El dictador, los demonios y otras crónicas
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El dictador, los demonios y otras crónicas

  1. 384 páginas
  2. Spanish
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El dictador, los demonios y otras crónicas

Descripción del libro

Una colección de reportajes, publicados previamente en la revista The New Yorker y compilados expresamente para Anagrama, que reúne personajes y paisajes políticos de España y Latinoamérica.

Estos reportajes, publicados en la revista The New Yorker y compilados para Anagrama, reúnen personajes y paisajes políticos de España y Latinoamérica. Por estas páginas desfilan el rey Juan Carlos, Augusto Pinochet antes del juez Baltasar Garzón, un espectacular Hugo Chávez en una Venezuela de contrastes, el decrépito Fidel Castro en una Cuba sin salida satisfactoria para nadie, García Márquez de genial conspirador en el polvorín colombiano, los restos de Federico García Lorca en un tira y afloja entre lo político y lo sentimental, y las favelas brasileñas, donde florece la extraña mística del delito.

Aunando la tradición de la semblanza crítica y el periodismo en directo, Anderson se caracteriza por la agudeza política, el hábil trazado de los contextos, la atención por el detalle iluminador y la concepción literaria del periodismo.

Una reedición que viene acompañada de un prólogo de Carlos Manuel Álvarez Rodríguez, incluido en la lista de los mejores narradores jóvenes en español de la revista Granta, que se suma al de Juan Villoro que ya incluía la primera edición.

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Información

Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788433926258
ISBN del libro electrónico
9788433942005
Categoría
Literatura

IX. PERFIL: EL REVOLUCIONARIO10

La clínica psiquiátrica del doctor Edmundo Chirinos se encuentra en un antaño distinguido barrio residencial de Caracas, en una calle en cuyo otro extremo hay una serie de hoteles de citas. El día que fui a verlo había junto a la puerta, sentados en la acera, varios individuos con cara de chiflados a quienes tomé por yonquis. La sala de espera de la clínica era húmeda y selvática, con helechos por todas partes. En un rincón había una cascada de metro y medio de altura y otra más pequeña en el despacho del doctor Chirinos. El agua caía sobre piedras, hipocampos de escayola y conchas de plástico. «Es para relajar –dijo el doctor Chirinos–. ¿A usted la pone nervioso?»
El doctor Chirinos es un anciano de casi setenta años, de baja estatura, pelo raleante cuidadosamente peinado, ojos pícaros y cejas pobladas. Llevaba una bata blanca y tenía las manos cruzadas encima de la mesa. Entre sus pacientes hay profesionales muy bien situados y políticos de Venezuela, y me contó que había conocido a los siete presidentes que había habido desde 1958, año en que Venezuela pasó a ser una democracia pluralista. Unos fueron sus amigos, otros sus pacientes. El último mandatario, Hugo Chávez Frías, al que llama Hugo, es ambas cosas. En su opinión, Chávez es el único presidente honrado que ha conocido.
Estaba deseoso de hablarme del presidente Chávez y, tras pensárselo un poco, me dijo que la forma más discreta de entrar en materia era utilizar un cuestionario ideado por un colega suyo. El cuestionario enumeraba cincuenta rasgos de la personalidad que podían atribuirse indistintamente a Simón Bolívar –el Libertador de Latinoaméricay a Hugo Chávez, o a los dos. Mientras el doctor Chirinos leía la lista, subrayó las semejanzas que había entre Chávez y Bolívar: «Se pone malhumorado e intratable cuando algo le contraría. Cuando menos se espera muestra su sentido del humor, habla con familiaridad a extraños y amigos por igual, gasta bromas y divierte a la gente. A veces es injusto en sus juicios, en otras ocasiones es muy tolerante. Su carácter es imprevisible y desconcertante. Sólo podríamos conocerlo en profundidad si juntáramos las críticas de sus adversarios y la idolatría de sus seguidores, y lo pasáramos todo por el colador de la lógica y la objetividad. Prefiere abrazar quimeras que parecen imposibles a afrontar las crudas realidades de la vida.»
Cuando el doctor Chirinos llegó al rasgo número 14 –«Tiende a ser vanidoso»–, se detuvo. «Es verdad –dijo–. Hugo tiene rasgos narcisistas.» Número 15: «Da muestras de un autoritarismo desatado que predispone a los demás contra él.» Chirinos levantó los ojos y dijo: «Sí, este rasgo está muy desarrollado en Hugo.» Y así hasta el final del documento. Según esta técnica, Hugo Chávez era hiperactivo, imprudente, impuntual, hipersensible a las críticas, rencoroso, políticamente astuto y manipulador, posee una tremenda energía física y no duerme más de dos o tres horas por noche. «En privado es un hombre muy sensible», añadió con voz confidencial. Chávez había llorado delante de él en varias ocasiones. Cuando me levanté para irme, Chirinos dijo que le gustaría subrayar que el presidente está mentalmente sano y es completamente normal. «Exceptuando el poder que tiene, no es distinto de usted o de mí.»
La Casa Natal de Bolívar, una vivienda de una sola planta donde el héroe vino al mundo en 1783, es de los pocos edificios antiguos que siguen en pie en el agitado y deteriorado centro de Caracas. La casa da a una pequeña plaza en la que juegan los niños y los bancos se llenan de ancianos. Está flanqueada por otros edificios de la época colonial, algunos de los cuales se han transformado en tiendas de regalos infantiles especializadas en piñatas vistosas. De los toldos cuelgan grandes figuras amarillas de cartón, el pájaro Piolín y criaturas de Disney. Al lado de la Casa Natal se encuentra la Sociedad Bolivariana, donde se reúnen historiadores y aficionados a la historia para celebrar debates y dar conferencias sobre el personaje. La tarde que fui a ver la casa, actualmente un museo, había una indigente sentada en la acera, al otro lado de la calle, dando el pecho a un niño. El quisquilloso conservador, Ramón Valecillo, me enseñó la bañera de mármol blanco en que se había bañado Bolívar de niño, la dorada y barroca carroza de su madre y la sobria habitación donde nació. Valecillo me contó que la habitación estaba embrujada. Él en persona había visto el fantasma. A veces se oía un rumor de cascos de caballo en la cuadra adoquinada que había en la parte posterior del edificio.
Casi todas las plazas centrales de las poblaciones de Venezuela son Plazas Bolívar y en el centro suele haber una estatua ecuestre del Libertador, delgado, con patillas largas e indumentaria napoleónica. Los vendedores callejeros de Caracas ofrecen carteles de Bolívar y de la Virgen María, con otros de héroes de culto más reciente, como el Che Guevara, Ricky Martin y Marilyn Manson. La moneda de Venezuela es el bolívar. Hugo Chávez cumplió cuarenta y siete años el 28 de julio, cuatro días después del cumpleaños de Bolívar. Dentro de unos meses Chávez tendrá la edad que tenía Bolívar al morir, en diciembre de 1830, solitario y desdeñado arquitecto de un plan para unificar toda América Latina, desde México hasta Tierra del Fuego. Bolívar había liberado de la corona española lo que hoy son Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, pero la empresa de unificar todos aquellos territorios fue como «arar en el mar», por emplear sus propias y amargas palabras. Ciento setenta años después, las repúblicas que soñaba con unificar apenas están más unidas que entonces. En el ínterin han forjado identidades nacionales diferentes y casi todas han librado guerras sangrientas con sus vecinas.
Cuando Hugo Chávez llegó al poder, a principios de 1999, rebautizó oficialmente el país con el nombre de República Bolivariana de Venezuela. Cita a menudo a Bolívar, invoca sus conquistas y dice que quiere cumplir el sueño bolivariano de unificar el continente (lo cual podría significar una confederación de Estados realmente revolucionaria o algo parecido a la Unión Europea, porque cuesta conseguir que Chávez concrete en este punto). Chávez puso en marcha un vasto programa de desarrollo nacional, el Plan Bolívar, para construir carreteras, escuelas, hospitales y viviendas baratas para los ciudadanos pobres. Este nuevo bolivarismo es la réplica a lo que Chávez llama «neoliberalismo salvaje», una expresión utilizada frecuentemente en Latinoamérica para referirse a la política de libre mercado que se implementó en Chile a mediados de los años setenta, durante la dictadura de Pinochet, y en Argentina en los noventa, durante la presidencia de Carlos Menem. Los «neoliberales» apoyan el control salarial, la reducción del gasto público y la privatización de empresas estatales. Se oponen al control de los precios, a los aranceles y a las restricciones de las exportaciones y las importaciones. En los programas neoliberales son fundamentales los acuerdos de austeridad con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a cambio de renegociar la deuda. Chávez dice también que los acuerdos impulsores del mercado como NAFTA (que cuando se implantó en México fue una de las causas de la insurrección zapatista) servirán sobre todo a los intereses de la «hegemonía global» de Estados Unidos mientras no traten correctamente los problemas básicos de Latinoamérica.
Pocos dirigentes latinoamericanos modernos han adoptado una actitud tan provocativa como Hugo Chávez ni han tenido visiones de futuro tan grandiosas. Sus votantes más fieles son los pobres, que representan el ochenta por ciento de los veinticuatro millones de habitantes que tiene Venezuela. Su índice de popularidad es actualmente del cincuenta y seis por ciento, menor que en otra época, pero todavía impresionante, en particular porque la pobreza, el paro y los delitos violentos han alcanzado niveles históricos. En dos años y medio, más de 200.000 elementos de clase media y alta han emigrado a Estados Unidos, Australia y la Unión Europea, llevándose su dinero consigo. El último año salieron del país alrededor de 8.000 millones de dólares. Chávez achaca los problemas de Venezuela a la corrupción y negligencia de los gobiernos anteriores y pide tiempo citando a Bolívar: «Paciencia y más paciencia, constancia y más constancia, trabajo y más trabajo para tener patria.»
Chávez se comporta como un político en campaña continua y en cierto modo es así. Ha convocado y ganado ocho referendos. Gracias a ellos ha proclamado una nueva constitución y ha prolongado su mandato, que expirará en 2007, aunque puede salir reelegido para otros seis años. Los presidentes anteriores a él sólo podían estar cinco años en el cargo, sin posibilidad de reelección inmediata. Ha creado un nuevo Tribunal Supremo y una Asamblea Nacional unicameral que, con la abolición del antiguo Senado, se ha llenado de aliados suyos. Chávez ha dado a las fuerzas armadas un papel sin precedentes en su gobierno, nombrando a algunos altos mandos para puestos clave.
Sus enemigos dicen que se ha convertido en un caudillo dictatorial al estilo de Perón y Fidel Castro. Es el mejor aliado que tiene Castro en el hemisferio occidental. Irritó a Washington haciendo una visita de cortesía a Sadam Husein hace un año y prohibiendo a los aviones estadounidenses antidroga que sobrevolasen suelo venezolano. Es contrario al programa de 1.300 millones de dólares, consistente sobre todo en ayuda militar, para combatir el narcotráfico de la vecina Colombia, porque piensa que el programa ampliará la guerra, y empujará a más refugiados hacia Venezuela, y porque cree que Estados Unidos debería quedarse al margen.
Hace sólo un año Venezuela era el segundo país extranjero que abastecía a Estados Unidos de crudo y productos derivados del petróleo. La petrolera estatal, Petróleos de Venezuela, tiene seis refinerías en Estados Unidos y es propietaria de Citgo, que tiene en franquicia casi 14.000 gasolineras estadounidenses. Chávez fue fundamental en la decisión de la OPEC de reducir la producción en 2000, elevó los precios del combustible y Venezuela, que es el principal productor de petróleo de la organización, después de Arabia Saudí e Irán, ingresó 21.000 millones de dólares más.
Dennis Jett, embajador estadounidense en Perú de 1996 a 1999, dice que Chávez es «la mayor amenaza para la democracia que hay en Latinoamérica, con la posible excepción de las FARC», la guerrilla colombiana. Hace unos meses, ciertos diplomáticos estadounidenses en Caracas filtraron a unos cuantos periodistas que, en condiciones que no se concretaron, Washington vería con buenos ojos un golpe contra Chávez. Pero esta retórica ha desaparecido. A pesar de su lenguaje incendiario, Chávez ha cambiado poco la economía venezolana, ha estimulado la inversión extranjera y ha tenido gestos de acercamiento a los dirigentes estadounidenses. Ha ido a Estados Unidos en siete ocasiones para reunirse con empresarios, directores de periódicos y políticos. En términos generales, se cree que las elecciones que lo llevaron al poder fueron limpias, no hay presos políticos en Venezuela, no hay censura de prensa –se burla de él a menudo– y los partidos de la oposición se mueven libremente. El gobierno Bush tiene dificultades para atacarle: «La cuestión de fondo es que no tenemos una política concreta para Venezuela –me contaba un ex diplomático del gobierno de Bush padre–. Joder, es que no tenemos una política concreta para Latinoamérica. La política consiste en no tener política, porque no sabemos cómo frenar a Chávez sin romper la vajilla, y él siempre va con el armario de la vajilla cerca.»
Chávez es un criollo mestizo, como Simón Bolívar, a pesar de los muchos retratos que lo pintan blanco. Las facciones de Chávez son de color cobrizo oscuro, con la textura de la arcilla; tiene los labios abultados y carnosos, los ojos hundidos, las cejas recias. Su pelo es negro y muy rizado. Es fornido, de estatura media, de nariz grande y afilada y mandíbula y mentón poderosos. Chávez es muy gesticulador y efusivo, parece tener una memoria fotográfica y halaga a los interlocutores a los que sólo ha visto una vez recordando sus nombres y detalles personales. También es un bromista incorregible, aunque no siempre le sobra el tacto. En mayo, al reunirse con Vladímir Putin en Moscú, antes de darle la mano, adoptó una pose de karateca. Putin se quedó estupefacto, pero se contuvo y esbozó una sonrisa, mientras Chávez golpeaba el aire con un bate de béisbol imaginario. «Tengo entendido que es usted cinturón negro en kárate –dijo Chávez–. Yo soy beisbolista.»
La primera vez que vi a Chávez sostuvimos una larga conversación en su residencia oficial, una mansión estilo hacienda llamada La Casona. Su ayudante personal, un joven teniente llamado Antonio Morales, me condujo a una veranda con columnas. Eran alrededor de las nueve de la noche y Chávez estaba en el césped, sentado al pie de un mango, ante una mesa redonda de madera. Llevaba calzado deportivo, tejanos negros y una camisa sin cuello, larga, gris y con charreteras. Encima de la mesa había una pila de periódicos, rotuladores y dos teléfonos móviles. Un empleado doméstico nos sirvió café en tazas, vasos de zumo de mango, uva y galletas saladas. Chávez es adicto a la cafeína. Un ayudante me contó que cuando el personal se dio cuenta de que tomaba veintiséis tazas al día, se las redujo a dieciséis.
Encendió un cigarrillo, cosa que no hace en público. El teniente Morales andaba cerca, de vez en cuando entraba en la casa y volvía para susurrarle algo al presidente o para entregarle un Post-it amarillo con un mensaje. Por lo general, Chávez no hacía caso de aquellas interrupciones. Escuchaba con atención mis preguntas y sólo parecía sentirse un poco incómodo cuando citaba a sus críticos más implacables. «Generar sentimientos extremos en la gente es una consecuencia de nuestra situación –dijo con actitud reflexiva, sin nada que ver con el estilo hiperbólico de sus declaraciones públicas–. Yo creo, como creyeron Marx y Bolívar, que la historia no la hacen los individuos; no somos determinantes. Bolívar dijo: “Sólo soy una débil paja arrebatada por el huracán revolucionario.” –Se inclinó hacia mí y añadió–: Y aquí se desató un huracán, ¿sabe?»
Chávez se refería a los acontecimientos de 1989, cuando estallaron disturbios antigubernamentales en los barrios bajos de Caracas y se extendieron a todo el país. Durante los tres días de intensa violencia murieron centenares de civiles, nadie sabe exactamente cuántos. La carnicería, conocida como el Caracazo, traumatizó a la sociedad venezolana. El gobierno estaba entonces dominado por dos partidos, Acción Democrática, socialdemócrata, y COPEI, democristiano, y así había sido desde 1958, año en que se formalizó el Pacto de Punto Fijo. El objeto del «puntofijismo» era marginar a la izquierda e impedir que crecieran los partidos minoritarios. El sistema era un hervidero de corrupción, pero funcionaba mientras prosperase la economía, y la economía prosperó mientras los precios del petróleo se mantuvieron altos. A fines de los ochenta, el precio del petróleo venía bajando desde hacía un decenio y se sentían las consecuencias del desbarajuste fiscal y de los robos descarados que cometían los gobiernos de turno. En febrero de 1989, el presidente Carlos Andrés Pérez accedió a aplicar un programa de reforma económica, a instancias del FMI. La subida de tarifas de los autobuses estuvo entre sus primeros efectos. Estallaron disturbios, Pérez sacó al ejército a las calles y el ejército disparó contra los saqueadores.
«Yo era entonces un simple soldado –me dijo Chávez bajo el mango de La Casona–. Nada más que un soldado, con un buen futuro, y todo iba bien, pero entonces tuve que preguntarme: “¿Qué hago yo con este fusil? ¿Hacia dónde apunto?” Fue una terrible crisis de conciencia. El huracán se ha desatado, ¿qué hago yo ahora? ¿Tiro el fusil al suelo y echo a correr, y dejo de ser soldado, o apunto a esos infelices campesinos? ¿O apunto a los que han llevado al pueblo a esta situación? Mis compañeros y yo seguimos el ejemplo de Bolívar, que dijo: “Maldito sea el soldado que vuelva las armas contra su pueblo.”»
En realidad, Chávez venía conspirando desde 1982, cuando un grupo de oficiales jóvenes entabló conversaciones para formar una junta revolucionaria. El grupo adoptó el nombre de Movimiento Revolucionario Bolivariano. El Caracazo pilló por sorpresa a Chávez y a sus compañeros de conspiración, pero lo tomaron por una señal de que se acercaba el momento propicio. En febrero de 1992, momento en que casi todos ocupaban ya puestos de mando en puntos estratégicos de Venezuela, intentaron un golpe. Tomaron varias guarniciones y ciudades clave, pero Chávez, que tenía que tomar el palacio presidencial de Miraflores, quedó rodeado por tropas leales. Murieron varios soldados suyos y optó por rendirse, según él, para impedir que hubiera un baño de sangre. (Durante el levantamiento murieron diecisiete personas, entre ellas varios civiles.) Chávez fue detenido y horas después el alto mando le permitió hablar en televisión para convencer a sus compañeros de que depusieran las armas. La intervención de Chávez, que duró treinta y dos segundos, se emitió en directo.
Vestido con el uniforme y la boina roja de paracaidista, habló con serenidad, elogiando a los rebeldes por su valor. «Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados [...] Vendrán nuevas situaciones, y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor [...] Yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano.» Nadie dejó de oír aquel «por ahora» y desde aquel momento se convirtió en héroe nacional. La sublevación terminó y Chávez y otros oficiales fueron juzgados por un consejo de guerra. Chávez fue enviado a la cárcel de Yare, a unos cincuenta kilómetros de Caracas.
Yare es un lugar espantoso. Los peores reclusos viven abandonados a sus recursos en dos bloques de color blanco sucio, picados de balazos, que hay al fondo del centro penitenciario; como los retretes están destrozados, por las paredes bajan negras cortinas de excrementos y el suelo está alfombrado por una oleaginosa capa de aguas mayores y basura chorreante. En los huecos irregulares que han quedado en las ventanas al arrancarse los barrotes hay presos sin camisa, encaramados como cuervos al acecho. El día que estuve en Yare era caluroso y de calma chicha, y el aire estaba cargado de apestoso veneno. El inspector Manuel Lugo, un veterano funcionario de prisiones, ex director de Yare, se había ofrecido a enseñármelo, pero sólo por fuera. Mientras recorríamos con el coche el perímetro del centro, vi que las torres de vigilancia también estaban acribilladas a balazos. Lugo pisó el acelerador al acercarnos a los bloques contiguos. «No podemos entretenernos aquí –dijo–. Podrían dispararnos.» Me explicó que en Yare había mil cien reclusos y muchos tenían armas. «Sólo hay seis funcionarios de guardia en un momento dado», dijo. El presupuesto no daba para más. «Es una situación insostenible.»
Los índices de criminalidad son estremecedoramente elevados porque una generación de jóvenes que se crió en la pobreza tiene acceso a drogas y armas. Lugo me dijo que todos los fines de semana, momento en que aumenta la criminalidad violenta, hay en Venezuela noventa y tantos homicidios, y que un tercio de debe seguramente a las ejecuciones extrajudiciales que lleva a cabo la policía. Muchos policías no ven otra forma de hacer su trabajo. Lugo era partidario de Chávez por ese motivo. Para solucionar los problemas de Venezuela hacían falta medidas urgentes y Chávez era al parecer la única persona capacitada para aplicarlas.
Ya fuera del alcance balístico de las celdas de Yare, Lugo me presentó a Virginia, secretaria del psicólogo de la prisión. Da la impresión de ser una mujer dura, tiene casi cuarenta años y lleva el pelo corto y teñido de caoba. Le faltan dos dientes. Virginia me contó que había acabado conociendo bien a Chávez cuando estuvo encerrado allí. Todas las mañanas se sentaba en un patio amurallado que le habían construido especialmente delante de la celda. Tenía un busto de escayola de Simón Bolívar y hablaba con él. Lugo la interrumpió para decir que también él había visto a Chávez en aquellas si...

Índice

  1. PORTADA
  2. PRÓLOGO: EL AMERICANO IMPACIENTE
  3. I. CARTA DESDE ANDALUCÍA: LA TUMBA DE LORCA
  4. II. DIARIO DE LA HABANA: LOS AÑOS DE LA PESTE
  5. III. ASUNTOS REALES: EL REY DE ESPAÑA
  6. IV. PERFIL: EL DICTADOR
  7. V. PERFIL: EL PODER DE GARCÍA MÁRQUEZ
  8. VI. CARTA DESDE PANAMÁ: PARCELAS EN VENTA CON VISTAS AL MAR
  9. VII. CARTA DESDE LA HABANA: EL VIEJO Y EL NIÑO
  10. VIII. CARTA DESDE EUSKADI: FUEGOS DEL HOGAR
  11. IX. PERFIL: EL REVOLUCIONARIO
  12. X. CARTA DESDE CUBA: LA ÚLTIMA BATALLA DE FIDEL CASTRO
  13. XI. CARTA DESDE CARACAS: EL HEREDERO DE FIDEL
  14. XII. CARTA DESDE RÍO DE JANEIRO: LOS DEMONIOS
  15. CRÉDITOS
  16. NOTAS