1. SU DE ÉL, SU DE ÉL O DE ELLA, SU DE ELLOS
Stuart Me llamo Stuart y lo recuerdo todo.
Stuart es mi nombre de pila. Mi nombre completo es Stuart Hughes. Mi nombre completo: no hay nada más. Ningún nombre intermedio. Hughes era el nombre de mis padres, que estuvieron veinticinco años casados. Ellos me pusieron Stuart. Al principio el nombre no me gustaba especialmente –en el colegio me llamaban cosas como Estofado y Cazuela–, pero me he acostumbrado a él. Puedo manejar mi apodo.1
Disculpe, no se me dan bien los chistes. Ya me lo han dicho otras veces. En cualquier caso, creo que Stuart Hughes me vale. No deseo llamarme St Jhon St John de Vere Knatchbull. Mis padres se llamaban Hughes. Mis padres murieron y ahora yo llevo su nombre. Y cuando me muera, seguiré llamándome Stuart Hughes. No hay demasiadas certezas en este gran mundo nuestro, pero ésa es una de ellas.
¿Ve adónde quiero ir a parar? Perdone, no hay ninguna razón para que lo vea. No he hecho más que empezar. Usted apenas me conoce. Empecemos de nuevo. Hola, soy Stuart Hughes, encantado de conocerle. ¿Nos damos la mano? Bien, estupendo. No, lo que estoy tratando de decir es esto: aquí todo el mundo ha cambiado su nombre. Da que pensar. Incluso es un poco inquietante.
¿Se ha fijado en que he dicho todo el mundo seguido de su? «Todo el mundo ha cambiado su (their) nombre.»2 Lo he hecho a propósito, probablemente para irritar a Oliver. Tuvimos una pelea tremenda con Oliver. Bueno, más bien una discusión. O por lo menos un desacuerdo. Es un pedante terrible, Oliver. Es mi más viejo amigo, así que estoy autorizado a decir que es un pedante terrible. Poco después de conocerle, Gill –mi mujer, Gillian– me dijo:
–¿Sabes?, tu amigo habla como un diccionario.
Estábamos en una playa un poco más allá de Frinton, y cuando Oliver oyó el comentario de Gill nos soltó uno de sus rollos. Él los llama peroratas, pero ésa no es la clase de palabra que yo uso. No puedo reproducir su forma de hablar –tendrá que escucharle usted mismo–, pero simplemente se lanza a toda velocidad. Es lo que hizo entonces.
–¿Qué clase de diccionario soy? ¿Tengo un índice alfabético en forma de uña? ¿Soy bilingüe?
Etc., etc. Continuó así durante un rato y acabó preguntando quién iba a comprarle.
–¿Y si nadie me quiere? Inadvertido. Cubierto de polvo por arriba. Oh, no, me van a poner en una liquidación de restos, lo veo, me van a poner en una liquidación de restos.
Y se puso a dar puñetazos en la arena y a aullarles a las gaviotas –un verdadero número–, y un matrimonio anciano que estaba escuchando la radio detrás de una duna se alarmó bastante. Gillian se rió.
El caso es que Oliver es un pedante. No sé qué pensará usted de everyone seguido de their. Probablemente no le parecerá un acierto, no hay razón para que se lo parezca. Y no recuerdo cómo surgió la cosa, pero tuvimos una discusión. Oliver, Gillian y yo. Cada uno teníamos una opinión distinta. Permítame que intente exponer los puntos de vista opuestos. Haré el acta de la reunión, como en el banco.
OLIVER dijo que las palabras como todos (everyone), alguien (someone) y nadie (no-one) son pronombres singulares y deben por lo tanto ir seguidos del adjetivo posesivo singular, es decir his.
GILLIAN dijo que no se podía hacer una afirmación general que excluye a la mitad del género humano, porque el cincuenta por ciento de las veces ese alguien resultaría ser una mujer. En consecuencia, por razones de lógica y justicia se debería decir his o her.
OLIVER dijo que estábamos hablando de gramática, no de política sexual.
GILLIAN dijo que cómo se podían separar las dos cosas, puesto que de dónde venía la gramática sino de los gramáticos, y casi todos los gramáticos –probablemente absolutamente todos, que ella supieraeran hombres, así que qué se podía esperar; pero básicamente lo que estaba diciendo era cuestión de sentido común.
OLIVER puso los ojos en blanco, encendió un cigarrillo y dijo que la propia expresión sentido común era una contradicción de términos, y si el Hombre –momento en el cual fingió estar sumamente avergonzado y corregirse–, si el Hombre o la Mujer hubiesen confiado en el sentido común durante los últimos milenios todavía estaríamos viviendo en chozas de barro y comiendo una comida horrorosa y escuchando discos de Del Shannon.
STUART dio con la solución. Puesto que his era impreciso o insultante, o posiblemente ambas cosas, y his o her eran diplomáticos pero espantosamente molestos, la solución evidente era decir their. Stuart hizo esta sugerencia de compromiso con total confianza y le sorprendió que fuese rechazada por el resto de la asamblea.
OLIVER dijo que, por ejemplo, la frase alguien asomó la (their) cabeza por la puerta sonaba como si hubiera dos cuerpos y una cabeza, como un espantoso experimento científico ruso. Se refirió a la exhibición de monstruosidades que solía tener lugar en las ferias, mencionando a las mujeres barbudas, los fetos de oveja deformes y muchos otros ejemplos similares hasta que la presidencia (yo) le llamó al orden.
GILLIAN dijo que en su opinión their era igualmente molesto e igual de evidentemente diplomático que his o her, además ¿por qué se mostraba la junta tan quisquillosa respecto a establecer una proposición? Puesto que a las mujeres se les había enseñado durante siglos a utilizar el adjetivo posesivo masculino cuando se referían a todo el género humano, ¿por qué no tomar medidas correctivas tardías, aunque éstas se atragantasen en unas cuantas gargantas (masculinas)?
Stuart continuó sosteniendo que their era mucho mejor, puesto que representaba una posición conciliadora.
La SESIÓN quedó aplazada sine die.
Estuve pensando en esta conversación durante bastante tiempo. He aquí a tres personas razonablemente inteligentes discutiendo los méritos de his, his o her y their. Palabras muy cortas, pero no podíamos ponernos de acuerdo. Y eso que éramos amigos. Pero no nos pusimos de acuerdo. Había algo en este asunto que me preocupaba.
¿Cómo ha salido esto a relucir? Ah, sí, aquí todo el mundo ha cambiado su nombre. Es verdad, y da que pensar, ¿no? Gillian, por ejemplo, cambió su nombre cuando se casó conmigo. Su nombre de soltera era Wyatt, pero ahora se llama Hughes. No me hago ilusiones de que estuviese ansiosa de adoptar mi nombre. Creo que era más bien que quería quitarse de encima el Wyatt. Porque, naturalmente, ése era el nombre de su padre y ella no se llevaba bien con su padre. Había dejado plantada a su madre, la cual tuvo que quedarse durante años con el nombre de alguien que la había abandonado, cosa nada agradable para Mrs Wyatt o Mme Wyatt, como la llamaban algunas personas porque era francesa de nacimiento. Sospecho que Gillian se quitaba de encima el Wyatt como una forma de romper con su padre (que ni siquiera vino a la boda, por supuesto) y de indicarle a su mamá lo que ella debería haber hecho hacía años. Pero Mme Wyatt no captó la indirecta, si es que la indirecta existía.
Típico de él, Oliver dijo después de la boda que Gill debería llamarse a sí misma Mrs Gillian Wyatt-o-Hughes, si es que quería ser lógica, gramatical, razonable, diplomática y molesta. Oliver era así.
Oliver. Ése no era su nombre cuando le conocí. Fuimos juntos al colegio. En el colegio se llamaba Nigel, o a veces N. O., o en ocasiones Russ, pero a Nigel Oliver Russell nunca le llamamos Oliver. Creo que ni siquiera sabíamos qué significaba la O; puede que mintiera al respecto. En cualquier caso, la cuestión es ésta. Yo no fui a la universidad, Nigel sí. Nigel se marchó para hacer su primer trimestre académico y cuando volvió ya era Oliver. Oliver Russell. Había suprimido la N, incluso del nombre impreso en su talonario.
Como ven, lo recuerdo todo. Fue a su banco y les hizo imprimir un talonario nuevo, y en lugar de firmar «N. O. Russell», firmó «Oliver Russell». Me sorprendió que le permitieran hacerlo. Pensé que tendría que cambiar su nombre por medio de un documento notarial o algo así. Le pregunté cómo lo había hecho, pero no quiso decírmelo. Sólo me dijo:
–Les amenacé con llevarme mis números rojos a otra parte.
Yo no soy tan listo como Oliver. En el colegio a veces sacaba mejores notas que él, pero eso era cuando él decidía no esforzarse. A mí se me daban mejor las matemáticas, las ciencias y las cosas prácticas –a él bastaba con enseñarle un torno en el taller para que fingiese un desmayo–, pero cuando quería ganarme, me ganaba. Bueno, no sólo a mí, a todo el mundo. Y sabía salirse con la suya. Cuando teníamos que jugar a los soldaditos en la Fuerza de Cadetes, Oliver siempre estaba exento. Puede ser verdaderamente listo cuando quiere. Y es mi más viejo amigo.
Fue mi padrino de boda. No en sentido estricto, porque la boda tuvo lugar en un juzgado y allí no hay padrinos. De hecho, también sobre eso tuvimos una discusión estúpida. Realmente estúpida; se la contaré en algún otro momento. Era un día precioso. La clase de día en que todo el mundo debería casarse. Una suave mañana de junio con el cielo azul y una ligera brisa. Éramos seis: yo, Gill, Oliver, Mme Wyatt, mi hermana (casada, separada, con el nombre cambiado. ¿Qué les decía yo?) y una tía anciana que Mme Wyatt se sacó de alguna parte en el último minuto. No me enteré de su nombre, pero apuesto a que no era el primitivo.
El juez era un hombre muy digno que actuaba con el grado adecuado de ceremoniosidad. El anillo que yo había comprado fue colocado en un cojín de terciopelo color ciruela y nos hacía guiños hasta que llegó el momento de ponerlo en el dedo de Gill. Pronuncié mis promesas en un tono un poco demasiado alto y pareció que hacían eco en los paneles de roble claro de la sala; como para compensar, Gill pronunció las suyas en un susurro que el juez y yo apenas pudimos oír. Eramos muy felices. Los testigos firmaron en el registro. El juez le tendió a Gill un papel con las frases de la boda y le dijo:
–Esto es para usted, señora Hughes, nada que ver con este joven.
Había un gran reloj municipal en la fachada del ayuntamiento. Nos hicimos algunas fotos debajo. En la primera foto del carrete pone 12.13, y llevábamos tres minutos casados. En la última del carrete pone 12.18 y llevábamos ocho minutos casados. Algunas fotos tienen ángulos disparatados porque Oliver estaba haciendo el tonto. Luego fuimos todos a un restaurante y tomamos salmón a la plancha. Hubo champán. Luego más champán. Oliver pronunció un discurso. Dijo que le hubiese gustado brindar por una dama de honor, pero como no había se conformaría con Gill. Todo el mundo se rió y aplaudió. Y luego Oliver utilizó un montón de palabras pretenciosas y cada vez que usaba una todos le abucheábamos. Estábamos en una especie de reservado y en un momento en que le dimos un abucheo especialmente fuerte por una palabra especialmente pretenciosa, un camarero se asomó para ver si estábamos llamando para pedir algo y luego se fue. Oliver terminó su discurso y se sentó y le dimos palmadas en la espalda. Yo me volví a él y le dije:
–A propósito, alguien acaba de asomar la (their) cabeza por la puerta.
–¿Qué querían?
–No –repetí–. Alguien acaba de asomar la (their) cabeza por la puerta.
–¿Estás borracho? –preguntó.
Creo que lo había olvidado. Pero yo lo recuerdo, como ve. Yo lo recuerdo todo.
Gillian Mire, francamente yo no creo que a nadie le importe. Realmente no lo creo. Soy una persona corriente y particular. No tengo nada que decir. Hoy en día mires donde mires hay gente que se empeña en derramarte su vida encima. Abres cualquier periódico y te gritan Entre En Mi vida. Enciendes la televisión y, en un programa sí y otro no, hay alguien hablando de él o de ella, del divorcio de él o de ella, de la ilegitimidad de él o de ella, la enfermedad, alcoholismo, drogadicción, violación sexual, quiebra, cáncer, amputación, psicoterapia. La vasectomía de él, la mastectomía de ella, la apendicectomía de él o de ella. ¿Por qué lo hacen? Miradme, escuchadme. ¿Por qué no pueden simplemente ocuparse de sus asuntos? ¿Por qué tienen que hablar de todo ello?
Sólo porque yo no sea propensa a confesiones no quiere decir que me olvide de las cosas. Recuerdo mi anillo de boda colocado en un grueso cojín color burdeos, Oliver hojeando la guía telefónica buscando personas con nombres absurdos, cómo me sentía yo. Pero estas cosas no son para el consumo público. Lo que yo recuerdo es asunto mío.
Oliver Hola, soy Oliver, Oliver Russell. ¿Un cigarrillo? No, supuse que no lo querría. ¿Le importa que fume yo? Sí, ya sé que está comprobado que es malo para mi salud, por eso me gusta. Dios, acabamos de conocernos y ya se me echa encima como un desenfrenado comedor de cacahuetes. Y además, ¿a usted qué le importa? Dentro de cincuenta años yo me habré muerto y usted será una lagartija vivaz que toma yogur con una paja, bebe agua de turbera y lleva sandalias anatómicas. Bueno, yo lo prefiero de esta manera.
¿Le cuento mi teoría? Todos vamos a tener un cáncer o una enfermedad cardíaca. Hay dos tipos humanos, básicamente, personas que reprimen sus emociones y personas que las dejan salir como un torrente, introvertidos y extrovertidos, si lo prefiere. Los introvertidos, como es bien ...