Que empiece la fiesta
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Que empiece la fiesta

  1. 336 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

«No se salva nadie, ni siquiera el autor; como si dijese a los lectores: así están las cosas, amigos» (Diego De Silva, Corriere della Sera)

rico constructor Sasà Chiatti organiza en su residencia de Villa Ada, en Roma, una fiesta que será el acontecimiento más grande de la República italiana. Entre cocineros búlgaros, cirujanos estéticos, actrices, futbolistas, tigres, elefantes, el conocido escritor Fabrizio Ciba y las Bestias de Abadón, la desquiciada secta satánica de Oriolo Romano, protagonizan una aventura de héroes y comparsas que dan vida a una grandiosa y disparatada comedia humana. Con su humor irresistible, Ammaniti plasma los vicios y las pocas virtudes de nuestra época. Y al final sólo quedan los restos de una cultura fatua y cansada, incapaz de tomarse en serio su propia ruina. Una novela que confirma a Ammaniti como la gran fi­gura literaria italiana de su generación, alabado por la crítica, galardonado con el Strega y el Viareggio, los premios más prestigiosos, con incontables lectores y traducido a 44 lenguas.

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Información

Año
2011
ISBN del libro electrónico
9788433933065
Categoría
Literature

Segunda parte

La fiesta

Soy un gran farsante que finge alegría.
TIZIANO FERRO, A mi edad
Cuando comen al aire libre los romanos suelen debatir cuál es el parque más bonito de la ciudad. Al final, como no podía ser menos, se disputan el podio Villa Doria Pamphili, Villa Borghese y Villa Ada.
Villa Doria Pamphili, en Monteverde, es el parque más extenso y escenográfico; Villa Borghese, en el centro de la ciudad, el más famoso (¿quién no conoce la terraza del Pincio, desde la que se goza de una inolvidable vista del centro de Roma y de la piazza del Popolo?); Villa Ada es, de las tres, la más antigua y salvaje.
Al modesto entender del autor de esta historia, Villa Ada se lleva la palma. Es un parque vastísimo, de cerca de ciento setenta hectáreas de bosque, prado y matorral comprendidas entre via Salaria, el viaducto de Olimpica y el centro deportivo de Acqua Acetosa. Aún lo pueblan ardillas, topos, erizos, conejos, puercoespines, garduñas y una rica variedad de aves. Quizá debido a su total abandono y falta de cuidado, en cuanto entra uno en él tiene la sensación de hallarse en pleno bosque. La ciudad y sus ruidos se desvanecen y todo son pinos centenarios, bosquecillos de laurel, senderos fangosos que serpentean entre zarzamoras tupidas y troncos caídos, campos de ortigas y grandes prados y herbazales. Entre la espesura se entrevén viejos edificios cubiertos de hiedra, fuentes levantadas por higueras silvestres y búnkers que no se sabe para qué servían. Quien no conozca bien el parque, mejor hará en no aventurarse en él solo, pues podría perderse durante varios días. Y en el subsuelo se hallan las catacumbas de Priscila, en las que los primeros cristianos sepultaban a sus muertos.
Al norte, a orillas de un gran lago artificial, se eleva una colina arbolada, Forte Antenne, así llamada porque a finales del siglo X I X el ejército italiano la fortificó para defender la ciudad de los franceses. Cuando Roma no existía, en aquel punto se asentaba ya la antigua ciudad de Antemnae, nombre que, según el historiador romano Varrón, deriva de ante amnes («frente a los ríos»), porque allí confluyen los ríos Aniene y Tíber. Desde este enclave dominaba la ciudad el tráfico fluvial que iba a la isla Tiberina. En 753 a. C., Rómulo la tomó, a sus habitantes se les concedió la ciudadanía romana y sus tierras fueron colonizadas. En el siglo III la ciudad decayó y fue abandonada. En las cimas de Antemnae, en la época de la decadencia de Roma, se establecieron los godos de Alarico que, procedentes del norte, se disponían a conquistar la ciudad. Nada más sabemos durante siglos, y hemos de esperar al X V I I para conocer que la zona, distante aún de la ciudad, era propiedad agrícola del Colegio Irlandés. Años después, en 1783, la compró el príncipe Pallavicini, que construyó una villa. A mediados del siglo X I X , la propiedad pasó a manos de los príncipes Potenziani, y en 1872 la adquirió la familia real, que hizo de ella su residencia romana. Víctor Manuel II, amante del arte venatorio, compró los terrenos colindantes e hizo de la zona su coto de caza.
Su sucesor en el trono, Humberto I, prefirió trasladarse, con corte y todo, al Quirinal, y la villa fue vendida por quinientas treinta y una mil liras al conde suizo Tellfner, administrador de los bienes reales, que la bautizó con el nombre de su mujer, Ada, de quien al parecer estaba perdidamente enamorado.
En 1900 el rey Humberto I fue asesinado por un anarquista. El sucesor, Víctor Manuel III, decidió habitar de nuevo en la villa del abuelo, que fue así residencia oficial de los monarcas hasta 1946, año en que, con la caída de la monarquía, el rey y sus parientes se vieron obligados a exiliarse.
El parque pasó a ser propiedad del Estado italiano, a excepción de Villa Reale, que los Saboya regalaron al gobierno egipcio en pago de la hospitalidad recibida durante su exilio de 1946. El edificio se convirtió en la embajada de Egipto.
El Estado hizo de Villa Ada un parque municipal. Se trazaron nuevas alamedas y paseos, se habilitaron rutas deportivas, se crearon lagos artificiales y se plantaron muchas especies de árboles foráneos.
En 2004, para llenar las vacías arcas municipales, el ayuntamiento de Roma puso a la venta el parque por la astronómica cifra de trescientos millones de euros.
La subasta tuvo lugar en el Campidoglio el 24 de diciembre, ante la protesta de los ciudadanos de Roma, furiosos por lo que ha pasado a los anales capitolinos con el nombre de «el gran robo». Pujaron personajes y entidades de primer orden, como el miembro de U2 Bono, el empresario ruso Román Arkádievich Abramovich, Paul McCartney, Air France y una serie de bancos suizos.
Contra todo pronóstico, el parque acabó adjudicándose, por la cantidad de cuatrocientos cincuenta millones, a Salvatore Chiatti, alias Sasà, un empresario campano de origen oscuro que en los años noventa logró amasar una inmensa fortuna en bienes inmuebles, y que estuvo en la cárcel por evasión fiscal y hurto de ganado, hasta que se le concedió el indulto y fue puesto en libertad.
Días después de la subasta, en una entrevista para el periódico Il Messaggero, el empresario justificó así la compra: «De pequeño, mi madre me llevaba siempre al parque. La he comprado por nostalgia.» Era mentira: Chiatti pasó su infancia en la localidad campana de Mondragone, trabajando en el taller de su padre, mecánico. A la pregunta del periodista sobre qué pensaba hacer con el parque, contestó:
«Será mi residencia romana.»
Durante un par de años el parque estuvo cerrado. Los habitantes de la zona crearon una plataforma para pedir su restitución a la comunidad, arguyendo que Chiatti la había comprado con fines especulativos y estaba buscando socios extranjeros para convertirlo en un área residencial, con campos de golf, club de equitación y una pista para coches de carreras.
Las obras empezaron en 2007. Elevaron los muros perimetrales a una altura de diez metros, los remataron con alambre de espino y construyeron, cada cincuenta metros, torretas de vigilancia provistas de numerosas cámaras de vídeo.
La marquesa Clotilde, viuda del general Farinelli, que desde su ático de via Salaria atisbaba, entre las frondas de los árboles, un poco del parque, declaró a un periodista de la revista Panorama que veía un constante ir y venir de obreros y trabajadores que plantaban y talaban árboles, y que un día había visto dos jirafas y un rinoceronte. La mujer tenía setenta y ocho años y un principio de Alzheimer, y el periodista dio poco crédito a sus palabras.
Pero la señora tenía razón.
Sasà Chiatti había hecho hacer pantanos, ríos, arenas movedizas, y estaba repoblando el parque. Y había comprado osos, focas, tigres, leones, jirafas, zorros, loros, grullas, garzas, macacos, monos de Berbería, hipopótamos y pirañas de zoológicos desmantelados y circos del Este en quiebra, y los dejó sueltos por las ciento setenta hectáreas del parque. Nacidos y criados en cautividad, todos los animales eran mansos y dependían para su alimentación de la mano del hombre: vivían en un paraíso natural en el que las reglas elementales de la relación presa-predador no existían. Con el tiempo, aquella fauna heterogénea llegó a una especie de equilibrio. Cada especie se creó un nicho ecológico propio. Los hipopótamos se instalaron en el lago a cuya orilla se alzaba el viejo bar y allí se quedaron, los cocodrilos y las pirañas colonizaron el otro lago artificial, a un paso de columpios y toboganes. Los leones y los tigres se establecieron en el Monte Antenne. Los murciélagos australianos, alimañas de seis kilos, se adueñaron de las catacumbas. Y en la gran pradera que se extendía al pie de la ex embajada, pastaron ñúes, cebras, camellos y manadas de búfalos que Sasà mandó traer directamente de Mondragone.
La fauna aviar dio más problemas. Stefano Coppé, que yacía tendido en el suelo junto a su Burgman 250 tras ser embestido por un Opel Meriva en el cruce de las calles Salaria y Olimpica, vio evolucionar en el cielo una bandada de buitres y comprendió que la cosa se presentaba muy mal. En el balcón de los Rossetti, en via Taro, fue a anidar una pareja de cóndores que destrozaron a Anselmo, el gato atigrado que quiso defender el balcón desesperadamente. Los deportistas de Acqua Acetosa vieron milanos y lechuzas posados en los palos de las porterías de rugby. Al pescadero de via Locchi se le llevó una lubina de tres kilos un pigargo oriental. Sobre los parabrisas de los coches que circulaban por la circunvalación llovían cagadas de loros y tucanes.
La idea de Sasà Chiatti era sencilla y a la vez grandiosa: quería inaugurar la villa dando una fiesta tan exclusiva y magnífica que fuera recordada en las crónicas de los siglos futuros como el acontecimiento mundano más grande de la historia de la República italiana. Y con ello trocar su fama de turbio empresario de la...

Índice

  1. Portada
  2. Primera parte Génesis
  3. Segunda parte La fiesta
  4. Tercera parte Katakumba
  5. Cuarta parte Cuatro años después
  6. Créditos
  7. Notas