La (di)solución de la muerte entre los rarámuri de México.
Paradoja múltiple y tecnología ritual de transformaciones relacionales
Alejandro Fujigaki Lares
[Con e]l mito de la dignidad exclusiva de la naturaleza humana […] pudo el hombre occidental comprender que arrogándose el derecho de separar radicalmente la humanidad de la animalidad, otorgando a la una todo lo que le quitaba a la otra, abría un ciclo maldito, y que la misma frontera, constantemente alejada, serviría para apartar a los hombres de otros hombres y a reivindicar, en beneficio de minorías cada vez más restringidas, el privilegio de un humanismo, corrompido no bien nacido por haber tomado del amor propio su principio y su noción.
Claude Lévi-Strauss (2004 [1962])
Introducción
Hace algunos meses, desconocíamos formas de morir que ahora nos parecen familiares. Digo esto, porque pese a concebirlo previamente, redacté este artículo durante la cuarentena casi mundial por la enfermedad COVID-19. Cambio climático, Antropoceno, Capitaloceno y pandemia implican formas de muerte que para algunos resultaron nuevas o que no habíamos experimentado de esa manera. En este contexto recordamos que hay otras maneras de experimentar “la vida breve”, como la llamaba Lévi-Strauss (1968 [1964]) y, al mismo tiempo, nos permite advertir con mayor claridad la diversidad de otras formas de morir y de muertos, diversidad que ha existido, siempre, en otros lados, para otros seres y colectivos. Este ensayo está dedicado a reflexionar sobre estas otras diversas maneras de entender y de experimentar la finitud humana. Lo hacemos describiendo la teoría etnográfica rarámuri sobre la transformación ontológica, epistemológica y política, provocada por la disyunción radical e irreversible de un agente, la cual reconfigura los vínculos –sustanciales y relacionales– que la constituían.
Abordar el tema de la muerte humana entre los rarámuri y otros colectivos indígenas del noroeste mexicano exigió movilizar las matrices de sentido más elementales (sensu Strathern 2014 [1980]) sobre aquello que intuitivamente conocía como, precisamente, muerte y sacrificio. El motivo es que, a pesar y en contra de las flagrantes diferencias y disonancias etnográficas, desde la antropología y la historia se ha proyectado la ilusión unívoca, natural y universal sobre estos tópicos. Por ejemplo, dirán Metcalf y Huntington (1997 [1991]: 24): “La muerte es universal (…) [es] la única verdad universal, [pero] no es igual siempre [porque] la diversidad de la reacción cultural es una respuesta del impacto universal de la muerte”. Y como advertimos, no sólo se universaliza el hecho “natural”, sino el simbolismo y las representaciones funerarias:
Es claro que tales concepciones implican que la muerte es una fuente de vida. Cada muerte hace apilable un nuevo potencial para la vida, y la pérdida [para] de una criatura es la ganancia de otro. El corolario, que la regeneración de la vida es una de las causas de la muerte”. [Y] “aquí de nuevo, entonces, la muerte llega a ser un acto universal de regeneración que renueva el tiempo y que es ejecutada en el centro del mundo, el lugar del origen cosmogónico (Bloch y Parry 2001 [1981]: 18).
Veremos que esto no es tan simple. Más bien, la necesidad de repensar la dimensión conceptual (epistemológica) sobre la muerte y el sacrificio rarámuri –considerando el énfasis en las disputas de poder de sus teorías-prácticas (políticas)– implicó una movilización de las premisas más elementales sobre los agentes que morían y que se sacrificaban, sobre las sustancias y las relaciones que los constituían como tales (ontológicas) y que, ante el suceso biopsicosociocósmico, se transformaban.
Encontrar alternativas contra la homogeneidad de cualquier experiencia humana es un esfuerzo que individual y colectivamente se ha vuelto una urgencia para dar cuenta de las fricciones que habitamos (Neurath en este volumen; Martínez, Fujigaki y Bonfiglioli 2019). El propio COVID-19, que científicamente parece uno, no es el mismo cuando se despliega relacionalmente en los distintos cuerpos y contextos en el que se esparce. Esa complejidad se constata fehacientemente fuera de los encierros pandémicos y de los escritos universitarios. No obstante, la construcción de la pluralidad de mundos es un objetivo y consecuencia de reflexiones meticulosas y lentas de nuestras premisas más elementales del tiempo, del cosmos y de los seres que los habitan (Navarrete y Kruell en este volumen). Nos interesamos en modificar las ecologías de las prácticas académicas en el contexto mexicano (Martínez Ramírez 2012, 2020) hasta “desequilibrar e irracionalizar nuestra comprensión” más intuitiva de aquello que deseamos entender (Martínez Ramírez en este volumen); tanto de la vida, como de la muerte.
Este artículo se divide en dos partes. En la primera sección describo cómo los rarámuri incorporan y producen a una persona –qué aspectos son dados y cuáles van construyéndose– y cómo la muerte de tal persona provoca una paradoja múltiple a causa de la transformación ontológica, epistemológica y política de las sustancias y de las relaciones que la constituían. Para lograrlo, echo mano de la teoría rarámuri sobre la alfarería y el caminar-camino. En la segunda sección me enfoco en cómo los rarámuri producen la desincorporación de uno de sus miembros. Reseño el proceso mortuorio que enfrentan ante el fallecimiento de una persona y reflexiono sobre cómo lidian con la disyunción radical de cada persona. Me enfoco en el último ritual fúnebre dedicado a esa persona fallecida y en un aspecto en particular de dicha ceremonia, en el cual considero que los rarámuri crean una tecnología de transformación relacional para lidiar con la pérdida de ese ser querido.
Incorporar rarámuri: alfarería y caminar-caminos
Para ser y hacer a una persona rarámuri debe contarse con alewá (vida, respiración, alma, espíritu), repokára (cuerpo) y pertenecer de manera activa a una red de convivencia (trabajo, ayuda, fricciones) con otros rarámuri, dentro o fuera, de la Sierra Tarahumara (Fujigaki Lares 2005, 2009, 2014, 2015; Fujigaki Lares y Martínez Ramírez 2008: 436). Si bien los rarámuri pueden traducir estos términos al español como alma y cuerpo es importante saber que no significa lo mismo que en la tradición cristiana, aunque también se nutra de ella. Esta convivencia les permite vivir siguiendo “el camino de sus antepasados” (boá anayáguari) y, también, continuamente los confronta ante un “camino otro” (boá si´nú) que implica dejar de ser rarámuri y que resulta cautivante y tentador (Fujigaki Lares 2015, 2020a).
Existen diversas técnicas de socialidad para incorporar a un nuevo o a una nueva rarámuri. En trabajos anteriores he descrito dos códigos privilegiados para expresarlo y experimentarlo: la alfarería y nociones como caminar-camino. Con la alfarería cósmica y las evocaciones a sus caminar-caminos, los rarámuri enfatizan la importancia de construirse en conjunto amacizando o distendiendo los vínculos (sustanciales y relacionales) de los individuos y los colectivos a los que pertenecen.
En versiones míticas sobre el origen de la vida humana se narra cómo Onorúame (El-que-es-padre y que se identifica con el sol como una de sus advocaciones) creó a los primeros rarámuri con técnicas alfareras. Con tierra y agua produjo el barro con el que elaboró cuerpos antropomorfos que, posteriormente, secó al sol. Cuando la arcilla estuvo lista, Onorúame sopló a las figurillas de cerámica y otorgó vida a los rarámuri. Con ese gesto, compartió parte de su propio aliento e insufló la fuerza vital individual (iwigá) en el repokára (el cuerpo, estuche) de los rarámuri.
En este contexto, vale la pena mencionar que algunas versiones míticas plantean que el origen de los rarámuri viene de la mano con el origen de los blancos. Dios y el Diablo era hermanos y competían todo el tiempo entre sí. Una vez, el desafío fue crear personas; Dios hizo a los rarámuri y el Diablo a los mestizos. Pero éste no pudo darles vida y tuvo que acudir a Onorúame para que le soplara a su amasijo de barro y cenizas; por eso su tez blanca. En otras narraciones, se explica que tanto rarámuri como blancos, de padres diferentes, son hijos de la misma madre, la Virgen o Eyerúame (La-que-es-madre); pero los hijos del Diablo fueron mal habidos porque el Diablo abusó de quien era su cuñada. El motivo de la alfarería, los celos y la alteridad es un tema mítico amerindio fundamental (Lévi-Strauss 1986 [1985]) –al que habrá que sumarle este tipo de violencia– y hace falta que lo analicemos en esta región del continente.
Una variante de esta idea y técnica sobre la alfarería mítica se utiliza para explicar cómo se da vida y forma a las personas. La persona rarámuri se concibe por la combinación de sustancias otorgadas por la madre y el padre en el momento del encuentro sexual. En el v...