El rey ahogado
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El rey ahogado

El motín contra Carlos III

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El rey ahogado

El motín contra Carlos III

Descripción del libro

Durante la Semana Santa de 1766 en Madrid se produce el «Motín contra Esquilache» aunque realmente iba dirigido contra el rey Carlos III, viéndose el monarca obligado a desterrar al odiado ministro y a aceptar entre otras exigencias populares la bajada del precio del pan. Los tumultos culminan el 1 de abril de 1767 con la expulsión de España e Indias de casi cinco mil jesuitas, acusados de ser los auténticos promotores del motín.Antonio Valladares de Sotomayor, escritor y periodista, lleva a cabo una trepidante investigación, ayudado por Jérôme Chevalier, policía francés, para descubrir a los asesinos y torturadores de su cuñado Lope, destacado líder popular, y de Lucien Delon, espía francés, amigo suyo.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788418578175
Categoría
Literatura
1. El Bando
Llamada a la sublevación
12 de marzo de 1766
A la tímida luz de los faroles de la Puerta de Segovia, se vislumbraron dos sombras que se movían con rapidez y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Los guardias de servicio se mantenían dentro de su cuartucho, al resguardo del frío intenso que esa madrugada cubría el suelo con una fina capa de rocío. En ese momento, el oficial al mando del cuerpo de guardia acababa su ronda, pero no observó nada extraño. No se podía imaginar que al día siguiente iba a ser arrestado y su brillante hoja de servicios quedaría manchada para siempre por no haber evitado que justo en sus narices alguien arrancara el recién promulgado bando de capas y sombreros, y lo sustituyera por un gran cartel en llamativas letras rojas que rezaba:
«Hay ciento cincuenta españoles prontos a defender la capa y el sombrero redondo, y así todo aquel que verdaderamente lo sea y quiera agregarse a este partido, se le proveerá de armas, municiones y de todo cuanto necesite para este menester».
A primera hora de la mañana, los dos alcaldes de Casa y Corte, Antonio de Sesma y José Güell, bajo sus largas y rizadas pelucas coronadas por sendos tricornios, se hicieron cargo del pasquín y levantaron acta acompañados por el escribano de la sala y dos alguaciles. El cortejo judicial había sido rodeado por el abigarrado y heterogéneo concurso de gentes que siempre se encuentra en los lugares de más tránsito de la ciudad y, todos ellos, llenos de curiosidad y expectantes, los observaban como si asistieran a una representación teatral.
Antonio de Sesma, enarcando las cejas, le decía a Güell en tono solemne:
—Nunca en los veinte años de servicio que llevo en este cargo he visto un escrito tan sedicioso y dañino para la monarquía, y he visto muchos. ¡Esta insubordinación debe ser castigada ipso facto!
—Antonio, la situación es muy grave –le contestó José Güell, que era el de más edad, con gesto de pesadumbre–, esta noche han arrancado todos los bandos que se publicaron ayer y además están llamando a la rebelión y a la desobediencia armada, y lo hacen con un descaro y una audacia que solo se puede comparar con la de los guapos de comedia, burlando a la guardia que custodia esta puerta y con total y absoluto desprecio de las leyes del reino. ¡Hay que dar parte de inmediato al Gobernador del Consejo para que tome las medidas oportunas y se averigüe sin pérdida de tiempo quién hay detrás de este terrible delito!
Y ambos magistrados y su séquito, abriéndose paso entre la multitud, abandonaron precipitadamente la Puerta de Segovia, que ya a esa hora —las nueve de la mañana— registraba una intensa actividad. Y no se fijaron en algo que debía haber llamado su atención: cientos de campesinos sucios y harapientos se agolpaban a la puerta esperando su turno para entrar en la corte, próximas las celebraciones de Semana Santa.
Amenaza al rey
13 de marzo de 1766
El Gobernador del Consejo de Castilla, a pesar de sus casi sesenta y seis años, era un hombre dotado de una gran vitalidad. Don Diego de Rojas y Contreras, obispo de Cartagena, sentado en su despacho, leía atentamente un documento ante el Gobernador de la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, Francisco de la Mata Linares. Su rostro, caracterizado por unos labios un tanto sensuales, pero que solían aparecer contraídos en un gesto agrio y prepotente, propio de la persona que está acostumbrada a mandar y que no admite que le contradigan, en ese instante, a pesar de sus quince años al frente del segundo puesto en importancia de la nación después solo del rey, mostraba gran agitación y enfurecimiento. Sus ojillos, vivos y perspicaces, echaban fuego e iluminaban las mejillas tensas y afiladas.
Mientras leía y releía unos papeles que tenía entre sus manos, decía a su amigo Francisco, colegial como él del salmantino colegio de San Bartolomé, en tono grave:
—Paco, las prisas nunca son buenas. No lo has leído bien. Este pasquín va dirigido a Su Majestad el rey. ¿No te das cuenta? Y le da un plazo y le amenaza. Escucha: «La Nación española hace presente a V. M. que no le es decorosa la capa corta y sombrero de tres picos —leía en voz alta y firme—, y así suplica a V. M. mande que dicha Nación vuelva a su traje de capa larga y sombrero redondo, pues somos leales y no italianos, y para que V. M. resuelva le damos doce días de término que empiezan a correr desde este día, y si al fin de este plazo no hubiere V. M. determinado y resuelto el que vuelva el traje español, se le hará requerimiento a V. M. en otros términos. Madrid 12 de marzo de 1766». ¿Te das cuenta ahora de la gravedad de este escrito? Da órdenes al Rey, le da un plazo y le amenaza…
—Sí, tienes razón —interrumpió De la Mata que le hablaba con tanta franqueza por la camaradería— y eso nunca se ha visto en Castilla. Por eso te lo he traído sin tardar.
—Te lo agradezco mucho, pero las cosas están llegando demasiado lejos —ahora hablaba despacio, como si estuviera fatigado, pero con un gesto como de irritación y contención—. Este otro pasquín que me acaba de llegar todavía es más subversivo. A las siete de esta mañana lo han retirado de la puerta de Guadalajara los alguaciles de ronda…
De la Mata le volvió a interrumpir otra vez:
—Perdona, Diego, es que también se incautó en la puerta de Guadalajara, de madrugada, el papel que te he traído.
—Pues todavía peor me lo pones. Este está escrito con muchas faltas de ortografía y con muy mala letra, como para simular que lo ha escrito alguien del pueblo o que de verdad pertenece al pueblo. Se titula: «El rey es bueno y Esquilache le hace quedar mal» y dice cosas monstruosas, como que hay cien hombres dispuestos a quemar con alquitrán la residencia de Esquilache e incluso a asesinarlo si el rey no lo destierra de inmediato, pues, y cito textualmente: «vino sin camisa y ahora pretende avasallar a los españoles sacando partidas de moneda y granos fuera del Reino». Pero esto no es lo peor, Paco, es que responsabiliza al rey del nombramiento de Esquilache y termina con una amenaza directa contra su vida. Dice —y aquí se puso de pie y leyó con gran temblor de manos y agitación de voz— que el soberano debía mirar por su alma, dado que estaban dispuestos a armarle traición y quitarle la vida como no destituyera a ese pobre diablo.
Como movido por un resorte, De la Mata Linares se puso también de pie muy alterado. Era incapaz de entender que se pudiera escribir algo así. No había visto nunca unos escritos tan ofensivos a la dignidad y autoridad regias.
—Diego, hay que actuar con rapidez. La situación es muy alarmante.
—Por supuesto. Inicia una investigación con todos los medios que necesites para localizar y detener a su autor o autores. Aunque esas amenazas suenan a bravuconadas, no podemos consentirlas y, menos, después de burlarse de nosotros al fijar esos papeles en nuestras narices por dos veces a lo largo de la misma noche en pleno centro de la Villa y Corte, a dos pasos de la Platería y de la plaza de la Villa. ¡Es inaudito! ¡Es una provocación! Dime Paco, ¿cuándo termina ese plazo de doce días?
De la Mata Linares, después de hacer un cálculo mental, le respondió:
—El día 23, Domingo de Ramos. No obstante, creo que deberías ponerlo en conocimiento de Su Majestad, porque no se trata de dos casos aislados. Han sido arrancados todos los bandos que se fijaron el once por la mañana y los han sustituido por pasquines no sé si tan disparatados como estos, pero subversivos por igual, que llaman a la desobediencia y a las armas.
—Tienes razón, Paco. Me desplazaré ahora mismo a El Pardo para hablar con Su Majestad.
Los españoles, collones
Dos horas después, el Gobernador del Consejo estaba en el despacho de Esquilache en el palacio de El Pardo. Nada más llegar le pidió que dejara todo lo que estuviera haciendo y que avisara a Grimaldi pues tenía que tratar con ambos asuntos de la máxima importancia. Muy poco tiempo después estaban los tres sentados alrededor de la mesa del salón que servía de escenario a las reuniones de los ministros, cuando se encontraban en dicho palacio acompañando al rey.
Aunque se trataba de una reunión informal, a la mesa estaban los tres hombres más poderosos de España después del rey. El marqués de Esquilache, primer ministro de facto que gozaba de todo el favor real, aunque solo se encargara de las secretarías de Hacienda y Guerra; el marqués de Grimaldi, primer Secretario de Estado, que pugnaba con el anterior por conseguir el codiciado título, y el máximo representante del Consejo de Castilla, institución que desempeñaba importantes funciones como tribunal de justicia e incluso de gobierno interior. Esquilache, con su gran nariz y sus pequeños ojillos vivos y penetrantes, y una sonrisa en la boca que intentaba disimular su malestar por la forzada visita, fue el primero en hablar:
—Supongo, Eminentísimo Señor Obispo —y la fórmula de tratamiento correspondiente a Cardenal la pronunció tan exageradamente, que se notó a la perfección el tono sarcástico que le daba, a pesar de que su acento italiano lo enmascaraba un poco— que algo muy urgente ha debido llevarle a sacarnos de nuestras altas ocupaciones…
—Supone usted bien, mi querido marqués —y el obispo le devolvió el mismo tono en la acentuación con que paladeó el «mi querido»—. Están sucediendo hechos de extraordinaria gravedad que creo deben ser puestos en conocimiento de nuestro soberano de forma inmediata y que exigen tomar medidas excepcionales y es por eso que me he permitido molestarles muy a mi pesar —y esto último lo dijo con gesto muy serio e incluso severo, pero con un poco de retintín.
—Estimado monseñor —intervino con su acento genovés el marqués de Grimaldi en tono conciliador —, por favor, no quiero que piense que me ha molestado su llamada, todo lo contrario. Es para mí un placer atenderle en todo lo que esté en mi mano.
A continuación, el obispo de Cartagena les informó con detalle de los motivos de su visita y leyó los dos pasquines. También puso en su conocimiento las medidas que había puesto en marcha para descubrir a los culpables de tales desórdenes y, por último, les urgió a poner al corriente a Su Majestad de todos estos hechos, pues en su opinión debería sopesarse la suspensión temporal del bando de las capas y sombreros, por la oposición sin igual que había levantado en toda la ciudad y evitar males mayores.
Nada más terminar Diego de Rojas su intervención, Esquilache se levantó y dando paseos alrededor del salón, le contestó con una gran sonrisa que no debía preocuparse tanto. Y continuó:
—Querido obispo, los españoles se han distinguido a lo largo de su historia por su indisciplina y falta de sumisión a las leyes. ¿Cuántas veces se han reiterado estas medidas sobre la vestimenta? Solo en lo que va de siglo se han promulgado decretos con este fin en 1716, 1723, 1729, 1737, 1740 y 1745, medidas, que, por otra parte, están presididas por la razón y la justicia y que solo persiguen evitar los embozos y los atracos a mano armada que se producen lo mismo de día que de noche aprovechando el ocultamiento del rostro. La delincuencia se ha incrementado de forma extraordinaria en España y hay que atajarla con medidas efectivas y ejemplarizantes. No podemos, no debemos ser débiles, porque entonces será imposible imponer las necesarias reformas que Su Majestad demanda para este reino. Además, los españoles son unos collones, y hablan mucho y se quejan y amenazan y luego no hacen nada. Ya saben, perro ladrador… Así que, querido obispo, nada de arredrarse, nada de dejarse atemorizar por los bocazas, que además siempre los ha habido. No. Todo lo contrario, hay que actuar con determinación para que se imponga el bando en todos sus términos tal y como está prescrito y con la ayuda de la tropa como ya se está haciendo. He dado órdenes de que el cuerpo de Inválidos se implique en hacerlo cumplir, con la única prevención de que deberán remitir a los contraventores a la Sala de Alcaldes de Casa y Corte para que les aplique la ley.
Ante el tono de superioridad y la sonrisa ofensiva con que respondía el siciliano a las palabras prudentes y cautelosas que acababa de dirigir a los dos ministros, el obispo se volvió a Grimaldi y le espetó:
—¿Vos también pensáis de la misma manera, señor secretario de Estado?
A lo que el interpelado contestó con visible incomodidad:
—Querido amigo, yo creo que cada uno de nosotros tiene que asumir sus responsabilidades. Hay que descubrir a esos incitadores a los desórdenes: eso es todo. Y al mismo tiempo, incrementar la vigilancia para que todo el mundo sepa que esta vez va en serio y que el bando se va a cumplir. Como dice Leopoldo, no podemos ser débiles.
—Ya veo —contestó el obispo— que estoy en minoría y que no están de acuerdo en que traslade al rey mi preocupación y que conozca lo que está ocurriendo.
—En efecto, monseñor —y ahora Esquilache afiló y tensionó el rostro en un gesto grave— no vemos oportuno ni necesario molestar al rey, que está disfrutando de unos días de montería, con estos asunt...

Índice

  1. 1. El Bando
  2. 2. Domingo de Ramos, 23 de marzo
  3. 3. Lunes Santo, 24 de marzo
  4. 4. Martes Santo, 25 de marzo
  5. 5. Miércoles Santo, 26 de marzo
  6. 6 . el clamoreo
  7. 7. El marqués, el duque y el conde
  8. 8. El conde de Aranda
  9. 9. La Pesquisa reservada
  10. 10. Salazar
  11. 11. Jesuitas
  12. 12. María Ladvenant
  13. Epílogo
  14. NOTAs y personajes
  15. NOTA DEL AUTOR
  16. NOTA DE JH
  17. RELACIÓN DE PERSONAJES
  18. AGRADECIMIENTOS