Las bellas artes reducidas a un principio único
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Las bellas artes reducidas a un principio único

Charles Batteux, Josep Monter Pérez, Benedicta Chilet Llácer

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Las bellas artes reducidas a un principio único

Charles Batteux, Josep Monter Pérez, Benedicta Chilet Llácer

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Con 'Las Bellas Artes reducidas a un único principio' (1764), Charles Batteux se convierte en el autor de una obra que, en plena Ilustración, se propuso estructurar sistemáticamente los dominios de la cultura artística. Diferenció los sectores artísticos (las seis artes troncales), postulando un principio común (la mímesis de la belleza natural). Enfatizó las relaciones de finalidad propias de las propuestas artísticas (placer vs utilidad). Matizó entre el valor patrimonial y su estimación, entre el gusto y el genio, entre la naturaleza y su representación optimizadora. El abate Batteux incluyó, a su vez, el contenido de este texto en otras publicaciones suyas –tratando de aplicar esos principios sistemáticos–, como ocurrió en el 'Cours de Belles Lettres' (1753), recogido asimismo en 'Principes de la Littérature' (1774). Una estrategia difusora que históricamente fue eficaz.

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Información

Edición
1
Categoría
Arte
Categoría
Arte general

PARTE 1

EN LA QUE SE ESTABLECE
LA NATURALEZA DE LAS ARTES A PARTIR
DE LA NATURALEZA DEL GENIO QUE LAS PRODUCE
Poco es el orden que reina en la manera de tratar las bellas artes. Veámoslo por medio de la poesía. Se [2] cree dar una idea adecuada de la misma diciendo que abarca todas las artes: es un compuesto de pintura, de música y de elocuencia.
Como la elocuencia, habla, prueba, narra. Como la música, tiene un curso regulado, tonos y cadencias, cuya mezcla forma una especie de concierto. Como la pintura, dibuja objetos: expande colores, mezcla todos los matices de la naturaleza. En una palabra, utiliza los colores y el pincel, emplea la melodía y los acordes, muestra la verdad y sabe hacerla amable.
La poesía abarca todo tipo de materias: se encarga de lo más brillante que hay en la historia, entra en los campos de la filosofía, se eleva hasta el cielo para admirar la marcha de los astros, se sumerge en los abismos [3] para examinar los secretos de la naturaleza, se introduce entre los muertos para ver las recompensas de los justos y los suplicios de los impíos: comprende todo el universo. Si este mundo no le basta, crea mundos nuevos, que embellece con moradas encantadas, pobladas por mil habitantes diversos. Ahí compone seres a su gusto; no engendra nada que no sea perfecto, sobrepasa todas las producciones de la naturaleza; es una especie de magia: ofrece ilusión a los ojos, a la imaginación, al mismo espíritu; y consigue darles a las personas placeres reales mediante invenciones quiméricas. Así es como la mayoría de autores han hablado de la poesía; y, más o menos, han dicho lo mismo de las demás artes.
Poseídos por la valía de las artes a las que se habían dedicado, nos han ofrecido descripciones [4] pomposas de ellas, pero ni una sola definición precisa como se les pedía; o bien, cuando han tratado de definírnoslas, como la naturaleza es de por sí muy complicada, a veces han tomado lo accesorio por lo esencial y lo esencial por lo accesorio. Otras veces incluso, arrastrados por cierto interés de autor, han aprovechado la oscuridad de la materia y nos han ofrecido ideas, formadas a partir del modelo de sus propias obras.
No nos vamos a detener aquí para refutar las diferentes opiniones que hay sobre la esencia de las artes y, sobre todo, de la poesía: empezaremos por establecer nuestro principio y, una vez bien probado, con las pruebas que lo han establecido se convertirán en la refutación de las demás opiniones.

1.

División y origen de las artes
No es necesario empezar aquí por el elogio de las artes en general; sus bondades son suficientemente patentes por si mismas: llenan todo el universo. Las artes son las que han construido las ciudades, han unido a las personas dispersas, las han refinado, templado, hecho capaces de vivir en sociedad. Destinadas unas a servirnos, otras a hacernos agradables y otras a ambas cosas a la vez, en cierto modo se han convertido para nosotros en un segundo orden de elementos, cuya creación había reservado la naturaleza a nuestra industria.
Se pueden dividir en tres especies de acuerdo con los fines que se proponen.
[6] Unas tienen por objeto las necesidades de la persona, a la que la naturaleza parece abandonar a sí misma en cuanto nace; expuesta al frío, al hambre, a mil males, la naturaleza ha querido que los remedios y prevenciones necesarias fueran el premio de su industria y trabajo: de ahí han surgido las artes mecánicas.
Otras tienen por objeto el placer; éstas no han podido nacer más que en el seno de la alegría y de los sentimientos que producen la abundancia y la tranquilidad; son las llamadas bellas artes por excelencia: la música, la poesía, la pintura, la escultura y el arte del gesto o danza.
La tercera especie incluye la artes que tienen por objeto la utilidad y el recreo a la vez; tales son la elocuencia y la arquitectura; lo que las hace salir a la luz es la necesidad y el gusto las ha perfeccionado; son [7] una suerte de término medio entre las otras dos especies, pues comparte el recreo y la utilidad.
Las artes de la primera especie utilizan la naturaleza tal como es, únicamente para el uso. Las de la tercera, la utilizan refinándola, para el uso y el recreo. Las bellas artes no la utilizan en absoluto: no hacen más que imitarla, cada una a su manera, cosa que necesita una explicación, que se dará en el siguiente capítulo. Así que la naturaleza es el objeto de todas las artes: contiene todas nuestras necesidades y placeres y las artes mecánicas y liberales no están hechas más que para extraerlas de ella.
Aquí no hablaremos más que de las bellas artes, es decir, de aquellas cuyo primer objeto es agradar; y para conocerlas mejor, nos remontaremos a la causa que las ha producido.
Son las personas las que han hecho las artes [8]; y las han hecho para sí mismas. Aburridas de un disfrute demasiado uniforme de los objetos que les ofrecía la pura naturaleza y encontrándose, además, en una situación propicia para recibir el placer, recurrieron a su genio para procurarse un nuevo orden de ideas y de sentimientos que despertara su espíritu y reanimara su gusto. Ahora bien, ¿qué podía hacer este genio limitado en su fecundidad y en sus perspectivas, de forma que no podía ir más allá que la naturaleza y, además, teniendo que trabajar para las personas cuyas facultades estaban encerradas en las mismas limitaciones? Necesariamente todos sus esfuerzos tuvieron que reducirse a elegir las partes más bellas de la naturaleza para configurar un todo exquisito, que fuera más perfecto que la misma naturaleza, pero sin que dejara de ser natural. He aquí el principio sobre el que, necesariamente, ha tenido que [9] erigirse el plan fundamental de las artes y que los grandes artistas han seguido en todos los siglos.
De ahí concluyo: primero, que el genio –que es el padre de todas las artes– debe imitar a la naturaleza; segundo, que no la debe imitar en absoluto tal como es; tercero, que el gusto –para el que están hechas las artes y de las que él es el juez– debe quedar satisfecho cuando escogen e imitan bien a la naturaleza. Así, todas nuestras pruebas deben tender a establecer la imitación de la naturaleza bella: 1) por la naturaleza y conducta del genio que las produce; 2) por la del gusto, que es su árbitro. Esta es la materia de las dos primeras partes. Añadiremos una tercera, en que se hará la aplicación del principio a las diferentes especies de las artes: a la poesía, a la pintura, a la música y a la danza.

2.

El genio no ha podido producir las artes más que por la imitación; sobre lo que hay que imitar
El espíritu humano no puede crear más que de manera impropia: todas sus producciones contienen la impronta de un modelo. Los mismos monstruos, que una imaginación desordenada se figura en sus delirios, no pueden estar compuestos más que de partes tomadas de la naturaleza. Y, si el genio, por capricho, hace de esas partes un ensamblaje contrario a las leyes naturales, degradando la naturaleza se degrada a sí mismo y se convierte en una especie de locura. Los límites están marcados y, en cuanto uno los sobrepasa, se pierde. Más que un mundo se hace un caos, y antes que placer se causa horror [11].
El genio que trabaja para agradar no debe, pues, ni puede salirse de los límites de la naturaleza misma. Su función consiste, no en imaginar lo que no puede existir, sino en encontrar lo que existe. En las artes, inventar no es dar el ser a un objeto; es reconocerlo donde está y cómo es. Y las personas de genio, que más hondo calan, no descubren más que lo que existía antes; no son creadoras más que por haber observado; y, viceversa, no son observadoras más que por estar en disposición de crear; los objetos más mínimos las llaman; y se dedican a ellas, porque de ellas extraen siempre nuevos conocimientos que amplían el fondo de su espíritu y preparan su fecundidad. El genio es como la tierra, que no produce nada cuya semilla no haya recibido. Esta comparación, lejos de empobrecer a los artistas, no sirve más que para hacerles conocer la fuente y amplitud [12] de sus verdaderas riquezas que, por eso, son inmensas, pues todos los conocimientos que el espíritu puede adquirir en la naturaleza se convierten en el germen de sus producciones en las artes, de manera que, por parte del objeto, el genio no tiene otros límites que los del universo.
El genio debe tener un punto de apoyo para elevarse y sostenerse; y ese apoyo es la naturaleza. Él no puede crearla, ni debe destruirla: no puede más que seguirla e imitarla; por tanto, todo lo que produce no puede ser más que imitación.
Imitar es copiar un modelo. Este término contiene dos ideas: 1) el prototipo que posee los rasgos que se quiere imitar; 2) la copia que las representa. La naturaleza, o sea, todo lo que existe o lo que nosotros concebimos fácilmente como posible: eso es el prototipo o el modelo de las artes. Como acabamos de decir, es preciso que el industrioso imitador tenga siempre [13] los ojos clavados en ella, que la contemple sin cesar. ¿Por qué? Pues, porque ella contiene todos los planes de las obras regulares y los esbozos de todos los ornamentos que pueden gustarnos. Las artes no crean en absoluto sus reglas: éstas son independientes de su capricho y están invariablemente trazadas en el ejemplo de la naturaleza.
Entonces, ¿cuál es la función de las artes? Recoger los rasgos que existen en la naturaleza y presentarlos en objetos, en que no resultan naturales. Así es como el cincel del escultor muestra a un héroe en un bloque de mármol. El pintor, mediante sus colores, hacer surgir de la tela todos los objetos visibles. El músico, con los sonidos artificiales, hace que ruja la tempestad, mientras todo está en calma; y el poeta, en fin, con su invención y con la armonía de sus versos, llena nuestro espíritu de imágenes ficticias y nuestro corazón de sentimientos artificiales [14], a menudo más encantadores que si fueran verdaderos y naturales. De ahí concluyo que las artes, en cuanto a lo que propiamente es arte, no son más que imitaciones, semejanzas que no son en absoluto la naturaleza, pero que parecen serlo; así, la materia de las bellas artes no es lo verdadero [vrai], sino sólo lo vero-símil [vrai-semblable]. Esta consecuencia es lo suficientemente importante como para ser desarrollada y comprobada en la aplicación práctica.
¿Qué es la pintura? Una imitación de objetos visibles. No tiene nada de real, nada de verdadero, todo en ella es fantasma y su perfección no depende más que de su similitud con la realidad.
La música y la danza pueden regular bien los tonos y los gestos del orador en el púlpito y del ciudadano en su conversación; sin embargo, no es por eso por lo que se las denomina propiamente artes. [15] Incluso pueden extraviarse: una en caprichos, en que los sonidos choquen entre sí sin ningún propósito; la otra en conmociones y saltos de fantasía; pero entonces ni una ni otra se mantienen dentro de sus límites legítimos. Para que sean lo que deben ser, es preciso que vuelvan a la imitación: que sean el retrato artificial de las pasiones humanas; es entonces cuando se reconocen con placer y nos dan el grado y la especie de sentimiento que nos satisface.
En fin, la poesía no vive más que de ficción. En ella, el lobo tiene los rasgos de las personas poderosas e injustas; el cordero, los de la inocencia oprimida. La égloga nos presenta a pastores poéticos, que no son sino similitudes, imágenes. La comedia hace el retrato de un Harpagon ideal, que no tiene los rasgos de una avaricia real más que de prestado [16].
La tragedia no es poesía más que en cuanto finge por medio de la imitación. César ha tenido un altercado con Pompeyo: eso no es poesía, sino historia; sin embargo, que se inventen discursos, motivos, intrigas, todo según las ideas que ofrece la historia de los caracteres y de la fortuna de César y de Pompeyo, eso es lo que denomina poesía, pues sólo eso es obra del genio y del arte.
La epopeya, en fin, no es más que un relato de acciones posibles, presentados con todos los caracteres de la existencia. Juno y Eneas jamás han dicho ni hecho lo que Virgilio les atribuye, pero sí han podido decirlo y hacerlo y eso es suficiente para la poesía. Es una mentira perpetua, que tiene todas las características de la verdad.
Así, todas las artes, en todo lo que tienen de verdaderamente artificial, no son más que cosas imaginarias, seres ficticios, copiados e imitados de acuerdo [17] con los verdaderos. Esa es la razón de que continuamente se pongan en oposición el arte y la naturaleza; que no se escuche por doquier más que el clamor de que lo que hay que imitar es la naturaleza; que el arte es perfecto cuando la representa perfectamente; en fin, que las obras maestras son las que imitan tan bien la naturaleza que se toman por la naturaleza misma.
Y esa imitación –para la que todos tenemos una disposición tan natural, pues lo que instruye y regula al género humano es el ejemplo: vivimus ad exempla– es una de las principales fuentes del placer que producen las artes. El espíritu se ejercita en la comparación del modelo con el retrato; y el juicio que hace de ella, le produce una impresión tanto más agradable cuanto más le parece un testimonio de su penetración y de su inteligencia.
Esta doctrina no es nueva [18]; se encuentra por todas partes entre los antiguos. Aristóteles comienza su poética por ese principio, a saber, que la música, la danza, la poesía y la pintura son artes imitadoras.1 A eso se refieren todas las reglas de su poética. Según Platón, para ser poeta no basta narrar, hay que fingir y crear la acción que se narra.2 Y en su [19] República, condena la poesía porque, siendo esencialmente una imitación, los objetos que imita pueden tener interés e influencia en las costumbres.
Horacio tiene el mismo principio en su arte poética:
Si fautoris eges aulaea manentis...
aetatis cujusque notandi sunt tibi mores,
mobilibusque decor maturis dandus et annis.
¿Por qué observar las costumbres y estudiarlas? ¿No se copian ...

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