SEGUNDA PARTE
1933-1952
Capítulo 1
Acerca del concepto posicional en la obra de Melanie Klein
Gregorio M. Garfinkel
Presentación
Inicialmente conviene señalar que el concepto posicional permitió a Melanie Klein sintetizar y reformular los descubrimientos que venía realizando desde los comienzos de su labor y reafirmar la relación entre fenómenos normales, neuróticos y psicóticos. No es casual que los tres momentos significativos que permiten seguir la construcción de aquel concepto teórico (1934, 1940, 1946) estén publicados en trabajos que, ya desde el título mismo, ponen el acento en el tipo de psicopatología en la que el psicoanálisis había hallado su mayor reto.
Recordemos que los trastornos psicóticos y otras graves patologías narcisistas fueron considerados por S. Freud, en su momento, límite para el método psicoanalítico, por la aparente inexistencia de la capacidad de establecer un vínculo transferencial.
Es interesante comprobar que el concepto posicional, aún con modificaciones importantes a lo largo del tiempo, pasó a tener un carácter identitario. A veces como “pensamiento”, “escuela”, “desarrollo”, etcétera, kleiniano o post-kleiniano.
Por todo ello, a la hora de clasificar en términos de etapas teóricas, nadie duda ubicar la introducción del concepto posicional por M. Klein como el comienzo de un segundo momento en que su obra puede ser dividida para su estudio.
Acerca de complejidades de la mente
Se ha destacado que el concepto posicional es fenoménicamente situacional, porque en su descripción siempre hay un sujeto en una situación en relación a un objeto, con las ansiedades y defensas correspondientes a la misma. Este hecho se fundamenta −y se confirma− en la clínica, ya sea en el vínculo transferencial-contratransferencial, en los fenómenos oníricos o en el contenido inconsciente sintomático, neurótico o psicótico.
Estoy plenamente de acuerdo con esa definición, pero agregaría que, a mi criterio, el concepto posicional puede calificarse como holístico porque esa concepción situacional depende en último término de una totalidad, no importa a cuántas parcialidades se refiera su contenido, ya que ninguna de ellas puede ser comprendida sino en función de dicha totalidad.
En mi referencia a lo holístico no pretendo innovar sino subrayar y rescatar lo que desde el origen mismo del psicoanálisis fue una preocupación constante: el desafío siempre presente en la comprensión de la complejidad de la mente, visualizable en la evolución de los modelos y concepciones teóricas.
Dada la amplitud del tema me limitaré a esbozar esta afirmación, recurriendo solo a algunos momentos significativos de la obra de S. Freud y su correlato en M. Klein.
El rol del método psicoanalítico
Conviene tener presente la evolución de las ideas de M. Klein para llegar a comprender por qué el concepto posicional, como propuesta teórica, evidencia una neta raigambre clínica. Por lo que, una vez más, se revalorizó el método psicoanalítico, tal como fue definido por su creador, por su simultaneidad de investigación y tratamiento.
En M. Klein, como con cualquier otro autor psicoanalítico, si se quiere dimensionar su aporte mediante el uso del método psicoanalítico, se vuelve necesario rastrear y comprender el desarrollo de sus ideas, sin aislarlo de la evolución del psicoanálisis en general, con sus interrogantes, polémicas, interrelaciones y nuevas propuestas teórico-clínico-técnicas.
Esto se evidencia, por ejemplo, en una perspectiva de la obra de S. Freud, mediante un recorrido panorámico de la evolución de algunos de los conceptos psicoanalíticos que nos importan, en particular, porque constituyeron el marco contextual teórico para la labor inicial de M. Klein. Se podrá observar cómo uno de los puntos nodales de la teoría psicoanalítica, el narcisismo, será permanentemente convocado para arribar al concepto posicional.
Década crucial para el psicoanálisis: 1910-1920
Melanie Klein ingresa al psicoanálisis (1917) en una época en que el incremento y profundización lograda por el mayor número de experiencias clínicas mediante el método psicoanalítico aporta soluciones, complejiza viejos interrogantes y genera otros novedosos.
Ella inicia su labor al promediar una década transcendental del psicoanálisis en sus vertientes teóricas, clínicas, técnicas, que hasta incluyen la formalización de la formación como psicoanalista. Cambios y novedades que, como se dijo más arriba, se evidencian en buena medida en el desarrollo de la obra de S. Freud.
Recordemos, por ejemplo, que, en 1910 en Perturbaciones psicogénicas de la visión, S. Freud modifica y precisa la oposición a la sexualidad, en términos definitivamente pulsionales como “instintos de autoconservación o del yo”.
En 1910 (1909) en Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci y en Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente (1911) S. Freud utiliza el término de “narcisismo” en relación a vicisitudes identificatorias, con una importante diferencia. En Leonardo tendrá −junto con una fijación homosexual− una consecuencia creativa, mientras que en Schreber dicha fijación conducirá a la psicosis, con un interesante comentario que vale la pena citar:
“En ‘Tres ensayos de teoría sexual’ formulé la opinión de que cada estadio de desarrollo de la psicosexualidad ofrece una posibilidad de ‘fijación’, vale decir (...) una predisposición. Personas que no se han soltado por completo del estado del narcisismo (...) pueden tener el efecto de una predisposición patológica.”
Menciona el efecto de una regresión por frustración y continúa:
“Puesto que en nuestros análisis hallamos que los paranoicos procuran defenderse de una sexualización así de sus investiduras pulsionales sociales, nos vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo entre autoerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica; quizá la podamos determinar aún con mayor exactitud. Una predisposición semejante debimos atribuir a la dementia praecox de Kraepelin o esquizofrenia (según Bleuler), y esperamos obtener en lo sucesivo puntos de apoyo para fundar el distingo en la forma y desenlace de ambas afecciones por medio de unas diferencias que les correspondan en la fijación predisponente”.
Todos los contenidos de esta cita de S. Freud motivarán importantes aportes clínico-teóricos por parte de M. Klein y colaboradores, culminando en la formulación y evolución del concepto posicional.
Con respecto a narcisismo, S. Freud hace su introducción oficial en su trabajo de 1914 Introducción al narcisismo. Permite un planteo acerca de las elecciones de objeto, que incluye al propio yo como uno de ellos, complejizando con nuevos interrogantes sus concepciones en relación a las tendencias autoeróticas, zonas erógenas, identificaciones, integración del yo y destino posible de las futuras elecciones de objeto.
En esa misma década, en Duelo y melancolía (1917), el yo vuelve a ser el protagonista, nuevamente en términos identificatorios, en una dialéctica basada en la tolerancia a la pérdida o renuncia al objeto, que incluye el vínculo con la realidad externa, representado por un objeto real. Trae una nueva manera de concebir una identificación por una modificación basada en una escisión del yo. Si bien en este trabajo de 1917 se enfatiza una maniobra defensiva en términos patológicos, en 1923 S. Freud reconocerá su valor estructurante normal en relación al yo y al psiquismo en general, al señalar el valor universal de los orígenes del superyó.
Sigmund Freud expone de una manera clara −hasta para un público lego− en las conferencias de 1916-1917 su noción de “series complementarias”, fórmula que le permite resumir sus hipótesis acerca de las observaciones clínicas a su alcance, tendientes a explicar la génesis de las sobredeterminaciones y relaciones entre síntoma, sueño y transferencia.
Siguiendo un eje temporal, articula la filogenia y la ontogenia, o sea, el pasado generacional (desarrollo de la humanidad) y el individual (desarrollo personal) como generadores de un tronco común, que explicaría las fijaciones libidinales producidas en ambos desarrollos.
Estas fijaciones del pasado (internas) se activarían en el presente por algún factor circunstancial (externo), al que calificó de “accidental” por su relativa inespecificidad. Así estas fijaciones determinarían en algunos casos la tendencia (y en otros la compulsión) a repetir la conflictiva inconsciente que aparecerá clínicamente como síntoma, sueño o transferencia.
El concepto de fijación, para ese entonces, era fundamental para la teoría de la curación psicoanalítica. Los trabajos técnicos de esa década definían el objetivo terapéutico como hacer consciente lo inconsciente mediante la elaboración de las resistencias. La “vía regia” de la clínica correspondía a la transferencia.
Esto era posible porque la transferencia, con su potencialidad emotiva-objetivante del pasado activada en el presente, transformaba la neurosis sintomática en la neurosis transferencial en el vínculo con el analista. Este último era el factor “circunstancialmente presente”, o sea, “accidental”. En esta descripción puede observarse qué cerca se está de la idea de un sujeto en una situación con un otro, con ansiedades y defensas en el marco de dos temporalidades, posibles de ser explicadas genéticamente por ideas acerca de “desarrollo”.
La clave para dicha posibilidad y resolución transformadora −explicativa de esa ecuación equivalente entre síntoma, sueño y transferencia− correspondía en último término a lo que E. Jones consideró el aporte más importante de S. Freud a la psicología, más importante aún que la misma noción de inconsciente: los procesos primarios y secundarios. Los primarios rigiendo lo inconsciente independientemente de la temporalidad y la espacialidad y provocando una interacción conflictiva con los secundarios. Estos sí dependientes de la existencia de la noción de espacio y tiempo, tal como lo utilizamos en nuestro pensamiento racional consciente.
Y con respecto a la compulsión repetitiva...