Capítulo 1
EL CAMBIO GLOBAL
En los últimos treinta años, hemos ido tomando conciencia de la intensa degradación ambiental a la que está sometido nuestro planeta como consecuencia de nuestras actividades. Inicialmente, sólo percibíamos los problemas locales: ríos contaminados por vertidos industriales, brumas tóxicas en muchas ciudades, producidas por las emisiones de los automóviles, vertidos incontrolados de residuos peligrosos... En los países desarrollados se tomaron medidas que, rápidamente, paliaron este tipo de problemas. Sólo con el tiempo hemos ido comprendiendo que los problemas ambientales no son sólo locales, sino globales. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación del suelo, el agua y el aire son fenómenos que se producen en todos los rincones de nuestro planeta.
Muchas personas piensan que el origen de los problemas ambientales es muy reciente, posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que éste es un período de intensa degradación ambiental. Pero, ¿es esto cierto? ¿De qué época sentimos nostalgia? Porque la verdad es que, cuando se analiza la historia de la Humanidad, es difícil encontrar una edad de oro desde el punto de vista ambiental.
UNA EXTINCIÓN NO MUY NATURAL
Los primeros humanos en los que reconocemos plenamente desarrolladas las capacidades cognitivas aparecieron en África hace 50.000 años. Desde allí comenzaron una migración en la que, con la ayuda de una incipiente tecnología y con su fuerza muscular como principal fuente de energía, se adaptaron prácticamente a todos los entornos físicos, a todos los climas del planeta, desde la tundra hasta las selvas tropicales, desarrollando pautas de comportamiento que les permitieron explotar con éxito los recursos naturales disponibles en cada uno de esos entornos. Fue también, entonces, cuando se produjo la explosión cultural: en un período de tiempo de unos 10.000 años florecieron todas las formas de arte, nacieron las religiones y se produjo un período de enorme diversificación cultural.
A lo largo del siglo XX hemos descubierto que, en los últimos
50.000 años, se han extinguido muchos animales grandes, de un peso superior a los 45 kilos. Las especies extinguidas reciben el nombre genérico de megafauna y, entre ellas, tenemos el diprodonte, un gran marsupial australiano, el mamut, el rinoceronte lanudo y el tigre de dientes de sable del norte de Eurasia y Norteamérica, y el moa y el dodo, dos especies de grandes pájaros sin alas que habitaban Nueva Zelanda y la isla Mauricio.
Este fenómeno se dio en diferentes lugares de nuestro planeta, en momentos diversos y con intensidades distintas. Las primeras extinciones se produjeron en Australia y Nueva Guinea hace 40.000 años, y representaron la desaparición del 86 % de los géneros de megafauna. En la tundra del norte de Eurasia esta extinción afectó, hace 12.000 años, al 29 % de los géneros y, en Norteamérica, en el período comprendido entre hace 12.000 y 10.000 años, se extinguió el 73 % de los géneros de grandes mamíferos. Por último, la megafauna de las islas de Madagascar y Nueva Zelanda sobrevivió hasta hace unos centenares de años.
Diversos investigadores han intentado explicar este fenómeno sugiriendo que estas extinciones tuvieron su origen en los cambios climáticos que se produjeron en este período. Hace 50.000 años, nuestro planeta estaba en un período glacial, y las temperaturas fueron disminuyendo hasta hacerse mínimas hace 17.500 años. A partir de ese momento, se produjo un aumento de temperaturas relativamente brusco, como es usual al final de todos los períodos glaciales. Este calentamiento terminó hace unos 10.500 años. Estos investigadores piensan que, en estas circunstancias, la megafauna estuvo sometida a fuertes tensiones que, en muchos lugares, no pudo soportar.
Sin embargo, esta teoría tiene algunos puntos débiles y no puede explicar muchos de los datos disponibles. Por ejemplo, ¿por qué la consecuencia de estos cambios en el clima fue la extinción de la megafauna? Las variaciones climáticas probablemente provocaron migraciones de animales, que se desplazaron tratando de mantenerse en hábitats en los que se dieran las condiciones más adecuadas para su supervivencia. Cuando se alcanzaron las temperaturas más bajas, el nivel del mar estaba unos 300 metros por debajo del actual, lo que facilitó, sin duda, estos desplazamientos. De hecho, no hemos encontrado ninguna evidencia de extinciones masivas asociadas a los finales de los más de veinte períodos glaciales que se han dado en los últimos dos millones de años, excepto en este último. Por otro lado, estas extinciones se han dado en un período de tiempo muy corto: si se hubieran producido hace 65 millones de años, la impresión que tendríamos hoy sería la de una extinción simultánea de todas estas especies, algo que es totalmente inusual.
Un aspecto interesante es que estas extinciones se produjeron en distintos lugares justo después de la llegada de nuestra especie a esas zonas. Basándose en esto, otros investigadores han propuesto una explicación alternativa al fenómeno de la extinción de la megafauna. En las tierras vírgenes de Australia, Nueva Guinea, norte de Eurasia, América, Nueva Zelanda y Madagascar, los animales evolucionaron durante millones de años sin que los humanos estuviéramos presentes. Como estos animales nunca habían estado en contacto con nosotros, no mostraron ningún miedo cuando empezamos a colonizar esas tierras, y los humanos pudimos cazarlos fácilmente, hasta provocar su extinción. De hecho, las aves y los mamíferos de las islas Galápagos y de la Antártida, zonas que han estado despobladas hasta hace relativamente poco tiempo, siempre se han mostrado muy mansos. Sin embargo, en el resto de Eurasia y África, los animales y los humanos coevolucionamos durante centenares de miles de años y, a medida que las habilidades de nuestros antepasados fueron desarrollándose, los animales fueron aprendiendo a alejarse de nosotros; por esta razón, estas extinciones no fueron muy abundantes en el sur de Eurasia y en África, pero sí lo fueron en Australia, América y en las grandes islas del Índico y el Pacífico, como en Madagascar, Nueva Zelanda, Polinesia, etc.
Aunque la controversia sobre la causa de estas extinciones prosigue y es posible que ambos factores, la llegada de nuestros antepasados y los cambios climáticos, influyeran en ellas, los episodios que se produjeron hace sólo unos centenares de años en Nueva Zelanda y Madagascar se debieron, indudablemente, a la llegada de los primeros colonos, lo que refuerza la hipótesis de un proceso provocado por el hombre.
EL NACIMIENTO DE LA AGRICULTURA
En el último período cultural de la Edad de Piedra, el Neolítico, los humanos comenzamos a dar los primeros pasos que nos llevaron a establecer una nueva relación con nuestro entorno: empezamos a modificarlo en función de nuestras necesidades. Los humanos sustituimos nuestras antiguas formas de subsistencia, basadas en la caza y la recolección, por la agricultura y la ganadería. Como consecuencia de este cambio, las comunidades se hicieron sedentarias y se establecieron en poblados, lo que condujo a formas más complejas de organización social. Este cambio de sociedades de cazadores-recolectores a sociedades productoras de alimentos no fue brusco, sino gradual, y tuvo, probablemente, distintas causas. Por un lado, esta transformación se produjo después del final del último período glacial, cuando variaron las condiciones climáticas al elevarse las temperaturas. La colonización de nuevos territorios, cuyos recursos naturales se explotaron de forma intensiva, llevó a un aumento continuado de la densidad de población. Y, bien debido al cambio climático, bien debido a las habilidades de nuestros antepasados, o bien por una combinación de ambos factores, muchas especies de grandes mamíferos se habían extinguido unos miles de años antes. Cuando la flora y la fauna se adaptaron a las nuevas condiciones, las fuentes tradicionales de alimentos fallaron y nuestros antecesores tuvieron que buscar fuentes alternativas.
En algunos lugares, el cambio climático provocó la expansión de las zonas en las que crecían cereales silvestres, de los que podían obtenerse cosechas muy grandes en poco tiempo. Fue, precisamente, en estas zonas donde las poblaciones fueron haciéndose gradualmente sedentarias, donde comenzó a cultivarse la tierra y donde se domesticaron algunos animales como la oveja, la cabra, el cerdo y la vaca. Estos animales proporcionaron carne y leche, abono y combustible en forma de estiércol, así como fuerza para tirar de los arados que permitieron cultivar más y más tierras. La lana de las ovejas, junto con el algodón y el lino, fueron los materiales con los que se confeccionaron vestidos y mantas. La tecnología de producción de alimentos se extendió desde estas zonas hasta las colindantes, bien porque fue adaptada por los cazadores-recolectores vecinos, bien debido a la sustitución de la población local por invasores procedentes de regiones en las que ya se dominaba esa nueva tecnología.
Las consecuencias ambientales de la adopción de la agricultura fueron numerosas. La agricultura implica la transformación de las tierras con el fin de crear un hábitat artificial en el que poder cultivar plantas. Nuestros antepasados pasaron, por tanto, de tener una vegetación variada, que cubría el suelo durante todo el año, a tener unos pocos cultivos, que cubrían la tierra sólo en las épocas del año en las que éstos crecían. El suelo quedó, así, muy expuesto al viento y a la lluvia, con lo que se erosionó mucho más rápido que el suelo de los ecosistemas naturales. La implantación de la agricultura implicó, también, la interrupción del reciclado interno de nutrientes que se da en los ecosistemas naturales. Estos nutrientes se extrajeron del ecosistema con las cosechas y los agricultores, con el fin de mantener la fertilidad del suelo, cerraron de nuevo el ciclo de nutrientes mediante el aporte de estiércol o de residuos humanos, animales y vegetales. Por otro lado, la implantación del regadío creó un entorno todavía más artificial que sustituyó al cultivo de secano, que depende del agua de lluvia. La aportación de grandes cantidades de agua a los suelos permitió a los agricultores cultivar plantas más productivas pero tuvo, sin embargo, efectos catastróficos a largo plazo. Por ejemplo, en Sumeria se desarrolló, hace 5.500 años, una civilización basada en el regadío, que cultivaba el trigo y la cebada. Con el tiempo, la evaporación de las aguas de riego, debida a las elevadas temperaturas estivales, provocó una acumulación progresiva de sales en el suelo; poco a poco, los rendimientos de las tierras fueron disminuyendo y el trigo, muy sensible a la presencia de sales, fue sustituido progresivamente por la cebada. Los sumerios desarrollaron la escritura hace 5.000 años y, en textos de hace unos 4.000 años, describieron cómo la tierra se iba volviendo blanca por la acumulación de sales en su superficie.
La utilización de las tierras para obtener bienes y servicios es la alteración más importante del ecosistema global causada por la actividad humana. Con el nombre de transformación de las tierras nos referimos a una serie de actividades que varían en intensidad y que tienen, también, distintas consecuencias. Por un lado, el 11 % de las tierras están ocupadas por cultivos y un 7 % han sido transformadas en pastos que, junto con los pastos naturales, ocupan el 26 % de su superficie. Las tierras transformadas en cultivos o pastos son las que han sufrido un mayor grado de transformación, junto con las dedicadas a áreas industriales y urbanas. Estas últimas ocupan, comparativamente, una superficie muy pequeña, probablemente inferior al 1 %, aunque en algunas zonas muy pobladas puedan ocupar un porcentaje mucho mayor de las tierras. En el otro extremo tenemos los ecosistemas que han permanecido prácticamente inalterados, pero que se ven afectados por el aumento de la concentración de dióxido de carbono y por la caza o por otras formas de explotación de recursos de baja intensidad. Entre estos dos extremos tenemos los ecosistemas más áridos y los pastos y bosques que han sido utilizados, y muchas veces dañados, para alimentar a los animales o para obtener madera. El resultado es que, aproximadamente, el 44 % de las tierras han sido transformadas por los seres humanos. Pero el efecto global es mucho mayor que el que indica esta cifra: en muchas ocasiones, las tierras no alteradas se han fragmentado por la intervención humana en las áreas circundantes, y esta fragmentación ha afectado tanto a la composición como al funcionamiento de estos ecosistemas dispersos, aparentemente vírgenes.
LA SEXTA EXTINCIÓN
La transformación de las tierras para obtener cultivos y pastos no hizo sino aumentar la presión a la que estaban sometidos los grandes mamíferos como consecuencia de la caza intensiva. En Egipto, a finales del Imperio Antiguo, hace unos 4.500 años, ya habían desaparecido del valle del Nilo el elefante, el rinoceronte y la ji...