El cisne blanco
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El cisne blanco

  1. 228 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

«El cisne blanco» (1917) es una novela de José María Vargas Vila. Calificada como novela psicológica, narra la vida y el romance de dos jóvenes que sufren el mal del siglo y descienden de familias atormentadas y violentas.

Preguntas frecuentes

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Información

Editorial
SAGA Egmont
Año
2021
ISBN del libro electrónico
9788726680775
Ignorar es la sola condición de inmortalidad en el amor;
saber es morir;
el placer acelera la caducidad, que es el fondo del amor;
el corazón del placer tiene un sabor de muerte y de ceniza, como las manzanas rojas de la orilla de los lagos asfaltites;
nada es igual al dolor que se extrae de la ventura;
el despertar de la voluptuosidad es triste, como un cielo de crepúsculos de donde ha desaparecido el sol;
mi primera impresión, después de aquel encuentro definitivo con mi prima, fué de un desencanto profundo, como un sentimiento de repulsión por ella;
yo, esperaba otra cosa del amor; ¿aquel segundo de epilepsia era todo?
rebelde al remordimiento, mi corazón, libre de los espantos del pecado, no sentía la náusea del placer, sino una desilusión, un vacío, como el gran rompimiento de un sueño en el cual se hubiesen acumulado todas las quimeras;
¿era eso el amor?
mi larga espera sollozaba su desencanto, ante el desvanecimiento de tantas cosas como había soñado en la hora misteriosa y creatriz del abrazo de los sexos, en el gran gesto apasionado y fecundador que expande la vida sobre el inmenso universo;
y, mi alma desengañada, se volvió tristemente hacia las cosas del amor puro, y volví a coronar de flores mi Ideal...
y, de mis labios mancillados brotaron de nuevo los cánticos apasionados de mi amor primero;
la figura de Amelia, pensativa, resignada, y dolorosa, volvió a alzarse ante mí, como la imagen de mi ventura, en los horizontes de nuestras llanuras amadas, bajo las grandes nubes opalescentes, ornadas de silencio, entre la blancura húmeda de los nenúfares languidecientes, cerca a las aguas muertas, las aguas del dolor, las aguas de las lágrimas;
y, mi alma, y mi corazón se volvían hacia ella, con el fervor de un culto, con la desesperación de dos brazos tendidos hacia la costa, en una hora de naufragio;
todo mi amor resurgió violento, tenaz, invasor, como el fuego de un incendio que se creía extinto y estallara de súbito en llamaradas;
un gran soplo de ternura pasó en mi corazón, purificando mi pensamiento, barriendo mis últimas mancilladuras;
y, por un desdoblamiento de mi personalidad, yo veía como una cosa extraña, el fuego que me había consumido, brillar allá, muy lejos, sobre la colina fatal, como el incendio de una ruina en un horizonte muy lejano... y arrojaba mis recuerdos hacia allá, para que se quemaran, y desaparecieran en ese incendio de olvido;
como si el mismo hálito de purificación que clareaba mi alma, hubiese pasado sobre ellos, los campos volvieron a tener a mis ojos su misma ingenua poesía, sus mismos encantos, secretos y profundos, su misma íntima irrevelada belleza;
una inefable poesía se levantaba de esta naturaleza fresca y grandiosa, de las hierbas húmedas, de las aguas límpidas, de los juncales gráciles, las arboledas obscuras y los lejanos montes enigmáticos, como grandes bestias de piedra, de una mitología cambodyana;
ebria de lirismo y de ternura, toda mi alma tendía hacia su pasado, hacia mi idealidad abandonada, hacia mi amor tan puro, tan resignado, y tan esquivo;
¿Amelia se dió cuenta de ese regreso de mi alma hacia ella?
¿nada dijeron a su alma profunda, mis miradas furtivas y rendidas, llenas de una humilde y silenciosa imploración, más elocuente que todas las palabras con las cuales mi boca culpable podría romper los silencios graves y densos, en que el destino había envuelto nuestros pensamientos y nuestros sueños?
la facultad adivinatoria del amor, que rarifica las ideas y hace como transparentes los sentimientos del sér amado, ¿había desaparecido, o se había atrofiado en ella, que no podía, o no quería comprender la angustia tierna, la adoración desolada, de que estaban impregnadas mis pupilas, la tristeza que se disolvía en una nube de llanto, más elocuente que todas las confesiones apasionadas, y más apasionada que una caricia lenta?
¿por qué continuaba en huirme como una obstinación dulce y apartada de mis ojos, como para dejarme sin luz, en el lúgubre paisaje de tinieblas en que mi alma caminaba hacia ella?
¿por qué su corazón permanecía cerrado a la piedad, cerrado como una flor sobre la cual ha llovido llanto, y que no quiere abrirse, a causa de las tristezas pasadas y de las venturas ofrecidas?
¿por qué volvía el rostro y apartaba los ojos de mi alma, que regresaba a ella lacerada, mendiga de ternura y le gritaba su naufragio en la noche negra, y esperaba de sus ojos divinos el esplendor de la resurrección?
¿por qué?
¿el dolor, era más fuerte que el amor en aquella alma maltratada injustamente por la vida cruel, que laceraba sin curarlos los seres y las almas?
yo no lo sé, pero ella continuaba en alejarse de mí, en hacerme ver en sus palabras y en sus actos, que nuestras almas estaban lejanas, muy lejanas, separadas para siempre en el camino eterno del abandono;
y, yo probaba ante esta rehusa, la emoción indefinible y terrificante de la soledad, del anonadamiento y de la muerte;
no ser amado ya;
he ahí lo que llena el alma de una sombra mayor que no haber sido amado nunca;
sentirse muerto en un corazón en que se ha vivido, es de todas las formas de la muerte la más cruel;
la gravedad calmada y fraternal, la nobleza soberana y llena de atención que ponía ella en su alejamiento, me llenaba de mayor tristeza, me torturaba de mayores tormentos que si ella hubiese puesto en despreciarme un átomo siquiera de cólera o de venganza;
pero no, su inefable belleza interior, no descomponía con la violencia los ritmos armoniosos de su espíritu, como su serenidad grandiosa no descomponía con el gesto rudo o violento, la euritmia maravillosa de su rostro;
nunca una palabra amarga, nunca una actitud descomedida, respecto a mí; la más atenta y dócil de las hermanas, podría apenas compararse a ella, en su trato lleno de grave afabilidad y de exquisita reserva;
siempre al lado de mi madre, más atareada que nunca en las fa enas de la casa, impenetrable, en su sonrisa triste, que la envolvía como una aureola, pasaba cerca a mí sin detenerse nunca, sin verme casi, esquivando siempre fijar en los míos sus ojos consoladores, donde palpitaba para mí el reflejo de todas las esperanzas...
¿la magnificencia de su corazón estaba agotada a la mendicidad de mi dolor?
¡mi falta era pues irremediable!
y, he ahí que la idea de la muerte vino a mí como una gran consolación;
¿por qué no morir, cuando había muerto su inmortal sonrisa para mí?
la muerte no es dura sino por las cosas que se aman; es dura a causa de nuestro corazón;
ser olvidado es ser amortajado;
¿por qué empeñarse en vivir a despecho del olvido?
el duelo del corazón es más duro de llevar, que todos los duelos de la vida;
el espanto de un corazón amortajado de olvido, es la única verdad a que no se habitúan los ojos del alma brutalmente celosa del horror;
la nada no existe para el corazón;
toda la Verdad está en el Dolor;
el Amor, es la miseria y la gloria de la vida;
¡oh, lumbre de la Noche!...
la inmensidad de nuestros corazones tiene necesidad de ser interrogada;
el corazón desgarrado pide ser consolado; para debatirse, para consumirse, aun para morirse tiene necesidad de otro corazón;
el silencio hace mal al dolor, como una asfixia;
el dolor quiere ser revelado; es en la hora del desastre, cuando se tiene necesidad de ese algo tierno, luminoso y profundo; un corazón; un corazón a quien decir a gritos el dolor; confiarse es prolongarse, esparcirse, vivir más allá de sí mismo, abrir su corazón a todos los vientos del consuelo, para evitar la muerte;
hay cierta voluptuosidad en la ostentación de la herida interior; la mirada ajena es como una caricia;
la sombra de otra alma inclinada sobre nuestro dolor, tiene siempre el ritmo y la forma de una grande esperanza compasiva; dejar de callar es dejar de morir; es necesario entregar su sueño a otros ojos que lo devoren;
el estremecimiento de otro sér es preciso a nuestro dolor, plegado miserablemente hacia la tierra;
¿quién sostendría el mío? ¿quién lo levantaría? ¿qué voz gritaría en mi soledad? ¿a quién abrir mi corazón?
mi viejo Maestro despreciaba mucho el alma de la mujer, para comprender el dolor que viene de ella; el alma de la mujer, ¿es que él le concedía una? no parecía eso en la fórmula estrecha y brutal en que él encerraba su pensamiento; tota mulier in utero, era su credo;
el terrible y autoritario ideólogo, llevaba en su misoginia toda la candorosa ignorancia de la mujer, que caracteriza a los hombres de alto espíritu; todo misógino ignora la mujer; son grandes niños desengañados, que hacen una teoría de su rencor, y niegan, para no ser vencidos por él, ese algo frágil, ondeante, dúctil y exquisito, que es una alma de mujer;
—La mujer, decía él, no es sino un sexo exasperado; el amor de ella no es sino el instinto; hecha para la procreación, todas las demás formas de la vida y del amor le son extrañas; ella no pide ser amada, sino ser poseída; el placer es la norma de su vida; el lecho es su trono y es su altar; allí es nuestra soberana y nuestro dios; fuera del lecho la mujer es estorbosa y es odiosa; los chinos que le deforman los pies, no tienen sino una presciencia de la verdad; debieran cortárselos; la horizontal es la única posición apta a la mujer; la mujer puesta de pie es fatal; cada paso que da, en la vida, lo da hacia su perdición y hacia la de los demás; bajo sus plantas florece la tragedia y el dolor... es la sembradora del Mal, la devoradora de sueños; la enemiga de la Gloria;
yo, que sabía las teorías del Maestro a ese respecto, ¿cómo habría ido a consultarle penas de amor, que le habrían hecho sonreir?
para los que ven en el amor, como luego he visto yo, un hecho puramente fisiológico ¿qué valor pueden tener las penas del corazón y la sutil y complicada trama de la pasión sentimental?
una pasión pura y dolorosa como la mía, entonces, necesitaba una alma de pureza y de dolor a quien confiarse;
era un corazón, un gran corazón lo que pedía;
¿dónde estaba ese corazón?
yo lo tenía cerca a mí, al alcance de mis manos, de mis labios y de mi voz;
yo tenía allí un corazón sufriente, amoroso y lacerado, en el cual podía verter mi dolor como en una ánfora, y dejar caer mis palabras desesperadas que subían de la sombra de mi corazón;
¿no tenía yo una madre?
¿no estaba ella allí, mirándome con ojos de desolación, con su grande alma de ternura y de sinceridad, la palabra del consuelo pronta en su boca, simple y augusta?
¿a dónde iría yo que no fuera al corazón de mi madre?
su alma toda de amor y de simplicidad, había comprendido el regreso de la mía, a los senderos del bien, ese regreso tan ardientemente pedido, por ella, en sus plegarias, y tan candorosa, tan pacientemente esperado en su fe inagotable;
el alma de las madres no se engaña; la acuidad de su mirada, tiene algo del prodigio y del milagro;
se pueden engañar todas las mujeres; no se engaña nunca la madre; la mentira, ni está en ella, ni entra en ella; la verdad reside en ella, como el vértigo de amar; ella encarna y realiza en sí, todo el amor; de ahí su poder adivinatorio; sus ojos adivinan y sus labios profetizan; ¡ay! y sus palabras de divinidad son estériles; sólo su corazón es fecundo en el dolor!
consolar, suplicar y adorar a la carne de su carne; he ahí la madre;
la mía había comprendido mi angustia, la vacilación de esos días dolorosos, en que subía a mi corazón un hálito divino de pureza, y volvía a mis antiguos senderos de amor, como un convaleciente escapado del lecho y de la muerte; sus ojos habían perdido
la triste severidad con que otras veces observaban los míos;
sobre sus labios como un arco-iris crepuscular, vagaba una sonrisa pálida, como hecha de tristezas desvanecidas y de esperanzas nacientes; y en su boca triste, se veía bien que la ternura aprisionaba los besos, que la ingratitud había hecho inmerecidos;
sus brazos se tendían hacia mi cuello, como alas de bendición, y sus manos diáfanas, como crisálidas de alabastros, habían ya disenado sobre mi frente, suaves gestos de absolución y de caricia;
así aquella tarde, cuando llegué al ángulo del corredor, donde en un verdadero gabinete de verdura, hecho de parásitas y convólvulos, ella bordaba en compañía de Amelia, la más cariñosa sonrisa de bienvenida me acogió y su mano tendida me señaló el puesto más inmediato a ella; ...

Índice

  1. El cisne blanco
  2. Copyright
  3. Chapter
  4. Chapter
  5. Chapter
  6. Chapter
  7. Chapter
  8. Chapter
  9. Chapter
  10. Chapter
  11. Chapter
  12. Chapter
  13. Chapter
  14. Chapter
  15. Chapter
  16. Chapter
  17. Chapter
  18. Chapter
  19. Chapter
  20. SobreEl cisne blanco