Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo
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Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo

  1. 448 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo

Descripción del libro

Ésta es la primera colección de cuentos de Welsh desde aquel Acid House que cambió nuestra mirada sobre una época y una generación. En «Serpientes de cascabel», dos chicos y una chica vuelven del festival Burning Man y el coche se les para en el desierto. Se preparan a pasar la noche, pero al conductor lo pica una cascabel en la entrepierna mientras soñaba con la chica del triángulo.Él pretende que ella lo salve chupándole el veneno, pero es su compañero quien se ofrece. Y entonces llegan dos mexicanos, homófobos y armados. En el relato que da título al libro, Mickey es un expatriado inglés que tiene un bar en las Canarias, una ex mujer cargante en Inglaterra y una hija adolescente que llega de improviso. Y Mickey tendrá que sortear a sus amantes, además de vigilar a dos presuntos gángsters que quizá planean un golpe. A continuación nos encontraremos con unas chicas muy esnobs, que se reúnen en un restaurante coreano. A una de ellas le desaparece el perro y sospecha de su vecino, que es el chef del restaurante... Y así siguen otras historias estimulantemente retorcidas. «Historias gamberras con situaciones sorprendentes... El rastro de Bukowski, Amis y Roald Dahl» (M. Rodríguez Cueto, La Nueva España).

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Información

Año
2009
ISBN del libro electrónico
9788433932518
Categoría
Literatura

El Reino de Fife

1. JASON Y LOS CELOS

Cagüenlaputa, en este sitio la conversación acabaría por ruborizar a un pornógrafo. «Ya conoces a Big Monty, no es que esté poco dotado precisamente o algo por el estilo. Le pilló algo de metanfetamina de cristal a un tío de Edimburgo y se le puso como dos latas de Tennent’s una encima de otra. Sus palabras, no las mías», declara con circunspección el Duque de Musselbury, llevándose la pinta de Guinness a los labios y echando un trago. Le cuelga un borde de espuma –o de crema, como pretenden que la llames esos tipos de la Porter Brewery de Dublín– del bigote color canela apagado. Es un sábado por la mañana y somos los únicos presentes en el Goth, nuestro bareto local. Un sitio estupendo, el Goth; es un garito de lo más acogedor, con esa madera de color caoba por todos lados. Delante de la barra hay una pantalla grande para el fútbol, por lo general sólo escocés (aburrido, sólo dos equipos que pueden ganar), o inglés (peor, sólo puede ganar uno), pero a veces echan algún partido de la Liga española o de la Bundesliga. Hay una gran sala de billar anexa, separada por una mampara acristalada, que hace que todos los zumbaos que están dentro parezcan pececillos de colores.
Eso sí, hoy no hay ninguno. El centro está más muerto que el estilo discotequero Tel Aviv. Eso significa que el Duque tiene un público cautivo de dos para su relato. «Así que se está follando a la tía esta y a ella no le cabe del todo, ¡venga de darse contra las paredes, tío! Y ojo, que la tía es una guarra de cuidado, con el coño más transitado que el puto Nilo. Conque no me vengáis hablando de cruzar el Mississippi... Así que se la saca, le da la vuelta y, ¡zas!, se la mete por el puto bul. Aquello está más prieto que la piel de un tambor y por fin le está sacando un polvo decente.» El Duque suelta un pequeño regüeldo y deja la birra en la barra.
«¡Fua, cabronazo estás hecho!», exclama Neebour Watson, quitándose sus gafas de montura plateada para pulirlas un pelín.
El Duque de Musselbury sacude enérgicamente su enorme cocorota, calva y pelada, y la coleta pelirroja le azota la espalda de un lado a otro. «No, pero ahí está lo bueno: es una metedura de gamba que te cagas, tío, porque la tía también lleva unos cuantos días de marcha por ahí y en cuanto le mete el puto rabo por la bombonera se le llena el prepucio de diarrea, como si fuera salsa de fish n’ chips, abrasándole el capullo.»
Veo que a Neebour Watson empiezan a llorarle los ojos bajo las gafas; las lágrimas caen ya en cascada y todo, como el contenido de la raja de una puta cuando llega al final de la fila.
«Ella también le había estado pegando a la metanfetamina», explica el Duque, «y se estaba yendo de la olla, diciéndole: “Te la voy a doblar, joder, te la voy a partir”, echándose patrás sobre el cabrón en plan suma de fuerza irresistible y objeto inamovible, ¿no?»
«¿Y qué pasó?», pregunta Neebour Watson, sacándose un moco reseco de la nariz. Lo examina, lo hace rodar entre los dedos hasta hacer una bola y tirarlo al suelo del Goth.
El Duque arruga el ceño en un gesto de asco. «Pues todo esto sucedió en el hotel ese que está en Dunfermline. ¿Cómo se llama?..., el burdel con pretensiones ese..., el Prince Malcolm, eso es. Así que Monty estaba tan salido que por equivocación le sacudió al cristal del panel de incendios con el cazo ese lleno de anillos y se armó una del carajo...»
¡Cabrón! Estoy pensando: el Hotel Prince Malcolm. Es el feudo de mi vieja. Trabaja en recepción y todo, con el capullo ese pelotillero al que se folla, Wee1 Arnie Gayumbos Cagaos.
«... la puta poli, los bomberos..., toda la pesca. Un compromiso para todo dios.» El Duque coge su pinta y echa otro trago.
Entonces Neebour se vuelve hacia mí y me suelta: «¿No trabaja allí tu madre, Jase?»
«Sí...», contesto. El muy tocapelotas está perfectamente al tanto de la situación.
Pero el Duque de Musselbury pasa por alto la posibilidad de abochornarme, porque no quiere perder el hilo. «Así que está dándole lo suyo a la muy putilla. ¿Y sabéis quién era? La de los caballos, la hija del médico, esa que vive en la carretera que lleva a Lochgelly. Lara Grant», dice adelantando el mentón. Después saca la lengua en plan lagarto, limpiándose la espuma del bigote como si retirara la nieve de un parabrisas. Un escalofrío de ira me recorre la columna al oír la noticia, pero el Duque se limita a mirarme con expresión ladina y decir: «Eh, ¿tú no andabas en tiempos detrás de ella, Kingy?»
«Sigue al acecho», se ríe Neebour.
«Sólo para seguir teniendo opción, cacho cabrón», me explico. Pero es como si todo el puto oxígeno del Goth Tavern se hubiera consumido de golpe, porque a mí no me entra nada en los putos pulmones de ninguna manera. El objeto de mi deseo y ese puto feto de Monty..., ¡y encima en el jodido hotel de mi madre y de Gayumbos Cagaos!
El bocazas-calvorota-cabrón-coletudo del Duque de Musselbury, con sus dientes amarillos y su bigote..., anda que no le gusta ser el portador de las malas nuevas ni nada. «Ya me parecía a mí que era tu putita», me suelta.
Aprieto el vaso con fuerza. Este cabrón se la va a llevar por difundir embustes, pero entonces pienso: Tranqui, Jason, párate y piensa..., matar al mensajero no es forma de hacer las cosas.
Pero Lara no, hostia puta, mi primera novia. Bueno, supongo que si de follar hablamos, la primera de verdad fue Alison la Canadiense.
«Es verdad, ¿no te la cepillabas hace años, cuando eras yóquey?», pregunta Neebour como la cotilla que es. Me lo imagino con un pañuelo en la cabeza entrando en el Premier Bingo, cagüenlaputa.
Me limito a asentir: «A ella le molan los concursos hípicos, así que compartíamos el interés por los caballos, ¿sabes?»
«¿No te la tiraste en aquella época?», pregunta el Duque.
«Salimos un tiempo, pero por entonces ella no era más que una cría», le explicé indignado. Cuando andas en según qué compañías, convendría que te preguntaras quiénes no deberían figurar en el registro de delincuentes sexuales.
«Pues ahora ya no lo es, ¿eh? Por lo que cuentan, le va la marcha a tope.»
«Sí, ya. Por lo que cuentan en los pubs», suelto yo.
«No estoy de acuerdo con esa forma de clasificar a las chavalas como vírgenes o como putas», suelta Neebour. «Para mí que falla por la base.»
El Duque sacude la cabeza. «De todos modos, aquí en Fife no se nos puede hacer ese reproche. ¡Aquí son todas putas, y sus maridos, padres, novios, hermanos e hijos también!»1
Levantamos las pintas y brindamos. El Reino de Fife: antisexista que te cagas.
Entonces dice el Duque: «Pero ¿Lara no va por ahí con la hija de Tam Cahill?»
«Así es, cabrón», le suelto, «la pequeña Jenni.»
«No te las habrás tirado, pero desde luego has andado olisqueando alrededor de sobra», dice Neebour. «¿Ya te has hecho las cuarenta pajas de rigor con ellas, Jase?»
«Más de cuarenta, cagüenlaputa, ya estoy en cinco cifras. Le he sacado más placer a esas chicas que ese mentiroso cabrón de Monty», suelto mientras apuro mi pinta.
Eso lleva a Neebour a especular un poco. Se quita las gafas y se las limpia, frotándolas por la parte donde se le estaban marcando en las aletas de la nariz. «Y yo me pregunto: ¿qué pensarían las chavalas si supieran que pasamos tanto tiempo pajeándonos con ellas? Tanto esfuerzo de pensamiento y de voluntad invertido en imaginar escenas tan elaboradas... Todos esos putos superventas porno hollywoodienses proyectados en nuestras cabezas una noche sí y otra también, ¡y protagonizados por alguna putilla modorra que trabaja en Greg’s!»
Mientras termino mi pinta le miro: «¡Contado así, seguro que se sentían halagadas, cabrón! ¡Hostia puta, yo lo estaría si me enterara de que alguien que apenas sabe que existo invirtiese tanto tiempo y esfuerzo en mí! ¡Acabaría follando con ellos por compasión!»
Neebour sacude la cabeza y vuelve a ponerse las gafas. «Pero así no es como funciona la cosa. Lo que pensarían es que eres un asqueroso pervertido de mierda que lleva una vida de lo más triste. La sexualidad femenina, tío: otro mundo. Sus putas pajas tienen que ver con fuerzas etéreas y tal. Caballos y caballeros y toda esa mierda. Por eso a las pijas les van los caballos», suelta, animándose y entrando en materia. Hay que reconocer que aquí el experto en chochitos es Neebour, si tenemos en cuenta que llegó a estar casado. «Se lo dije a Irene Carmody en la escuela, ¿te acuerdas de ella?»
«Estaba buena, por lo que recuerdo», asiento mientras trato de evocar su imagen.
Neebour pone cara triste y compungida. «Intenté serle franco y contarle el placer que me daba imaginármela en bolas montándose tríos conmigo y Andrea McKenzie. ¿Acaso me felicitó por mi buen gusto y mi ingenio? ¡Y una polla! ¡Se lo contó a su padre! El muy cabrón me pilló por banda a la salida de la tienda de fish n’ chips, me echó un broncón y me dijo que dejara de hacerle proposiciones indecentes a su hija. ¡Alguna gente», concluye Neebour sacudiendo la cabeza otra vez, «cree que no ha roto un plato en su vida!»
Por mucho que pueda dar de sí la vida sexual del varón de Central Fife, yo estoy por pirarme.
«¿Adónde vas, Jase?», pregunta el Duque.
«A lo mejor doy una vuelta y me acerco a ver a mi corredor de apuestas.»
Así que salgo fuera a que me dé el aire fresco y echo a caminar por la calle principal.
Puede que este pueblo haya conocido tiempos mejores, pero en el centro sigue habiendo un montón de abrevaderos. JJ’s y Wee Jimmie’s son los que frecuento yo, aparte del Goth, que tiene reputación de ser un pub de viejos, y supongo que es cierto. Y luego está el Partner’s Bar, no muy lejos de aquí; puede ser buen sitio para llevar a una tía por las noches, pero no de día, no señor.
Ladbrokes contra Corals. ¿Quién se va a quedar con mi pasta? Corals es una tienda regentada por hunos,1 pero hace mucho que el pueblo despide esa vibración general de los Gers, según mi viejo desde los tiempos de Jim Baxter.2 Opto por Ladbrokes, pero no veo nada que me llame la atención en pantalla. Me doy cuenta de que tengo un hambre feroz, así que salgo a buscar papeo.
Como en el Central Park Café, ese de donde sacaron el nombre del local de la serie Friends. El nuestro lleva ese nombre por su vecindad con Central Park, sede del Cowdenbeath F. C., también conocido como «The Blue Brazil». Y es mucho, pero que muchísimo más antiguo que el parquecillo idiota del mismo nombre que está en Nueva York.
Tras decidirme en contra de las patatas fritas con guisantes, opto por un bocata de huevo frito con morcilla y una taza de té. El sitio está vacío salvo por dos chavalas que van con un crío en su cochecito. Hace un día curioso para ser marzo: llueve pero también hace un calor sorprendente. Una de las chavalas lleva un anorak blanco. Se lo quita y le anuncia a todo el mundo: «¡Estoy muerta de calor!» La otra lleva una camiseta de algodón blanco y se queja. «¿Y yo qué? ¡Estoy empapada de lluvia!»
Creo que el crío debe de ser de Empapada de Lluvia, porque la camarera se pone a hablar con Muerta de Calor.
Joder, a estas chavalas no las sexualizarías ni metiéndote todos los alijos de Timothy Leary. Sólo me empalmo cuando entra una maruja pelirroja que tiene unos dientes tan protuberantes que parece que algún cabrón hubiese intentado saltárselos desde dentro. Con tanto guarro por ahí suelto, se me ocurre que a lo mejor a alguno se le fue un poco la mano con el fist-fucking, cagüenlaputa, lo que por algún motivo me lleva a pensar en Big Monty y Lara.
Me excité, así que tuve que ir al tigre que hay al fondo del local con el aviso obligatorio «Sólo para clientes» a meneármela tranquilamente. Casi no hay sitio ni para que se dé la vuelta un gato, pero aun así consigo descargar un poco de pasta dentro de la pila. ¡Toma ya! ¡Un golpe en pro de la liberación de los salidos de más y los infrafollaos del mundo entero!
Cuando salgo la cabeza me da vueltas, y me encuentro de narices con la mujer de las palas mirándome, pero como del tigre no sale peste alguna, yo tranquilo. Por suerte, la mayoría de la gente sólo piensa que utilizas el local para meterte drogas.
Pago lo que debo por la mesa número cinco.
Pavoneándome por el centro en sábado, voy pensando en acreedores a evitar y deudores a los que encontrar y cómo n...

Índice

  1. Cubierta
  2. Serpientes de cascabel
  3. Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo...
  4. Las DOGS de Lincoln Park
  5. Miss Arizona
  6. El Reino de Fife
  7. NOTA FINAL
  8. Créditos
  9. Notas