Una genealogía de la pantalla: del cine al teléfono móvil
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Una genealogía de la pantalla: del cine al teléfono móvil

  1. 300 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Una genealogía de la pantalla: del cine al teléfono móvil

Descripción del libro

Vivimos rodeados de pantallas. En casas, en calles, en trabajos, en metros, en aviones, en bares, en tiendas, en centros comerciales. Las pantallas forman una parte indispensable de nuestra vida cotidiana. No podemos vivir sin ellas. No podemos trabajar sin ellas. No podemos viajar sin ellas. Si hace unos años su presencia estaba limitada a ámbitos como las salas de cine o el propio hogar, actualmente la pantalla es omnipresente y se manifiesta por doquier, en el espacio público y en el privado; una pantalla que adquiere formas, funcionalidades y tamaños diferentes, que se multiplica y cambia con cada nueva generación de dispositivos. La pantalla se ha convertido en la prótesis más importante de nuestras vidas, una extensión inevitable de nosotros mismos. Pasamos más tiempo delante de una pantalla que de cualquier otro tipo de dispositivo. La utilizamos para leer libros, para ver películas, para escuchar música, para jugar a videojuegos, para comunicarnos con los demás, para socializar, para entretenernos, para informarnos y para trabajar. Todos parecemos saber qué es una pantalla y sin embargo conocemos muy poco sobre su historia y las múltiples fases por las que ha transitado, en especial los más jóvenes, que han nacido con las pantallas de última generación de ordenadores, videojuegos y teléfonos móviles como principales referentes. Este libro examina, desde una perspectiva genealógica atenta a la hibridación entre tecnologías, medios, usos y prácticas, la prolongada historia de la pantalla, desde sus orígenes con la pantalla cinematográfica hasta esa pantalla diminuta, ubicua y global que es la pantalla del teléfono móvil. Conocer la historia de este particular dispositivo técnico es hoy más necesario que nunca, pues nuestra vida es ya completamente inseparable de el.

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Información

Año
2015
ISBN de la versión impresa
9788433963895
ISBN del libro electrónico
9788433936448
Categoría
Literatura

II. LA PEQUEÑA PANTALLA

Con la televisión, el telespectador es la pantalla.
MARSHALL MCLUHAN
Quien tiene un televisor es dueño de la televisión. Esto no ocurre ni en el teatro ni en el cine, en los que el espectador no se siente dueño del teatro o del cine.
FEDERICO FELLINI
1. DE LA GRAN PANTALLA A LA PEQUEÑA PANTALLA
Con el nacimiento de la televisión empieza un nuevo capítulo en la historia de las pantallas y de sus imágenes. El público ya estaba familiarizado con las imágenes en movimiento que había visto en las salas de cine y no parecía difícil que aceptara un aparato que le permitiera disfrutar de este tipo de imágenes en la intimidad de su propio hogar.
Como posibilidad técnica, la televisión había sido inventada en el siglo XIX, antes incluso que el cinematógrafo. Sin embargo, habría que esperar a las décadas de 1920 y 1930 para asistir a los primeros servicios regulares y demostraciones públicas de la televisión. Entre mediados y finales de los años veinte, John L. Baird logró realizar la primera retransmisión de televisión en Londres y consiguió la primera señal de televisión transatlántica entre Londres y Nueva York. Unos años después, en 1934, Vladimir Zworykin puso en funcionamiento el iconoscopio en Estados Unidos, basado en el principio de emisión fotoeléctrica. En 1936 se efectuaron las primeras emisiones con programación en Inglaterra, y tres años más tarde en Estados Unidos, coincidiendo con la Exposición Universal de Nueva York. En dicha exposición, cuyo tema fue «el mundo del mañana», la televisión fue presentada como la última maravilla de la ciencia y el presidente Roosevelt pronunció un emotivo discurso sobre el nuevo medio de comunicación. Sin embargo, las retransmisiones se interrumpieron con motivo de la Segunda Guerra Mundial, y no se reanudaron hasta que ésta terminó.
Al principio no estaba claro dónde estaba realmente el mercado de la televisión. La nueva tecnología fue vista en sus inicios como un espectáculo colectivo, como una atracción popular asociada a la multitud. Ejemplo de ello son los acontecimientos multitudinarios en los que la televisión dio sus primeros pasos: los Juegos Olímpicos de Berlín, en el verano de 1936, o la Exposición Universal de Nueva York, en 1939. Así, la televisión como «una experiencia individualizada, privada y regular, para consumidores acomodados y para ser disfrutada en casa, no fue la primera reacción, y no fue precisamente un éxito apabullante cuando apareció».1 El público consideraba que los aparatos eran muy caros y no había muchos programas que ver.
No sería hasta los años cincuenta cuando la televisión se impuso finalmente como aparato doméstico y cuando su uso privado se estandarizó, superando el carácter de espectáculo público que tuvo en sus inicios. Después de la Segunda Guerra Mundial se mejoró mucho la recepción de la señal televisiva, las pantallas de los aparatos se hicieron un poco más grandes, había más programas disponibles, algunas estaciones se convirtieron en cadenas, y el costo de los aparatos fue disminuyendo progresivamente. Gracias a este conjunto de factores, la televisión fue entrando paulatinamente en los hogares (la sala de estar, principalmente) y, poco a poco, en las zonas más íntimas y personales (habitaciones). Así, si en el año 1945, en Estados Unidos, sólo 8 millones de hogares contaban con un aparato de televisión, diez años después esa cantidad era de 35 millones, casi el 67 % de la población total de ese país, y a finales de la década de 1960 el porcentaje ascendía a más del 95 %.
Otro factor que explica la progresiva irrupción del aparato televisivo en las casas fue la creación de una «ideología de lo doméstico» o de lo «hogareño» que pudiera retener a los consumidores en sus casas. Es lo que sostiene John Hartley al señalar que antes de que la televisión pudiera ser inventada como medio doméstico, sus consumidores potenciales debían tener el hábito de estar en casa, de modo que lo primero que hubo que inventar fue el concepto de «hogar» como lugar de ocio doméstico. Hartley señala que en esta ideología de lo doméstico la nevera jugó un papel fundamental, ya que sin ella y su capacidad de almacenar alimentos de forma higiénica y duradera nunca habríamos adoptado el estilo de vida de estar en casa que está en la base de la cultura de consumo. Antes de la invención de la nevera, las personas se divertían en espacios públicos, los niños jugaban fuera de las casas, y los adultos se entretenían en lugares como cines, bares, bingos, burdeles o estadios deportivos. Con la llegada de la nevera se creó una nueva domesticidad y se generó un nuevo gusto de la gente por permanecer en la casa. Sin la nevera, dice Hartley,
la televisión no habría sido posible, porque no habría habido suficientes hogares en los que meter un televisor y mantenerlo como medio de masas, no habría habido suficientes familias que se quedaran en sus casas para verla, no habría habido suficientes bienes de consumo como para que fueran anunciados [...] y no habría habido una cultura doméstica en la que los entretenimientos pudieran atraer a las audiencias.2
Este tipo de ideología de lo hogareño se asocia especialmente con la posguerra estadounidense, donde se desarrolló de manera más espectacular y fue expuesta con mayor entusiasmo por parte de sus promotores, productores y por la propia gente, cada vez más «casera». El hogar se convirtió entonces en un estilo de vida en sí mismo, convirtiéndose en una especie de «máquina para vivir», como dijo Le Corbusier, donde el televisor jugaría un papel fundamental.
Por otro lado, como ha señalado ingeniosamente David Morley, esta entrada de la televisión en los hogares trajo consigo una «domesticación» del propio aparato y su pantalla en la vida familiar. Hubo que integrar al objeto físico en sí dentro del mobiliario de la sala, desplazando los muebles existentes para acomodar el nuevo aparato, que con el tiempo llegaría a convertirse en un auténtico «objeto totémico del mobiliario, que es central para nuestro concepto contemporáneo de hogar».3 Otra forma de domesticar el nuevo aparato fue la práctica, cada vez más común, de colocar objetos preciados, como fotografías y recuerdos familiares, encima o alrededor del televisor, una práctica que con el tiempo llegaría a incluir los objetos más diversos: plantas, peceras, figuras de porcelana, souvenirs, etc. Asimismo, la introducción del televisor en los hogares afectó también al tiempo doméstico, que se tuvo que reorganizar y estructurar en función del nuevo aparato y su pequeña pantalla. El resultado fue que la vida de las personas empezó a programarse cada vez más en torno a la televisión y sus programas.
Como el cine anteriormente, la televisión se sirvió de otros medios para forjar su identidad, según la lógica mcluhaniana de que un medio siempre contiene otro medio. Así, de la radio heredaría su condición de medio de telecomunicación, lo que le permite transmitir imágenes en directo dirigidas a una amplia audiencia que recibe sus mensajes en la intimidad de su hogar; del periodismo tomó prestada su función informativa; del teatro su carácter de espectáculo interpretado por actores; y del cine su condición audiovisual.4 La televisión vino a ocupar el lugar que antes ocupaba la radio como medio doméstico en torno al cual se reunía el núcleo familiar, sustituyendo el lenguaje hablado de ésta por la imagen-movimiento del cine. La televisión metió el cine en casa, llevando su espectáculo de imágenes al propio domicilio familiar y configurando así una suerte de «cine a domicilio» accesible desde el propio hogar.
Sin embargo, el propio formato de la televisión y su pequeña pantalla hacen de la imagen televisiva una imagen de baja definición comparada con la imagen fotoquímica del cine. Es el paso decisivo de la gran pantalla a la pequeña pantalla, que configura un nuevo tipo de imagen en relación directa con esta reducción de formato y de tamaño. Una imagen que, en primer lugar, pierde ese carácter de fascinación y de ritual colectivo que tiene la imagen cinematográfica proyectada sobre la gran pantalla. Este aspecto fue señalado por muchos cineastas, teóricos y críticos del cine al imponerse el uso de la televisión. Sirvan las siguientes palabras del director italiano Federico Fellini como ejemplo de esta crítica común a la pequeña pantalla:
Pienso que el cine ha perdido su autoridad, su misterio, su prestigio, su magia. Esa pantalla gigante que domina la sala amorosamente reunida frente a ella, llena de pequeñísimos hombres que miran rostros inmensos, labios inmensos, ojos inmensos, que viven y respiran en una dimensión inalcanzable, fantástica y real a la vez, como la del sueño, esa pantalla mágica y grande ya no fascina: hemos aprendido a dominarla, somos más grandes que ella. Vean en qué la hemos convertido: en una pequeña pantalla, pequeña como un almohadón, entre la biblioteca y una maceta de flores. Algunas veces, se la ubica incluso en la cocina, cerca de la heladera. Se ha convertido en un electrodoméstico, y nosotros, en nuestro sillón, control remoto en mano, ejercemos sobre estas pequeñas imágenes un poder total, ensañándonos contra lo que nos resulta ajeno o aburrido.5
Con la televisión, el cine se desnaturaliza, se desritualiza, pierde su carácter colectivo, mágico, religioso: la pantalla no es ya deidad ni prostituta, ya no está ahí para todo el mundo, públicamente, sino sólo para unos pocos, de manera privada. Las películas son ahora consumidas en un contexto y una situación muy diferentes a las de la sala de cine. Son visionadas en una pequeña pantalla y de baja definición, de una manera individual o limitada a la compañía de los propios familiares, con la luz del hogar encendida, con numerosas interrupciones y distracciones surgidas del entorno del espectador, en una actitud más bien distraída, indiferente... El telespectador es un sujeto menos concentrado que el espectador cinematográfico, porque tiene ante sí todo un mundo de nuevas distracciones: conversaciones, tareas domésticas, niños, ruidos, etc. Félix Guattari nos dejó una bella descripción de esta nueva forma de «recepción distraída», más aguda que la descrita por Benjamin en relación con el cinematógrafo:
Cuando veo la televisión, existo en la intersección 1) de una fascinación perpetua provocada por las animaciones luminosas de la pantalla rayanas en lo hipnótico; 2) de una relación cautiva con el contenido narrativo del programa, asociada a una conciencia lateral de los eventos que me rodean –el agua que hierve en la cocina, un niño que llora, el teléfono...–; 3) de un mundo de fantasmas que ocupan mis ensoñaciones. Mis sentimientos de identidad personal se ven empujados así en varias direcciones. ¿Cómo puedo mantener un sentido de unidad relativo, a pesar de la diversidad de componentes de subjetivación que pasan por mí? Es cuestión del refreno que me deja fijado frente a la pantalla.6
Guattari describe así, con el ejemplo paradigmático de la recepción televisiva, la heterogeneidad de una subjetividad atenta, en la que continuamente aparecen nuevos umbrales por los que la atención divaga, se desenfoca, se pliega sobre sí misma... Si la «crisis continua de la capacidad de atención» es uno de los aspectos cruciales de la modernidad, como sugiere Jonathan Crary –que es quien recupera la cita anterior de Guattari–, la televisión radicaliza esta situación con su mezcla continua de estímulos: los de la propia pantalla, los del entorno que nos rodea, los de nuestros propios pensamientos, fantasías y ensoñaciones. Como ha señalado el filósofo Gianni Vattimo, el intensificarse de los fenómenos comunicativos, el acentuarse de la circulación informativa hasta llegar a la simultaneidad de la crónica televisiva en directo (y a la «aldea global» de McLuhan) no representa sólo un aspecto entre otros de la modernización, sino, de algún modo, el centro y el sentido mismo de este proceso.7
La modernidad es, pues, intensificación, acentuación, rapidez, velocidad, etc., aspectos que traen consigo una crisis continua de la capacidad de atención, ya que todos estos cambios fuerzan la atención y la distracción al límite, con una secuencia inacabable de nuevos productos, fuentes de estímulo y flujos de informaci...

Índice

  1. PORTADA
  2. INTRODUCCIÓN
  3. I. LA GRAN PANTALLA
  4. II. LA PEQUEÑA PANTALLA
  5. III. MEGAPANTALLAS, MULTIPANTALLAS
  6. IV. LA PANTALLA VIDEOLÚDICA
  7. V. LA CIBERPANTALLA
  8. VI. LA PANTALLA MÓVIL
  9. CONCLUSIÓN: UNA ODISEA DE LA PANTALLA...
  10. ÍNDICE BIBLIOGRÁFICO
  11. ÍNDICE DE PELÍCULAS
  12. ÍNDICE DE VIDEOJUEGOS
  13. ÍNDICE DE SERIES Y PROGRAMAS DE TELEVISIÓN
  14. ÍNDICE DE CANCIONES
  15. NOTAS
  16. CRÉDITOS