Fiesta en la madriguera
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Fiesta en la madriguera

Juan Pablo Villalobos

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Fiesta en la madriguera

Juan Pablo Villalobos

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Magistral, cómico y cruelmente feliz. La novela con la que debutóJuan Pablo Villalobos.

A Tochtli le gustan los sombreros, los diccionarios, los samuráis, las guillotinas y los franceses. Pero Tochtli es un niño y ahora lo que quiere es un nuevo animal para su zoológico privado: un hipopótamo enano de Liberia. Su padre, Yolcaut, un narcotraficante en la cúspide del poder, está dispuesto a cumplir todos sus caprichos. No importa que se trate de un animal exótico en peligro de extinción. Porque Yolcaut siempre puede. Tochtli vive en un palacio. Una madriguera recubierta de oro en la que convive con trece o quizá catorce personas: matones, meretrices, dealers, sirvientes y algún político corrupto. Y además está Mazatzin, su profesor particular, para quien el mundo es un lugar lleno de injusticias donde los imperialistas tienen la culpa de todo.

Fiesta en la madriguera, una excelente y más que prometedora primera novela, es la crónica de un viaje delirante para cumplir un capricho. Cabezas cortadas, ríos de sangre, restos humanos, montañas de cadáveres. La madriguera está en México y ya se sabe: México a veces es un país magnífico y a veces es un país nefasto. Las cosas son así. La vida, al fin y al cabo, es un juego y una fiesta.

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Información

Año
2010
ISBN
9788433932884
Categoría
Social Sciences
Categoría
Criminology

Uno

Algunas personas dicen que soy un adelantado. Lo dicen sobre todo porque piensan que soy pequeño para saber palabras difíciles. Algunas de las palabras difíciles que sé son: sórdido, nefasto, pulcro, patético y fulminante. En realidad no son muchas las personas que dicen que soy un adelantado. El problema es que no conozco mucha gente. Si acaso conozco trece o catorce personas y de ésas cuatro dicen que soy un adelantado. Me dicen que parezco mayor. O al revés, que estoy chiquito para esas cosas. O al revés del revés, a veces hasta creen que soy un enano. Pero yo no pienso que soy un adelantado. Lo que pasa es que tengo un truco, como los magos, que sacan conejos de los sombreros, sólo que yo saco las palabras del diccionario. Todas las noches antes de dormir leo el diccionario. Lo demás lo hace mi memoria, que es muy buena, casi fulminante. Yolcaut tampoco piensa que soy un adelantado. Él dice que soy un genio, me dice:
–Tochtli, eres un genio, pinche cabroncito. –Y me acaricia la cabeza con sus dedos llenos de anillos de oro y diamantes.
De todas maneras son más las personas que dicen que soy curioso, siete. Y eso nada más porque me gustan mucho los sombreros y siempre uso sombrero. Usar sombrero es un buen hábito de los pulcros. En el cielo hay palomas que hacen sus necesidades. Si no usas sombrero terminas con la cabeza sucia. Las palomas son sinvergüenzas. Hacen sus cochinadas a la vista de todo el mundo, mientras vuelan. Bien podrían hacerlo escondidas entre las ramas de los árboles. Así no tendríamos que estar todo el tiempo mirando al cielo y preocupándonos por la cabeza. Pero también los sombreros, si son buenos sombreros, sirven para la distinción. O sea, los sombreros son como las coronas de los reyes. Si no eres rey puedes usar un sombrero para la distinción. Y si no eres rey y no usas sombrero terminas siendo un don nadie.
Yo no pienso que sea curioso por usar sombreros. Además lo curioso es pariente de lo feo, como dice Cinteotl. Lo que sí soy seguro es un macho. Por ejemplo: no me la paso llorando por no tener mamá. Se supone que si no tienes mamá debes llorar mucho, litros de lágrimas, diez o doce al día. Pero yo no lloro, porque los que lloran son de los maricas. Cuando estoy triste Yolcaut me dice que no llore, me dice:
–Aguántate, Tochtli, aguántate como los machos.
Yolcaut es mi papá, pero no le gusta que le diga papá. Él dice que somos la mejor pandilla de machos en al menos ocho kilómetros a la redonda. Yolcaut es de los realistas y por eso no dice que somos la mejor pandilla del universo o la mejor pandilla en ocho mil kilómetros a la redonda. Los realistas son personas que piensan que la realidad no es así, como tú piensas. Me lo dijo Yolcaut. La realidad es así y ya está. Ni modo. Hay que ser realista es la frase favorita de los realistas.
Yo creo que de verdad somos una pandilla muy buena. Tengo pruebas. Las pandillas son acerca de la solidaridad. Entonces la solidaridad es que como a mí me gustan los sombreros Yolcaut me compra sombreros, muchos sombreros, tantos que tengo una colección con sombreros de todo el mundo y de todas las épocas del mundo. Aunque ahora más que sombreros nuevos lo que quiero es un hipopótamo enano de Liberia. Ya lo anoté en la lista de las cosas que quiero y se la di a Miztli. Así hacemos siempre, porque yo no salgo mucho a la calle, entonces Miztli me compra todas las cosas que quiero por órdenes de Yolcaut. Y como Miztli tiene muy mala memoria entonces tengo que hacerle las listas. Pero un hipopótamo enano de Liberia no lo venden así tan fácil, en una tienda de mascotas. Cuando mucho en las tiendas de mascotas venden perros. ¿Pero quién quiere un perro? Nadie quiere un perro. Es tan difícil conseguir un hipopótamo enano de Liberia que puede ser que la única manera sea yendo a capturarlo a Liberia. Por eso me está doliendo muchísimo la panza. En realidad a mí siempre me duele la panza, pero ahora los retortijones me dan más seguido.
Creo que en este momento mi vida es un poquito sórdida. O patética.
Más o menos siempre Mazatzin me cae bien. Sólo me cae gordo cuando se pone estricto y quiere seguir el plan de estudios estrictamente. Por cierto, Mazatzin no me dice Tochtli. Mazatzin me dice Usagi, que es mi nombre en japonés, porque le gustan mucho todas las cosas del imperio de Japón. A mí lo que me gusta mucho del imperio de Japón son las películas de samuráis. Algunas las he visto tantas veces que hasta me las sé de memoria. Cuando las veo me adelanto y voy diciendo las pláticas de los samuráis antes que ellos. Y nunca me equivoco. Eso puedo hacerlo por mi memoria, que de veras es casi fulminante. Una película se llama El crepúsculo del samurái y se trata de un samurái viejo que le enseña a un niño las cosas de los samuráis. En una parte lo obliga a quedarse quieto y mudo por un montón de días. Le dice: «El guardián es sigiloso y sabe esperar. La paciencia es su mejor arma, como la grulla que no conoce la desesperación. Los débiles se conocen en el movimiento. Los fuertes en la inmovilidad. Mira el sable fulminante que no conoce el temblor. Mira el viento. Mira tus pestañas. Cierra los ojos y mira tus pestañas.» Y no sólo me sé de memoria esa película, me sé muchas más, cuatro.
Un día, en lugar de darme las clases, Mazatzin me contó su historia y es muy sórdida y patética. Lo que pasa es que antes hacía muy buenos negocios con los anuncios de la tele. Cobraba millones de pesos por inventar comerciales de champú y de refrescos. Pero Mazatzin estaba todo el tiempo triste, porque en realidad había estudiado para ser escritor. Aquí comienza lo sórdido: que alguien gane millones de pesos y esté triste por no ser escritor. Eso es sórdido. Total que de pura tristeza Mazatzin se fue a vivir muy lejos, a una cabaña en el medio de la nada, creo que en lo alto de un cerro. Quería ponerse a pensar y a escribir un libro sobre la vida. Hasta se llevó una computadora. Eso no es sórdido, pero es patético. El problema fue que Mazatzin no se inspiró y mientras tanto su socio, que también era su mejor amigo, le hizo una transa para quitarle todos sus millones de pesos. De mejor amigo nada, era un traidor.
Fue entonces cuando Mazatzin vino a trabajar con nosotros, porque Mazatzin es de los cultos. Yolcaut dice que los cultos son personas que se creen mucho porque saben muchas cosas. Saben cosas de las ciencias naturales, como que las palomas transmiten enfermedades asquerosas. También saben cosas de la historia, como que a los franceses les gusta mucho cortarle la cabeza a los reyes. Por eso a los cultos les gusta ser profesores. A veces saben cosas equivocadas, como que para escribir un libro tienes que irte a vivir a una cabaña en el medio de la nada y en lo alto de un cerro. Eso dice Yolcaut, que los cultos saben muchas cosas de los libros, pero que de la vida no saben nada. Nosotros también vivimos en el medio de la nada, pero no lo hacemos para inspirarnos. Lo hacemos para la protección.
De todas maneras, como yo no puedo ir a la escuela, Mazatzin me enseña las cosas de los libros. En estos días estamos estudiando la conquista de México. Es un tema divertido, con guerra y muertos y sangre. La historia es así: por un lado estaban los reyes del reino de España y por otro lado estaban los indios que vivían en México. Entonces los reyes del reino de España querían ser también los reyes de México. Así que vinieron y se pusieron a matar a los indios, pero sólo para meterles miedo y que aceptaran a sus nuevos reyes. Bueno, la verdad a algunos indios ni los mataban, nomás les quemaban los pies. Todo esta historia pone furioso a Mazatzin, porque él usa camisas de manta y huaraches como si fuera indio. Y empieza con sus discursos. Me dice:
–¡Nos robaron la plata, Usagi, nos saquearon!
Hasta parece que los indios muertos fueran sus primos o sus tíos. Patético. Por cierto, a los españoles no les gusta cortarle la cabeza a los reyes. Todavía tienen reyes vivos con la cabeza pegada al cuello. Mazatzin me mostró una foto en una revista. Eso también es muy patético.
Una de las cosas que he aprendido con Yolcaut es que a veces las personas no se convierten en cadáveres con un balazo. A veces necesitan tres balazos o hasta catorce. Todo depende de dónde les des los balazos. Si les das dos balazos en el cerebro segurito que se mueren. Pero les puedes dar hasta mil balazos en el pelo y no pasa nada, aunque debe ser divertido de mirar. Todo esto lo sé por un juego que jugamos Yolcaut y yo. El juego es de preguntas y respuestas. Uno dice una cantidad de balazos en una parte del cuerpo y el otro contesta: vivo, cadáver o pronóstico reservado.
–Un balazo en el corazón.
–Cadáver.
–Treinta balazos en la uña del dedo chiquito del pie izquierdo.
–Vivo.
–Tres balazos en el páncreas.
–Pronóstico reservado.
Y así seguimos. Cuando se nos acaban las partes del cuerpo buscamos nuevas en un libro que tiene dibujos de todo, hasta de la próstata y el bulbo raquídeo. Hablando del cerebro, es importante quitar los sombreros antes de los balazos en el cerebro, para no mancharlos. La sangre es muy difícil de limpiar. Eso repite todo el tiempo Itzpapalotl, que es la sirvienta que hace la limpieza de nuestro palacio. Sí, nuestro palacio, Yolcaut y yo somos dueños de un palacio, y eso que no somos reyes. Lo que pasa es que tenemos mucho dinero. Muchísimo. Tenemos pesos, que es la moneda de México. También tenemos dólares, que es la moneda del país Estados Unidos. Y también tenemos euros, que es la moneda de los países y reinos de Europa. Me parece que tenemos miles de millones de los tres tipos, aunque los que más nos gustan son los billetes de cien mil dólares. Y además del dinero tenemos las joyas y los tesoros. Y muchas cajas fuertes con combinaciones secretas. Por eso conozco poca gente, trece o catorce. Porque si conociera más gente nos robarían el dinero o nos harían una transa como a Mazatzin. Yolcaut dice que tenemos que protegernos. De eso se tratan también las pandillas.
El otro día vino a nuestro palacio un señor que yo no conocía y Yolcaut quería saber si yo era macho o si no era macho. El señor tenía la cara manchada de sangre y, la verdad, daba un poquito de miedo verlo. Pero yo no dije nada, porque ser macho quiere decir que no tienes miedo y si tienes miedo eres de los maricas. Me quedé muy serio mientras Miztli y Chichilkuali, que son los vigilantes de nuestro palacio, le daban golpes fulminantes. El señor resultó ser de los maricas pues se puso a chillar y gritaba: ¡No me maten!, ¡no me maten! Hasta se orinó en los pantalones. Lo bueno fue que yo sí resulté ser macho y Yolcaut me dejó ir antes de que convirtieran en cadáver al marica. Seguro que lo mataron, porque más tarde vi pasar a Itzpapalotl con la cubeta y el trapeador. Aunque no sé cuántos balazos le dieron. Me parece que como mínimo cuatro en el corazón. Si contara a los muertos yo conocería a más de trece ...

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