
- 272 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La herencia de Wilt
Descripción del libro
«Sharpe es un maestro de la sátira, vengativo y furioso, el Swift de nuestros días, el rey de la caricatura más desaforada» Evening Standard
«El gran señor del humor negro británico» (Punch) sigue cabalgando. Ahora nos obsequia con La herencia de Wilt, el quinto título protagonizado por su más popular e inefable personaje. Su talento para buscarse líos y complicaciones es inagotable, tanto en el politécnico ahora ascendido a universidad (ascenso que no repercute en su salario) como en su casa, con Eva, su cada vez más temible esposa, y con sus cuatrillizas, cada día más feroces y con mayores exigencias económicas.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a La herencia de Wilt de Tom Sharpe, Gemma Rovira en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Literatura general. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura general1
Wilt iba camino de la Universidad de Fenland en su coche. Estaba de un humor de perros porque la noche anterior había discutido con Eva, su mujer, sobre lo que les estaba costando llevar a sus cuatro hijas a un internado cuando, en opinión de Wilt, les iba estupendamente en el Convento, su antiguo colegio. Sin embargo, Eva se había mostrado inflexible: las cuatrillizas tenían que seguir estudiando en el colegio privado.
–Necesitan aprender buenos modales, y eso no se lo enseñaban en el Convento. Además, dices tantos tacos que se han vuelto unas malhabladas, y eso no pienso tolerarlo. Están mucho mejor lejos de casa.
–Si tuvieras que rellenar formularios totalmente inútiles y fingir que enseñas Informática a los analfabetos que me endilgan a mí, y que en realidad entienden mucho más que yo de esos jodidos aparatos, tú también soltarías tacos –había replicado Wilt, y había optado por no señalar que, desde que habían alcanzado la adolescencia, el repertorio de obscenidades de las cuatrillizas superaba el suyo con creces–. No puedo permitirme el lujo de seguir pagando tanto dinero durante quién sabe cuántos años sólo para que tú puedas presumir delante de tus malditas vecinas de dónde estudian tus malditas hijas. El Convento ya me costaba una pequeña fortuna, lo sabes muy bien.
En fin, que había sido una velada de lo más desagradable. Y lo peor era que Wilt no exageraba. Su sueldo era tan miserable que no sabía cómo iba a seguir pagando las facturas del internado sin rebajar el modesto estilo de vida que llevaba su familia. Como simple jefe del llamado Departamento de Comunicación, le pagaban menos que a los jefes de los departamentos académicos, a los que habían recalificado como profesores universitarios cuando la Escuela Politécnica Fenland se había convertido en universidad y que, en consecuencia, ganaban mucho más que él. Como es lógico, Eva había comentado ese detalle varias veces durante la discusión.
–Si hubieras tenido agallas para marcharte hace años, como hizo Patrick Mottram, quizá ahora tendrías un trabajo decente y mucho mejor pagado en una universidad como Dios manda. Pero... ¡ah, no!, tú tenías que quedarte en esa estúpida escuela politécnica porque «Allí tengo demasiados buenos amigos». ¡Menuda sandez! A ti lo que te pasa es que no tienes valor para largarte, ni más ni menos.
Al oír eso, Wilt cogió y se largó. Cuando volvió del pub, decidido a hablar seriamente con Eva de una vez por todas, resultó que ella había desistido y se había ido a la cama.
Pero al día siguiente, cuando entraba en el aparcamiento de la «universidad», Wilt tuvo que admitir que su mujer tenía razón. Debería haberse ido años atrás. Odiaba el maldito Departamento de Comunicación y, de hecho, le quedaban poquísimos amigos allí. Seguramente también debería haber dejado a Eva. Pensándolo bien, no debería haberse casado nunca con una mujer tan condenadamente mandona. Eva no conocía el concepto de moderación, y las cuatrillizas eran una prueba fehaciente de ello.
Wilt se desanimó aún más cuando pensó en sus hijas, cuatro réplicas exactas de su espantosa mujer y tan gritonas y autoritarias como su madre. Mejor dicho: más gritonas y autoritarias que Eva, dado el efecto combinado de sus cuádruples esfuerzos. Las cuatro hermanas se pasaban el día enzarzadas en riñas absurdas e interminables, y Wilt estaba convencido de que el día de su nacimiento fue cuando empezó a mermar su valor para largarse.
Durante una breve época de la primera infancia de las niñas, dominada por los cambios de pañales, los biberones y la asquerosa papilla infantil con que Eva insistía en cebarlas, Wilt había abrigado grandes esperanzas para su prole, imaginando que les esperaba un futuro magnífico. Pero a medida que se hacían mayores, cada vez se comportaban peor, y pronto pasaron de atormentar al gato a torturar a los vecinos; aunque era imposible responsabilizarlas de nada, porque las cuatro eran idénticas. Al menos, ahora que estaban internas su padre no tenía que soportarlas, si bien esa liberación le estaba saliendo carísima.
Cuando llegó al trabajo, Wilt se animó al encontrar encima de su mesa una nota dentro de un sobre cerrado. Era del jefe de Administración, el señor Vark, y en ella le comunicaba que no se precisaba su presencia en la reunión del Comité de Distribución Académica, recientemente creado. Wilt dio gracias a Dios por no tener que asistir a la reunión. No creía tener la paciencia necesaria para soportar otra sesión interminable dedicada a pasar hojas y más hojas de papel y emitir dictámenes importantísimos que no afectaban a nada.
Esa circunstancia le hizo sentirse un poco mejor. Fue a ver cómo estaban las aulas, pero las encontró prácticamente vacías, con excepción de unos pocos alumnos que jugaban con los ordenadores. Faltaba una semana para que terminara el trimestre de verano, y como no había exámenes a la vista, la mayoría del profesorado y de los alumnos no encontraban ningún motivo para acercarse por allí. Y no es que aquellos vagos cabrones asistieran mucho a clase. Wilt, que había vuelto a su mesa, estaba intentando una vez más descifrar el horario del trimestre siguiente cuando Peter Braintree, el profesor de Literatura, se asomó por la puerta.
–¿Vienes a la nueva reunión absurda de Vark, Henry? –le preguntó.
–No, no voy. Vark me ha enviado una nota en la que me comunica que no hace falta que vaya, y por una vez le obedeceré.
–Y yo no te lo reprocharé. Vaya manera de perder el tiempo. Ojalá pudiera librarme yo también, porque tengo montones de exámenes por corregir. –Braintree hizo una pausa–. Supongo que no te habrás planteado...
–No, no me lo he planteado –replicó Wilt sin vacilar–. Corrige tus propios exámenes. ¿No ves que estoy ocupado? –Agitó una mano con displicencia señalando el horario que tenía delante–. Estoy intentando meter el Futuro Digital en la tarde del jueves.
Ya hacía mucho tiempo que Braintree había desistido de descifrar los comentarios más crípticos de Wilt. Se limitó a encogerse de hombros y soltó la puerta, que se cerró de golpe.
Wilt dejó el horario por imposible y pasó el resto de la mañana rellenando los formularios que el Departamento de Administración se inventaba casi todos los días para justificar su elevado número de empleados, superior incluso al de docentes de la «universidad».
–Supongo que es mejor que esos capullos no anden sueltos por la calle –murmuró para sí–; y tener tantos «alumnos» hace que los datos del paro parezcan mejores de lo que son en realidad. –Notó que estaba volviendo a ponerse de mal humor.
Después de comer, pasó una hora sentado en la Sala de Profesores, leyendo los periódicos que había amontonados allí. Como de costumbre, estaban llenos de historias terroríficas. Un niño de doce años había apuñalado por la espalda a una mujer embarazada sin motivo aparente; cuatro desgraciados habían matado a un anciano a patadas en su propio garaje; y habían soltado de Broadmoor a quince asesinos dementes después de cinco años, presumiblemente con el absurdo argumento de que en ese tiempo no les habían dejado matar a nadie. Y eso sólo en el Daily Times. Wilt probó con el Graphic y lo encontró igual de repugnante. Al final se saltó las páginas de política, que estaban llenas de mentiras, y decidió salir a tomar el aire. Fue hasta el parque, y estaba dando un paseo cuando divisó una figura que le resultaba familiar sentada en un banco.
Sorprendido, Wilt comprobó que se trataba de su viejo adversario, el inspector Flint. Se le acercó y se sentó a su lado.
–¿Qué demonios hace usted aquí? –preguntó.
–Pues verá, estaba aquí sentado preguntándome qué estaría haciendo usted.
–Qué entretenimiento más aburrido. Suponía que se estaría concentrando en algo más afín a usted –dijo Wilt.
–¿Como qué?
–Pues no sé, buscando algún inocente al que detener. Eso se le da muy bien. Endilgarle delitos a quien no los ha cometido. Ya sé que estaba usted convencido de que yo era un delincuente cuando cometí la estupidez de tirar aquella monstruosa muñeca hinchable al agujero de un pilote, pero estaba borracho cuando lo hice, y además eso pasó hace mucho tiempo.
Flint asintió con la cabeza.
–Ya lo creo. Luego vino lo de las drogas, y el caso de terrorismo de Willington Road. Se vio usted implicado en todos esos sucios asuntos. No intencionadamente, de acuerdo, pero no deja de ser sospechoso que, una y otra vez, se encuentre en medio de situaciones estrambóticas. Usted debe tener, como mínimo, tendencias delictivas, o no lo sorprenderían en tantas actividades infames, ¿no le parece?
–No, no me lo parece. Y, muchas veces, a usted tampoco. Aunque he de admitir, inspector, que tiene usted una imaginación prodigiosa.
–Yo no, Henry. Le aseguro que yo no. Sólo cito a su viejo amigo y antiguo colega mío, el señor Hodge. Para usted, el comisario Hodge, por supuesto. Y puedo asegurarle que el señor Hodge no ha olvidado el atolladero en que lo metió con aquel asunto de las drogas. Todavía no lo ha superado. Si quiere que le diga la verdad, dudo que usted pudiera cometer un delito real aunque se lo pusieran en bandeja. Se le va todo por la boca.
Wilt suspiró. El inspector tenía razón, maldita sea. Pero ¿era imprescindible que todo el mundo le recordara su incompetencia?
–Bueno, y, aparte de pensar en mí, ¿qué demonios hace aquí sentado? –preguntó–. ¿Se ha jubilado o qué?
–Eso también me lo he planteado en serio –respondió Flint–. Quizá no tarde mucho en jubilarme. El capullo de Hodge se encarga de que nunca me asignen ninguna tarea interesante. Él va y se casa con la hija del jefe de policía, e inmediatamente lo ascienden a comisario, mientras que yo me quedo atado a mi mesa, rellenando formularios y haciendo sólo papeleo. Me aburro como una ostra.
–Bienvenido al club –dijo Wilt sin poder evitarlo, pese a que odiaba esa expresión–. Yo hago lo mismo: formularios, agendas, papeleo de todo tipo..., y lo único que obtengo a cambio cuando llego a casa es una bronca de Eva porque gano un sueldo miserable. Se ha empeñado en que invirtamos una pequeña fortuna para que las cuatrillizas estudien en un internado carísimo. No sé qué demonios vamos a hacer para seguir pagándolo.
Luego se pusieron a charlar de política y a despotricar de los políticos en general, y cuando Wilt miró la hora vio que era más tarde de lo que pensaba. Se preguntó si la reunión del Comité de Distribución Académica habría terminado ya.
Se despidió de Flint y regresó a su despacho. Cuando Braintree volvió a asomar la cabeza por la puerta eran más de las cuatro, y esa vez le informó de que sólo había salido un momento para ir a mear y de que el comité aún seguía discutiendo acaloradamente.
–No sabes la suerte que has tenido librándote de esa maldita reunión. Se están peleando como fieras. Por los temas de siempre, básicamente –dijo–. Bueno, sea como sea, a las seis seguro que habré terminado. ¿Me esperarás?
–Supongo. No tengo nada mejor que hacer. De buena me he librado –murmuró Wilt mientras Braintree volvía a marcharse a toda prisa. Pasó el resto de la tarde en la Sala de Profesores cavilando, distraído, sobre la valoración del inspector Flint de su capacidad para verse implicado en delitos de todo tipo. «Se me va todo por la boca», se dijo. Habría dado cualquier cosa por volver a la época de la Escuela Politécnica Fenland. En aquellos tiempos, al menos tenía la sensación de estar haciendo algo útil, aunque eso se limitara a discutir con aprendices de técnicos y hacerles pensar.
Al volver, Braintree encontró a Wilt profundamente deprimido.
–Parece que hayas visto un fantasma –comentó Braintree.
–Es que lo he visto. El fantasma del pasado y de las oportunidades perdidas. En cuanto al futuro...
–Lo que necesitas es un trago, amigo mío.
–Tienes toda la razón. Y esta vez no será una pinta de cerveza. Lo que necesito es un whisky.
–Yo también, después de esa pelea verbal.
–¿Tan mal ha ido la reunión?
–Digamos que ha ido tan mal como habría podido ir. ¿A qué pub quieres que vayamos?
–Dado mi estado de ánimo, propongo el Hangman’s Arms. Estará tranquilo y desde allí podré volver a casa andando, o al menos dando tumbos –contestó Wilt.
–¡Eso mismo! Yo pienso tomarme unas cuantas, y tampoco voy a arriesgarme a conducir. Hoy en día, esos capullos te hacen soplar nada más verte a menos de dos kilómetros de un pub.
El bar estaba vacío cuando entraron. Era un local tan deprimente como su nombre, «el verdugo», y el barman tenía pinta de haber sido verdugo en el pasado; daba la impresión de que, si se le presentaba la oportunidad, no te...
Índice
- Portada
- La herencia de Wilt
- Créditos
- Notas