IV. Jennifer Jones
Tower Grove Road, 1400, Beverly Hills
Pacific Coast Highway, 22400, Malibú
Pacific Coast Highway, 22368, Malibú
BOB WALKER: Tengo recuerdos maravillosos de mi infancia. A pesar de todo lo que pasó, no imagino cómo podría haber sido mejor. Es mi forma de ser. Sé que soy la suma de todo lo ocurrido a lo largo de los años, aunque tampoco me recreo en el pasado. Soy muy afortunado. No reflexiono mucho sobre mi vida, ni siquiera pienso mucho en mí mismo, pero sí tengo presente la sensación de ser alguien plantado y enraizado en la tierra, y en el cielo.
Ojalá Michael, mi hermano, estuviera aquí para que usted pudiera conocerle. Era un personaje muy interesante. Cargaba con oscuridad suficiente: la suya y la mía. Cargó toda su vida con la parte sombría de mamá, mientras que mi única carga son los bellos momentos que recuerdo con ella. Probablemente Michael y nuestra hermanastra, Mary Jennifer, tuvieran más problemas que yo... Su forma de procesar las dificultades era distinta de la mía. Solo es cuestión de suerte, pero la verdad es que he sido bendecido y sé dejar que los problemas se disipen. Yo no cargo con ellos. ¿Ha oído el cuento de los dos monjes? Dos monjes llegan a un río. Han hecho votos de no tocar a las mujeres, tampoco pueden mirarlas ni pensar en ellas: su castidad es absoluta. Pero llegan a un río y encuentran a una joven que lo quiere cruzar. La muchacha lleva una jarra o un fardo, algo así. El caso es que uno de los monjes advierte que la chica está inquieta, así que la coge en brazos y la lleva hasta la otra orilla. El otro monje le observa con espanto y, cuando por fin consigue vadear el río y alcanza a su compañero, que ha recorrido ya un largo trecho, le dice: «Tom», o como se llamase el monje, «¿cómo te has atrevido? Hemos hecho votos y no podemos tocar ni mirar a ninguna mujer y mucho menos hablar con ella. ¿Qué es lo que has hecho?» Y Tom le responde: «¿De qué estás hablando? Yo la dejé atrás hace una hora, tú todavía cargas con ella. Aún sigues pensando en ella.» Tom se dio cuenta de que una persona necesitaba ayuda y la ayudó sin pensarlo dos veces. Y no cargó con ningún remordimiento, siguió adelante con su vida. Yo soy como Tom. Si me ocurre algo malo, lo olvido enseguida; como la gota que cae en una estufa, al instante se convierte en vapor. Sigo adelante con alegría. ¿Sabe lo que Ram Dass14 dijo una vez? Si te crees un iluminado, ve a pasar una semana con tus padres.
Me acuerdo muchas veces de los años que viví en Trancas Canyon con Ellie, mi mujer de entonces, en los años setenta. Vivíamos en plena naturaleza, junto a un río. Estábamos todo el día en pelotas, como los salvajes. Cuando conocí a Ellie, en Nueva York, no se quitaba el cigarrillo de la boca, llevaba pieles y tacones y las anfetaminas le salían por las orejas, y yo, ¡buf!, me la llevé a vivir al bosque y a comer serpientes y arroz salvaje. Yo dormía en una tienda de campaña, pero Ellie y mi hijo pequeño, Charlie, dormían al raso. Tenía dos niños de dos y ocho años, Charlie y David, y una niña de nueve, Michelle. Los bañaba en el río todas las mañanas y los mandaba al colegio. Iban igual que si los llevara un coche con chófer desde Malibu Colony.
Me acuerdo que mi madre, Jennifer Jones, y su tercer marido, Norton Simon, vinieron un día a visitar nuestro campamento y a ver cómo vivíamos. No sé cómo se las arreglaron para bajar. Había una hora de camino por el cañón, por un sendero muy escarpado, casi intransitable, y en muchos sitios la lluvia había hecho desaparecer el sendero y había grietas. Hacía falta un cuatro por cuatro para bajar y luego tenías que subir por el río hasta el campamento. Llegar no era nada fácil, se lo aseguro. Norton llevaba sus mejores galas y madre su perfecto vestidito de Halston, su pañuelo de Hermès y unos zapatos de Gucci. Nunca lo olvidaré: madre de pie en una de aquellas preciosas rocas, por encima de los demás, y el sol bañando los montes con su luz dorada, y los árboles, el rumor del viento... Y nos mira a todos y luego me dice: «Bueno, Robert, ¿y por cuánto tiempo más piensas seguir viviendo en este riacho de mierda?» Yo respondí: «Mamá, puede que para siempre, puede que para siempre.»
Mamá había recorrido un largo camino desde Oklahoma. Su exmarido, David Selznick, le cambió el nombre poco después de que se conocieran porque su verdadero nombre, Phylis Isley, no pasó el corte. Yo creo que entonces Jennifer no era un nombre tan corriente como ahora. La llamaron Jennifer por su faceta exótica y misteriosa, y Jones porque, además, era una sencilla muchacha de Tulsa. Jennifer Jones. Es un nombre precioso, la verdad. Aunque su padre siempre la llamó Phylis. En cuanto madre empezó a ascender en el escalafón, empezó a avergonzarse un poco de sus padres, le parecían demasiado normales. Por decirlo de una vez: eran de Tulsa, Oklahoma. Entonces Tulsa era una auténtica ciudad sureña, quiero decir: sufría uno de los conflictos raciales más crudos de la historia, y todo poco antes de que naciera mamá. El abuelo y la abuela Isley tenían un espectáculo itinerante. Eran gente sencilla, nada más. Gente de campo, pero ella les quería.
Su padre, Phil, tuvo un circo ambulante. Fue propietario de varios teatrillos de vodevil. Bueno, no exactamente de vodevil, sino más bien de striptease, burlesque... Más tarde tuvieron diversos cines, aquí y allá, y una distribuidora que compraba y vendía películas a otros cines. El abuelo Isley era un hombre hecho a sí mismo que llegó a ser exhibidor independiente y una especie de promotor. Era muy efusivo. Cuando venía a Los Ángeles, se paseaba en sus cochazos: Packards de los cuarenta, Chryslers, Cadillacs... Pero no era él quien conducía: tenía un chófer negro, Chester Hill, su chico para todo desde el principio, es decir, de 1937 en adelante. Chester llevaba uniforme: un traje negro sencillo y gorra de chófer. Tuvo una gran influencia en mí. En 1941 me enseñó a andar, yo no me separaba de él. Decían que yo andaba igual que él. Le quería mucho. Fue uno de mis mentores. Siempre me sentí más cómodo entre el servicio.
Madre dejó la universidad y se marchó a vivir a Nueva York. Allí conoció a mi padre, Robert Walker, que era muy joven y pertenecía a una familia mormona de Ogden, Utah. Pero la familia de mi padre no era muy cariñosa, él ni siquiera se llevaba bien con su madre. Encontré una entrevista que le hizo Hedda Hopper en que mi padre confesaba que siempre se sintió marginado. De niño era muy delgaducho y sus compañeros de clase le ignoraban. Un día no lo pudo soportar más y, sin saber por qué, se volvió como loco y empezó a dar gritos y echó a correr por el patio del colegio dando patadas a todo el mundo. No tenía más que seis años, pero lo expulsaron. «Desde niño», le dijo a Hedda Hopper, «me he dado de bruces con muros mentales. Los desajustes de la infancia aumentaron y se fueron ramificando por todas partes. Siempre quise huir de la vida.» Papá empezó a escaparse del colegio a los diez años. Debía de ser muy travieso, un auténtico demonio. Lo he sabido hace solo unos años.
En cuanto pudo, se marchó a Nueva York y allí conoció a mi madre, en la American Academy of Dramatic Arts. El día de la boda estaba tan nervioso que se olvidó de besar a la novia. Debían de tener dieciocho o diecinueve años. Enseguida emigraron a Hollywood a buscar trabajo, pero al cabo de un tiempo volvieron a Nueva York. Yo nací cuando madre tenía veintiún años y vivían en Jamaica, Long Island. Once meses después nació mi hermano, Michael.
Creo que a eso lo llaman «gemelos irlandeses». Para entonces, 1941, mamá y papá vivían en el Greenwich Village, en un apartamento infestado de ratas donde a los niños nos bañaban en la pila de la cocina. Porque dinero no tenían. No ganaban ni un céntimo. El primer trabajo de papá en Nueva York fue de lector de guiones. Se lo consiguió el abuelo Isley. Papá estaba muy orgulloso y probablemente le hubiera dolido mucho saberlo, así que nadie se lo dijo. El abuelo también ayudó a madre, el abuelo fue fundamental. Como era dueño de varios cines, conocía a mucha gente del mundillo y a los que movían los hilos. Tenía muchos contactos. Así que siempre había alguien dispuesto a ayudar a madre. Papá le llevaba las maletas y hacía todas las gestiones, porque, cuando salía al mundo, madre era una mujer indefensa. No creo que supiera ni hervir un cazo de agua, ni encender el fuego. No exagero. En su casa, de pequeña, había muchos criados. Su padre la adoraba. Madre siempre conseguía que los hombres tuvieran la sensación de que necesitaban cuidar de ella.
Cuando vivían en Nueva York, mi madre firmó con el legendario productor David Selzinck. Nos trasladamos a California, de un apartamento minúsculo de Nueva York directamente a Bel-Air, a una preciosa casa de Perugia Way, esquina Bellagio Road. Vivimos allí los cuatro algunos años. Papá consiguió varias películas, películas de guerra y comedias. Y entonces madre se presentó a una prueba y le dieron su primer papel protagonista, en La canción de Bernadette. Era una película de la Fox. David Selznick sabía que catapultaría su carrera, así que estaba deseando cedérsela a la Fox. Y no le falló el instinto, porque en 1944 madre ganó el Óscar a la Mejor Actriz. Para entonces, estaba a punto de rodar con papá Desde que te fuiste, de David Selznick.
El primer día de rodaje le dijo a mi padre que quería el divorcio. Y a la mañana siguiente tenían que rodar una escena de amor y actuar como si se hubieran acabado de enamorar. Supongo que entre ellos había desaparecido la magia, pero sacaron la secuencia adelante. Creo que era la primera escena de amor para los dos. No creo que madre dejara a papá por David Selznick. Creo que le dejó y luego apareció Selznick, estaba allí, simplemente. Y antes de que se dieran cuenta, se habían enamorado. Aunque, por lo que yo sé, mamá no se fue a vivir con él hasta que no se casaron, es decir, hasta 1949.
Reconocer el talento ajeno, ese era el gran talento de David. Y lo tenía en grado superlativo. Veía a alguien y enseguida sabía si valía o no. Había tenido muchas mujeres y podría haberse enamorado de cualquiera de ellas, ¿sabe? Ingrid Bergman, Dorothy McGuire. Pero se enamoró de Jennifer. Fue para ella una especie de Pigmalión, el responsable de su cambio de nombre y de que le dieran el papel principal en La canción de Bernadette, Duelo al sol, Jennie y otras tantas películas. Él lo orquestó todo.
NOTA DE DAVID O. SELZNICK
A KATHARINE BROWN, 19 DE AGOSTO DE 1941
Para: la señorita Katharine Brown
cc: señor D. T. O’Shea
[...] Hoy he hablado del tema [la película Claudia] con Phylis Walker –quien, por si no lo sabías, da la casualidad de que me tiene entusiasmado–. [...] Le he dicho a la Walker que no querría darle una gran oportunidad y convertirla en una estrella a expensas de la política de seguros que tendríamos concediendo estas oportunidades a estrellas ya consolidadas, solo para darnos cuenta de que más tarde surgirían dificultades por el hecho de que su familia sigue en la Costa Este. Me ha asegurado que ese nunca sería el caso y que está dispuesta a venirse para acá y que su marido está más que dispuesto a venirse con sus dos hijos y a quedarse a vivir aquí pase lo que pase porque les encanta California.
Por cierto, ¿qué tal es el marido? Me gustaría que te reunieras con él. Y me gustaría que tú y Dan os plantearais por correo, con copia para mí, la posibilidad de contratarle como medida de protección bien ahora, bien en el momento en que decidamos darle a ella Claudia, si esto llega a suceder. Lo mejor sería contratarle ahora, si pudiéramos llegar a un breve acuerdo inicial, para que no parezca que a él le contratamos solo porque a ella le damos Claudia. No podemos herir su orgullo. Aunque si resulta que es buen actor..., ¿no sería maravilloso que fuera buen actor?
NOTA DE DAVID O. SELZNICK A WHITNEY BOLTON,
DIRECTOR DE PROPAGANDA Y PUBLICIDAD DE SELZNICK,
10 DE SEPTIEMBRE DE 1941
Para: señor Bolton
Me gustaría buscarle un nombre a Philys Walker. He hablado con ella y no se opone al cambio. Normalmente no le doy mucha importancia a los nombres, pero creo que Phylis Walker es un nombre particularmente ramplón. [...] No quiero nada demasiado rebuscado ni aristocrático. Y me gustaría un nombre que no llevaran ya una decena de chicas en Hollywood. Agradecería sugerencias.
NOTA DE DAVID O. SELZNICK A KATHARINE BROWN
Y WHITNEY BOLTON
Para: señorita Brown, señor Bolton, 8 de enero de 1942
¿Dónde demonios está el nuevo nombre de Philys Walker? Personalmente, yo me decidiría por Jennifer y buscaría un apellido de una sola sílaba para que, unidos, tengan ritmo y sean fáciles de recordar. En mi opinión, el mejor nombre sintético que el cine reciente haya creado es Veronica Lake.
BOB WALKER: En sus últimos años, madre nos hablaba a mi hermano Michael y a mí acerca de nuestro padre y nos decía: «En el nombre del Cielo, ¿por qué dejaría yo a aquel hombre?» Pero David tenía las llaves del reino cuando papá ni siquiera sabía dónde estaban. Madre era joven, fresca, recién llegada, buscaba nuevas aventuras, y, desde su punto de vista, papá probablemente fuera un hombre limitado. Ni mamá ni papá eran personas de mundo. Selznick, en cambio, vivía y respiraba el glamour de Hollywood y los reyes y las reinas de Hollywood le besaban los pies. Después de Lo que el viento se llevó, no había nadie con más poder en la industria del cine. Y dio a conocer a muchas mujeres glamourosas... o a mujeres a las que ayudó a convertir en glamourosas o ayudó a convencer al público de que eran glamourosas.
DANIEL SELZNICK: S. N. Behrman decía que mi padre fue un Pigmalión en todas sus relaciones: lo fue con Ingrid Bergman, con Joan Fontaine, con Rhonda Fleming y con todas las demás. Basta con ver nuestras películas caseras y fijarse en la criatura tímida, temblorosa y tartamuda con la que se casó. Jennifer fue ganando confianza cada año tras año. Cada año fue más consciente de su belleza natural. Empezó a cambiar de forma de vestir, empezó a cambiar de peinado, empezó a ponerse joyas de muchos tipos. Poco a poco fue emergiendo Galatea. Pero esa no era la niña con que mi padre se casó.
Yo estuve en el rodaje de Duelo al sol cuando filmaron la escena nocturna en el rancho de McCanles, con todas esas maravillosas lámparas colgadas delante de la casa. La rodaron en el estudio insonorizado de mi padre en Culver City. Duelo al sol representa una especie de apoteosis de la fantasía Jennifer de David O’Selznick. ...