Anatomía de la traición
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Anatomía de la traición

Pedro García Cuartango

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Anatomía de la traición

Pedro García Cuartango

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Anatomía de la traición indaga en los motivos que impulsaron a hombres y mujeres a vivir al límite, borrando su identidad para convertirse en espías y cambiar con sus acciones el curso de la Historia. Los crueles servicios secretos del III Reich, los oscuros soviéticos de la KGB, los silenciosos norteamericanos de la CIA y los flemáticos británicos del MI5 desfilan por las páginas de este libro. Una galería de personajes, extraordinariamente documentados por la fina pluma de Pedro G. Cuartango que traicionaron o afirmaron sus ideales por ambición, dinero, convencimiento o miedo. O por todo a la vez. Un universo no tan claro de buenos y malos, de bloques políticos antagónicos surgidos del Muro de Berlín y la Guerra Fría. Un retrato de las oscuras tramas de poder que hicieron del mundo un tablero de ajedrez del que solo podría salir un vencedor.

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Información

Año
2021
ISBN
9788412349856

Al servicio de su majestad

MI6_Logo

Dos servicios, una misma patria

Las películas y las novelas sobre espionaje han popularizado las siglas de los dos servicios secretos británicos, que generalmente son confundidas por el público. Nos referimos al MI5 y el MI6, que comparten una historia común y nacieron en la misma fecha como dos brazos del mismo cuerpo. Ambos fueron creados en 1909 por el Gobierno británico, que creyó conveniente una especialización de los servicios secretos.
Hay otros servicios británicos de inteligencia de carácter militar, pero son marginales. La única excepción fue el SOE, una unidad de operaciones especiales creada durante la Segunda Guerra Mundial. Formaba a agentes para sabotajes y contactos con la resistencia en la Francia ocupada y dependía de la cúpula del Ejército.
El MI6, el Secret Intelligence Service, es mundialmente conocido por las novelas de Le Carré, especialmente El topo, en la que un traidor desvela la red de agentes británicos tras el Telón de Acero. El escritor bautiza al MI6 como el «Circus» y lo sitúa imaginariamente en un viejo edificio cerca de Charing Cross. Mucha gente ha llegado a creer que los personajes de Le Carré, como Smiley y Haydon, fueron reales, pero lo cierto es que la trama de sus obras es ficticia, aunque guarda un inquietante parecido con la realidad.
Bajo la supervisión de un comité gubernamental, la función esencial del MI6 es hoy el espionaje en el extranjero para detectar posibles amenazas exteriores como el terrorismo islámico. Es obvio que, desde los años treinta hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, casi todos los esfuerzos y energías del MI6 se dedicaban a disponer de información de lo que sucedía tras el Telón de Acero. Una buena parte de su presupuesto financiaba una red de cientos de agentes clandestinos en los países del bloque comunista. Desde hace unos años, está situado en un enorme edificio moderno a orillas del Támesis. Oficialmente, tiene más de 2500 empleados, por lo que se le he acusado en algunas ocasiones de pecar de exceso de burocratismo.
Su servicio hermano, no siempre bien avenido, es el MI5, que se orientó desde sus orígenes a la contrainteligencia y la seguridad interna. Fue creado para detectar los espías de potencias extranjeras en el interior de Gran Bretaña, aunque hoy se ocupa de la política antiterrorista dentro del país. El MI5 vigila a los elementos islamistas que intentan desestabilizar el país.
El MI5, también conocido como Security Service, era hasta hace un par de décadas una organización secreta, sin ninguna proyección pública. Su director jamás aparecía en los medios. Pero hoy tiene una página web en la que publica ofertas de trabajo y en la que informa de que su plantilla asciende a más de 4000 personas. Su director es Ken McCallum, que, con sus gafas de concha y su aire distraído, parece un intelectual. Se ha esforzado en subrayar que el MI5 actúa siempre dentro de la legalidad y en estricto cumplimiento de las misiones que le encarga el Gobierno. El servicio reporta directamente al ministro del Interior y al jefe del Gobierno. Su sede está en el antiguo edificio del Imperial Chemical Industries, un elegante y señorial edificio victoriano en el centro de Londres que centralizó, a partir de 1994, sus dispersas instalaciones.
Como es público y notorio, los dos servicios secretos británicos siempre han mantenido una rivalidad que, a veces, ha redundado en perjuicio de su eficacia. Su comunicación ha sido difícil y llena de recelos, lo que probablemente influyó en fiascos como la traición de Kin Philby y sus amigos, que fueron protegidos por sus jefes del MI6.
Es importante subrayar que el MI5 se dedica a la inteligencia y que carece de competencias policiales. Su labor se limita a informar, pero no puede detener a nadie ni instar a un procedimiento judicial. Es razonable suponer que este servicio de seguridad no siempre es respetuoso con los procedimientos legales, como apunta su director, pero se esfuerza en parecerlo. En cualquier caso, las leyes imponen un estricto control sobre la legalidad de sus operaciones.
Remontándonos a la historia, el primer director del MI5 fue Vernon Kell, que trabajaba conjuntamente con Scotland Yard y disponía de un pequeño número de colaboradores que se centraban en la localización de espías alemanes. Antes de la guerra iniciada en 1914, el MI5 reveló la existencia de 22 agentes infiltrados en el país, lo que motivó la indignación del káiser y una crisis diplomática.
La organización de Kell se mostró extraordinariamente efectiva en la localización de espías del Reich gracias a un control estricto de la entrada y salida de extranjeros, a la vigilancia masiva del correo y a una red de agentes muy eficaz.
Durante el periodo de entreguerras, gracias a sir Basil Thomson, nuevo director del servicio, la organización se modernizó y obtuvo más medios humanos y materiales de los sucesivos gobiernos. Su estrategia se centró en la infiltración de agentes de la Unión Soviética. Hasta comienzos de los años treinta, el MI5 neutralizó a prácticamente todos los espías enviados por la Cheka y luego el NKVD.
La inteligencia comunista, con Yagoda al frente, se dio cuenta de que sus métodos eran infructuosos porque el MI5 no tenía problemas para identificar a sus agentes, muchos de los cuales eran militantes del partido o extranjeros que levantaban sospechas.
Fue a partir de 1934 cuando el KKVD cambió de táctica y orientó sus esfuerzos a captar intelectuales y miembros de las elites británicas. La iniciativa funcionó hasta el punto de que los soviéticos lograron reclutar a los cinco conocidos como el Círculo de Cambridge: Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross. Todos prestaron grandes servicios a su patria de adopción hasta que fueron localizados.
Todavía resulta un misterio por qué estos cachorros de la aristocracia inglesa, nacidos en familias acomodadas y educados en las mejores escuelas británicas, se dejaron seducir por el comunismo y se prestaron a hacer trabajos sucios para el régimen de Stalin. Todos ellos despreciaban la democracia parlamentaria de su país e idealizaban el comunismo soviético, ignorando su cara sombría.
El MI5 no estaba preparado para afrontar los desafíos de la Segunda Guerra Mundial y cometió numerosos errores en los primeros meses del estallido del conflicto. Una de sus misiones era confinar a cualquier sospechoso de ser enemigo de Gran Bretaña, lo que le llevó a internar a militantes de la izquierda antiestalinista como Arthur Koestler, que había sido perseguido por los nazis, o que simplemente habían huido de las garras de Hitler.
Churchill colocó a David Petrie al frente del servicio y sus resultados mejoraron claramente en los últimos años del conflicto. El mayor éxito de la organización fue el centro de interceptación de comunicaciones de Bletchley Park, que, gracias a haber logrado descifrar los códigos de la máquina Enigma, podía desencriptar las órdenes y los movimientos del ejército de Hitler. El matemático Alan Turing fue uno de los cerebros que ayudó a desentrañar los misterios de Enigma, que los submarinos alemanes seguían utilizando sin saber que sus enemigos podían descodificar sus mensajes a Berlín. Tras la guerra, Turing fue condenado por homosexualidad y optó, para evitar la cárcel, por ser sometido a un proceso de castración química. Una página negra de la historia de un país comprometido con la libertad y la democracia.
El MI5 se dio cuenta durante la guerra de que podía intentar engañar a la Abwehr con el llamado sistema de «doble cruce», que era la captación y reclutamiento de espías alemanes en Gran Bretaña para proporcionar información falsa al enemigo. A cambio de colaborar, se les garantizaba que no serían juzgados, evitando el riesgo de penas a cadena perpetua.
El más importante de los agentes dobles del MI5 fue el catalán Joan Pujol, alias Garbo, que engañó a Hitler al convencer a los alemanes de que la invasión sería por Calais. El Abwehr confiaba ciegamente en Pujol, condecorado con la Cruz de Hierro, e ignoraba que servía a los intereses británicos. En realidad, los mensajes de Garbo eran cuidadosamente elaborados por Londres, que hizo creer a sus adversarios que su agente manejaba una extensa red de espionaje en el país. Todo era un montaje para manipular a los alemanes, a los que suministraba datos verdaderos de escasa importancia para aumentar su credibilidad. Irónicamente, el propio Hitler felicitó a Garbo por su entrega a la causa nazi.
Al comenzar la Guerra Fría, el MI5 tuvo que afrontar el reto de localizar a los espías soviéticos que operaban dentro de las instituciones y la Administración. Sus jefes sospechaban que el KGB tenía infiltrado personal de alto nivel en los círculos de decisión. También disponía de cientos de agentes en Irlanda del Norte, que recurrieron a métodos que incluían las torturas y las delaciones para perseguir al IRA y encarcelar a sus dirigentes. El MI5 colaboró con las fuerzas especiales británicas desplazadas a esa zona.
El prestigio de la organización quedó en entredicho cuando dos agentes revelaron a un periodista que habían sido reclutados para infiltrarse en el IRA provisional y que luego habían sido abandonados y marginados por sus nuevos jefes, que no quisieron saber nada de ellos.
A finales de los años cuarenta, la paranoia del servicio llegó hasta tal punto que se empezó a espiar a los líderes laboristas. Entre ellos a Harold Wilson, futuro primer ministro. A partir de datos falsos y elucubraciones, llegó a la conclusión de que Wilson podía ser un agente soviético, algo que carecía de base.
El MI5 investigo también a John Profumo, ministro de Defensa a comienzos de la década de los sesenta. Profumo se había hecho amante de una joven prostituta de diecinueve años llamada Christine Keeler, que a su vez compartía favores sexuales con el agregado naval de la embajada soviética, que era un agente del KGB.
Profumo negó los hechos, que trascendieron a la prensa, pero finalmente tuvo que adm...

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