabe si incluso superarla —auguró el aspirante a médico.
Tal discurso frenó el impulso paterno de negarse en redondo a la propuesta. Los argumentos de Faisal parecían razonables, aunque desajustados a la sociedad en la que vivían, demasiado revolucionarios para el siglo XIII, pero no era la primera vez que oía hablar de féminas preclaras que habían realizado importantes empresas en diversas áreas del saber. Así pues, consideró oportuno meditar su respuesta ante tan enérgica defensa.
Pocos días después Faisal y su preceptor más experimentado iniciaron el viaje hacia Fez, formando parte de una caravana cuyas carretas rebosaban de mercancías; la carreta de Faisal, de entusiasmo.
Fundada por el rey Idris I, descendiente del Profeta, a Fez, llamada durante un tiempo Hispania Nova en el siglo IX, llegó una numerosa población cordobesa y tunecina como resultado de distintas revueltas en sus lugares de origen, lo que contribuyó al carácter árabe de la localidad, que también contaba con un barrio judío. La mescolanza de culturas propició un rápido desarrollo religioso político, cultural. Pocos años antes de la llegada del primogénito Al-Husainy se consideraba la ciudad más grande del mundo.
En una de las calles laberínticas se instaló el joven Faisal con su preceptor. Una vez concedido el permiso para que realizara los estudios de medicina, Amin Al-Husainy utilizó sus contactos comerciales de mayor confianza para que su hijo dispusiera de todo lo necesario en el extranjero; le proporcionó unas amplias dependencias cercanas a la madrasa, donde s...
Índice
- DRAMATIS PERSONAE
- I
- II
- III
- IV
- V
- VI
- VII
- VIII
- IX
- X
- XI
- XII
- NOTAS DE LA AUTORA
- AGRADECIMIENTOS