PARTE III
ENTREVISTAS
Homenatge al futurisme, 1959.
ANDRÉS ALFARO Y «EL PARPALLÓ»
de J. G. R. [¿Jacinta Gil Roncalés?]
* Levante, Valencia, 31 de julio de 1959, p. 4.
Esta entrevista en Levante (un diario regional del Movimiento) fue la primera publicada de Alfaro, a la edad de 30 años. En la línea de la sección «Promesas de hoy, valores de mañana», se le presenta como un joven artista entusiasta, sencillo, alegre, sociable, deportista, con ideas claras, y «uno de los cabecillas» del Grupo Parpalló (1956-1961). Para preguntarle a continuación sobre el informalismo, la crítica de arte, el público, los premios, sus ideales artísticos y los del grupo (al que se había unido a principios de ese mismo año). Las respuestas aparentan aplomo y seguridad en sí mismo, aun cuando su trayectoria artística no había hecho más que empezar. Se había dado a conocer en Valencia con una exposición de dibujos (Sala Mateu, enero de 1957) y otra de pinturas y relieves en alambre (Centro de Estudios Norteamericanos, abril de 1958), además de por los cuadros enviados a una docena de certámenes. Porque sus primeras esculturas, realizadas en alambre y hojalata o en varilla de hierro desde el otoño anterior, no las había mostrado aún, salvo en una pequeña exposición organizada semanas antes en Mallorca junto a Monjalés y Soria, sus compañeros del Parpalló.
Es interesante la respuesta en la que dice estar «en plena experimentación» con el espacio, que le había hecho saltar de su representación bidimensional –como en el guache Desarrollo espacial (1958) que ilustraba la entrevista– a su construcción real en las tres dimensiones. Así como la afirmación de que «el pintor debe ser un intelectual».
Respecto al entrevistador, las siglas podrían corresponder a la pintora Jacinta Gil Roncalés (1917-2014), viuda del pintor Manuel Gil (1925-1957) y fundadora del Grupo Parpalló, quien por esos años ejercía esporádicamente la crítica de arte.
ANDRÉS ALFARO ES UNA DE LAS POCAS PERSONAS QUE aún tienen fe en el arte. Pero esto no quiere decir que lo sea de una manera mística y arrebatada –esta clase de devotos aún abundan– sino que, más bien, ama su arte de una manera sencilla, directa, con su voluntad y con su inteligencia. Alfaro no es un tristón con la mirada perdida. Es jovial, activo, decidido. De repente suelta una risa sana y purificadora... Le gusta conversar, discutir, alternar con los amigos habituales. De cuando en cuando, practica la pesca submarina.
Andrés Alfaro pertenece al grupo artístico «El Parpalló». «El Parpalló» ha nacido en Valencia. En nuestra ciudad no se han producido fenómenos de esta clase. Sin embargo, es bueno que las inquietudes personales no vivan aisladas y se confronten con las que tienen los demás.
«El Parpalló» tiene una voluntad de afirmar, de estar presente, de decir su palabra. Andrés Alfaro, uno de sus elementos más significados, uno de los cabecillas del grupo, niega y afirma. Es radical.
El informalismo está de moda ahora, pero ese no es el camino de la pintura. La vanguardia de este movimiento está representada por los pintores españoles. ¿Qué reprochas a los informalistas?
El informalismo no piensa. Solo existe.
De momento, sirva esto al lector como afirmación de la voluntad clasicista de este grupo nacido a orillas del Mediterráneo. Pero el lector me dispensará de manejar a este respecto todas esas fórmulas estéticas tan caras a Eugenio d’Ors... El nombre del pensador castellano-catalán, me sugiere una pregunta: ¿Qué opina de la crítica de arte?
La crítica de arte no influye para nada en el pintor. El verdadero artista sigue el camino que se ha trazado. Ahora bien, la crítica cumple su papel influyendo en el público.
¿Qué crítico conoces y estimas más?
Cirlot, Aguilera Cerni...
Le pregunto por ese otro crítico más difuso, más heterogéneo que es el público.
El público no comprende lo que uno hace, pero lo importante es que vea los cuadros, no que los comprenda.
¿Y los premios?
Me importarían si fueran concedidos por buenos jurados. En este caso podrían orientar al público. Pero, desgraciadamente, no ocurre así y se siembra el confusionismo entre la gente. Por ejemplo, en el extranjero se han dado premios a pintores españoles que aquí, en España, no habían recibido ni siquiera una mención de honor.
El artista está rodeado de peligros, de falsos caminos, de dificultades. No sabemos si algún joven artista pereció en alguno de ellos y dejó de ser el gran artista que hubiera podido ser. Le pregunto por alguno de estos caminos de perdición.
Por ejemplo, la Escuela de Bellas Artes. No se sigue un método adecuado, se sigue una serie de trucos. Se le enseñan los defectos de los maestros, pero no se estimula el talento natural de los alumnos...
Alfaro deja su expresión seria y se ríe mientras me ofrece una cita de don Jacinto Benavente: «Bienaventurados los que nos imitan, porque de ellos serán nuestros defectos».
Bueno, ahora hablemos de ti. ¿Cuál es tu ideal artístico?
El arte es mensaje. Mensaje de un hombre a los otros hombres. El pintor tiene que conseguir esto con unas líneas, unos colores, unos puntos. Mi ideal es lo inefable, lo sencillo.
¿Lo consigues?
Estoy en plena experimentación. Busco formas nuevas. El espacio ha dado lugar a las formas: yo quiero dar forma al espacio. Pero que esto no traicione esa sencillez de que te he hablado. Mi mensaje es el de los niños cuando hacen castillos en el aire, o en la arena...
¿El pintor debe tener curiosidad por otras manifestaciones culturales?
El pintor debe ser un intelectual. Debe poner su inteligencia al servicio de su arte sintetizando todas sus experiencias. Arrancar de lo complejo para llegar a lo más sencillo.
¿Me podrías sintetizar en unas cuantas frases lo que pretende «El Parpalló»?
Este grupo artístico no pide genios. Exige entrega en algo realmente vital como es el arte, exige razón en aquello que se hace; no se pregunta quién lo hace ni cómo lo hace. Importa lo que hace y por qué lo hace. También compañerismo. Queremos defender el arte como fenómeno espiritual ante la sociedad. Defendemos la plaza ante el museo, el amor y la cultura ante el milagro. Tenemos fe en los hombres y en una sociedad mejor.
Aquí tiene el lector una especie de manifiesto de lo que podríamos llamar la estética de Andrés Alfaro y, en líneas generales, de su grupo.
Entre otras cosas más que podríamos decir de este joven artista verdaderamente preocupado por su oficio, conviene recordar al lector que sus exigencias no van solo por la pintura, sino también, quizá de un modo preferente, por la escultura y el dibujo.
ALFARO, UN ESCULTOR CON RAZONES
de Joan Fuster
* Destino, 1365, Barcelona, 5 de octubre de 1963, p. 50.
Desde finales de los años cincuenta, Andreu Alfaro mantuvo una estrecha y larga amistad con el escritor Joan Fuster (1922-1992), que se refleja en la obra de ambos. Alfaro empezó ilustrando una antología de lecturas infantiles seleccionadas por el escritor (Un món per a infants, Valencia, Suc. de Vives Mora, 1959) y en 1961 le homenajea dedicándole una escultura. Por su parte, Fuster le corresponde dos años después con esta entrevista para la sección «Panorama de artes y letras» de la revista Destino en la que colaboraba, siendo su primer escrito sobre el artista (al que seguirán otros de mayor ambición para catálogos de exposiciones individuales en 1965, 1979 y 1991) y la más importante entrevista de Alfaro publicada hasta entonces, pues el firmante era ya un escritor conocido por su célebre ensayo Nosaltres, els valencians (Barcelona, Edicions 62, 1962) y el polémico libro El País Valenciano (Barcelona, Destino, 1962), unido a que el semanario donde aparece era una revista cultural de referencia.
El interés intrínseco de la entrevista empieza con la acertada presentación de su joven amigo como integrante destacado de la nueva generación que estaba revolucionando el arte valenciano. Pero donde Fuster está especialmente certero es al conducir la conversación hacia un rasgo tan significativo de la escultura alfareña como es su contenido comunicativo, a veces simbólico, bajo la apariencia de unas formas abstractas.
Y un último detalle. Fuster nombra aún a Alfaro en castellano, pues no empezará a ser conocido como Andreu hasta la exposición individual de 1965 en la barcelonesa Sala Gaspar.
HACE AÑOS QUE CONOZCO A ANDRÉS ALFARO Y que le guardo afecto y admiración. Él, por su parte, ha puesto viñetas a un par de libros míos, y hasta ha unido mi nombre a una de sus esculturas. Vaya esto por delante, porque aquí no se engaña a nadie. Esta crónica no pretende ser el típico articulito de ditirambo circunstancial, propio del compromiso o del compadrazgo y, por tanto, los motivos de amistad, ya confesados, no entran en juego. Ocurre que, por lo menos desde 1959, la obra de Alfaro circula por estos mundos de Dios –Buenos Aires, Florencia, Lisboa, Bienal de Alejandría, Bruselas, Londres, Bienal de São Paulo, Roma, La Haya, Bienal de San Marino–, y en su itinerario recibió y recibe notables atenciones de crítica y de mercado. Y esto bien merece, con rigurosa objetividad, un eco en la presente sección de Destino, dedicada a las cosas y a los hombres de la región valenciana. La vieja fama de mi tierra como tierra de artistas, de un largo tiempo a esta parte, queda representada, a los ojos de muchos indígenas y demás forasteros, por pintores y escultores ciertamente «vivientes», pero de una más que dudosa «actualidad»: epígonos de un academicismo anacrónico o «morralla» parasitaria de maestros autóctonos –Sorolla para el pincel, por ejemplo– del siglo pasado. Y la verdad es que el verdadero empuje creador que todavía irradia este país va vinculado a gente «nueva», identificada al ritmo del momento, cotizada –más o menos, pero en serio– fuera de la estadiza mediocridad del mundillo local. Tenemos unos cuantos pintores que nos dejan en buen lugar cuando acuden ante públicos internacionales. Y escultores: Alfaro es uno de ellos.
Alfaro construye un tipo de escultura literalmente no figurativa. Con una particularidad, además: que sus creaciones consisten en incisivas y disparadas hojas de metal, de giros recortados, ágiles, simples. «Crecen familiarmente aliadas con el aire», ha dicho de ellas –con palabras insustituibles– Aguilera Cerni. Quien pase por la carretera de Valencia a Alicante, en Calp, frente a la mole ecuánime y azul del Penyó d’Ifac, se encontrará con una de estas flamígeras piezas de Andrés Alfaro, alta de unos cuantos metros. El efecto es sorprendente. Pocos lugares del litoral valenciano se adaptan mejor al tópico «mediterráneo» que Ifac. Y he aquí que el tópico, con todo aquello –de Praxíteles a Mallol– se centra en la belleza clásica del cuerpo humano, queda imprevistamente desmentido por la gracia del garabato «abstracto» de Alfaro. Desmentido y remozado. Porque la forma pura que es este Cosmos 62 erigido en Ifac «encaja» exactamente en el paisaje, de terribles exigencias «tópicas». Uno piensa, de paso, que Praxíteles y Mallol habrían aprobado el monumento de Andrés.
–Para mí, la materia no es nada, no dice nada «en sí» –me explica Alfaro–. Lo que he de «decir» me induce a escoger la materia. Mira, nunca he trabajado en piedra. ¿Sabes por qué? Porque aspiro a la integración de la forma en el espacio, y la piedra es volumen, pesadez, algo estático y parado...
–«Formas que pesan», «formas que vuelan...». D’Ors: clasicismo, barroco. Alfaro valenciano, ¿será barroco a su manera?
En cambio el metal... –insinúo.
–No el metal, la lámina. La «lámina». Lo mismo me daría que fuese de papel. Pero el metal, la lámina de metal, presenta más viabilidad «práctica». La «lámina» es liviana, maleable, concisa y rápida: se «integra» en el espacio, y permite dar a la forma un dinamismo vivo...
–«Crecen familiarmente aliadas con el aire». En efecto. ¿«Formas que vuelan»? También.
–Habría mucho que hablar acerca de la «abstracción» y el «realismo». Puedo decirte que no soy un formalista; no me tienta la gratuidad del juego formal. Un artista que no domina la forma, sus formas, que no sepa aprovecharla en todos sus recursos, será un artista frustrado, desde luego. Pero la forma, a mi entender, debe supeditarse a la expresión. La expresión: eso es lo que hace que la obra sea una creación personal irreductible, lo que le da valor humano. Y lo que uno expresa son sus propias intenciones, sus convicciones, su voluntad de influir sobre la sociedad y de mezclarse en sus luchas...
–Pero dentro de tu estilo...
–Sí, necesariamente se trata de una expresividad muy general, simbólica. De ahí que el título sea una ayuda para aclarar su significado.
–No cabe duda de que la mayor parte de las obras de Alfaro ya subyugan al espectador con la sola fuerza explosiva de sus planos puntiagudos y erguidos, de sus curvas tajantes, de su estructura exaltada: además de su «belleza» intrínseca, de soluciones plásticas impecables, intuimos en ellas un «contenido» latente, apasionado, de protesta, de júbilo, de esperanza o de llamada. Cuando nos enteramos que «aquello» se llama Rebelarse o Caminos de libertad, por ejemplo, la plenitud de su sentido se hace agudamente sugestiva.
–Me propongo un arte eficaz, esto es, un arte cuya proyección social sea palpable y constante. El lugar de la escultura es la plaza, el jardín, la fachada: metida en la vida de la gente e irradiando sobre ella. Allí, en su obra, de cara a la sociedad, el escultor «dice» sus «cosas...».
El arte de Andrés Alfaro consigue lo que se propone. Ya ha obtenido amplios reconocimientos aquí y allá. Algunas de sus obras se levantan, en dimensiones monumentales, sobre paisajes de campos o de casas, con la desenvuelta arrogancia de un reto o de una convocatoria. No serán las últimas que Alfaro realice. Su escultura, una de las más brillantes y serias que han salido nunca de esta tierra, responde a la entrañable presión de nuestro tiempo y de los problemas de nuestro tiempo, y esa fidelidad a la hora histórica que vivimos le garantiza las mejores seguridades de perduración.
ANDREU ALFARO Y SUS HIERROS ENHIESTOS
de Baltasar Porcel
* Destino, 1616, Barcelona, 21 de septiembre de 1968, pp. 32-33. Posteriormente en Encuentros: segunda serie, Barcelona, Destino, 1971, pp. 121-128; y en La palabra del arte, Madrid, Rayuela, 1976, pp. 9-18.
La aparición de esta nueva entrevista en el influyente semanario Destino (1937-1986) debió de ser más importante en la fortuna crítica de Alfaro y su obra que la enviada cinco años antes por Fuster. Era más extensa e iba firmada por Baltasar Porcel (1937-2009), un joven escritor y periodista que ya había adquirido renombre por sus colaboraciones en prensa y sus libros (alguno de ellos galardonados con premios significados de la literatura catalana).
Siguiendo el modelo de reportaje-entrevista, Porcel va trazando en sucesivos párrafos «la imagen del escultor y su mundo»: capta con acierto su carácter comunicativo, señala la unión en su obra de formas abstractas y contenidos simbólicos, lo alinea ideológicamente con el despertar nacionalista que se estaba produciendo en Valencia, describe el ambiente del taller, alude a algunas piezas y, en el último, cita dos interpretaciones de su escultura escritas por Llorens y Fuster.
E intercaladas entre esos párrafos del periodista, aparecen las explicaciones de Alfaro sobre el empleo en su obra de los materiales y las técnicas industriales, el anacronismo de los artistas sin inquietudes intelectuales, su identificación como técnico más que como ar...