El capitalismo funeral
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El capitalismo funeral

La crisis o la Tercera Guerra Mundial

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El capitalismo funeral

La crisis o la Tercera Guerra Mundial

Descripción del libro

Pocas épocas en la historia han gozado de tanto desprestigio como ésta. Las características de la actualidad fueron correspondiéndose con un periodo de máxima decadencia. Ahora, por fin, un fenómeno ha frenado esta deriva: la Crisis. La llamada crisis financiera significa el ocaso de una cultura y acaso de un sistema, pero también el comienzo de otra etapa, quizás mejor, en la historia de la Humanidad. Se trata de una encrucijada propicia para que la Historia pase de ser fatalidad a convertirse en un proceso gobernado por los seres hu-manos. La globalización, internet y la televisión nos han mostrado los males que perjudican este mundo. El consumismo nos ha preparado para la crítica del objeto y la crítica de las imágenes. ¿Cómo no celebrar la quiebra del sistema? ¿Cómo no atribuirle una función depuradora? Frente al relativismo moral regresaría la disciplina de la Biblia, frente al dispendio llegaría el encanto de la austeridad. ¿Un cuento capitalista más? ¿El auténtico funeral de una era? Todo este libro se dedica a examinar y responder estas cuestiones.

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Información

Año
2009
ISBN del libro electrónico
9788433932440
Categoría
Economía

LA TERCERA GUERRA MUNDIAL

Bancos que se hunden cuando parecían flotar con esplendor, países como Islandia que se desploman, gobiernos que caen en Bélgica, Hungría, Letonia, República Checa, ruinas de multimillonarios que ven reducida su fortuna a la mitad, parados que suman 200 millones en unos meses, una riqueza mundial que en año y medio ha reducido su valor a la cuarta parte. ¿Cómo no presenciar este espectáculo como una guerra? Una guerra de la que no puede saberse si saldremos vivos, si la imprevista bomba que estalla en el vecindario nos preserva o termina radicalmente con toda nuestra propiedad.
No se trata exactamente de la vida orgánica, pero ¿quién duda que la amenaza alcanza a todo nuestro sistema de salud? Sólo los mendigos, los locos, las monjas, los enfermos terminales o los zimbabuenses con inflaciones del 50 millones por cien, parecen libres de este infortunio. ¿Libres? Quiere decirse carbonizados de antemano y, en consecuencia, liquidados antes de que los liquide la misteriosa falta de liquidez.
Millones de empresas, decenas de millones de trabajadores del automóvil, los servicios, la construcción, cientos de millones de víctimas más sus parientes, sus descendientes y sus enemigos son carne de cañón. La Tercera Guerra Mundial, o lo que sea, ha comenzado a contar sus damnificados en millones de cadáveres. ¿Cadáveres metafóricos? Cadáveres en cuanto individuos incapaces de proyectar su porvenir o, en suma, individuos reducidos a partículas cuyo movimiento y destino determina el azar puesto que, ahora, el miedo que nos llena el cuerpo es como el miedo del puro azar y así, henchida de azar o reventada por el albur, se encuentra, la totalidad del planeta, que por primera vez se ve sumido todo él en la mayor y más desconcertante de las ruinas.
Y todavía, como en las guerras mundiales, no sabe ni cuándo va a concluir o si las armas de destrucción en reserva entrarán en acción e incrementarán el destrozo. Nadie sabe nada exactamente y la incertidumbre llena el temblor. No será la existencia física lo que se encuentra en la línea de fuego, pero ¿quién puede negar que la vida que siga será otra vida que no podemos prevenir? Ni las autoridades son incapaces de anticipar nada, puesto que, como en las mismas guerras, es imposible pronosticar qué grado de desequilibrios estará creándose y en qué otro orden o caos va a derivar.
¿Qué pueden importar las vicisitudes políticas interiores o exteriores, las ya de por sí insignificantes disputas nacionalistas o no, los accidentes de tráfico o los programas del corazón? La deteriorada fe en los políticos, ministros de Economía o de cualquier otro departamento, se ha agudizado al compás de sus vacilaciones y la ausencia de una pertinente interpretación de este estropicio ha sumido al público, los ciudadanos, los consumidores, los ahorradores, los empleados y los parados, solteros y casados, en una situación de desazón que, por el momento, tiende más a empeorar que a dirigirse en cualquier sentido esperanzador. De otra parte, son tantos los meses que prolongan esta situación que las noticias se suman unas a otras para aumentar la impresión de una catástrofe de época, el ingreso en una era desafortunada.
Actualmente, sea cual sea su ámbito, no hay circunstancia, tendencia, coyuntura o atención que tienda a durar mucho. ¿Cómo no haber supuesto que la crisis financiera se hallaría ya resuelta o en trance de concluir? Que suceda, sin embargo, al revés, ni resuelta, ni controlada, ni reconocida ni apropiadamente tratada, lleva a un desánimo creciente que mata las compras, encierra a los consumidores en sus casas y resignadamente se reza para que el siguiente bombardeo no sea tan letal.
Todos los vigías, y tanto cuanto mejor situados se encuentran y mayor competencia se les reconoce, se trate de presidentes o de prestigiosos expertos en análisis financiero internacional, son incapaces de ver el fin de esta crisis y también de ofrecer un dictamen de la relación de fuerzas para vencer al mal.
¿Cómo no asociar, en suma, tanta calamidad a las calamidades de una guerra? Una total guerra mundial que viene a terminar no sólo con las empresas y sus riquezas, con las economías familiares y sus planes, sino también con todo pensamiento alegre sobre el futuro. Un futuro que cualquier intelectual trata de ver como un paso hacia un mundo mejor pero que cualquier ciudadano común no sabe si llegará a ver en buenas condiciones. Esta sensación de fin casi mortal no hiere quizás corporalmente, pero mata en casi todo lo demás. Los viajes, las vacaciones, las salidas al cine, las copas y los divorcios, los regalos narcisistas, las fiesta locales, las charangas en fin, quedan amortajadas por un tiempo espeso que parece haberse instalado ya no sólo como un ambiente, sino como una losa de la que desconocemos el peso y también en qué medida nos aplastará.
Tras aguardar más de medio siglo la fatalidad de una nueva guerra mundial, por fin esta Gran Crisis ocupa su lugar.
Ni las tensiones de la guerra fría, ni las largas disputas coloniales, ni las revoluciones socialistas bullendo por el Tercer Mundo desataron la reacción armada del capitalismo para aniquilar al comunismo. Las armas de disuasión paralizaban la batalla nuclear y al fin el Muro de Berlín cayó por su propio peso. Tampoco otros feroces conflictos, en las fronteras de naciones con bomba atómica, provocaron el enfrentamiento que temía la Historia pero que el sistema capitalista requería ávidamente para ponerse de nuevo al día.
Gracias a una y otra guerra mundial efectiva, el capitalismo dio importantes pasos adelante, se aseó, se reajustó, afinó sus estrategias. A una gran conflagración al comienzo del siglo XX siguió otra en su zona media y la cadencia temporal hacía esperable la deflagración siguiente en torno al siglo XXI. Una guerra mundial cada medio siglo como forma natural de la reforma, la rehabilitación y la mejora. En cada ocasión el sistema aumentó su eficacia y acrecentó, en poder y beneficios, la convicción de su dominio.
También, cada espectáculo guerrero superó con amplitud al anterior, extendió la contabilidad de muertos y heridos, las tierras y edificios devastados, las máquinas obsoletas que aceleraron su recambio por ingenios superiores. Ninguna guerra decepcionó con sus aportaciones de I+D, y el tamaño de la tragedia se correspondió con la agigantada magnitud del tráfico internacional mientras las áreas industriales destruidas abonaron el territorio con las nuevas tecnologías del conocimiento aprendido en la deflagración.
Si no se ha registrado la declaración de una Tercera Guerra Mundial ha sido sólo, ahora podemos decirlo, porque cuando esperábamos una declaración solemne que iniciara el combate, ha sonado la calderilla de las subprimes y también, a diferencia de las dos grandes conflagraciones anteriores –a diferencia de todas las guerras–, la presente acometida no produce efectos que afecten directamente a las instalaciones. Eliminar al enemigo siempre conllevaba arruinarlo económicamente y esta acción se concretaba en el estrago de sus factorías, sus campos, sus armas y sus provisiones. Hoy, en cambio, la economía financiera lo es casi todo y la eliminación del contrario no necesita ser física si es monetaria, si es fiduciaria y no material dentro del mismo sistema de lo impalpable.
La convulsión bélica sacudió casi todos los mercados financieros en 1914, el año de la Gran Guerra, y forzó a que todas las bolsas de valores del mundo cerraran. Ni siquiera la Bolsa de Valores de Londres volvió a abrir entre la festividad bancaria del 3 de agosto de 1914 y finales de ese año. Pero esto en absoluto supuso la muerte del mercado internacional de bonos. Por el contrario, la Primera Guerra Mundial se decidió tanto en términos de sangre derramada como en términos de flujos de capital.
Esta Gran Guerra del siglo XXI apenas conllevaría derramamientos de sangre: le bastaría con desplumar económicamente, tal como ocurrió en los desenlaces de las demás guerras. Esa Tercera Guerra fingida no tendría víctimas militares puesto que las bajas uniformadas han ido disminuyendo históricamente y han crecido, en cambio, las civiles. Durante la Primera Guerra Mundial un 5 % de las víctimas fueron civiles, en la Segunda Guerra Mundial llegaron al 66 % y en todas las guerras recientes la cifra se ha elevado hasta el 80 o el 90 %. En esta Tercera Guerra Mundial, sumarial y transparente, todas las víctimas serán civiles.
Efectivamente, una Tercera Guerra Mundial, cuando no hay adversario definido, podía ser considerada una guerra fantasma, paranoica, onanista o suicida. Pero ¿qué otra cosa podría ser? Se representa ahora la extinción de un sistema –se representa o se simula, al modo propio del capitalismo de ficción– y se logra, mediante esta fragorosa alegoría, la inauguración de un tiempo nuevo. Una Tercera Guerra Mundial al estilo físico tradicional resultaría un anacronismo, un subhumanismo, pero una Tercera Guerra Mundial fingida es el Superespectáculo que podría esperarse de acuerdo con el vigente estilo del mundo.
Así, tanto los instrumentos de alerta y protección electrónica como los sistemas de disparo y bloqueo del ataque masivo se realizan actualmente a través de acciones a la velocidad de la luz y mediante la desmaterialización de los ejércitos, los escudos y los proyectiles.
Incluso la misma voluntad humana de respuesta se desvanece en la reacción electrónica de los dispositivos, que no sienten ni ven, que no se emocionan ni convocan a los mandos, porque se trata de armas capaces de llegar por sí mismas a sus destinos mediante artilugios autodirectores que se conocen como sistema de «fire and forget» (dispara y olvida). «La máquina de declaración de guerra –dice Paul Virilio (Un paisaje de acontecimientos)– es ya una máquina transpolítica, capaz de suplantar la decisión suprema, puesto que se trataría de una DOOMSDAY MACHINE preparada por los especialistas de los sistemas-expertos.»
La guerra ha perdido, en consecuencia, tanto su carácter humano como su condición inhumana, para transformarse en una categoría «sistémica» al modo de la Gran Crisis. Incontrolable, súbita, ininteligible como requiere el ataque nuclear sorpresa y la neutralización simultánea –y complementaria– de la respuesta enemiga. De hecho «el tiempo de reacción es hoy tan corto –sigue Virilio– que, en un periodo de crisis internacional, la paz y la guerra son decididos por ordenador, por el llamado launch on alert system».
Secuencias de sucesos en manos de las computadoras, efectos fulgurantes, reacciones inmediatas, interacciones contagiosas, estructuras sofisticadas, derivados inasibles, todos ellos presentes en esta Tercera Guerra. Hecatombe global. Miles de millones de víctimas como efecto de un arma de destrucción planetaria igual al daño productivo que desencadenaría una megabomba preparada con la suma de todo el armamento disponible.
A la globalización, pues, corresponde esta suerte de Guerra no Mundial sino Global, no explosiva sino implosiva, depresiva. Una Depresión tan extrema o profunda, tan acaparadora y sofisticada como requieren las aplicaciones electrónicas del camuflaje y en un camuflaje donde ella misma se incluye hasta hacer pasar lo bélico por lo económico y lo económico por lo tectónico sin más. ¿Fin del capitalismo o fase de transformación? ¿Crisis o metamorfosis?: Guerra de las Galaxias filmada en el espejo de la especulación.
Albert O. Hirschman dice en Interés privado y acción pública que «El prolongado periodo de paz y de creciente prosperidad experimentado por Europa antes de la Primera Guerra Mundial generó en sectores importantes de las clases medias y altas un sentimiento de repulsión contra... la mezquindad del sistema burgués». Para estos grupos, la guerra llegó «como una liberación del aburrimiento y la vacuidad, como una promesa de comunidad que trascendería a las clases sociales y como un retorno a la acción y el sacrificio heroicos».
Paralelamente, Eric Hobsbawm (La era del imperio) afirmaba en 2001 que «aunque el progreso del siglo XX pueda ser innegable, las predicciones no apuntan hacia una evolución positiva continuada, sino a la posibilidad, e incluso a la inminencia, de una catástrofe: otra guerra mundial más mortífera, un desastre ecológico, una tecnología cuyos triunfos pueden hacer que el mundo sea inhabitable por la especie humana, o cualquier otra forma que pueda adoptar la pesadilla».
¿Qué pesadilla? La pesadilla del cumplimiento del Caos y, simultáneamente, la pesadilla de que no llegue a cumplirse de una maldita vez. Corea del Norte, la bomba atómica, las radiaciones del móvil, las grandes migraciones, las torturas norteamericanas o chinas, la sequía y el sol inclemente, las mafias, los neonazismos, los nuevos nacionalismos, el populismo, son parte de la constelación de signos que parecieron indicar una siniestra vuelta atrás.
La inauguración del siglo XXI anunciaba, en sus primeros años, un cauteloso paso hacia el futuro, pero el miedo cultivado y reproducido durante años ha encogido el desarrollo, y el simulacro de la vuelta atrás ocupaba el lugar de la evolución. Se trató sólo de una impresión, puesto que la ciencia había franqueado límites, pero un malestar asociado al deseo de rebobinar la Historia asaltó Occidente en los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI.
La ausencia de la Tercera Guerra Mundial se había instalado en la imaginación colectiva como un horror vacui. Una inconsolable mutilación del Caos Espectacular. Porque ¿en cuántas ocasiones no se había alertado sobre el riesgo permanente, el peligro inminente, la inevitable explosión? O bien, ¿en cuántos de los diagnósticos sociales, políticos, culturales no se ha venido flirteando con la figura de la muerte: la muerte de la sociedad, del arte, de la política, del planeta, la victoria general de lo peor. Nada obliga necesariamente a una Tercera Guerra, pero ¿cómo negar que sobre la relativa calma económica de más de una década humeaba la tragedia general?
Desde el ataque del 11-M a la guerra de Irak, desde las revueltas islámicas al jugueteo iraní, corre un vicioso juego con el terror. O todavía más netamente: la difusión universal del temor y el terror como forma permanente de las vidas ha venido creando una extraña situación de preguerra que aun siendo representación provocaba un efecto real. ¿Es la Tercera Guerra Mundial el terrorismo, según Bush? ¿Es la Tercera Guerra Mundial el choque de civilizaciones de Huntington? ¿Es la Tercera Guerra Mundial el recalentamiento del planeta?
En 2004, el miedo de los británicos a una guerra mundial era ya notablemente superior al que se registraba medio siglo antes (Daily Mail, 22-11-2004). Un secreto anhelo de que este mundo saltara por los aires fue cruzando los últimos años del siglo XX y los primeros del siglo XXI. Degeneración de los gobiernos, corrupciones permanentes, explotación mileurista, desigualdades sociales, agotamiento del sopor consumista, pedofilia en el clero, precoces asesinos en serie, degradación del medio ambiente, xenofobia o hastío de la vida laboral, han compuesto una colección de escorias, más o menos explícitas, que anunciaban lo peor. O que clamaban aquí y allá por la conquista de un mundo alternativo, otro mundo, «posible» y mejor.
Precisamente, el prolongado periodo de paz y prosperidad experimentado por Europa antes de la Primera Guerra Mundial generó también en sectores instruidos de las clases medias y altas un sentimiento de repulsión contra el espíritu de adquisición y la rutina del sistema burgués de aquellos tiempos. Para estos grupos, la guerra llegó como una liberación de la vacuidad y como un exultante retorno a la acción y el sacrificio heroicos.
Dice Stefan Zweig (El mundo de ayer): «Si hoy, reflexionando con calma, nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra en 1914, no hallaremos ni un solo fundamento razonable, ni un solo motivo. No era cuestión de ideas, y menos aún se trataba de los pequeños distritos fronterizos; no sabría explicarlo de otro modo sino por el exceso de fuerza, por las trágicas consecuencias de ese dinamismo interior que durante cuarenta años había ido acumulando paz y quería descargarla violentamente. De repente todos los Estados se sintieron fuertes, olvidando que los demás se ...

Índice

  1. Portada
  2. EL PORQUÉ
  3. MÁS ALLÁ DE LO ECONÓMICO
  4. CAPITALISMO DE FICCIÓN
  5. LA DESINTEGRACIÓN DEL DINERO
  6. LA MUJER Y EL INCESTO
  7. LA TERCERA GUERRA MUNDIAL
  8. LA MAGIA DE LA ESPECULACIÓN
  9. EL PECADO Y DIOS
  10. EL PRINGUE DEL MIEDO
  11. LA EPIDEMIA
  12. EL AMOR A LAS BASURAS
  13. LA MUERTE DEL AUTOMÓVIL
  14. EL CAPITALISMO FUNERAL
  15. LA REVOLUCIÓN HORIZONTAL
  16. LA NUEVA POLÍTICA
  17. LA LUZ Y EL IMÁN
  18. BIBLIOGRAFÍA
  19. Créditos