El año del Búfalo
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El año del Búfalo

  1. 256 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El año del Búfalo

Descripción del libro

Esta es una novela sobre cuatro artistas de una generación sin suerte que, tras haber perdido los sueños e ideales, se encuentran recluidos en un garaje donde un buen día aparece una extraña criatura que les propone un pacto siniestro.

Esta es una novela sobre la vida de un escritor finlandés enamorado de España llamado Folke Ingo, que resulta ser el autor de las andanzas de los cuatro tipos antes mencionados.

Esta es una novela sobre un variopinto grupo de personajes que, desde las notas a pie de página, apostillan y comentan el texto de Folke Ingo: su traductora española, su madre finesa, un burocrático profesor del Ministerio de Humanidades, los padres de uno de los artistas encerrados en el garaje, el presidente del Club de Amigos de Gregorio Morán y la exdirectora de un peculiar cineclub de Santa Coloma de Gramenet.

Esta es una novela sobre una serie de psicofonías en las que van asomando una infinidad de figuras históricas integrada por rebeldes con causa, idealistas asesinados, líderes revolucionarios, guerrilleros convertidos en jefes de Estado, golpistas a sueldo y dictadores de todo el mundo. Desde Agostinho Neto hasta Lumumba. Desde Franco hasta Mussolini.

Esta es una novela sobre utopías políticas y crudas realidades donde conviven Klaus Barbie, Modiano, Gadafi, Bing Crosby, el ColaCao, los Conguitos, Mauriat, Mauriac, Maurois, el detective Cannon, la CNT, el coronel Sanders del pollo frito de Kentucky, José Luis López Vázquez y Joseph Beuys, entre otros muchos.

Esta es una novela –como su título indica– sobre el año chino del Búfalo, que cayó en 1973, pero también en años anteriores y posteriores, como 1961 y 1985.

Esta es una novela sobre…

Estimado lector, mejor deje de preguntar y zambúllase sin más en estas páginas. El disfrute, la carcajada, la emoción, el pasmo están asegurados. Porque esta es una suerte de novela total, escrita con inventiva inagotable, aires pop y erudición desenfrenada. Una narración de narraciones descacharrante y conmovedora, políticamente radical y estéticamente subversiva. Un libro que supone un nuevo paso adelante en la estupenda y singular carrera literaria de Javier Pérez Andújar, escritor de la Barcelona mestiza y su extrarradio, y desprejuiciado reivindicador de la cultura de kiosco, el cine popular y la alta literatura. Uniendo a todos estos ingredientes un sentimiento poético de la realidad, con El año del Búfalo ha escrito un libro deslumbrante sobre todos nosotros.

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Información

Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788433999375
ISBN del libro electrónico
9788433943439
Categoría
Literatura

PSICOFONÍA 1

–Donde decía autogestión ahora se lee sistemáticamente autosugestión.
–Eso es cosa del corrector automático.
–Más parece el signo de los tiempos.
El garaje se nos hace más pequeño cada día. Giramos aquí dentro en el sentido de las manecillas del reloj, y al salir el sol cada uno de nosotros se queda jadeando en su rincón correspondiente según un invariable ritmo de los acontecimientos. Nada de echar raíces. Durante el día descansamos, pues el hilo de luz que se cuela bajo la persiana metálica es tan débil que fijar en él nuestros ojos tumefactos, después de todo ese trote nocturno, nos produce una insuperable somnolencia. En cuanto a la comida...
Ugo Rende. Por ejemplo, Ugo Rende. No hace nada. Anda cabizbajo con las manos metidas en los bolsillos y dice que le han estafado. Pero no hace nada más. Es el único de nosotros que no lleva a cabo ninguna actividad para atenuar la situación. Ugo Rende no se llama Ugo Rende; pero aquí no he venido a dar el nombre de nadie. Ugo Rende anda en círculos, con las manos en los bolsillos y con su barba toda blanca, como postiza, y cree que le han dado gato por liebre.
Esta es nuestra historia: Ugo Rende y Basilitz Zhlobin (que tampoco se llama así) ya se conocían de antes de que se organizaran las primeras caravanas de coches. Iban juntos al colegio, y juntos aprendieron sus primeras letras y se arrancaron juntos la costra de las rodillas. ¿Cuál es el colegio más cutre?, ha preguntado Basilitz. Ugo dice que los de pago para pobres. Pues a uno de esos íbamos, ha afirmado Basilitz. Ugo Rende y Basilitz Zhlobin (que tiene los ojos verdes, de gato) crecieron juntos y fueron juntos a la discoteca y se separaron juntos para irse por separado a la mili y volvieron a la vez a la pequeña y pobre Suburbia machacados y sin trabajo, en plena crisis económica internacional, y así royeron de nuevo juntos la médula de su tiempo, lo mismo que sus padres habían lamido el barro de las barracas. Y el hierro oxidado de la cárcel Modelo uno de los padres, al que habían pillado con octavillas. El día más grande de Ugo Rende fue: Mi día más grande fue el 14-D, junto a las hogueras del amanecer, en los piquetes de las fábricas. Entre la gente de olor a cadena de montaje. Ese fue mi día más grande. Y mi día más corto fueron los tres días en que volvieron a Barcelona las Brigadas Internacionales. Pero tampoco iban a poder salvarnos esta vez. Aquel fue un día fugacísimo, de setenta y dos horas, en que el mundo y el tiempo empequeñecieron y la historia se agrandó y llegó hasta nosotros.
La caravana corre paralela al río, y es un río rojo que se desborda de rabia y de esperanza. Vecinos-de-Suburbia: Estatar-de-alas-cin-cohoras-granacto-y-sardinada-popular-enlaplaza-dela-Vila. Inter-vendrán... Es una caravana de la paz que viene de una guerra. Desde el balcón, veo pasar en ella el coche de mi padre. Una larga hilera de automóviles. Van despacio, con las banderas rojas a todo trapo y los megáfonos lanzando consignas y atronando con «La Internacional». Llevan pegados con celo los carteles del partido. Algunos se han despegado por la fuerza del sol de esa mañana de domingo y también por el recalentamiento de los motores y de las chapas de los coches. Pero no, no pasan esos coches, están sujetos al tiempo. Y aquí, en esta parte del tiempo, apenas alcanza el rugir de la marabunta. El cinturón rojo, que nació como un cinturón de trabajadores y trabajadoras, es hoy un redondel atiborrado de coches y supermercados. A lo mejor no era un cinturón, y era una mancha que se extendía como una lata de aceite tirada en el suelo.1
Yo. Para referirme a mí, no hace falta que diga mi nombre. Siempre nos salvamos por los pelos. A Basilitz Zhlobin le conocí también en el colegio. A Ugo Rende lo traté después, a través de Basilitz. Entonces, dos años de diferencia eran como dos mil años en el transcurso de la Historia. Cuando trabé amistad con Basilitz, él y Rende habían llegado ya a la luna y yo aún leía en el hígado de las ovejas como los arúspices etruscos. Son dos cosas que pueden pasar al mismo tiempo, aunque las separen dos mil años de civilización. Mi padre y el padre de Basilitz eran compañeros en aquella caravana de pancartas hechas con palos de escoba y sábanas pintadas. El padre de Ugo no iba. Era comunista. Iba de otro palo. Y tenía una pistola en un cajón de la mesilla.
Esta es nuestra historia. Ugo Rende no hace nada en todo el rato más que arrastrar su larga barba, y Basilitz Zhlobin pinta sin cesar. Dibuja en cualquier parte de este garaje. En las paredes, en el suelo, en los fluorescentes, en el techo, en los pilares. Pinta pinturas primitivas y deja su mano impresa en las superficies. Traza redondeles y puntos simbólicos que apenas simbolizan nada en nuestro encierro. Tatos, por su parte, tiene un mostacho pelirrojo, grande y antiguo, como de feriante o dinamitero. A Tatos Kelkit le conocí yo primero, en el futbolín, y luego se lo presenté a Basilitz Zhlobin y a Ugo Rende. Tatos Kelkit iba a un colegio público, pero tan cutre como el nuestro, y es el mayor de nosotros. Tatos ha cambiado el habla por la música. Toca solo una nota. No importa cuál. Cuando se despierta, al atardecer, deja caer su dedo índice sobre el teclado electrónico y ya no lo despega hasta que se queda dormido con el mentón clavado en el pecho y empieza a asomar ese hilo de sol que reconforta nuestro amor propio. Tatos Kelkit no cree que los días y los años pasen; no sufre esa ilusión diacrónica. Se ha dejado caer a plomo y se hunde en el tiempo por su propio peso. Las horas de Tatos son infinitamente breves e infinitamente hondas. Y yo. Yo empecé a escribir una novela sin aes (y otra sin es, como Perec), luego hice una sin vocales. Y finalmente escribí mi obra maestra. Una novela río sin vocales, ni consonantes, ni signos de puntuación.2
El habitáculo donde nos encontramos es muy pequeño, y tiene unas paredes húmedas y frías. Incluso agachados, como permanecemos cuando no nos tumbamos para descansar, podemos alcanzar el techo sin levantar demasiado el brazo. Basilitz Zhlobin siempre lleva una camisa negra. A Basilitz Zhlobin se le han puesto los tobillos como botijos de estar tanto tiempo en cuclillas; pero aun así sigue plasmando sus figuras primitivas, unas sobre otras, superponiéndolas como se solapan en las galerías de arte rupestre. El habitáculo también tiene un toque de reverberación, igual que las catedrales, que dota de prestancia bíblica a nuestras voces de animales domésticos.
–Basilitizzz...
–¿Sííí?
–¿Me oyesss?
–Como Diosss.
Detrás de la persiana metálica está la calle y la luz cálida del día, y también la luz eléctrica del alumbrado público. Cada veinticuatro horas, alguien levanta la persiana metálica y nos pasa agua en un cacharro y cuatro tupperwares con comida. Así, nos sentimos libres.

PSICOFONÍA 2

Canción del Tupperware:
I’ ve go that Tupper feeling
deep in my heart.
Deep in my heart.
Deep in my heart.
I’ ve got that Tupper feeling
deep in my heart.
Deep in my heart to stay.3
Ugo Rende pasea por el local con las manos en los bolsillos sin hacer nada. Anda encorvado y a veces salta en cuclillas, como un enanito o un cosaco. Ugo cree que el tiempo ni nos crea, ni nos destruye, ni siquiera nos transforma. Para Ugo, el tiempo es espeso como una mancha de pintura que se extiende por todas partes, o como una mancha de petróleo que se va comiendo todo el mar, y el eterno retorno no es para Ugo más que una parodia metafísica del ciclo del nitrógeno. Ya no hay nada que hacer, ha dicho Ugo. ¿Esperar entonces?, le ha preguntado Basilitz. Ugo ha negado con la cabeza y luego ha dicho: Eso sería hacer demasiado. Ugo anda preocupado por la creencia en el destino. Según él, el destino es un argumento para gente con bigote. ¿Cómo separar la ambición del destino?, dice Ugo.

PSICOFONÍA 3

Ambición y destino.
a) Enviado por Mussolini, el general italiano Rodolfo Graziani emprendió la conquista de Libia en busca de honor y prestigio para Italia. No admito que un puñado de beduinos detenga la ambición de cuarenta millones de italianos, sentenció con la arrogancia con que se dictan todas las penas de muerte.
b) España quiso ser una unidad de destino en lo universal.
El destino es el muro con el que nos estrellamos cada vez que vamos a dar un paso, dice Ugo. A Tatos se le han agarrotado los dedos, y lleva entablillados los índices de las dos manos para poder tocar con ellos. No podrá ser el gran pianista que supo que nunca sería. Con un índice así estirado, Tatos nos señala uno por uno, luego apunta hacia el techo del garaje e inicia su concierto de monotonías. Su bigote de morsa pelirroja le da un tono gracioso a todo lo que hace. Cuando amanece, Tatos sopla sobre su dedo como queriendo disolver el humo que sale por el cañón de una pistola y se hunde en su tiempo con su silenciador puesto. A albergar cierta esperanza le llama poner el silenciador. En cierta ocasión, Tatos dijo que no había mucho que decir y ya nunca más habló. Ya no hay nada que decir, nos dijo. ¿Toca entonces callar, Tatos?
– ...

PSICOFONÍA 4

Tened presente que no soy el Rey Mago que os traiga cosas de regalo, sino el jefe de un Estado. Basta con imaginar aquella primavera de Murcia de 1946, año chino del Perro, y el calorín del sol y el viento fresco del mar. Y a los que quedan vivos, muertos de hambre. Una multitud de andrajos, triste grupo de supervivientes. Se les aparece de pronto un Rey Mago de Salzillo con el rostro del dictador Francisco Franco. ¡Milagro! ¡Milagro!, grita la gente. Es entonces cuando Franco dice lo de antes.

PSICOFONÍA 5

Animado por la instauración de la República en España, en abril de 1931, el nacionalista puertorriqueño Pedro Albizu Campos, llamado el Último Libertador de América, presentó su partido a las elecciones del año siguiente con el propósito de emancipar Puerto Rico del control de Estados Unidos; pero obtuvo muy pocos votos y fracasó. Entonces inició una campaña de huelgas y atentados. Bajo el mandato del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, Albizu fue detenido y llevado a Atlanta, donde lo juzgaron por sedición. Salió en libertad tras once meses de prisión, y en 1950 fue encarcelado de nuevo, acusado de estar envuelto en un atentado contra el presidente Truman. Recobró la libertad a los setenta y tres años en 1964, ya paralítico y ciego. Durante su encierro, había sido sometido a experimentos con radiaciones por los médicos de las cárceles de Estados Unidos. Murió el 21 de abril de 1965. Tres días antes, el Real Madrid se proclamó campeón de la liga española. Pero ya hacía muchos años que España había cambiado la República por una dictadura militar.
Yo nací en ese año de 19654 y, consecuentemente, soy hijo tanto del fascismo como de la transición democrática. Quiero decir que comparto esas raíces. Lo mismo sienten Ugo Rende, Basilitz Zhlobin y Tatos Kelkit. Tal vez por ello, los cuatro hemos acabado confinados aquí. A ratos recuerdo cómo hemos venido a parar a este habitáculo. Tatos, el de los bigotes rojos, fue el primero en llegar. De hecho, cuando le conocí, ya vivía aquí dentro, pero entonces no tenía ningún tipo de bigote. Este sitio fue una vez la casa de Tatos, de sus padres, y en ella había una familia de gente trabajadora y normal. Con los años, que al principio corrían sin la cabalgadura de la muerte, la casa fue quedándose vacía y empequeñeció. Y, como una telaraña o un cangrejo ermitaño, empezó a atrapar a quienes pasábamos junto a ella. Hubo otra época todavía más antigua en la que los cuatro teníamos nuestra propia familia, nuestra propia casa. O a lo mejor también eran la familia y la casa quienes nos tenían a nosotros. Por entonces, aquí nadie tenía internet...
Mientr...

Índice

  1. Portada
  2. El año del Búfalo
  3. Fuentes
  4. Notas
  5. Créditos