Capítulo XII
En tiempos de coronavirus
Como se ha podido ir viendo a lo largo de este pequeño ensayo, que en España una gran parte de la población es precaria no es nada nuevo. De hecho, en 2019, el sindicato CCOO denunció la alta precarización del empleo, señalando que menos de la mitad de las personas afiliadas al Régimen General de la Seguridad Social tenía un contrato indefinido a jornada completa.
UGT también denunció en enero de 2020 que cuatro de cada diez personas tenían trabajos precarios en nuestro país. Normalmente, la precariedad se ceba con los jóvenes, las mujeres y las personas migrantes, que son los que más padecen el paro, el trabajo temporal y la economía sumergida.
La pandemia del coronavirus, como no podía ser de otra manera, ha evidenciado el problema del empleo en España, no sólo por la calidad del trabajo, sino también por los bajos salarios, el tipo de contratación y el elevado coste de la vida con respecto a los sueldos.
Al comienzo de la emergencia del coronavirus, muchos veíamos que, de nuevo, serían las personas más vulnerables las que acabarían pagando las consecuencias derivadas de la pandemia y así ha sido.
En este capítulo vengo a exponer los principales problemas de los trabajadores durante la pandemia y aquellos que, pese a que ya existían, se han agudizado y han trascendido.
La pandemia que puso en evidencia la precariedad
Aunque la precariedad laboral ya existía antes de la pandemia de forma notable, la realidad es que ha sido la emergencia del coronavirus la que ha destapado, o mejor dicho evidenciado, la situación de millones de personas en nuestro país.
Hasta la llegada de la covid-19, muchas personas que no conseguían llegar a fin de mes no tenían que pedir, porque sobrevivían complementando sus sueldos con la economía sumergida. De la misma forma, las familias que vivían en habitaciones o en casas muy pequeñas, debido a los salarios bajos y el elevado coste del alquiler, no tenían que convivir 24 horas en un espacio tan reducido, ya que salían a trabajar o a buscar empleo (algo que no evitaba que viviesen y vivan en situaciones de semihacinamiento). Los salarios base se iban complementando con pluses para que los trabajadores pudieran llegar a fin de mes y el hecho de tener a trabajadoras del hogar, internas o externas, sin contrato no implicaba que estas no fueran a cobrar (aunque se encontraban y se encuentran en una posición de absoluta desprotección).
Estas situaciones ya se daban antes de la pandemia, pero, como comentaba, no eran visibles, o al menos no lo eran tanto, porque de una u otra manera estas personas iban tirando como podían.
Con la llegada de la pandemia, la gente que se ayudaba de la economía sumergida dejó de tener esos ingresos, las familias que vivían en pisos muy pequeños o en habitaciones tuvieron que confinarse en escasos metros cuadrados y muchas de las externas o trabajadoras del hogar se quedaron en la calle sin ingresos. En los siguientes epígrafes quiero recordar y remarcar cómo la pandemia puso en evidencia la precariedad existente en España.
Salarios y casas pequeñas
Durante los primeros días –incluso las primeras semanas– de la pandemia, nos acostumbramos a ver cómo un sinfín de rostros conocidos promovían la campaña #Quédateencasa, una iniciativa que pretendía concienciar a los españoles sobre la importancia de no salir a la calle durante el tiempo que durara el confinamiento.
Nos encontramos a políticos, deportistas de elite, influencers, actores y actrices haciendo una llamada al confinamiento mientras se grababan en amplios salones, gimnasios particulares, despachos y jardines. Pero la realidad de los españoles era bien distinta: muchos han tenido que vivir en casas de 30 metros cuadrados, en pisos compartidos o en habitaciones, algunos sin balcón ni ventanas a través de los cuales sentir el aire o ver el sol.
La gran mayoría, además, tuvo que convertir su domicilio en una improvisada oficina, y es que, para muchas personas –sobre todo para las más precarias–, el confinamiento fue un auténtico infierno, que dejó al descubierto la fragilidad de los hogares más vulnerables. Esta realidad ya existía antes de la llegada de la pandemia; formaba parte de un día a día en el que dicha situación se cobijaba al paraguas de una normalidad aceptada.
Pero ahora se ha puesto de manifiesto que las personas necesitan más que un pequeño habitáculo en el que dormir, como bien se planteaba con la polémica de los pisos colmena, y por ello diversos colectivos continúan a día de hoy pidiendo que, igual que hay un salario mínimo, exista un alquiler máximo para garantizar la dignidad y el derecho a la vivienda.
En España hay más de medio millón de viviendas cuya superficie es menor a 46 metros cuadrados. Según el último informe de Foessa (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada), más de 4,6 millones de personas viven en casas que no reúnen las condiciones de habitabilidad, salubridad o adecuación suficientes, pero estas personas no disponen de los medios para mudarse, sobre todo en Madrid y Cataluña.
Los datos ya estaban ahí, había muchas personas que se encontraban en esta situación y conseguían sobrellevarla porque utilizaban sus casas únicamente para ducharse, cenar y dormir; aun así estas, las personas más vulnerables, han sido, como comentábamos, las que tuvieron que aguantar varios meses en escasos metros cuadrados, prácticamente asfixiadas, como si se encontrasen en una cárcel. Muchas de ellas –cabe recordar– son familias con niños y niñas pequeños.
Durante los meses de confinamiento, numerosos medios de comunicación se hicieron eco de familias concretas que contaban su situación. Muchas de ellas con positivos en coronavirus que no conseguían aislarse de forma correcta, porque tenían que compartir baño y el hecho de aislar a una persona en la habitación suponía que tres, cuatro o cinco personas tuviesen que dormir durante todo el periodo de cuarentena juntas en otra habitación. Incluso se pudieron ver casos de familias enteras que vivían en una sola habitación, resultando imposible el aislamiento en caso de positivo.
Un virus que entiende de clases
Si decimos que el virus entiende de clases y que solamente contagia a personas trabajadoras o a personas vulnerables por el hecho de serlo, no es cierto. Si un alto empresario y un trabajador se exponen al coronavirus, el empresario no tiene menos posibilidades de contagiarse. Entonces, ¿por qué decimos que la covid-19 sí que entiende de clases sociales? Hay que partir de la base de que en nuestra sociedad existen diferentes estructuras de poder, económicas, de raza o de género, que hacen que vivamos de una u otra manera, tal y como h...