El arcoíris de la evolución
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El arcoíris de la evolución

Diversidad, género y sexualidad en la naturaleza y en las personas

Joan Roughgarden, Patricia Teixidor

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El arcoíris de la evolución

Diversidad, género y sexualidad en la naturaleza y en las personas

Joan Roughgarden, Patricia Teixidor

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La distinguida bióloga evolutiva Joan Roughgarden desafía la sabiduría establecida sobre la identidad de género y la orientación sexual.Cuestionando varios conceptos científicos y médicos, la Biblia, las ciencias sociales e incluso al propio Darwin, Roughgarden conduce al lector a través de una fascinante discusión sobre la diversidad de género y sexualidad entre peces, reptiles, anfibios, aves y mamíferos. Explica cómo esta diversidad se desarrolla a partir de la acción de genes y hormonas y cómo las personas llegan a diferir entre sí en todos los aspectos del cuerpo y el comportamiento.Roughgarden reconstruye la ciencia primaria a la luz de las críticas feministas, homosexuales y transgénero y redefine nuestra comprensión del sexo, el género y la sexualidad. Ingenioso y atrevido, El arcoíris de la evolución revolucionará nuestra comprensión de la sexualidad. Desafía a las ciencias sociales a respetar la racionalidad de las personas diversas; muestra que muchas culturas en todo el mundo y a lo largo de la historia se adaptan a personas que hoy etiquetamos como lesbianas, gais y transexuales; y pide a la religión cristiana que reconozca los muchos pasajes de la Biblia que respaldan la diversidad de género y sexualidad.

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Información

Año
2021
ISBN
9788412442779
Edición
1
Categoría
Études LGBT
imagen

01
Sexo y diversidad
Todas las especies sin excepción muestran diversidad genética, su arcoíris[9] biológico. Los arcoíris biológicos son universales y eternos. Sin embargo, desde los comienzos de la teoría evolucionista, han supuesto algunos problemas para los biólogos. Charles Darwin, el fundador de la biología de la evolución, describe en sus diarios publicados en El viaje del Beagle[10] su propia lucha para lidiar con la variación en el mundo natural.
A mediados del siglo XIX se pensaba que las especies vivientes eran el equivalente biológico de especies químicas como el agua o la sal. El agua es igual en todas partes. Los países no tienen agua con un color y una temperatura de ebullición únicos. En cambio, en el caso de las especies biológicas, cada país tiene su variante única. Darwin se dio cuenta de que el tamaño corporal de los pinzones era distinto en cada isla de las Galápagos. También vemos que los petirrojos de California son rechonchos en comparación con los de Nueva Inglaterra, y que las lagartijas de la parte occidental de Puerto Rico son más grises que las que habitan cerca de San Juan, de color más pardo. Darwin admitió que las propiedades que definen a las especies biológicas, al contrario de lo que ocurre con las especies físicas, no son las mismas en todos los lugares. Este nuevo y desconcertante descubrimiento de mediados del siglo XIX sigue siendo igual de sorprendente hoy en día.
En los tiempos de Darwin estaba empezando a consolidarse el sistema de clasificación de Linneo, basado en filos, géneros, especies y demás. Los naturalistas organizaban expediciones a lugares remotos para recolectar especímenes para museos y después encasillarlos en el sistema de clasificación linneano. A la vez que esto ocurría, los físicos estaban desarrollando la tabla periódica de los elementos —su sistema de clasificación para las especies físicas—, y los químicos estaban clasificando fórmulas para diversas sustancias basándose en sus enlaces químicos. Pero la clasificación biológica equivalente a la clasificación física no funcionaba muy bien. Si el petirrojo de Boston es diferente al de San Francisco y en cada gasolinera de la interestatal 80 vive una especie intermedia, ¿qué estamos clasificando? ¿Cuál es el «auténtico» petirrojo? ¿Cuál es el significado de «petirrojo»? Los nombres problemáticos siguen siendo problemáticos en zoología y botánica. Los arcoíris biológicos interfieren en cualquier intento de meter con calzador a los seres vivos en categorías estancas. La biología no cuenta con una tabla periódica para sus especies. Los organismos fluctúan entre las líneas divisorias de cualquier categoría que construyamos. En biología, la naturaleza aborrece las categorizaciones.
Aun así, obviamente un petirrojo sigue siendo diferente de un arrendajo. Si no tuviéramos nombres, ¿cómo podríamos decir si lo que vemos en un comedero es un petirrojo o un arrendajo azul? Un método alternativo es coleccionar suficientes ejemplares para cubrir el rango completo de colores en el arcoíris de la especie. Y así, los taxónomos, especialistas en clasificaciones biológicas, pueden decir algo similar a «un petirrojo es cualquier ave de entre doce y catorce centímetros con el pecho rojo anaranjado».[11] No existe ningún petirrojo que sirva de modelo de «auténtico petirrojo»; todos los petirrojos son auténticos. Cada petirrojo tiene un estatus de primera clase. Ninguno es mejor que otro como modelo de la especie.
¿Es la diversidad buena o mala?
Los arcoíris trastocan el objetivo humano de clasificar la naturaleza. Y lo que es peor: la variabilidad en una especie podría ser una señal de que algo va mal, una equivocación. En química, una variación se interpreta como una impureza, una imperfección en el diamante. ¿Acaso la variabilidad dentro de una especie no es también un signo de impureza e imperfección? La principal pregunta a la que se enfrentan los biólogos es si la variación observada dentro de una especie es buena por derecho propio o si es simplemente una colección de impurezas con la que cada especie tiene que cargar. Sobre este tema hay una división entre los biólogos evolucionistas.
Muchos se muestran positivos respecto al arcoíris. Lo ven como un reservorio de genes que pueden entrar en acción en distintos momentos y lugares para garantizar la supervivencia de la especie bajo condiciones cambiantes. El arcoíris representa los recursos genéticos de la especie.[12] Según esta visión, resulta sin duda beneficioso. Es una visión optimista respecto al potencial de la especie para responder a condiciones ambientales siempre cambiantes. Se ratifica la diversidad.
Otros biólogos evolucionistas muestran una actitud negativa respecto al arcoíris, creen que todos los acervos génicos —incluido el nuestro— están repletos de mutaciones deletéreas, o genes nocivos. Durante la década de 1950, los estudios defendían que cada persona tiene de tres a cinco genes letales recesivos que se manifestarían si sus portadores eligiesen al compañero equivocado y que provocarían la muerte de sus hijos.[13] Es una visión pesimista del futuro que sugiere que la evolución ha alcanzado su punto álgido y que toda variación es ya inútil o perjudicial.[14] Esta escuela de evolucionistas creía en una élite genética y defendía la inseminación artificial con bancos de esperma que reunirían los genes de grandes hombres. Una visión que reprime la diversidad.
El propio Darwin se mostraba ambivalente respecto al valor de los arcoíris. Para él, la selección natural era el mecanismo que hacía que las especies evolucionaran. Por un lado, como la selección natural depende de la variación, Darwin consideraba el arcoíris como un espectro de posibilidades que contenían el futuro de la especie. Una especie sin variabilidad no tiene potencial evolutivo alguno, como una marca sin nuevos productos en desarrollo. Por otro lado, Darwin veía a las hembras como compradoras que buscan parejas con genes apetecibles y rechazan a los que tienen genes de más baja calidad. Este punto de vista menosprecia la variación entre machos e implica la existencia de una jerarquía de calidades, sugiriendo que la selección de las hembras consiste en encontrar al mejor macho y no a la pareja con la que mejor encajen. Durante su carrera, Darwin reafirmó y reprimió la diversidad en varias ocasiones.
El conflicto filosófico entre reafirmar o reprimir la diversidad sigue presente en nuestros días, impregnando cada rincón, desde la manera en que...

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