
- 176 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
El sacrificio de la misa
Descripción del libro
La misa es el acto central de la vida del cristiano. Todos los detalles de la vida corriente, pequeños y grandes, deben integrarse en la misa. Por ese motivo, el autor ofrece a los fieles corrientes y a los sacerdotes un conjunto de consideraciones que ayudarán a mejorar su atención al celebrar o asistir a la Eucaristía.El texto es traducción del original latino escrito en el siglo XVII, y mantiene plena actualidad a pesar de los cambios litúrgicos de la misa desde entonces.
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Información
IV.
DE LO QUE PRECEDE PRÓXIMAMENTE A LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
DE LO QUE PRECEDE PRÓXIMAMENTE A LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
DE LA NECESIDAD DE LA PREPARACIÓN
«Ante orationem —dice la Sabiduría— praepara animam tuam et noli esse quasi homo qui tentat Deum»[1]. Y si se dice que tienta a Dios y provoca su ira aquel que osa hablarle en la oración sin una diligente y cuidada preparación, cuánto más irritará por su temeridad y audacia aquel que le ofrece a su Hijo unigénito y se atreve a recibirlo sin estar bien dispuesto. Si un rey o príncipe poderoso te designara, oh sacerdote, para que le preparases hospedaje al día siguiente, ¿con cuánta solicitud procurarías limpiar y adornar la casa, pasando incluso toda la noche en vela para que, cuando él viniese, no encontrase nada desordenado o indecoroso? Pues bien, el Rey de reyes y el Señor de señores te ordena diciendo con el profeta: «Praeparare, Israel, in occursum Dei tui», porque he aquí que vengo y moraré en ti. Ve, pues, y considera con cuánta diligencia debes limpiar las suciedades de tu tálamo, con cuánta prevención debes adornarlo, para que seas digno de que tan gran huésped te visite. Dios se mostrará a tu alma en la medida en que la prepares para su llegada; cuanta más diligencia tú pongas, tanta más gracia añadirá Él. Hay un viejo proverbio que dice: «Adoraturi sedeant», con el que se amonesta a presentar a Dios un corazón dispuesto y compungido. También dijo un pagano: «Dimidium facti, qui coepit, habet»; debemos en primer término poner cuidado en comenzar con rectitud cada una de nuestras acciones. Con todo, la preparación mejor y más necesaria es siempre aquella que consiste en la pureza y santidad de la vida; cuando hagas algo, pienses cualquier cosa o emprendas una acción, refiérelo solo a este fin: vivir una vida divina, y hacerte digno de este convite celestial. Así como el fruto principal de la celebración frecuente tiene ante todo por objeto crecer cada día en humildad, paciencia, desprecio del mundo y caridad; así también la verdadera preparación consiste en arrancar diariamente parte de los vicios y adquirir las virtudes hasta tal punto que puedas decir con el apóstol: «Y yo vivo ahora, o más bien no soy yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí»[2]. Ciertamente para aquellos que, unidos a Dios, se ejercitan de continuo en la consideración de las cosas celestiales, no les será difícil prepararse como es debido a una digna celebración; pero a los otros, que son los más, que tienen menos facilidad para elevar sus pensamientos hacia el cielo, les ayudarán sin duda a acercarse a Dios con el cuidado y atención que merece tan gran misterio varios documentos de los Santos Padres. De algunos ya hemos hecho mención; otros los vamos a explicar en seguida.
DE LA PREVIA CONFESIÓN SACRAMENTAL
Inspira temor, y se escucha con desasosiego aquella amenaza del apóstol cuando dice: «De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, reo será del Cuerpo y de la Sangre del Señor»[3]. Debe, por tanto, el que va a celebrar traer a la memoria aquel precepto de san Pablo: «Probet autem seipsum homo, et sic de pane illo edat, et de calice bibat; qui enim manducat et bibit indigne, iudicium sibi manducat et bibit»[4]. Es ciertamente en absoluto necesario este examen para que nadie trate de celebrar la santa Misa sin previa confesión sacramental, teniendo conciencia de pecado mortal, aunque crea estar arrepentido; de lo contrario, recibirá el pan de vida para su muerte y condenación. Pero para que el alma saque copiosos frutos de este banquete divino que colma de indecibles delicias a las almas santas, debe limpiarse no solo de pecados mortales, sino también de los veniales y de todo afecto terreno, y debe mostrarse a Dios limpia y vacía de todo mal, para ser colmada y adornada con los dones de su gracia.
Por esta razón, los buenos sacerdotes, a los que te conviene imitar, diariamente, en días alternos, o por lo menos dos veces por semana, suelen confesarse con espíritu contrito, procuran arrancar todas las raíces de los males, y quitar todas las manchas, incluso las más leves. Y si no hay materia que expiar en el sacramento de la penitencia, no te olvides de hacer un intenso acto de contrición de todos los pecados de tu vida pasada, porque Dios no desprecia a un corazón contrito y humillado.
En la confesión debe evitarse la prolijidad y la diligencia exagerada al contar las culpas leves; bastará con dolerse íntimamente de ellas, y expiarlas elevando piadosamente el corazón a Dios sin detenerse en contarlas, a la manera como se relata una historia sin propósito de enmienda, cosa que ocurre con cierta frecuencia. No hay una opinión concorde entre los maestros espirituales sobre si conviene exponer en la confesión las imperfecciones diarias, para que así el confesor conozca mejor el estado del penitente; la sentencia más segura y más común es que conviene manifestarlas fuera de la confesión. Hay que evitar, asimismo, el error de muchos que se acusan por extenso de cosas que no son pecados, como malos hábitos, pasiones, circunstancias improcedentes, de que son soberbios, propensos a la ira e inclinados al mal; que no aman a Dios con toda la fuerza de su corazón, y otras muchas cosas por el estilo; sobre todo ello aconsejo que se lea por completo el tratado de san Buenaventura sobre el modo de confesarse y sobre la pureza de conciencia.
Es necesaria una doble preparación para confesarse: remota y próxima. La preparación remota consiste en el intento de conseguir, por medio de la custodia vigilante del corazón, del profundo conocimiento de uno mismo y del exacto examen, la delicadeza y pureza de conciencia, que siente en seguida dolor por los defectos cometidos y fielmente los graba en la memoria. Acostúmbrate, después, a decir con frecuencia el acto de contrición y a hacer el examen diario como si debieras confesarte inmediatamente.
La preparación próxima comprende diversos actos: en primer lugar, debes pedir la gracia eficaz para conocer todos tus pecados, detestarlos y enmendarte y recordar luego todos los que hayas cometido desde tu última confesión; procura, por último, hacer un acto de dolor, por cada uno de ellos, con propósito firme y constante de no volver a cometerlos más, y satisfacer por ellos en adelante. Si los pecados son más leves, ya que es difícil corregirlo todo a causa de la fragilidad humana, proponte por lo menos y procura cada vez que te acerques a confesar arrancar alguno de aquellos en que sueles caer con más frecuencia.
EL MODO DE CONFESARSE
Como quiera que la parte esencial y más importante del sacramento de la confesión es el dolor y contrición de los pecados cometidos, insiste mucho en esto, haciendo de antemano una breve consideración sobre algunos de los motivos de la contrición, cuales son: l.º La gravedad de los pecados, con los que se ofende a Dios, cuya bondad infinita no debíamos ofender en lo más mínimo, aunque ello supusiese la salvación de todo el mundo. 2.º Los daños tan atroces que se originan por el pecado, tanto en esta vida como en la otra. 3.º La inescrutabilidad de los juicios de Dios, que de ordinario abandona a los ingratos y vomita a los tibios. 4.º La brevedad e incertidumbre del tiempo de la gracia, durante el cual pueden expiarse las ofensas a Dios. 5.º El recuerdo de la eternidad y de su duración sin término. 6.º La inestimable dignidad de Dios, que sufrió tanto para librarte de los pecados. 7.º La magnitud de los beneficios que Dios te concedió, por lo que sería una vileza no mostrarte agradecido con Él viviendo santamente. 8.º La sublimidad del premio eterno y la facilidad de los medios para alcanzarlo. 9.º La infinita amabilidad de Dios, que es digno de por sí de un obsequio infinito, porque es el mismo bien supremo que te persigue con un amor ilimitado.
Si consideras con atención estos motivos, podrás fácilmente avivar en ti una gran contrición. Así dispuesto puedes acercarte a los pies del confesor como al baño de la sangre de Jesucristo, en quien confías te limpie todas tus miserias. Debes imaginar que hay allí dos sacerdotes, visible uno e invisible el otro, que penetra las intimidarles del corazón. Así. pues, ni igual que el hijo pródigo volvió en sí, pide tú también con humildad la bendición y la gracia de confesarte bien, y recita previamente la confesión general, renueva el acto de contrición. Entonces con gran reverencia, interior y exterior, como la que un reo suele mostrar ante el juez, confiesa tus pecados al sacerdote, que representa a Cristo Juez, sin rodeos, de una manera clara, sincera y humilde, no por hábito o costumbre, llorando tus pecados delante de Dios con vergüenza y compunción. Y mientras el sacerdote pronuncia las palabras de la absolución, reza de nuevo el acto de contrición, y considera que tú, el hijo pródigo, eres recibido con un ósculo por Cristo, quien te adorna con una nueva vestidura y te abraza, con las palabras añadidas por Él mismo: «Remissa sunt tibi peccata tua, iam amplius noli peccare»[5]. Por lo cual dale las gracias diciendo con el profeta: «Nunc coepi»[6], y comienza desde aquel momento una vida más santa.
Después de la confesión cumple en seguida la penitencia impuesta; ofrécela a Dios uniéndote a la pasión de Cristo y a las satisfacciones de todos los santos. Examina entonces si fue verdadera tu contrición, si habías penetrado en lo íntimo del corazón, si habías hecho previamente un diligente examen, si habías reconocido la gravedad de tus culpas, si te habías olvidado de algo, si te excusaste por pereza, si tienes algo de que echarte en cara, si te moviste, por fin, a un serio arrepentimiento.
ORACIÓN ANTES DE LA CONFESIÓN Y EL ACTO DE CONTRICIÓN
Vengo a ti, piadosísimo Jesús, mi refugio y consuelo, lleno de aflicción y tristeza a recordar delante de ti en amargura de mi alma mis delitos y mis años pasados. A ti dirijo palabras de dolor implorando tu misericordia para que hagas tu obra, que es tener compasión y perdonar, borrando mis pecados, que son mi más grande miseria. No desprecies las voces y suspiros de la oveja perdida y del hijo pródigo que vuelve a tu piedad desde la región lejana; no te goces, pues, en la perdición de los que están en trance de morir, Tú, que para que yo no pereciera te dignaste sufrir la muerte. Gusano soy de la tierra, que te devuelvo mal por bien; y muchos males y graves pecados en respuesta a tantos y tan inefables bienes. Y, sin embargo, hablas a tu esposa, mi alma pervertida, después de que ha fornicado con muchos amantes, para que vuelva a Ti; y la recibes, porque tu misericordia está por encima de tus obras; y mayor es tu bondad que mi iniquidad. Por eso me levanto, y a Ti me llego con corazón contrito y humillado; vengo para ser lavado, oh fuente de la vida eterna, de la cual estoy sediento como el ciervo lo está de las fuentes de las aguas; vengo para ser iluminado, oh luz mía, y para amarte y confesarte la injusticia que cometí contra Ti. Envíame tu luz y tu verdad, e ilumina mi inteligencia para que conozca claramente todo el mal que cometí y el bien que dejé de hacer y me confiese íntegramente; y no permitas que me corrompa en mi suciedad, Tú que tienes misericordia de todos y no odias nada de lo que hiciste. Haz que abandone los malos hábitos y que me ocupe en obras que sean de tu agrado para que allí donde abundó el pecado sobreabunde tu gracia; y como fue mi capricho apartarme de Ti, vuelto otras diez veces te buscaré. Me arrepiento, oh Jesús misericordioso, de todos y cada uno de mis pecados y los detesto sobre todo mal, no solo en mi corazón árido e imperfecto, sino también con el corazón y deseo de todos los verdaderos penitentes, por tu amor gratuito, porque eres, oh Dios mío, digno de un amor infinito, y propongo firmemente padecer cualquier mal antes que consentir otra vez en el pecado. Quiero asimismo confesarme con extremada diligencia, satisfacerte íntegramente a Ti y al prójimo y evitar en adelante toda ocasión de pecado. Lo que a mí me falte, súplalo tu muerte, tu sangre, y la sobreabundancia de tus méritos, en los que pongo toda mi confianza esperando así obtener tu perdón, la gracia para corregir mis torcidos impulsos y el don de la perseverancia final. Y ahora, Señor, que me has dado a conocer mis pecados más graves, perfecciona mi contrición, y conduce hasta el fin mi satisfacción. Purifica aún lo que haya en mí que te agrade, para que viva en Ti y no en mí; en Ti y por Ti muera, oh Salvador mío, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA CONFESIÓN
Te doy gracias, Señor, Padre y Señor de mi vida, porque no obraste conmigo según mis pecados, sino que con tu juicio realzaste tu misericordia, y arrojaste en lo profundo del mar todos mis delitos. Ojalá pudiese excitar en mí tanta contrición, cuanta por sus pecados tuvieron el santo profeta David, hombre según tu corazón; san Pedro, príncipe de los apóstoles, y los demás penitentes. ¡Con qué gusto me desliaría en lágrimas, hasta que se lavaran mis iniquidades, y me mostrases tu rostro aplacado! Pero mi alma es para Ti como tierra sin agua, y se reseca mi virtud como una vasija de barro cocido; y como estoy desprovisto de toda virtud, tan solo me resta elevar mis ojos a mi Redentor y ofrecerte sus lágrimas, que tan abundantemente derramó por mí, para que, aplacado por ellas, me abras la puerta de tu misericordia y me recibas como a siervo fugitivo que viene a Ti y huye de los enemigos. Mírame y ten misericordia de mí, Señor paciente y misericordioso; habla a la piedra que es mi corazón y golpéala con la vara de tu virtud, para que fluyan las aguas de la compunción, aguas salvadoras, por las cuales sanará y se blanqueará mi alma. Confirma lo que se ha obrado en mí, séate grata y aceptable mi confesión y todo defecto suyo súplanlo tu piedad y misericordia. Imploro tu miserico...
Índice
- PORTADA
- PORTADA INTERIOR
- CRÉDITOS
- ÍNDICE
- PRESENTACIÓN
- ADVERTENCIA
- I. CUESTIONES PRELIMINARES SOBRE EL MISMO SACRIFICIO DE LA MISA
- II. DE LOS REQUISITOS NECESARIOS EN EL SACERDOTE PARA LA RECTA Y PIADOSA CELEBRACIÓN DEL SACRIFICIO
- III. VARIAS CONSIDERACIONES PARA ANTES DE LA MISA
- IV. DE LO QUE PRECEDE PRÓXIMAMENTE A LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
- V. LA CELEBRACIÓN DE LA MISA
- VI. COSAS QUE DEBEN HACERSE DESPUÉS DE LA MISA
- VII. MODO DE CELEBRAR, CUANDO EL SACERDOTE NO PUEDA ORAR CON MAYOR DETENIMIENTO
- AUTOR