Alguien como tú
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Alguien como tú

  1. 352 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Alguien como tú

Descripción del libro

Nick Hornby a plena potencia: una historia de amor contra las convenciones en el Reino Unido del Brexit.

Lucy: mujer blanca, 42 años, separada, con dos hijos y un exmarido en proceso de desintoxicación por varias adicciones, profesora de literatura y jefa de departamento en un colegio de un barrio multiétnico, culta y con amigos sofisticados. Joseph: hombre negro, 22 años, hijo de un matrimonio roto: la madre enfermera en un hospital público y el padre trabajador de la construcción en paro; pluriempleado –dependiente de carnicería, entrenador de fútbol juvenil, auxiliar en un centro deportivo– y con el sueño de hacer carrera como DJ.

De entrada, dos personas muy diferentes, cuyos destinos sería improbable que se cruzasen. Pero se cruzan, e inician una relación amorosa que deberá enfrentarse a todos los prejuicios –por la raza, por los años que los separan, por los diferentes entornos culturales– y sobre todo a sus propios miedos. El telón de fondo es la tensa campaña del referéndum del Brexit, que no contribuye precisamente a sembrar la armonía entre los británicos. Y como actores secundarios aparecen un escritor blanco con problemas de erección; una amiga blanca obsesionada con el sexo, o más bien con fantasear sobre el sexo; una chica negra seductora, ambiciosa y que canta como los ángeles; otra chica negra a la que le encanta Thomas Hardy; un chico muy friki que lo sabe todo sobre la música negra...

Con estos elementos, su probada capacidad para construir personajes entrañables y su también probada brillantez para los diálogos ágiles e inteligentes, Nick Hornby nos regala una novela deliciosa, conmovedora y repleta de humor desternillante, a la altura de sus mejores logros.

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Información

Año
2021
ISBN de la versión impresa
9788433981004
ISBN del libro electrónico
9788433943354
Categoría
Literatura

Primera parte

Primavera de 2016

1

¿Cómo podría una decidir de forma objetiva qué es lo que más detestaba en el mundo? Sin duda dependía de lo cerca que tuvieras lo odiado en determinado momento, de si lo estabas haciendo o escuchando o comiéndotelo en ese preciso momento. Ella detestaba tener que enseñar Agatha Christie al último curso, detestaba a cualquier ministro de Educación conservador, detestaba oír a su hijo menor ensayando con la trompeta, detestaba cualquier receta con hígado, la visión de la sangre, los reality shows televisivos, la música grime y los conceptos abstractos de uso habitual: pobreza global, guerra, epidemias, inminente colapso del planeta y demás. Pero nada de eso le afectaba directamente a ella, con la excepción del colapso del planeta, e incluso eso de momento era tan solo inminente. De modo que se podía permitir no pensar en ninguno de estos dramas la mayor parte del tiempo. En este preciso momento, a las 11.15 de una fría mañana de sábado, lo que más detestaba en el mundo era hacer cola en el exterior de la carnicería teniendo que escuchar a Emma Baker, que no paraba de hablar de sexo.
Llevaba un buen rato tratando de alejarse de Emma, pero lo hacía con unos movimientos tan imperceptibles que sospechaba, desolada, que a este ritmo le llevaría cuatro o cinco años conseguirlo. Se habían conocido cuando sus respectivos hijos eran pequeños e iban a la misma guardería; hubo invitaciones a cenas, que fueron correspondidas y dieron lugar a nuevas invitaciones. En aquel entonces, los hijos de ambas eran muy parecidos. Todavía no habían desarrollado en serio una personalidad y los padres aún no habían decidido en qué tipo de personas se iban a convertir. Emma y su marido habían elegido una escuela privada para los suyos y, en consecuencia, a los hijos de Lucy les parecían insufribles. La interacción social entre ellos se acabó interrumpiendo, pero era inevitable cruzarse porque seguían viviendo cerca y haciendo las compras en los mismos sitios.
Había un momento concreto de lo de hacer cola que detestaba: cuando estabas ya ante la puerta, que se mantenía cerrada en invierno, y debías decidir si en el interior había sitio suficiente. Si entrabas antes de tiempo, quedabas aplastada contra alguien y corrías el riesgo de provocar muecas de desprecio entre los que sospechaban que te intentabas colar; pero si tardabas demasiado, alguien de detrás podía soltarte un bocinazo, metafóricamente hablando, por tu indecisión. Se produciría una amable invitación, un «¿Quiere...?» o un «Creo que ya puede entrar». Era como detenerse en un cruce en el que era mejor pasar con decisión. Sin embargo, no le importaba que le dieran bocinazos mientras conducía. Estaba separada del resto de los conductores por una capa de cristal y metal, y además desaparecían en un instante y no los volvías a ver jamás. En cambio, esta gente de la cola eran sus vecinos. Se veía obligada a convivir con sus empujones y muestras de rechazo cada sábado. Obviamente, podría haber optado por ir a un súper, pero entonces estaría contribuyendo a dejar morir al comercio de proximidad.
Y en cualquier caso, esta carnicería era demasiado buena, de modo que estaba dispuesta a pagar el coste extra. Sus hijos no comían ni pescado ni verdura, y había decidido a regañadientes que probablemente debía tomar cartas en el asunto para que no ingirieran antibióticos, hormonas y otros aditivos que contiene la carne más barata y que podía acabar convirtiéndolos en el futuro en levantadoras de pesas de la Europa del Este. (Si, a pesar de todo, un buen día decidían convertirse en levantadoras de pesas de la Europa del Este, ella aceptaría estoicamente su decisión y los apoyaría. Pero no quería imponerles ese destino.) Paul ayudaba a financiar el entusiasmo cárnico de los niños. No racaneaba con el dinero. Se sentía culpable por todo. Se quedaba la cantidad suficiente para ir tirando, pero le pasaba todo el resto.
De todos modos, todavía debían faltar unos diez minutos para llegar al peliagudo momento de decidirse a entrar o no entrar. El precio y la calidad de la carne resultaban atractivos para los vecinos de este barrio londinense, por lo que se formaban largas colas y los clientes se tomaban su tiempo una vez que conseguían entrar. Emma Baker estaba dando rienda suelta a su obsesión con el sexo aquí y ahora, y a ella esto la irritaba sobremanera.
–¿Sabes qué? Te envidio –le dijo Emma.
Lucy no le respondió. El laconismo era su única arma. Visto desde fuera era probable que pareciese inútil, porque Emma no iba a dejar de soltarle el rollo, pero cualquier tentativa de responderle daría como resultado un chorreo imparable.
–Vas a acostarte con alguien con el que nunca te has acostado.
A Lucy esto no le parecía especialmente envidiable, en el sentido de que, si llegaba a suceder, no era algo que pudiera considerar un logro. Era, después de todo, un futuro abierto a la mayoría de las personas sin discapacidades de este mundo, que podían o no aprovechar la oportunidad si se les presentaba. Pero la actual soltería de Lucy provocaba que Emma sacase una y otra vez este tema. Para Emma, que llevaba un montón de años casada con un hombre cuya ineptitud en la cama y en todos los demás aspectos de la vida ella no hacía esfuerzo alguno por ocultar o matizar, el divorcio significaba sexo, lo cual a Lucy le parecía paradójico y/o absurdo, dado que según su experiencia hasta el momento significaba nada de sexo. En otras palabras, la soltería de Lucy le proporcionaba a Emma una pantalla en la que proyectar sus inagotables fantasías.
–¿Qué es lo que buscas en un hombre?
En la realidad o en la mente de Lucy, la cola avanzaba más lenta que nunca.
–Nada, no busco nada.
–¿Y entonces cuál es el propósito de lo de esta noche?
–No tiene ningún propósito.
Sus respuestas explicaban una minúscula parte de una historia muy larga. De hecho, las palabras «nada», «no» y «propósito» podrían haber sido pescadas al azar de una historia muy larga por algún tipo de artista textual para darles un sentido irónico en contraste con las verdaderas intenciones del narrador.
–Higiene –soltó de pronto Lucy.
–¿Qué?
–Eso es lo que busco.
–Venga ya, chica. Puedes aspirar a algo más.
–La higiene es importante.
–¿No buscas a un tío guapo? ¿O divertido? ¿O que sea bueno en la cama? ¿Alguien que no tenga nunca un gatillazo? ¿Alguien al que le encante hacer sexo oral?
Detrás de ellas, alguien soltó una risita. Dado que en estos momentos el resto de la cola permanecía en silencio, era bastante probable que la causante de las risitas hubiera sido Emma.
–No.
De nuevo, una respuesta seca que no decía la verdad, ni total ni parcialmente.
–Vaya, pues eso es lo que buscaría yo.
–Estoy descubriendo más cosas de las que querría sobre David.
–Al menos es limpio. La mayor parte del tiempo huele como James Bond.
–Bueno, ahí lo tienes. No posee ninguna de las virtudes que dices buscar en un hombre, y sin embargo sigues con él.
Ahora que lo pensaba –y la verdad es que no había pensado en ello hasta principios de esa semana–, la higiene era más importante que cualquier otra cualidad en la que pudiera pensar. Imaginemos que Emma pudiera conseguir una potencial pareja que poseyese cada uno de los rasgos de carácter y atributos que ella deseaba, o al menos aquellos que a Lucy podían ocurrírsele entonces, allí mismo, en la cola de la carnicería, cuando no sabía ni qué decir. Imaginemos que a este hombre improbable le encantasen las flores frescas y las películas de Asghar Farhadi, que prefiriese la ciudad al campo, que leyese novelas –buenas novelas, no novelas sobre terroristas y submarinos–, que, sí, de acuerdo, le encantase tanto dar como recibir sexo oral, que fuese cariñoso con los hijos de ella, que fuera alto, moreno, apuesto, solvente, inteligente, liberal, estimulante.
Pues bien, pongamos que este tío aparece para llevársela a cenar a algún sitio tranquilo, elegante y de moda, y ella nota de inmediato que el tipo apesta. Vaya, pues ahí se acabaría la historia, ¿no? Ya nada podría arreglar la situación. Una mala higiene lo fastidiaba todo. Igual que la falta de tacto, tener antecedentes por violencia doméstica, o incluso que haya simples rumores al respecto, o defender puntos de vista inaceptables sobre temas raciales. Oh, y también estar enganchado al alcohol o a las drogas, aunque eso último ya no había ni que plantearlo, visto todo lo que había sufrido Lucy. La ausencia de aspectos negativos era mucho más relevante que la presencia de cualquier aspecto positiv...

Índice

  1. Portada
  2. Primera parte. Primavera de 2016
  3. Segunda parte. Otoño de 2016
  4. Tercera parte. Primavera de 2019
  5. AGRADECIMIENTOS
  6. Notas
  7. Créditos