El libro de Rachel
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El libro de Rachel

  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El libro de Rachel

Descripción del libro

Un libro en el que tienen cabida desde la revolución sexual, los años setenta y el rock hasta el conflicto de generaciones y el propio mito de la juventud.

Inteligente, frívolo, descarado, narcisista incluso cuando le sale un grano en la nariz, Charles Highway, el narrador y protagonista de esta excelente y divertidísima novela, es un joven que, a falta de ritos de paso institucionalizados, se inventa uno por cuenta propia. Cuando está a punto de cumplir los veinte años se da cuenta de que todavía no se ha acostado con ninguna mujer, aunque lo haya hecho con montones de chicas de su edad, y decide que su obligación ineludible es tener esa experiencia a modo de despedida de la inmadurez.

Pero Charles Highway, niño prodigio y neurótico precoz, es un joven con altas aspiraciones literarias, y lo que pudo haber sido un ligue más se le convierte en una complicadísima operación autobiográfica y autoanalítica que da, como resultado final, este Libro de Rachel. Un libro en el que tienen cabida desde la revolución sexual, los años setenta y el rock hasta el conflicto de generaciones y el propio mito de la juventud, todo ello observado desde un punto de vista satírico y escéptico. A esta actitud rabiosamente moderna se unen una prodigiosa naturalidad y un gran talento literario, que convirtieron la publicación inglesa de esta obra en un auténtico acontecimiento.

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Información

Año
2006
ISBN del libro electrónico
9788433943699
Categoría
Literatura
OCHO MENOS CUARTO: COSTA BRAVA
Suelo llenar, en promedio, siete diarios al año; por grandes que sean las páginas, y por muy lacónico y austero que trate de ser, mis días llenan semanas. Estas primeras secciones me han salido embarazosamente rebosantes de juvenil generosidad. Pero ahora echo una ojeada a estas apretadas columnas y, querido Charles, sonrío recordando tus últimas vacaciones.
–Comprendo. Así que ya has conseguido el ingreso.
–En Sussex sí, pero no en Oxford.
–Comprendo. Entonces, ¿quieres presentarte el próximo noviembre al examen para la obtención de becas?
–Sí –(«estúpida puta, clítoris tonto») contesté–. Y necesitaré preparar el Temario General y el de Lengua y Literatura inglesas. –¿No debería saber ella todo esto?–. Y el de Latín.
Dirigí desde el otro lado de la mesa una sonrisa a mi futura Directora de Estudios. Una mujer de lo más desagradable. No quiero entrar en detalles, pero tendría unos treinta y cinco años, y sus cejas eran más abultadas que el tupé de un teddy-boy, y los dientes le salían de las encías en ángulo recto.
Comprendo. Así que con nosotros sólo cursarás tres asignaturas, que son...
Volví a repetirlas.
–Y quiero hacer el Examen de Ingreso para Oxford –añadí, como si no fuese necesariamente pertinente, pero quizá tuviera algún interés por derecho propio.
Volviendo a repasar mi recién completada ficha, leyó en voz alta, con un graznido como el de quien recita un ensalmo:
–Asignaturas aprobadas en el Bachillerato Superior: Inglés, sobresaliente; Biología, sobresaliente; Lógica, sobresaliente –su papada cayó sobre su garganta–. Curiosa elección de asignaturas..., pero, bueno, creo que no nos va a costar mucho lograr que te acepten... –Ahora inclinó la cabeza a un lado para expresar una repentina duda–. Pero, ¿no eres demasiado mayor para ingresar en Cambridge?
–Oxford. Y sólo tengo diecinueve años –le dije.
Cuando desperté aquella mañana, el dormitorio era una guarida de rinocerontes, y las sábanas parecían una cálida camisa de fuerza. Gloria se había empeñado en cerrar la ventana y dejar encendida la estufa de gas, con el fin, supongo, de crear un ambiente parecido al de la selva. Daba la sensación de que hubiese una capa de neblina por todo el suelo, como en las representaciones estudiantiles de Macbeth. Mi cabeza se elevó como un periscopio, buscando afanosamente un poco de aire.
Salí poquito a poco de la cama, sin despertar a Gloria, y subí cautelosamente a la planta baja vestido sólo con mi trenka. Parecía que no se hubiese levantado nadie. Preparé dos tazas de té y –para la señorados rebanadas de pan integral para ayudarla a recobrar energías, que posteriormente decidí untar con extracto de levadura fresca de cerveza, a fin de crear una atmósfera báquica al terminar el desayuno.
–Buenos días –dije, dejando la bandeja al lado de la forzada sonrisa de Gloria. Descorrí las cortinas un par de centímetros. Una cuchillada de sol atravesó oblicuamente la cama, provocando un gritito simbólico por parte de Gloria, que se había sentado e iba por su segunda tostada. La observé mientras terminaba. Se secó la boca con sus pecosos nudillos, se tendió con un gruñido y encendió un pitillo. Sus pechos estaban a la vista; ahora parecían blanquísimos. ¿Qué es lo que yo sentía por ella? Ambigua lujuria, afable superioridad, y gratitud. No parecía suficiente.
Por la mañana Gloria estaba mucho mejor –de hecho, no había posibilidad de comparación–, porque yo sabía que el asunto no podía durar toda una noche. Me deslicé en la cama junto a ella, y exhibí la falsa erección provocada por mi llena vejiga. Aunque lo cierto es que el hedor que desprendía la cama empezó a parecerme bastante estimulante. El desayuno había animado evidentemente a Gloria, y empezamos a rodar metiéndonos mano y haciéndonos cosquillas, y riendo, en un evasivo fuego cruzado de malos alientos, antes de entregarnos cautelosamente al primer beso del día. Según mi limitada experiencia, este beso siempre resulta tolerable si uno lo da con ganas, mientras que en caso contrario tiene efectos eméticos. Yo se lo di sin verdaderas ganas, sobre todo teniendo en cuenta que aún no había alcanzado la madurez.
Trágicamente, sin embargo, Gloria estaba «escocida». Lo normal, desde luego, es que yo me hubiera sentido aliviado al oírlo. Lo normal, desde luego, es que a mí me pareciese encantador que ella dijese que estaba «escocida».
Gloria pareció sentirse bastante avergonzada.
–No te preocupes –le dije–. En realidad resulta adulador.
Inicié una prolongada exhibición de bondad por el hecho de no habérmelo tomado a mal, y me dediqué a reprocharle que fuese tan atractiva, y a sugerirle que quizá hubiese alguna fórmula que nos permitiera resolver este problema por vías indirectas: todo ello con muchos guiños y sonrisas que a Gloria le parecieron muy divertidos. Me dijo cosas como «Ay, Charlie. Eres tremendo», y «La culpa no es mía», y «Uf, qué dolorida me he quedado». Al final acabé insinuándole que, bueno, ella podía, no sé, quizá, ya me entiendes... Ella se rió a carcajadas ante todos estos números, para luego subírseme encima e ir descendiendo poco a poco hasta que su cabeza quedó sumergida bajo una bóveda de polvo tembloroso e iluminado por el sol. Fue divino.
Gloria desempeñaba el cargo de ayudante de dependiente en un afortunadamente cercano emporio del comercio de comida para animales domésticos situado en Shepherds Bush. La acompañé andando hasta allí, y luego regresé por Bayswater Road hasta la oficina de la academia, que estaba a sólo medio kilómetro de Campden Hill Square.
Mrs. Noreen Tauber, Licenciada en Artes (Aberdeen), se dedicó a aburrirme un buen rato con fechas y demás. Luego, con un suspiro acompañado de un gesto ceñudo, se ofreció a acompañarme a ver las aulas y demás instalaciones, sin más ambición probablemente que demostrarme que aquello no era un asilo de ancianos ni una fábrica de betún. Subimos por un pasillo, admiramos un par de aulas idénticas, y regresamos por el mismo pasillo caminando sobre el inseguro parquet y escuchando el pedorreo de los radiadores de la calefacción. Anduvimos con relajado paso propio de cátedros de universidad cara, sosteniendo una conversación discursiva sobre temas generales, e intentando, con nuestras escasas fuerzas, hacer que aquel infierno pareciese un poco menos horrible de lo que era.
Frente a la estación de metro de Holland Park hacían cabriolas unos músicos cojos. Compré algunos periódicos (los dos grandes de Fleet Street, en concreto el Sun y el Mirror), eché –izquierdoso que es unodiez peniques al hongo de los músicos, y me quedé allí leyendo los titulares y marcando con el pie el compás de una pobre versión de «Oh, mi muñequita preciosa». Iba a enfilar hacia Notting Hill para tomarme un café en el Costa Brava cuando un marica de nariz aguileña y pelo aplastado salió de detrás de las cortinas del vecino fotomatón. Me preguntó la hora. Le dije cuál era, señalándole el gran reloj que colgaba de la pared de enfrente. Me dio las gracias y me preguntó si solía ir al club Catacombs de Earls Court.
–Creo que no –le dije, adulado.
Estaba haciendo un septiembre soportablemente bueno, con temperaturas bastante elevadas al sol, de modo que me tomé todo el tiempo que quise para hojear los periódicos mientras caminaba hacia mi destino, deteniéndome de vez en cuando para reír un chiste y, sobre todo, para maravillarme ante el cuerpo de alguna modelo.
Yo también fui, hace tiempo, marica.
Vale la pena que dé algunos detalles sobre este asunto. Porque es posible que mi característica más encantadora y resultona sea el hecho de que siempre he sido un muchacho muy delicado, o todo lo delicado que se puede ser hoy en día.
A los trece años, y de forma absolutamente espontánea, tuve una bronquitis.
La noche después de que me la diagnosticaron bajé a escondidas a la planta baja y busqué la palabra en la enciclopedia. Y ahí estaba: «Bronquitis aguda»; eso era lo que había dicho el médico. Pero había otra incluso mejor: «Bronquitis crónica»; una bronquitis al año, por lo menos. Le pregunté al viejo Cyril Miller, nuestro médico de cabecera, si cabía alguna posibilidad de que mi enfermedad se convirtiese en crónica. Tras alabar los recientes descubrimientos científicos y las nuevas técnicas de tratamiento, afirmó que era muy poco probable. La bronquitis crónica estaba reservada a los ancianos nicotinizados con pulmones más resecos que una suela de zapato.
Sin embargo, si a alguien le interesa pasar un par de semanas en cama (tal como yo logré hacer, bianualmente), y si tiene unos padres indolentes y crédulos, los resultados que se pueden obtener con un par de paquetes de tabaco francés son asombrosos.
Además, conté siempre con la ayuda que me proporcionaron muchas otras circunstancias. La boca, por ejemplo, que la tengo hecha un auténtico desastre desde siempre. Los dientes de leche no se me caían ni por ésas, y solían limitarse a desplazarse un poquito para dejar sitio a los nuevos. A los diez años había más dientes en mi boca que en la sala de espera de un dentista. Tarde o temprano, pensaba yo en aquel entonces, empezarán a asomarse por la nariz. Hizo falta pues que me hicieran complicadísimas operaciones quirúrgicas y que me metieran placas metálicas, tornillos, pinzas... De todo. Durante un par de años anduve por el mundo con una boca que parecía una caja de mecano.
Y contraje dos veces las enfermedades que suelen padecerse una sola vez. Y mis huesos tenían la consistencia del mazapán. Y alimenté una variante estacional de asma.
Es evidente que a mí todo esto me iba muy bien. Tardes soñolientas dormitando gracias a jarabes opiáceos para la tos, largas noches de las que sólo despertaba a mediodía, puñados de valiums robados en secreto, montones de aspirinas antes de desayunar. Leí todos los libros legibles que había en casa, y también la mayor parte de los ilegibles. Escribí dos poemas épicos: un romance heroico en veinticuatro cantos titulado «La cita» (© 1968), y una Tierra baldía asmática de seis mil versos cuyo título era «Sólo ríe la serpiente» (© 1970), partes de los cuales aparecen en el ya mencionado «Monólogo adolescente» en forma de sonetos. Escribí camafeos para prácticamente todas las personas que conocía. Registré todo lo que veía, sentía, pensaba. Me lo pasé en grande.
Pero volvamos a lo de mi período marica.
Cuando en el bar de los mayores le dije a mi amigo Peter que odiaba a toda mi familia, en realidad me estaba pasando un poco (a fin de redondear el efecto dramático). En realidad, las mujer...

Índice

  1. PORTADA
  2. SIETE EN PUNTO: OXFORD
  3. SIETE Y VEINTE: LONDRES
  4. OCHO MENOS CUARTO: COSTA BRAVA
  5. OCHO Y TREINTA Y CINCO: EL LIBRO DE RACHEL, PRIMER VOLUMEN
  6. NUEVE EN PUNTO: EL BAÑO
  7. Y MEDIA: BIEN, CHARLIE
  8. DIEZ Y CINCO: LA ARBOLEDA
  9. ONCE MENOS VEINTICINCO: HORAS BAJAS
  10. ONCE Y DIEZ: EL LIBRO DE RACHEL, SEGUNDO VOLUMEN
  11. Y VEINTE: LAS CHICAS TAMBIÉN CAGAN
  12. MENOS VEINTE: LA CANÍCULA
  13. MEDIANOCHE: LLEGAR A LA MAYORÍA DE EDAD
  14. CRÉDITOS
  15. NOTAS