El motín de la naturaleza
eBook - ePub

El motín de la naturaleza

Historia de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), así como del surgimiento del mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de nuestros días

Philipp Blom, Daniel Najmías Bentolilla

Compartir libro
  1. 270 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

El motín de la naturaleza

Historia de la Pequeña Edad de Hielo (1570-1700), así como del surgimiento del mundo moderno, junto con algunas reflexiones sobre el clima de nuestros días

Philipp Blom, Daniel Najmías Bentolilla

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Una esclarecedora crónica que es a su vez una llamada a enfrentar los retos climáticos del presente y el futuro.

Hacia finales del siglo XVI, las temperaturas empezaron a caer, hasta tal punto que se helaron las aguas de algunos puertos mediterráneos y las aves se congelaban en pleno vuelo... Sobre el hielo del Támesis se organizaban animadas ferias.

A mediados del siglo siguiente, Europa se transformó: cosechas arruinadas, hambrunas, migraciones… El propio pensamiento occidental inició un proceso de cambio culminado con el surgimiento de la Ilustración, que combatió la concepción de esos fenómenos naturales como señales o castigos divinos.

El motín de la naturaleza presenta las consecuencias de una alteración repentina del clima a partir de testimonios de distinto cuño: los hay de personajes más o menos anónimos que documentaron los estragos que causaron aquellos largos y duros inviernos y aquellos veranos sin sol; pero también aparecen grandes pensadores y científicos, como Pierre Bayle, Voltaire, Montaigne o Kepler, que vieron sus obras e investigaciones transformadas por la Pequeña Edad de Hielo. Con todos ellos, Philipp Blom dibuja un fresco que acaba revelándose como una reflexión sobre los desafíos de la catástrofe que se avecina. Y es que, enfrentada hoy a nuevas, profundas y ominosas perturbaciones del clima, comparables en sus efectos a las padecidas en aquellos dos crudos y gélidos siglos, la sociedad actual debe centrarse otra vez en encontrar soluciones imaginativas y duraderas. Conocer la Pequeña Edad de Hielo de la mano de este ensayo excepcional nos permite intuir, cuatrocientos cincuenta años más tarde, que sin recurrir a la razón, la ciencia y la tecnología el panorama futuro puede acabar siendo un desastre irreversible.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es El motín de la naturaleza un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a El motín de la naturaleza de Philipp Blom, Daniel Najmías Bentolilla en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias biológicas y Ciencia medioambiental. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9788433941008

LA EDAD DE HIERRO

Los bosques están pelados, la tierra, reseca, el frío congela el agua de los ríos. Y la niebla y la lluvia, más el hastío de noches interminables, han privado a la tierra de sus alegrías.
MATTHÄUS MERIAN (1622)
Hortus botanicus
Debió de ser un momento digno de ser visto: un hombre ya mayor, con barba, en su jardín... Ya apenas podía andar, rodeado de arriates pésimamente cuidados y repletos de plantas raras y casi desconocidas. No era un huerto cualquiera. El Hortus botanicus de la Universidad de Leiden era una de las colecciones de plantas más importantes de esa época, fundado por un sabio que ya se encontraba al final de su larga carrera: Charles de l’Écluse, llamado Carolus Clusius (1526-1609), probablemente el mayor experto botánico de su tiempo.
Ningún contemporáneo sabía más sobre plantas. Hijo de un concejal, había nacido bastante cerca, en Arras, Flandes. Clusius había comenzado estudiando teología y filosofía en Lovaina, se había convertido al protestantismo y había estudiado filosofía en Wittenberg, con Melanchthon. Este gran humanista le había aconsejado que se centrara en su amor a las plantas y el joven viajó a Montpellier para continuar allí sus estudios en la prestigiosa universidad local.
Los viajes constituirían una parte importante de su vida: en los años siguientes visitó España, Portugal y Gran Bretaña; fue médico de la corte y director de los jardines imperiales de Viena; escaló el Monte Ötscher; estudió la flora de los Alpes y, antes de radicarse en Frankfurt, coleccionó decenas de especies de hongos en la estepa húngara. Allí donde iba, buscaba libros raros en bibliotecas y tiendas y coleccionaba plantas que no secaba ni prensaba... Clusius transportaba los esquejes para plantarlos en su huerto.
En 1593, cuando empezó a ejercer la docencia en Leiden, ya tenía sesenta y siete años. Viejas heridas, recuerdos de sus expediciones, le provocaban dolores constantes, pero a pesar de ello siguió trabajando incansablemente. Como ya había hecho en Frankfurt y Viena, construyó un jardín botánico, se carteaba en siete idiomas con más de trescientos científicos de toda Europa, con los que intercambiaba plantas, y describió especies apenas conocidas en el Viejo Mundo, traídas de América y Asia por marinos y descubridores. Además, supervisaba el trabajo de los grabadores en cobre, corregía pruebas de imprenta, cultivaba plantas y experimentaba e investigaba. Clusius escribió sus libros en latín, la lengua internacional de la ciencia. Profusamente ilustrados, llevaban, como era habitual en aquellos días, títulos ampulosos; por ejemplo, Rariorum plantarum historia. Fungorum in Pannoniis observatorum brevis historia («Historia de las plantas singulares. Breve historia de los hongos observados en Panonia», 1601) o Exoticorum libri decem: quibus animalium, plantarum, aromatum, aliorumque peregrinorum fructuum historiae describuntur («Diez libros de cosas exóticas en los que se exponen historias de animales, plantas, especias y otros frutos extranjeros», 1605). Era consciente de que un solo estudioso ya no podía abarcar la diversidad del mundo y debía trabajar, como diríamos hoy, «conectado» con otros, «en red». «El que quiere conocer todas las plantas, se esfuerza en vano. [...] Esta ciencia debe engrandecerse con el trabajo y la atención de muchos. Tú aportas algo, yo otra cosa, y otros hacen lo mismo, y así nuestros descendientes dispondrán de un saber más completo sobre las plantas.»1
Muchas de las plantas que descubrió Clusius, que describió por primera vez o envió desde su jardín a amigos y colegas de toda Europa han dejado su impronta en el paisaje, los huertos y el menú de los europeos; por ejemplo, el castaño de Indias, que había llegado a Viena en 1576 de manos del embajador habsbúrgico en Constantinopla, pero también flores como la corona imperial, el íride, el jacinto, la anémona, el narciso y el gladiolo. Su especial interés fue un pequeño bulbo que se conocía en Europa desde hacía unos siglos, si bien todavía no en los Países Bajos, y que él había llevado a Leiden.
Tulipomanía: Un solo bulbo podía costarle a un especulador lo mismo que una finca entera.
Tulipán, miniatura de Nicolas Robert. Viena, Österreichische Nationalbibliothek. Foto: akg-images (AKG124488).
Ya en 1562 llegó a Amberes una pequeña bolsa de esos tubérculos en un buque mercante procedente de Constantinopla. Un comerciante osmanlí se lo había enviado como regalo a un colega del norte de Europa, un comerciante flamenco que los tomó por cebollas turcas e hizo que su cocinero le preparase algunas; por lo visto, no le gustaron, pues ordenó que tirasen las que quedaban.
La primavera siguiente brotaron allí unas flores de vivos colores que llamaron la atención de otro comerciante, que las desenterró y se las envió a Clusius. Las flores tenían forma de turbante. Clusius ya las había visto en España, pero ahora podía plantarlas él mismo, y estaba tan entusiasmado que pidió a Ghislain de Busbecq, embajador del emperador en Constantinopla, que le enviara más bulbos y los plantó en Viena antes de que Rodolfo II mandara destruir el jardín botánico; después, los llevó consigo a todas partes. En 1593, al llegar a Leiden, esas flores ya ocupaban el centro de su atención y, adoptando el nombre turco, las llamó Tulipa.
El invierno de ese año fue, como ya hemos dicho, extraordinariamente crudo. Un corresponsal de Noruega había enviado a Clusius una carta que reflejaba su abatimiento: «Para gran desesperación mía, no queda casi una sola semilla sana. El Petum mas [la planta del tabaco], que el otoño pasado me habían enviado desde una farmacia de Ámsterdam, ha sucumbido al ataque del invierno.»2 También en Leiden fue intenso el frío, pero los bulbos de tulipán sobrevivieron y crecieron hasta ser toda una sensación botánica. Clusius los envió gratis a otros estudiosos, pero a visitantes y comerciantes les pidió precios exorbitantes. No obstante, más que la explotación comercial, a Clusius le interesaba la investigación. Lo fascinaban especialmente los muchos y distintos colores de los tulipanes y su genética. Los holandeses ávidos de negocios encontraron otra solución: robaron los bulbos del jardín botánico y aquellas flores resistentes y coloridas pronto embellecieron muchos jardines de los Países Bajos.
Otra planta especialmente estimada por Clusius era originaria de Sudamérica y, si bien no estaba aún muy extendida, ya la conocían también los coleccionistas europeos. La Papas peruanorum había llegado a España con los conquistadores a mediados del siglo XVI. Sir Francis Drake, explorador y corsario, entre otras cosas, también había llevado a Londres algunos tubérculos. Con todo, nadie sabía a ciencia cierta qué hacer con ese fruto amorfo, que siguió siendo una rareza botánica apreciada, también y sobre todo, por sus hermosas flores. En 1588, Clusius recibió como regalo dos ejemplares y, en 1601, describió la planta en Rariorum plantarum historia. Pasarían décadas hasta que en Europa se cultivase y admirase también como alimento. Clusius, experimentador incansable, reconoció el valor nutritivo de esa planta del Nuevo Mundo y contribuyó decisivamente a popularizarla. Hoy la llamamos patata.
Clusius murió en Leiden en 1609, a los ochenta y tres años. Sus investigaciones y su correspondencia habían cambiado Europa. Al mismo tiempo, fue un auténtico exponente de un mundo que estaba, por así decir, en pañales; gracias a sus incansables estudios, llegó a ser un experto, y se carteaba no solo con nobles y eruditos prestigiosos, sino también con farmacéuticos y aficionados de toda Europa. Entre sus corresponsales había también varias mujeres que formaban parte de una comunidad internacional en continuo y activo intercambio. Asimismo, el interés científico de Clusius tenía un aspecto entonces novedoso, pues no estudiaba las plantas por sus efectos terapéuticos, sino para comprenderlas en su particularidad y para describirlas y clasificarlas en un contexto sistemático. No le interesaban la mitología ni las leyendas y tampoco citaba a los autores de la Antigüedad clásica para sustentar su opinión: Clusius prefería basarse en las descripciones empíricas de sus colegas. Quería coleccionar, sistematizar y publicar y, por eso, fue uno de los primeros científicos en el sentido moderno del término.
Lugares revolucionarios
Visto así, tampoco fue una coincidencia que Charles de l’Écluse falleciera en Leiden. En 1593, cuando llegó a la ciudad, tenía apenas dieciocho años, y la universidad local, aún en construcción, aspiraba a ser un centro de aprendizaje e investigación según el modelo de Montpellier, donde Clusius, joven todavía, había descubierto su pasión por la botánica.
Leiden y Montpellier se distinguían de casi todas las demás universidades de Europa en el sentido de que allí no solo se podía estudiar principalmente teología y Derecho, sino también disciplinas como las ciencias naturales y la filología. Para estudiar en la Sorbona, en Madrid o en Bolonia había que ser católico; en Oxford y Cambridge solo se podía ingresar si se era anglicano, y las jóvenes universidades protestantes de Alemania y Suiza también estaban asociadas a la nueva religión.
Desde el principio, Leiden estuvo abierto a todos; de ahí que en aquella pequeña ciudad, a la que antes de la fundación de la universidad se la conocía por la lana de color azul, no tardara en surgir una intensa vida científica e intelectual. En el siglo XVII buscaron refugio en Leiden Baruch de Spinoza y René Descartes y, con ellos, muchos otros disidentes religiosos menos conocidos, librepensadores, teólogos, miembros de sectas, ateos y científicos. Así, una ciudad protestante que vivía del comercio de la lana se convirtió, en pocas décadas, en un gran centro intelectual europeo.
Con su Hortus botanicus, Clusius había puesto la primera piedra de una de las colecciones de plantas más importantes de Europa; en el Teatrum anatomicum se diseccionaban cadáveres en público (la mayoría de ellos, de delincuentes ejecutados o de borrachos que se ahogaban en algún canal en una noche oscura); el jurista Hugo de Groot, más conocido como Hugo Grotius, creó en Leiden la base intelectual del Derecho internacional; los orientalistas enseñaban hebreo, árabe y lenguas asiáticas, e impresores y editores exportaban a todo el mundo el saber y los debates de los eruditos de la ciudad.
Hasta mediados del siglo XVI, los Países Bajos muy poco tenían que ofrecer aparte de pescadores de arenques y campesinos; los Países Bajos eran un país pobre sin grandes ciudades, sin cultura cortesana, sin poderosas familias aristocráticas. El centro cultural, económico y político de la región era Flandes: Brujas, Gante y, sobre todo, Amberes, desde donde, en la primera mitad del siglo XVI, se controlaba casi la mitad del comercio mundial.
Aprender con el escalpelo: La Universidad de Leiden, uno de los grandes centros intelectuales de Europa.
Teatrum anatomicum: el aula de anatomía de la Universidad de Leiden, grabado en cobre, 1610. Foto: akg-images (AKG31857).
En la guerra de los Ochenta Años, en la que los Países Bajos lucharon contra el dominio español, Amberes fue el centro de la resistencia. En 1576, soldados habsbúrgicos, tras meses sin cobrar la paga que les enviaba el rey Felipe II, ocuparon y saquearon la ciudad en un estallido de crueldad con tintes religiosos. Durante los disturbios murieron unos diez mil habitantes y ochocientas casas del centro fueron pasto de las llamas.
Para Ámsterdam, la tragedia fue una gran oportunidad que le permitió erigirse en faro del norte de Europa. El ramo comercial más importante era la importación de cereales del Báltico. A causa de las malas cosechas en Europa occidental, cada vez más frecuentes hacia finales del siglo XVI, aumentó el número de clientes y los precios se dispararon. También en el comercio de ultramar se abrieron nuevas posibilidades y el pequeño núcleo urbano junto al Amstel, que no tuvo categoría de ciudad hasta 1300 y que en 1500 solo tenía doce mil habitantes, prosperó de manera espectacular: en 1620 la población se había multiplicado casi por diez.
Resultan asombrosas la rapidez y la eficacia con que los neerlandeses aprovecharon esa oportunidad histórica. Incluso el problema tradicional del país, a saber, que apenas tenía tierra para expandirse y explotar nuevas superficies agrícolas, se solucionó de un modo muy pragmático. Ingenieros y legiones de trabajadores planificaron y excavaron una vasta red de canales que se vaciaron con la ayuda de molinos de viento para secar áreas pantanosas. Aún más espectacular fue el modo de crear con las propias manos lo que el Creador no les había dado: pólderes, diques, rompeolas, canales y fosos permitieron disponer de enormes superficies sobre las que girarían día y noche las aspas de lona de los molinos, movidas por el viento de la costa. Solamente en el pólder de Beemst, al oeste del país, funcionaron, entre 1607 y 1612, cuarenta y tres molinos que ayudaron a establecer más de setenta kilómetros cuadrados de nueva tierra. En total, se ganaron al mar diez veces esa superficie, es decir, una sexta parte de la superficie de los Países Bajos de hoy. Más adelante, fueron también ingenieros neerlandeses los que ayudaron a ensanchar partes de la costa occidental inglesa.
A pesar de contar con nuevas y fértiles tierras cultivables, para los campesinos de los Países Bajos la vida n...

Índice