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La vida no termina, se transforma
Ensayo de sociología religiosa evolutiva
- 204 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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La vida no termina, se transforma
Ensayo de sociología religiosa evolutiva
Descripción del libro
Ante las incertidumbres de la existencia en nuestra sociedad, el autor aborda desde la sociología religiosa, con rigor, método y lucidez, los más importantes aspectos de la evolución de lo sagrado y lo religioso, parte inevitable de toda cultura, a través de la historia de la humanidad en sus diversos niveles o etapas. Desde el nivel arcaico, primitivo, mágico y animista, base de una creencia y religiosidad popular, que todavía sigue subyaciendo hoy en día, a un nivel de religiosidad racional, "hombre-mente", que significa el paso del mito al logos y, finalmente, una religiosidad mística en la que prevalece la intuición y la iluminación en un encuentro con Dios.
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Información
CAPÍTULO IV
LA SECULARIDAD: CONCEPTO Y TIPOLOGÍAS SOCIORELIGIOSAS
En el capítulo tercero me he referido ya a la modernidad. Ahora me voy a referir directamente al concepto de secularidad, incluyendo, asimismo, los cambios socio-religiosos correspondientes.
1. Concepto de secularidad
El término secularidad (secularización), etimológica-mente, se deriva de saeculum, palabra latina que traduce a la griega aion (edad, época), vocablo que sirve para designar el término mundo, subrayando su duración temporal. Las palabras saeculare, saecularia y temporalia se empleaban normalmente, en la Edad Media cristiana latino-occidental, e incluso hoy en el lenguaje religioso-tradicional, para designar los bienes corporales inferiores, de los cuales debían ocuparse los príncipes, y que, en una antropología dualista, vigente en dicha mentalidad medieval, se consideraban subordinados a los bienes. Espirituales y eternos (spiritualia, caelestia ), de los que debía ocuparse el clero, según sus distintas categorías, naturalmente.
El término secularización (secularidad) es un término histórico; e históricamente ha ido teniendo distintos significados. Al comienzo tenía un significado jurídico (canónico): el paso de un religioso a la vida seglar. Todavía hoy se utiliza la expresión secularizarse y secularizado, al referirnos a religiosos y sacerdotes que abandonan su anterior situación en la Iglesia y pasan al estado laical (seglar o secular). En este mismo sentido se entendía también el transferir bienes de la Iglesia al dominio del Estado. Pues, este tipo de transferencia se conoce e identifica como secularización de los bienes eclesiásticos. Así, por ejemplo, se utilizan las expresiones de secularización de la escuela, de los hospitales, etc. Añadiendo, por esta razón, el sentido no sólo de jurídico, sino también, el de político y de aquí el conocido significado de jurídico-político, particularmente, a partir de la Revolución Francesa.
Posteriormente se aplicó también al campo de lo cultural. Y se suele decir que la noción filosófico-histórica y cultural del término es un producto del siglo XIX. Servía para designar el proceso de formación de la cultura y ética de la sociedad moderna, subrayando su autonomía y emancipación frente al cristianismo tradicional, configurado a lo largo del Medievo. En este sentido, designaba igualmente el proceso de “descristianización” (ruptura y emancipación frente a la cristiandad medieval) y de “deseclesiastización” (ruptura y emancipación frente a la Iglesia institucional), cuyo proceso ha venido acompañado, de hecho, al nacimiento y formación de la cultura moderna.
Esta transformación o extensión del significado jurídico-político, que tenía el término secularización, al campo socio-cultural, parece que se debe a los llamados teólogos-sociólogos de la secularización, en un intento de captación global o intuitiva del movimiento social de la época moderna. Pues, el fenómeno de la modernidad, reconocen este tipo de teólogos, no puede ser comprendido únicamente dentro de la órbita de la fe; esto es, la primera etapa o punto de partida para su comprensión y valoración no es la simple correlación entre modernidad y fe, sino el establecer y encontrar el sentido mismo de la modernidad, en su doble dimensión social y antropológica, desde la modernidad misma entendida como emancipación.
Por esta razón, en el estudio y valoración de la modernidad, antes de ser teólogo, hay que ser historiador y sociólogo. Lo cual explica asimismo el enorme interés que los teólogos de la secularización atribuyen a los análisis y diagnósticos sociohistóricos y sociológicos del fenómeno de la modernidad.
Además de las distintas teorías e interpretaciones de la modernidad-secularidad, ya he indicado en el capítulo anterior que ha de ser interpretada y valorada no sólo como una revolución social, sino también y principalmente, como una revolución antropológica, subrayando, además, los aspectos de autonomía y emancipación frente al cristianismo eclesial del Medievo. Así ha de ser entendida.
Insisto una vez más, el término secularización (secularidad) tiene aquí un significado filosófico-histórico y cultural. Se trata de un producto del siglo XIX, cuyas raíces arrancan de la Reforma protestante; se alimentan y fortalecen con la revolución científica del siglo XVII, con la revolución política del XVIII, y con la revolución social del XIX. En nuestro siglo XX, se universaliza, o mejor, tiende a universalizarse. Pues, insisto también en afirmar que la modernidad-secularidad siempre ha supuesto un esfuerzo profundamente humanizador, a pesar de las desviaciones y exageraciones cometidas. En cuanto proceso de secularización (secularidad), desde su génesis socio-histórica, ha ido acompañado, como he dicho, de un proceso correlativo de descristianización (deseclesiastización), a causa de la incompatibilidad entre seguir aceptando las planteamientos cristianos tradicionales, tal como venían siendo interpretados e impuestos por la Iglesia de la cristiandad, y la realización plena del hombre moderno; particularmente, en su dimensión de racionalidad (libertad-autonomía), conciencia-personal, valoración positiva del mundo, aceptación del progreso científico-técnico, etc. En realidad, lo que se rechazaba (y se rechazó de plano) era el excesivo y abusivo autoritarismo e intervencionismo de la Iglesia institucional en la vida social y personal de los hombres, dificultando o impidiendo su mayoría de edad. Y frenando así el paso o cambio del modelo de sociedad tradicional, de carácter eminentemente rural e indiferenciado, al modelo llamado de modernidad.
Al romperse, no sin traumas ni anatemas, el modelo tradicional y dar paso a la modernidad, se rompen también los sistemas de valores que la configuraban y mantenían, lógicamente. Por eso, en el nuevo contexto social moderno, secularización y descristianización tienden a ser identificados, con la consiguiente confusión, rechazos y condenas mutuas.
Este proceso de modernidad-secularidad, tal como viene siendo expuesto, continuó desarrollándose con mayor o menor celeridad, según los distintos contextos sociales. En nuestra época, y más concretamente en la España de los años ochenta, este fenómeno parecía estar llegando a una cierta crisis de madurez, pero todavía no terminan de clarificarse e identificarse las diversas instituciones político-religiosas que configuran la vida social española. Nos encontramos, sin duda, en un momento de gran trascendencia y responsabilidad sociales; ya que el reto de asumir o no la modernidad-secularidad, con todas sus consecuencias, se nos presenta cada día con mayor urgencia, apareciendo claramente que la opción no puede ser parcial, quedándonos únicamente con los aspectos que nos agradan e interesan. La opción tiene que ser global, como global es su planteamiento y contenido. Aceptarla o rechazarla presupone y conlleva aceptar o rechazar un determinado modelo de hombre y de sociedad, dado que, en este proceso, se van configurando cada vez con mayor claridad y exigencia características indicadoras de cambios profundos de mentalidad, de actitudes y de comportamientos, con fuerte incidencia en todos los ámbitos de la vida humana; esto es, en el ámbito personal, familiar y social; privado y público; religión, política, economía, educación, tiempo libre.
Estas características, inherentes al proceso de modernidad, afectan, como ya dejé indicado, a la esencialidad del hombre en su triple relación –con el mundo, consigo mismo y con los demás–; y en el modo de percibir y relacionarse con Dios. Todos estos cambios, particularmente los que afectan a la secularidad podrían, desde mi punto de vista, sintetizarse en los siguientes términos:
Al ir avanzando hacia la modernidad, la percepción y concepción que el hombre va teniendo de sí mismo y del mundo cambian profundamente, aunque muchos hombres no acierten o no puedan explicarse el sentido y dirección socioculturales inherentes a este tipo de cambio. De hecho, el mundo ya no se experimenta como naturaleza estática, sino como historia. Pues, el hombre moderno experimenta el mundo no como algo divino (sagrado), y por tanto intocable; ni como una realidad digna de ser contemplada, admirada, respetada, reconstruida y recreada. Todo esto, lógicamente, mediante el creciente conocimiento científico y el dominio técnico.
En este aspecto, la secularidad ha de ser entendida como tránsito de un mundo divinizado (teocentrismo medieval) a un mundo humanizado (antropocentrismo moderno) en cuanto manejado y manipulado técnicamente por los hombres; o como paso a un mundo mundanizado; esto es, autónomo, emancipado y liberado de toda falsa tutela sacral (magia, superstición y alienaciones diversas). También se puede interpretar y expresar este tipo de cambio como paso de una forma de pensamiento cosmocéntrico a un modo de pensar antropocéntrico histórico. Pues, en el primero (cosmocentrismo), además de concebir el mundo como naturaleza estática, el hombre es también percibido y valorado como parte integrante de ese mundo mítico, al que se siente sometido y dependiente, como simple objeto, por importante que sea o se considere. Y esto mismo ocurre en cuanto a la percepción de Dios (la divinidad, lo mistérico, etc.). El hombre y Dios se encuentran inmersos en esa naturaleza estática (mundo) misteriosa por desconocida, sacralizada y sacralizante de toda la vida del hombre, a este nivel de desarrollo humano y social. Su religiosidad es, necesariamente, de tipo cosmológico, o a lo sumo, coincidente con el Animismo primitivo, la superstición y la magia, propias y características de esta situación socialhumana.
En cambio, en el pensamiento antropocéntrico, correspondiente a la llamada sociedad moderna, diferenciada y plural, el hombre se percibe a sí mismo, y necesita ser percibido por los demás como sujeto, como persona, con capacidad de disponer de sí mismo y de la historia. Como señor del mundo, en definitiva; tal como es interpretado y valorado en las primeras páginas del relato bíblico relativo a sus propios orígenes judeo-cristianos. Este cambio de relación hombre-mundo ha engendrado un proceso de diferenciación, pluralismo y relativización sociales que es necesario asumir y discernir cuidadosamente mediante el diálogo y la confrontación. Comporta una exigencia profunda de autonomía y emancipación del hombre frente a cualquier concepción absolutista e integrista –tanto religiosa como profana– de su vida en el mundo.
El hombre moderno quiere modelarse a sí mismo y modelar su propia sociedad. Es profundamente sensible y celoso de su autonomía, de su libertad y de su propia conciencia. Se percibe orientado fundamentalmente hacia el futuro, hacia lo nuevo, lo no previsto ni previsible. Se anhela y busca, normalmente, un nuevo tipo de hombre, ante todo más humano; y también una sociedad nueva, más humanizada, en la que se hagan realidad valores de orden temporal, como la justicia, la igualdad, la solidaridad, el reconocimiento de la dignidad de la persona, sus libertades, la paz, el desarrollo, etc. Pero, al mismo tiempo, también es consciente de que ese mundo futuro (la nueva sociedad) podría llegar a ser peor que la anterior, si el proceso de la modernidad-secularidad no se realiza adecuadamente; como así sucede, de hecho, con harta frecuencia.
Por esta razón, en dicho proceso nos encontramos con luces y sombras. Y esto nos obliga a discernir cuidadosamente lo que es y lo que no es verdadera modernidad-secularidad, evitando las posturas maximalistas y minimalistas, por igual. Esta valoración ha de hacerse en y desde la modernidad misma; no desde fuera ni al margen de la misma; o lo que es peor, desde prejuicios y posturas preconcebidas de antimodernidad, como se hizo en tiempos pasados, todavía no superados totalmente en muchos de sus aspectos.
Quizá por esta experiencia, pero principalmente por su misma exigencia, el proceso de modernidad-secularidad conlleva necesariamente el desarrollo del sentido crítico, como tendencia persistente e irrenunciable. Naturalmente, estos cambios profundos de mentalidad, junto con los producidos en lo social, han incidido y siguen haciéndolo en la modernidad-española, afectando más particularmente a las nuevas generaciones.
Todos los sociólogos coinciden, más o menos, en que se trata de un tipo de cambio socio-estructural y cultural. Unos y otros acentúan determinados aspectos del cambio y lo expresan con diferentes lenguajes. Pero, en definitiva, los cambios socioreligiosos indicadores de secularidad, a uno u otro nivel, que los sociólogos han ido detectando en sus comprobaciones empíricas, podrían esquematizarse, desde el punto de vista global de las instituciones religiosas, en los siguientes puntos básicos que a continuación desarrollamos.
2. Cambios producidos
2.1. Desde el punto de vista socio-estructural
a) Creciente autonomía de la sociedad civil respecto a las instituciones religiosas: Desconfesionalización en todos los campos, particularmente, en las competencias relacionadas con el Estado.
b) Apropiación de funciones, antes asumidas por las instituciones religiosas, que pasan ahora a ser ejercidas por las modernas instituciones civiles: Asistencialismo, sanidad, enseñanza.
c) Privatización de la religiosidad, y consiguiente debilitamiento estructural de las instituciones religioso-tradicionales, afectando particularmente al modelo de tipo “iglesia”.
d) En contraposición al punto c), resurgimiento de nuevas formas y modelos organizativos para expresar socialmente la religiosidad: creciente movimiento de los pequeños grupos religiosos, intra y extra eclesiales, con múltiples y diversas formas organizativas, fines y objetivos, estilo de vida.
e) Los modernos “procesos desinstitucionalizadores” y “reinstitucionalizadores” han originado dentro de las propias instituciones religiosas fuertes tensiones y conflictos en relación con: los roles y los status tradicionales; con las funciones; las relaciones; con los valores, las normas, y, en general, con todos y cada uno de los elementos constitutivos básicos de las instituciones. El conflicto ha sido de carácter global, en la mayoría de los casos.
2.2. En relación con los aspectos socioculturales
a) La pérdida de prestigio de los símbolos religiosos tradicionales, e incluso fuerte crisis en los mismos contenidos doctrinales, particularmente en cuanto a su formulación, lenguaje religioso, valoración social. Es lo que se viene entendiendo como desacralización de los modelos normativos religioso-tradicionales.
b) Desmitologización de las fuentes del mensaje religioso judeo-cristiano (revelación). Tendencia creciente a formas de ascetismo (denuncia y actuaciones proféticas), en lugar de misticismo (contemplación) o “espiritualismos desencarnados” (evasión y desencarnación del mundo). Estos cambios han afectado al sistema de los valores y a las mismas creencias tradicionales, generando una nueva mentalidad y nuevos comportamientos en los creyentes cristianos que han asumido la modernidad-secularidad … Y se ha resquebrajado la uniformidad eclesial, interna y externa, dando paso al pluralismo eclesial.
c) Desacralización del mundo y legitimación de las actividades y valores temporales: Reconocimiento de la “autonomía” de las realidades terrenas (ciencia y técnica), política, valores humanos (libertad, conciencia, solidaridad, etc.), y de ética civil, así como la valoración positiva de las otras religiones y replanteamiento del ecumenismo.
d) Crisis generalizada de la “pertenencia-eclesial”, y tendencia creciente de los llamados “creyentes por libre” (sin afiliación formal a grupos religiosos, instituciones).
e) Abandono “cuasi-masivo”, particularmente en los jóvenes y ambientes más modernizados (las grandes ciudades y zonas industrializadas), de la práctica cultual; sobre todo, de las organizadas y mantenidas por y desde las propias instituciones religioso-tradicionales: Desafección y aparente irreligiosidad, con la consiguiente ambigüedad y confusión entre lo religioso y lo profano, entre lo sacral y lo secular. En una palabra, entre la creencia y la increencia.
En resumen y utilizando la descripción del sociólogo Desroche, según su artículo publicado en la Encyclopedia Universalis (1968: 320), donde dice textualmente lo siguiente:
“En el proceso de la modernidad-secularidad se producen los cambios que se citan: La consagración del Rey Cristianísimo cede el puesto a la elección por el pueblo. La lengua sagrada de las Escrituras se ve sustituida por las lenguas populares, con Wiclef, Juan Hus, Lutero [...]. El sistema de los bienes de la Iglesia concebido como organización del reparto por igual de los ingresos procedentes de la limosna, es sustituido por la organización técnica de la seguridad y de la solidaridad social. La parroquia, grupo reducido de viviendas, cede ante el pueblo, agrupación importante de viviendas con vida propia y organización civil; la liturgia, ante el teatro y la coreografía; la esperanza, ante la prospectiva; la doctrina sacra, ante las ciencias humanas de la religión; los exorcismos, ante las terapéuticas clínicas; los concilios, ante los congresos; las peregrinacione...
Índice
- Dedicación
- Indice
- Prólogo, de Luis Buceta Facorro
- Capítulo I: El hecho religioso a partir de lo sagrado
- Capítulo II: Religión y religiones de la experiencia de lo sagrado
- Capítulo III: Integración complementaria de Ciencia y Religión
- Capítulo IV: La secularidad: Concepto y tipologías socio-religiosas
- Capítulo V: Religiosidad y ciencia en el proceso evolutivo humano: Diferenciación e integración
- Capítulo VI: La construcción de la ciudadanía compleja en la España plural del siglo XXI: Presupuestos básicos
- Capítulo VII: Mundo - Hombre - Dios: Del pensamiento esencialista al pensamiento sistémico
- Capítulo VIII: El hecho religioso-cristiano: Hacia un replanteamiento del cristianismo como ¿religión verdadera y absoluta?
- Capítulo IX: Aclaraciones sobre la resurrección de Jesús de Nazaret y nuestra propia y personal resurrección
- Referencias bibliográficas
- Textos originales manuscritos del autor
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