El arte de dar clase
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El arte de dar clase

Daniel Cassany

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El arte de dar clase

Daniel Cassany

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Información del libro

El manual indispensable para impartir clases. Una herramienta para docentes repleta de consejos prácticos. Todos los secretos para ser un buen profesor.

¿Cuál es el secreto de una buena clase? ¿Cómo se consigue captar y retener la atención del alumnado? ¿Cómo puede el profesor lidiar con el estrés? ¿Cómo debe gestionar la relación con los estudiantes? ¿De qué mecanismos dispone para detectar y controlar posibles situaciones conflictivas?

Este libro responde a estas y otras muchas preguntas que se hacen los docentes. Pone especial atención en el aprendizaje de la lingüística –materia en la que el autor es especialista–, pero sus consejos van mucho más allá de esta disciplina y son útiles para cualquier profesor o persona que deba impartir seminarios o conferencias. El libro explica, siempre de un modo claro, ágil y didáctico, cómo crear dinámicas de grupo, cómo generar un buen ambiente, cómo animar a trabajar en equipo, cómo hacerse entender, cómo gestionar el tiempo, cómo manejarse con las nuevas tecnologías digitales y saber valorar sus pros y contras…

Un manual repleto de pistas y claves, que incorpora abundantes cuadros con información sintetizada y práctica. Una herramienta fundamental para los docentes.

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Información

Año
2021
ISBN
9788433942104
Categoría
Literatur

1. EL PRIMER PRIMER DÍA

Parece mentira que, con tantos años, todavía me tiemblen las piernas cuando entro en el aula el primer día.
N. B., maestra a punto de jubilarse

ANGUSTIA

Eso me dijo una docente de lengua poco antes de jubilarse, después de toda una vida dedicada a dar clase. Y es cierto: cada curso, en el momento de entrar en clase por primera vez, sentimos cierta angustia. «Estoy atacadísima», dice una amiga. Nos calmamos a medida que descubrimos las caras expectantes del alumnado. Y sigue pasando, aunque lleves muchos años de docente. Es como el estreno de una obra de teatro.
Empecé a dar clases de catalán a los diecisiete años en Barcelona. Cada domingo por la tarde me ponía nervioso pensando en las clases que venían, y solo recuperaba la tranquilidad los jueves cuando acababa. Me daban miedo sobre todo los alumnos de nivel avanzado, a los que enseñaba a escribir; temía que me hicieran preguntas difíciles que no supiera responder. Entonces creía que un docente debe saberlo todo.
Treinta años después, lo veo diferente. Pido a los alumnos que me hagan «preguntas difíciles». Les digo que me gustan los desacuerdos, que son un privilegio. Si tengo dudas (la ortografía de una palabra, un régimen preposicional), la busco en clase en la red, mostrando las búsquedas en el ordenador, o pido que lo busquen ellos.
Pero vayamos por partes. Este capítulo trata del primer primer [sic] día, o sea, del primer día de clase en el primer año de vida profesional.

FORMACIÓN

La manera natural de prepararse para ser docente es ser aprendiz, como el electricista de antes. Los médicos hacen el MIR y pasan cinco años en un hospital, junto a los especialistas más experimentados, antes de actuar solos. Me he encontrado varias veces a mi doctora acompañada de una joven en prácticas, que escuchaba y tomaba notas.
Pero la profesión docente no está organizada igual. Hemos mejorado bastante desde el Certificado de Aptitud Pedagógica de antaño, que solo tenía teoría. Hoy tenemos másteres de un año de formación inicial para cada especialidad, con prácticas en un centro real durante diez semanas. Pero todavía estamos lejos de los médicos.
Me estrené dando clases de lengua catalana al inicio de la democracia, con muy poca formación. Eran clases precarias, sin equipos docentes, un programa inadecuado y escaso material. Tuve que espabilarme solo. Me apuntaba a todos los cursillos posibles y consultaba a los docentes más experimentados. Me ayudaron algunas conversaciones informales, yendo y viniendo de la parada del metro al centro, con colegas expertos, a los que agradezco la atención –y de los que aprendí el espíritu de colaboración.

PLANIFICACIÓN

La primera herramienta que utilicé para dar buenas clases –y luchar contra la desconfianza y el miedo– fue planificar cada sesión. Cada semana preparaba una secuencia de actividades de una hora aproximada, elegía las páginas oportunas del libro de texto, decidía la organización de los alumnos en cada momento o imaginaba cómo daría las instrucciones. Así me sentía más seguro y la clase salía mejor.
Al principio, dediqué mucho tiempo a planificar sesión por sesión, sobre todo cuando tenía un nivel nuevo. Utilicé mucho la programación por objetivos, formulando un objetivo general, descomponiéndolo en varios objetivos específicos y buscando ejercicios para cada uno, ordenados según la famosa taxonomía de Bloom, que identifica grados progresivos de complejidad cognitiva. Pasé muchos ratos cavilando si un ejercicio era de comprensión o aplicación y si iba antes o después.
Para enseñar lenguas segundas, sobre todo en niveles iniciales, usé el modelo de progresión comunicativa, que llamábamos coloquialmente el triángulo, y que venía de la tradición anglosajona. Según este modelo, en cada clase se enseña un acto de habla (unas expresiones particulares) siguiendo esta pauta: se presenta el ítem meta (se escucha varias veces), se practica la pronunciación con tareas de repetición (prácticas mecánicas), después se trabaja en pareja en varios contextos parecidos (prácticas controladas) y se acaba con una tarea comunicativa, en la que el aprendiz pueda usar el ítem con autonomía. Este gráfico sitúa cada paso de la progresión y detalla la gestión del docente (véanse los detalles en Cassany, 1999):
Cuadro 1. El triángulo
Tanto la programación por objetivos como el triángulo son laboriosos. Ayudan al principio, cuando falta práctica, pero con el tiempo basta una herramienta más simple, como esta parrilla, que todavía uso hoy mentalmente. La ejemplifico con una hora de clase de nivel inicial de español para extranjeros para empleados de tienda:
Cuadro 2. Parrilla de planificación
Por supuesto, habría que afinar la clase para cada grupo de aprendices (lengua materna, tipo de tienda): quizá se requerirían más ejercicios para las cifras o para practicar las fórmulas de cortesía: «30 euros, por favor», «aquí tiene su cambio, buenas tardes».

PREPARACIÓN

Otra estrategia para conseguir una buena clase y, de paso, combatir la desconfianza es prepararse bien el lenguaje que usaremos. Cuando empecé, dedicaba mucho tiempo a leer con antelación los textos que trabajaríamos, a buscar el significado del léxico nuevo o a anticipar las preguntas que me podrían hacer. También resolvía antes por mi cuenta todos los ejercicios de clase y los verificaba con la solución y consultaba los casos dudosos. Era mucho trabajo, pero me daba seguridad.
Hoy es más fácil porque la red ofrece muchos materiales de consulta y las editoriales proporcionan libros de muestra al docente. Antes había que quedarse en la sala de docentes, ir a la biblioteca o gastarse el dinero construyendo poco a poco una biblioteca personal, que es lo que hacíamos la mayoría.
Este proceso se repite con cada idioma nuevo. He enseñado también en español, francés e inglés, de modo que he dedicado mucho tiempo a preparar el lenguaje de estas clases, al margen del contenido sobre escritura, investigación o didáctica. También he enseñado en español a portugueses, brasileños o italianos, y he tenido que buscar los términos equivalentes en estos idiomas de algunos conceptos técnicos, para preparar las preguntas que pudieran hacerme.
Hace poco tuve que dar una asignatura completa en inglés. Una traductora profesional tradujo las presentaciones y los ejercicios y, antes de cada clase, me encerraba dos horas en mi despacho para practicar la pronunciación de cada diapositiva. Con el traductor de Google, en la combinación inglés-catalán, escuchaba dos o más veces cada enunciado oralizado por la máquina y lo repetía prestando atención al vocalismo, la sílaba tónica o la entonación. Repetía varias veces los términos más difíciles, como en un entrenamiento –y todavía lo hago antes de una conferencia–. También busqué en la red las expresiones más habituales para gestionar la clase como: What we are going to cover today is, The second point I want to make is o Let me give you an example.
Cuadro 3. Preparar el lenguaje
1. Lee y escucha los textos que usarás y verifica que conoces el vocabulario.
2. Haz una lista del léxico que usarán los aprendices. Anticipa y verifica cualquier duda.
3. Comprueba las particularidades discursivas (estructura, registro, fraseología, cortesía, etc.) de los géneros que vayas a trabajar (modelos de textos administrativos, comerciales, médicos, etc.).
4. Consulta algún oralizador (Diccionario Reverso, Traductor de Google, CREA oral) para verificar que pronuncias bien las palabras dudosas, según la variedad dialectal (Diccionario de americanismos).
5. Resuelve los ejercicios de respuesta única y consulta las soluciones; verifica cualquier respuesta dudosa.

GESTIONAR EL ESTRÉS

Una experiencia que me marcó fue enseñar a empleados de un banco. Les enseñaba a escribir con estilo llano informes, memorias y cartas. Algunos trabajaban en el banco desde antes de que yo naciera. El segundo día el jefe me felicitó porque los alumnos estaban contentos de la primera sesión. Me impresionó esa inmediatez en la reacción.
Lo pasé mal durante los dos meses del curso. Me angustiaba al acercarse cada clase. La tarde anterior no podía pensar en nada más: las tareas que quería hacer, las dudas potenciales, el material para la sesión. Decidí escribir un diario de clase para tranquilizarme, aprovechando que me gusta escribir:
Cuadro 4. Diario de clase
Cada semana, al acabar la clase, escribía un par de horas. Primero resumía lo planificado, después cómo había ido la sesión y luego las preguntas y mis respuestas. A veces reconstruía con detalle algún episodio: mi inseguridad, las emociones, las reacciones del alumnado, como este fragmento del primer día (24-1-1989):
Al empezar el curso me puse nervioso. Al principio no me di cuenta, y todavía era menos consciente de las causas que lo provocaron. Ahora lo veo así: descubrí que tendría trece alumnos, en vez de los ocho acordados [...]; durante el turno d...

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