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Huesos en el desierto
Descripción del libro
El lugar: Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, en la frontera de Méjico con Estados Unidos. La historia: una ola de crímenes brutales absolutamente real. Esta crónica periodística indaga en los bárbaros asesinatos en serie cometidos en esa zona y repetidos año tras años, incluyendo niñas violadas y torturadas, cuyos cadáveres son arrojados al desierto. Un rastro de sangre que conduce a una trama de complicidades y silencios entre homicidas, policías, autoridades locales, ciudadanos prominentes y el gobierno de la República al más alto nivel. Un libro-denuncia de una realidad escalofriante.
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Información
1. LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA
Hubo en el origen un deslizamiento fuera de los límites.
Entre 1993 y 1995, los cadáveres de 30 mujeres víctimas de homicidios dolosos en Ciudad Juárez, Chihuahua, formaban parte de una trama compleja de violencia sexual, cantinas, bares, bandas delincuenciales e inculpaciones mutuas entre diversos protagonistas de la vida colectiva.
Era el núcleo de una sociedad desgarrada que comenzaba a confrontar sus flaquezas culturales. Y hacía del espacio público la arena de sus diferencias y contrastes extremos. La sobrepoblación, la penuria urbana, la violencia externa o intrafamiliar, las inercias de género –presentes en muchas otras partes de la República mexicana– transformaban lo cotidiano en una pesadilla singular. Sobre todo para las mujeres, la mitad de la población, poco más de 400.000 de ellas.
Cualquier frontera del norte de México conforma un territorio idóneo que urde el anonimato radical de los migrantes. Para los menos de ellos, la «línea» fronteriza implica una nueva identidad, para los más, aquélla encarna la experiencia del tránsito de México hacia Estados Unidos, la pérdida de la identidad natal y la búsqueda de otra nueva, volátil, proclive a enfrentar riesgos. Una golpiza policiaca, estafas, robos, cohechos, o hasta la muerte.
La promesa de mejoría que entraña lo peor. El anverso y el reverso de la violencia: la casa y la calle.
En 1995, se reportaron en Ciudad Juárez 1.307 delitos sexuales, de los que el 14,5 % fueron violaciones a mujeres, poco menos de 200. Durante el primer trimestre de 1996, el número de delitos reportados aumentó 35 % respecto del año anterior.
Asimismo, a mediados de los años noventa, las autoridades reconocían la existencia de 400 pandillas urbanas que tendían a contender con las imposibilidades policiacas.
–A twilight zone..., una dimensión crepuscular, desconocida –señalaba Robert K. Ressler al describir la frontera en entrevista con Rossana Fuentes Berain para el diario Reforma, de la Ciudad de México. E incluía en este rango a Ciudad Juárez, y los homicidios contra mujeres que ya causaban alarma en México y comenzaban a trascender al exterior del país.
–Es una zona que por su naturaleza misma, por el tráfico de personas y de drogas, se convierte en una dimensión desconocida –repetía el célebre investigador estadounidense de asesinatos seriales.
En aquel momento, era casi obligatoria la consulta con este experto. Robert K. Ressler había sido el asesor de la película El silencio de los inocentes, que dirigió Jonathan Demme en 1991. En todo el planeta, la figura del asesino serial que impuso tal película se convirtió en el emblema de la criminalidad contemporánea. La mezcla aviesa del depredador humano, la bestia sexual, la mente superior y el gesto elegante de quien considera el asesinato una más de las bellas artes.
Robert K. Ressler, desde las oficinas directivas de su empresa Forensic Behavioral Services en Fredericksburg, en Virginia, Estados Unidos, atendía los requerimientos telefónicos de la prensa internacional entre las pausas de sus múltiples viajes a Japón, Gran Bretaña o Sudáfrica. Y concluía, ominoso, sus atentas consideraciones sobre los homicidios contra mujeres en Ciudad Juárez:
–Aunque desconozco a fondo el caso mexicano, prevengo que los homicidios allá van a continuar. Se necesitaría una investigación científica al respecto.
En los siguientes años, tal indagatoria estaría ausente. Acostumbrado al análisis de indicios y patrones de conducta sutiles, Ressler conjeturaba, por ejemplo, que sería posible pensar que quien ha golpeado o violado a una mujer alguna vez puede volver a hacerlo. Sobre todo, en ausencia de un castigo real a su conducta. Al opinar aquello, quizás vislumbraba también el destino que le aproximaría en un futuro próximo a Ciudad Juárez.
El verano de 1995 había traído allá un clima de tensiones: aparecieron los cuerpos de tres mujeres jóvenes en Lote Bravo, una zona semidesértica al sur de Ciudad Juárez, Chihuahua, en las cercanías del aeropuerto local.
En las semanas siguientes, se añadieron más cuerpos.
Las muertas estaban semidesnudas, boca abajo y estranguladas. Vestían ropa análoga: playera y pantalones vaqueros. Eran delgadas, de piel morena y cabellos largos.
Las autoridades dijeron identificar sólo a tres, oriundas de Juárez: Elizabeth Castro García (17 años), Silvia Rivera (17) y Olga Carrillo (20). Al parecer, habían sufrido violación. La sociedad juarense estaba conmocionada, y los medios de comunicación dedicaron amplios espacios al «Estrangulador» o «Depredador» fronterizo.
En los meses siguientes, diversos grupos civiles como el Comité Ciudadano de Lucha contra la Violencia, los de Radio Banda Civil llamados «Frecuencias» o el 8 de Marzo tendrían un papel protagónico en el caso al demandar el esclarecimiento de los crímenes, o colaborar en la búsqueda de más cuerpos. Era una atmósfera de psicosis colectiva que inquietaba al gobierno del conservador Partido Acción Nacional (PAN), entonces en el poder estatal desde 1992.
El vocero de la Policía Judicial del Estado de Chihuahua (PJECH), Ernesto García, declaraba:
–Alertamos a la comunidad para evitar que las mujeres transiten por lugares desconocidos o a obscuras. Que vayan acompañadas y de ser posible carguen un spray de gas lacrimógeno para defenderse.
Era una advertencia que denotaba las limitaciones policiacas.
A mediados de septiembre, el gobernador Francisco Barrio Terrazas recomendaría también un extremo cuidado a las mujeres, mientras el procurador Francisco Molina Ruiz ofrecía 1.000 dólares de recompensa a quien proporcionara datos sobre «El Depredador».
Los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez superaban por mucho los expedientes históricos de un Gregorio «Goyo» Cárdenas, culpable del asesinato de cuatro mujeres en la Ciudad de México en el verano de 1942. O igualaba el de las hermanas Delfina y María de Jesús González, «Las Poquianchis», que asesinaron a 80 mujeres en San Francisco del Rincón, Guanajuato, en un periodo de diez años que culminó en 1964. Estos crímenes recordaban también los homicidios de Andréi Chikatilo, el llamado «Carnicero de Rostov», que en el ocaso de la Unión Soviética, entre 1978 y 1990, había asesinado, mutilado y devorado en algunos casos a 52 niños y jovencitas. El fantasma del asesino serial estaba en la atmósfera de la época.
El 3 de octubre de 1995, la PJECH detuvo al egipcio Abdel Latif Sharif Sharif, un químico que llevaba poco tiempo de vivir en Ciudad Juárez después de una residencia de dos décadas en Estados Unidos. Tenía 49 años de edad y sus antecedentes penales le hacían sospechoso de antemano: 14 denuncias en juzgados estadounidenses por violación y atentados al pudor, se divulgó. Una joven a la que había conocido en un bar juarense le acusaba de violación, secuestro y lesiones, lo que había llamado el interés de las autoridades.
La Policía Judicial del Estado le incriminaría por los asesinatos contra mujeres descubiertos en agosto y septiembre. En privado y ante un grupo de periodistas, el gobernador Barrio Terrazas le declaró culpable de aquellos crímenes, la psicosis colectiva parecía menguar.
Todo indicaba que los homicidios de Ciudad Juárez exponían la violencia, el sexo y el ocio entrelazados. Ya se tenía en la cárcel a un asesino serial al estilo de las películas de Hollywood. Pero el deseo de exactitud permanecía entre el público.
En su libro Catching Serial Killers, el policía estadounidense Earl James definió así al asesino serial: «es aquel que mata a más de una víctima en un periodo dado de tiempo, con un lapso entre los asesinatos para enfriar lo acontecido. El Federal Bureau of Investigations (FBI) requiere el asesinato de tres víctimas en un periodo de tiempo para que el crimen sea colocado en dicha categoría».
A su vez John E. Douglas, el legendario policía, compañero y amigo de Ressler en el FBI, ya precisaba los rasgos de un homicidio sexual en su Crime Classification Manual. Este tipo de crimen «implica un elemento (o actividad) sexual como el fundamento de la secuencia de actos que conducen a la muerte», expresa Douglas, ya que «la representación y el significado de este elemento sexual varía de acuerdo con quien lo realiza. El acto puede incluir desde la violación con penetración (ya sea antes o después de la muerte) hasta el asalto sexual simbólico, por ejemplo, la inserción de objetos extraños en los orificios de la víctima».
En octubre, Diario de Juárez publicó un texto al que se llamó el «Diario de Richy», que una persona recogió en la calle, cerca de una conocida frutería de la ciudad. Se trataba de un mazo de hojas tamaño carta unidas por la parte superior con un listón. Mediante una caligrafía dispersa se describían actos de extrema violencia sexual contra mujeres. Algunos dibujos torpes completaban el texto, y era asombrosa la similitud descrita allí con las agresiones que sufrieron las muertas de Lote Bravo.
De inmediato, la Subprocuraduría General de Justicia de la Zona Norte del Estado de Chihuahua (SPGJZNECH) realizó un análisis grafológico para determinar si los trazos provenían de la mano de Sharif Sharif. El resultado fue negativo. Las autoridades desestimaron la autenticidad y pertinencia del «Diario de Richy». Era el desvarío de algún pervertido que quería aprovecharse del escándalo público, se dijo.
La palabra del gobernador Barrio Terrazas pesaba demasiado, pero tal vez más el clamor de los estereotipos: la consigna oficiosa entre los cuerpos policiacos mexicanos era que el asesino en serie no podía ser un mexicano. Debía ser un extranjero. No había alternativa. Contra las opiniones de expertos como Ressler, que reconocían que la mayoría de los casos de asesinos en serie se han registrado en Estados Unidos y son hombres caucásicos o blancos, prevalecieron las acusaciones contra el egipcio.
Advertía aquel ex agente del FBI:
–Las conductas aberrantes no tienen nacionalidad... además, el asesino en serie siempre deja una marca personal en la superficie, algo que le identifica, por ejemplo, los zapatos al lado de la víctimas podrían ser una firma.
El 15 de diciembre de 1995, a pesar de tener en prisión a Sharif Sharif, se halló otro cuerpo, menos de 12 horas después de haber muerto la víctima.
La única pista considerable era una medalla de La Virgen de la Caridad del Cobre: la muerta, una adolescente, estaba desnuda de la cintura hacia abajo. Tenía atadas las manos con las agujetas de sus propios zapatos tenis y presentaba huellas de estrangulamiento. Los indicios eran claros: así habían encontrado otros cuerpos en el verano.
Poco después, se sabría el nombre de la muerta: Rosa Isela Tena Quintanilla, de 14 años.
Ressler había subrayado que la revisión cuidadosa del lugar del crimen era fundamental. Así como el estudio de los patrones de conducta y el análisis psicológico que pudieran conducir a un perfil del asesino.
Se sabría que más de una de las víctimas del verano apareció atada de manos con las agujetas de sus propios zapatos. Éstos aparecieron al lado de las víctimas, como si fuera un guiño fetichista.
Durante los siguientes meses se hallarían más cuerpos.
La tercera semana de marzo de 1996, las autoridades trataron de encausar a Sharif Sharif por el asesinato de Silvia Rivera, hallada en Lote Bravo, pero el juez quinto de lo Penal, Nezahualcóyotl Zúñiga, declaró insuficiencia de pruebas al respecto.
El 15 de abril, las autoridades anunciaron la detención de 8 presuntos responsables de los crímenes de 17 jovencitas, la banda «Los Rebeldes», encabezada por Sergio Armendáriz «El Diablo». «Las líneas de investigación», afirmaban las autoridades, señalaron «la presencia de dichas personas en centros de diversión nocturna conocidos como el Joe’s Place, La Tuna, El Fiesta, El Alive.» También expresaron que los «datos ofrecidos por los presuntos implican de manera contundente y clara al egipcio Abdel Latif Sharif Sharif, quien enfrenta un proceso relacionado con el delito de violación».
La acción de la policía local para detener a «Los Rebeldes» desató la alarma pública sobre la presencia de menores en los antros de la zona roja de la ciudad: la avenida Juárez, o la calle Mariscal, las inmediaciones del Paso del Norte, los bares de la calle Mejía y Azucenas, entre otra gran cantidad de bares y cantinas. El Vértigo, Willys, Casino Deportivo, Manhattan. O el Noa-Noa. El reino de las tribus de jóvenes de ambos sexos llamados «Cholos» (pandilleros urbanos de camisas y pantalones holgadísimos, zapatos tenis o botas de exploradores y gorras de jugadores de base-ball). O bien, «Cheros», vaqueros (grupos vestidos de cowboys y cowgirls al estilo del Viejo Oeste mezclado con lo ranchero mexicano).
Las autoridades de Ciudad Juárez informaban que muchos de esos lugares tenían licencia de restaurantes, por lo que se desconocía su número exacto. Un centenar de personas urdían allí el lenocinio y el tráfico de drogas: los «giros negros» como se les conoce en México a estos negocios. De acuerdo con el Ayuntamiento, sólo entre octubre de 1995 y abril de 1996 se habían abierto diez nuevos centros nocturnos.
Pero pronto comenzó a resquebrajarse la rectitud de aquellas detenciones y la campaña moralista que trajo consigo.
El 19 de abril, la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) denunció que seis de los ocho testigos de cargo presentados por la Subpr...
Índice
- PORTADA
- AGRADECIMIENTOS
- PRÓLOGO A LA TERCERA EDICION
- PREFACIO
- 1. LA DIMENSIÓN DESCONOCIDA
- 2. EL MAPA DIFÍCIL
- 3. UNA MUCHACHA PARA NUNCA JAMÁS
- 4. CRIMINÓLOGOS RODANTES
- 5. CUENTOS CRUELES
- 6. «¡ARRIBA EL NORTE!...»
- 7. LA MALDICIÓN DE LA TÍA BRUJA
- 8. BAÑO DE SANGRE EN LA FRONTERA
- 9. UN SUPERDETECTIVE EN LA DIMENSIÓN
- 10. LA PEQUEÑA HOLANDESA
- 11. MUERTAS SIN FIN
- 12. LOS MOTIVOS DEL LOBO
- 13. POLICÍAS BAJO SOSPECHA
- 14. LA DEFENSA IMPOSIBLE
- 15. LA FAMILIA FELIZ
- 16. LA CIUDADANA X
- 17. CAMPOS DE ALGODÓN
- 18. LA VIDA INCONCLUSA
- EPÍLOGO PERSONAL
- FUENTES
- PROTAGONISTAS
- INFOGRAFÍA
- POSTFACIO A LA TERCERA EDICION
- FUENTES
- CRÉDITOS