El último sueño del rey
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El último sueño del rey

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El último sueño del rey

Descripción del libro

Otoño de 1758. Fernando VI camina hacia la locura alojado en el viejo pabellón de caza de Villaviciosa de Odón tras la muerte de Bárbara de Braganza. La reina ha fallecido en Aranjuez después de una interminable agonía que ha agotado las fuerzas del rey en el peor momento posible. Francia e Inglaterra libran la Guerra de los Siete Años y presionan a Madrid para que tome partido, aunque por razones muy distintas: París quiere la entrada de España; Londres, evitarla. Mientras, Ricardo Wall, el hombre fuerte del Gobierno, trata de mantener la paz en medio de las intrigas de Isabel de Farnesio, que busca la abdicación de Fernando en su hermanastro Carlos, rey de Nápoles, y de los espías que tienen a las cortes europeas pendientes del desenlace…Ambientada en un periodo poco conocido de la historia de España, "El último sueño del rey" es una novela que se lee con los sentidos. Bocero de la Rosa dibuja con mano maestra el perfil de un hombre que no estaba destinado a reinar y que hereda la enfermedad de su padre, así como el de un ministro incansable y astuto que trata de mantener el control de la situación, mientras sortea las presiones de la madrastra del rey y madre del futuro Carlos III, y de franceses e ingleses que se enfrentan en la primera gran guerra de la Historia. Ambos, ante un destino incierto y complejo.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788418578090
Categoría
Literatura
XI
«Un lugar donde nunca haya estado con la reina»
Concierto para Oboe en F mayor BWV 1053: II Siciliano.
Johan Sebastián Bach.
Estamos en los últimos días de agosto y el calor es insoportable. El verano está siendo demasiado largo. Las fiebres tercianas, siempre presentes, no dejan de atacar a gran parte de los habitantes de Palacio y las boticas no dan abasto. Aranjuez es así, entre lo sublime de su escenario y lo odioso de sus insectos, esas moscas y mosquitos que traen todo tipo de fiebres.
Todos esperan el momento de la muerte de la reina, pero no acaba de llegar. Bárbara ha perdido ya la conciencia, invadida por la hidropesía, la lengua renegrida y la respiración escandalosa a ratos y trastocada continuamente. Los tumores han deformado su cuerpo de forma grotesca y terrible, pero sigue viviendo. Su fortaleza es inexplicable.
Mientras, Wall, Alba y Béjar planean sacar al rey de Aranjuez de inmediato tras la el fallecimiento. Primero, intentarán evitar que vea el cadáver. Cuando la reina se quedó sin conocimiento se llevó una fuerte impresión y desde entonces no ha vuelto a visitarla. Segundo, lo llevarán a algún lugar donde no haya estado con ella y evite los recuerdos vividos. Y tercero, tratarán de reanimarlo con una de sus pasiones, la caza. Ejercicio para mantenerlo ocupado.
Serán Wall y Alba quienes se ocupen del entierro, que debe ser el funeral de una reina, por supuesto, pero también rápido, dadas las circunstancias.
Isabel de Farnesio se ha ofrecido a que el rey se instale en su casa, en el Palacio de la Granja. Allí podrá encontrar el descanso y el ánimo que necesita. El aire limpio y esa caza imprescindible calmarán y recuperarán a Fernando, dice. Agradeciendo su disposición, «que demuestra el profundo amor de una madre por su hijo», se le responde que se consultará a los médicos que atienden a Su Majestad qué es lo que pueda ser más conveniente para su espíritu.
No ha habido contestación.
Wall y Alba pasean por los jardines de palacio mientras cae la tarde. Caminan despacio, vestidos con elegancia, como si fuesen a una importante celebración. Ambos han decidido no perder el buen aspecto a pesar de las circunstancias. Precisamente por ellas y para mostrar una serenidad que saben indispensable.
Tras las apariencias el ministro está seriamente
preocupado y, sobre todo, muy cansado. Lleva cuatro largos años batallando en el cargo y la sombra del marqués de Ensenada continúa siendo muy alargada. Zenón era, entre otras muchas cosas más, el sostén de los reyes, quien siempre se anticipaba a cumplir los deseos de Fernando y Bárbara.
No tiene más remedio que reconocerlo porque su honorabilidad está por encima de su despecho. Hizo todo lo posible para que cayera, sí, pero eso es una cosa y otra es que hubiera sabido organizar aquí la vida del rey de otra manera.
Alba también coincide con Ricardo Wall pero se guarda mucho de confesárselo a su interlocutor. Es un «grande de España» que no se va a rebajar a reconocer la innata superioridad de nadie, estaría por ver incluso la del rey si hiciera falta, así que mucho menos la de un noble de «segunda», Ensenada, un hidalgo con demasiadas aspiraciones que gobernó siete años esta nación por encima de todos nosotros. No era de nuestra clase ni de nuestro «colegio».
Pero ambos sí que han estado de acuerdo en una cosa: en aceptar la presencia de Farinelli en Aranjuez para acompañar la agonía de la reina y tratar de distraer al rey. El músico italiano es inofensivo para Alba, no así para Wall que no lo traga ni en pintura, pero ha sido una propuesta de los propios médicos, en especial de Piquer, así que aquí está de nuevo en Aranjuez.
Y Wall y Alba hablan del último hombre al que llamar «por pura misericordia y sin que creáis que os hablo de otra cosa que no sea pura misericordia», como ha dicho Carlo en conversación con el duque que, por motivos muy distintos, es inaceptable para ambos. Se trata de Francisco Rávago, el último jesuita del confesionario real, una figura sin la cual no se entienden muchas de las cosas que han pasado estos años en España.
Junto a Ensenada y Farinelli, Rávago ha sido el otro pilar del reinado de Fernando y Bárbara. Quizá, el más poderoso de los hombres cercanos a Fernando, pero hace ya tres años que cayó en desgracia, uno después que el marqués, y con él, la Compañía de Jesús, perseguida ya en Portugal y Francia y atenazada también en España por los conflictos en el Paraguay, de donde llegó el bulo mal intencionado de que los jesuitas querían independizarse de la corona española para fundar un reino propio.
Rávago, hombre complejo y ambiguo, siempre equilibró las relaciones de poder en la Corte, por encima de Ensenada y Carvajal. Gozando de la confianza de los reyes, y especialmente de la reina, el jesuita intervino en asuntos políticos de suma importancia como la firma del concordato con Roma, y su influencia creció en paralelo a sus enemigos, religiosos muchos de ellos y celosos por lo que consideraban un poder excesivo de la Compañía de Jesús al que había que poner fin.
La paradoja estaba en que también muchos jesuitas criticaban su poder «de confesionario», sobre todo los de las Américas, porque no siendo a menudo asuntos de religión los que trataba el confesor, vaticinaban que acabaría siendo perjudicial para ellos. No había que confundir las cosas de los hombres, por muy reyes que fuesen, con las de Dios.
Una visión «cómoda y demasiado lejana de la realidad europea», respondía Rávago.
Destituido, pero mantenido en sus emolumentos y dignidades, la figura de Rávago sigue revoloteando en este final de Aranjuez, junto a la de Farinelli y Ensenada, como los rescoldos de una época luminosa que se extingue sin remedio.
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Índice

  1. I ¿Acaso la melancolía no es también una forma de locura?
  2. II «Buscar la verdad en los hechos y huir de la mentira de las palabras»
  3. III No me quejo. Solo batallo en silencio y con discreción
  4. V «La belleza siempre estará donde cada uno quiera verla»
  5. VI «Solo soy un mensajero sin más partido que el de mi rey»
  6. XI «Un lugar donde nunca haya estado con la reina»
  7. Epílogo
  8. Listado musical
  9. Apuntes bibliográficos