1. RESUMEN DEL CURSO
Algo que quisiera hacer es hablar todo seguido de tal modo que tenga sentido para los estudiosos y también para nosotros, y registre lo que hago porque me estoy volviendo viejo y ya no recuerdo tantas cosas. No recuerdo quién jodió con quién ni cuándo, o quién escribió qué, y esta podría ser una de las últimas ocasiones en que sea realmente capaz de recordarlo y de decirlo con claridad. Yo me sentiría inclinado a hablar ininterrumpidamente, dando por sentado que los presentes sabrán de lo que hablo, pero me doy cuenta de que a veces las referencias que hago son referencias privadas mías que la gente no entiende.
[Trataré] de resumir lo que recuerdo de la dimensión literaria, o intelectual, o espiritual, así como de los chismes, de la historia de mis primeros encuentros con William Burroughs, Jack Kerouac, Herbert Huncke, Carl Solomon y Gregory Corso, entre otros.1
En primer lugar quisiera abordar los años cuarenta. Abarcaré una lista de lecturas, la música de los cuarenta, álbumes concretos de Charlie Parker, King Pleasure, Telonious Monk, Dexter Gordon, el bebop de aquella época que influyó en el estilo rítmico de Kerouac. El fraseo musical que imitó expresamente para construir las frases y la prosa de En el camino. Hablaré de Symphony Sid, el pinchadiscos que daba a conocer a todos los grandes clásicos del primer bop desde medianoche hasta la mañana. Esto pondrá sobre el tapete la idea de la relación existente entre el habla y la música, como en «Salt peanuts, salt peanuts», que es [de] un clásico de Dizzy Gillespie. La música salía literalmente de enunciar «salt peanuts, salt peanuts» [pronúnciese solpínats, solpínats] y Kerouac aplicó aquel da-ta-da a su propia prosa.
En otras palabras, los músicos negros imitaban cadencias orales y Kerouac imitaba las cadencias respiratorias de los músicos negros con los metales y las devolvía al habla. Kerouac trabajaba siempre con el oído, con ritmos o cadencias verbales. Todo pasaba por la música negra. Hablaré de la música como influencia en Kerouac y luego comentaremos La ciudad y el campo.
La idea de los campesinos de Oriente Próximo, los felahín, que Kerouac tomó de [Oswald] Spengler, felahín, una palabra que Kerouac utiliza mucho en En el camino. Spengler la emplea para designar a personas que no están en ambientes urbanos, sino que son simples patanes que deambulan por sus propios pastizales y que durante toda la historia han tenido siempre la misma vida. Pueblerinos cuya vida es la misma en todas partes, que viven oprimidos, que pasan inadvertidos cuando se comparan con las gentes de las ciudades, que viven sometidos a alucinaciones constantes y a la transitoriedad de los imperios. Es semejante a la idea de Yeats, «Girando y girando en círculo creciente / no puede el halcón oír al halconero, / todo se desmorona, el centro ya no puede sostenerse / la anarquía está suelta por el mundo».2 El centro no puede sostenerse, nadie sabe ya lo que pasa. Todo es muy complicado.
Un comentario sobre Herbert Huncke, escritor menor pero interesante, cuyo libro The evening sun turned crimson se escribió por aquellas fechas. Huncke fue el tipo que inició a Burroughs en el caballo. La idea de Burroughs en los años cuarenta era: «¿Y si la verdad estallara? ¿Y si todo el mundo se pusiera a hablar con sinceridad?»
[Hablaré de] la sociología de Times Square a mediados de los cuarenta y del doctor Alfred Kinsey, que andaba por allí y escribía su libro sobre la sexualidad masculina en el que todos (Kerouac, Burroughs, Huncke y otros) somos sujetos. Entramos por primera vez en la historia de ese modo, antes de que empezáramos a escribir. Hablaremos de la bencedrina, que era la anfetamina de entonces, y de sus efectos en los habituales de Times Square en los cuarenta. Leeré breves fragmentos de Viajero solitario y de Doctor Sax y hablaremos de lo que Kerouac llamaba fantasmas, seres humanos que poblaban un vasto espacio como fantasmas. Hablaré de mi encuentro con Kerouac y me serviré del libro La vanidad de los Duluoz, la vanidad de Kerouac, como de una autobiografía retrospectiva de Kerouac para cubrir aquel período de los años cuarenta. Si alguna vez interesa a los presentes repasar los años cuarenta, La vanidad de los Duluoz hace eso.
Hablaremos del común reconocimiento de la transitoriedad de la existencia, que es la base de la ternura de todo el mundo. La conciencia de que estamos sentados en un aula como un puñado de fantasmas dóciles y deshuesados, y de que no estaremos aquí mucho tiempo. En consecuencia, vislumbrábamos el esplendor del momento como base de nuestro entendimiento literario. Hablaré de un poeta llamado Mark Van Doren, que fue catedrático en Columbia y trabó amistad con Kerouac. De Raymond Weaver, que fue el primero que leyó escritos de Kerouac mientras daba clases en Columbia. Weaver, un místico que había encontrado en un baúl el manuscrito del Billy Budd de Herman Melville, fue el primer contacto literario importante de Kerouac. Raymond Weaver había dado clases en Japón y era el único profesor de Columbia que conocía la meditación y el zen, tenía sensibilidad para la semántica y las paradojas, y fue el primer profesor gnóstico que conocimos. Contaré la historia del círculo de amigos que gravitaba alrededor de Columbia en 1945.
Contaré mi encuentro con Gregory Corso en los años cincuenta y hablaré de lo que leía todo el mundo en aquella época. De lo que Burroughs nos recomendó que leyéramos, que fue La decadencia de Occidente de Spengler, Science and sanity de Korzybski para mantener la claridad del lenguaje, El castillo y El proceso de Kafka, Una temporada en el infierno y las Iluminaciones de Rimbaud, Opio de Jean Cocteau, los Cantos de inocencia y experiencia de Blake, Una visión de William Butler Yeats e historias policiacas de Raymond Chandler y John O’Hara. Esto era lo que leíamos todos.
Tocaré por encima Mexico City Blues de Kerouac. Describiré el estilo de vida de Burroughs, que llevaba un chaleco negro con manchas de sopa y vivía en una habitación amueblada encima del Riordan’s Bar de Nueva York, experimentando con drogas y [reuniéndose] con delincuentes en Times Square, solo para saber cómo eran la sociología y la mentalidad de allí. Hablaré un poco de lo que era con Burroughs y Kerouac durante una hora diaria todo un año aproximadamente, Burroughs psicoanalizándome y psicoanalizando también a Kerouac. Fue una época en que Burroughs se estaba psicoanalizando con un tal doctor [Paul] Federn, que había sido psicoanalizado por Freud. Además estaba trabajando el tema del hipnoanálisis con otro doctor, un tal Lewis Wolberg.
Hablaré igualmente de mis primeros escritos y de lo primero que escribió Kerouac en Columbia, y de Dostoievski, al que estábamos leyendo, sobre todo El idiota y Los demonios. Para cualquier curso básico sobre la generación Beat recomiendo familiarizarse con El idiota, con el príncipe Mishkin. Era la idea que tenía Dostoievski del mejor ser humano que podía concebirse, la creación de un santo en literatura. Así que los escritos posteriores de Dostoievski interesaban a todos, porque estaban llenos de seres humanos totalmente sinceros que se enfrentaban entre sí. Hablaré de cuando conocí a Neal Cassady, en 1946, y de su influencia en todos nosotros, de su energía, cuando llegó de Denver.
Conocimos a William Carlos Williams en 1948, que aportó un poco de influencia e información de los años veinte, de la gran tradición de la práctica poética estadounidense de Ezra Pound, los imagistas y los objetivistas. La poesía temprana de Gregory Corso. Los primeros contactos con el budismo zen. Las primeras ideas de Kerouac sobre la prosa espontánea.
Propondré leer textos, leer mis fragmentos o cosas favoritas que fueron importantes para nosotros como grupo en aquella época. Frases contundentes que nos dejaban tiesos, que nos ponían a cien. Jack escribía algo y me decía por carta: «Escribí esto ayer mismo, ¿qué te parece?» O yo le enviaba un poema, o recibíamos una carta de Burroughs con alguna afirmación asombrosa, la copiaba y se la mandaba a Kerouac. Haré lo posible por leer aquellos hallazgos, que para nosotros fueron revelaciones históricas.
2. «EL ORIGEN DE LA GENERACIÓN BEAT»
DE KEROUAC
Empezaré por el artículo de Kerouac, «El origen de la generación Beat». Me he saltado unos diez años, pero al igual que mi breve introducción y el ensayo de Kerouac, se trata de hacer un estudio general del concepto «Beat», su uso y el carácter de lo que se llamó generación Beat. La acepción más autorizada debería ser, obviamente, la de Kerouac. Cuando se publicó En el camino, en 1957, se hizo muy famoso y fue muy solicitado desde entonces. Su sensibilidad fue malinterpretada y se le tomaba por una especie de delincuente juvenil. Tenía bastante de ermitaño y se quedaba en casa, pero en una ocasión lo invitaron a dar una conferencia en Hunter College. Kerouac me invitó a ir con él y cuando llegamos descubrimos que era un debate sobre la generación Beat y que habían llamado adrede a Kerouac para recibir los ataques de James Wechsler, un crítico liberal que dirigía el New York Post, Ashley Montagu, antropólogo, y John Wain, novelista inglés [y miembro] de un grupo llamado «Jóvenes Airados». Los Jóvenes Airados no tenían la fuerza intelectual que tendría la generación Beat y tampoco tenían un proyecto espiritual. Era más bien un grupo de protesta social que no estaba directamente interesado por la naturaleza de la conciencia.
John Wain era más o menos conservador, pensaba que Kerouac era un garrulo americano y lo dijo así. Ashley Montagu estuvo un poco indeciso, pero básicamente se mostró solidario y lo expresó hablando de la rebelión de los jóvenes contra los padres, de las dificultades de vivir en una sociedad acelerada y mecanizada, de la desintegración de la familia, etc. James Wechsler interpretó la generación como una especie de rebelión radical, pero pensaba que era demasiado pasiva y que no se comprometía con la acción. De hecho subió a la tribuna, agitó el puño hacia Kerouac y dijo: «Tenéis que pelear por la paz.» Kerouac se echó a reír, cogió el sombrero de James Wechsler, se lo puso y rodeó la tribuna para no discutir con él. Wechsler se dio por ofendido y en vez de tomar la reacción de Kerouac por una respuesta moderada y racional, creyó que era una grosería. Wechsler no sabía nada de los maestros zen ni de las respuestas zen. Jack sí, de manera intuitiva.
Además, dijeron a Kerouac que no se le permitiría leer el discurso que había preparado, pero Jack se levantó y lo leyó, y fue un documento de mucho valor. Sigue siendo un ensayo clásico de bella prosa, muy sorprendente porque se esperaba una especie de declaración de rebeldía contra las costumbres dominantes. Lejos de ello, Kerouac escribió un entusiasta poema en prosa, que elogiaba líricamente las cosas que le gustaban. Quisiera señalar algunos pasajes clave que he tenido en la cabeza todos estos años.
[La generación Beat] se remonta a la década de 1880-1890, cuando mi abuelo Jean-Baptiste Kerouac salía al porche en medio de una tormenta, agitaba una lámpara de queroseno ante los rayos que caían y gritaba: «¡Vamos, venid, si sois más poderosos que yo, fulminadme y apagad esta luz!», mientras la madre y los hijos permanecían encogidos en la cocina. Y nunca se apagó ninguna luz.1
Quiero decir que si queremos hablar de Beat en el sentido de «machacar», las personas que borraron el crucifijo [...]
Ah, Kerouac se había hecho una foto para que apareciese en la revista Mademoiselle o en el suplemento dominical del New York Times, y cuando se imprimió borraron el crucifijo que Gregory Corso le había colgado del cuello.
Hablando en plata, ¿quién está aquí dando palos? Quiero decir que si queremos hablar de Beat en el sentido de «machacar», los verdaderos «machacadores» son las personas que borraron el crucifijo, no el New York Times, ni yo, ni Gregory Corso el poeta. A mí no me da vergüenza llevar el crucifijo de mi Dios. Como soy Beat, creo en la beatitud y que Dios amó tanto al mundo que le entregó a su hijo unigénito. Estoy seguro de que ningún sacerdote me condenaría por llevar el crucifijo por fuera de la camisa esté donde esté, aunque sea en la foto que me hizo Mademoiselle. ¿Es que no creen ustedes en Dios? ¿Es que son todos unos listillos y unos sabihondos como los marxistas y los freudianos? ¿Por qué no vuelven dentro de un millón de años y me lo cuentan, ángeles?
Hace poco me dijo Ben Hecht en televisión: «¿Por qué tenéis miedo de decir lo que pensáis? ¿Qué pasa en este país? ¿De qué tiene miedo todo el mundo?» ¿Hablaba conmigo? Lo único que él quería era que yo dijera lo que pensaba contra los demás, evocando desdeñosamente a Dulles, a Eisenhower, al Papa, y a personas semejantes de todos los niveles, y normalmente se ríe, con Drew Pearson, del mundo que quiere, esta es su idea de libertad, él la llama libertad. Quién sabe, Dios mío, solo que el universo no es realmente un vasto mar de compasión, la verdadera miel santa, debajo de este espectáculo de personalidad y crueldad.2
No, yo quiero hablar para defender cosas, para defender el crucifijo hablo, para defender la Estrella de Israel hablo, hablo para defender al hombre má...