Mesianismo, fractalización,
territorio y contramáquinas
Los huesos de «Antonio» ya habían hablado en otros lenguajes que escapaban a la ciencia.
Carolina Robledo Silvestre
Tampoco los muertos estarán seguros cuando el enemigo venza.
Walter Benjamin
Un bordado es un mapa.
Cordelia Rizzo
En 2009 recibí una invitación para reunirme con 50 altos mandos del Ejército mexicano; se trataría, me dijeron, de una reunión privada a celebrarse en Oaxaca para que, a lo largo de dos días, pudiera compartir con estos mandos mis perspectivas y hallazgos en la investigación sobre violencias y narcotráfico. El enfoque cultural les interesaba mucho, me dijeron, y fui informada de que el otro ponente sería el expresidente colombiano Ernesto Samper. Se trataba de un diálogo en el que ambos, Samper y yo, plantearíamos nuestras perspectivas y estableceríamos un debate con los militares reunidos para esa ocasión.
Acepté. Me parece recordar que un ligero hormigueo me recorría el cuerpo y que me preocupaba la reunión. Yo, férrea oponente de la estrategia militarista del gobierno de Felipe Calderón, pensaba o pensé en aquel momento, lo complejo que me resultaría convivir con militares dos días enteros.
Así, el 2 de septiembre de 2009, arribé a la ciudad de Oaxaca para ser recibida en el aeropuerto, directo en la escalera del avión, por miembros de la Guardia Mayor Presidencial que, claro, por protocolo, iban por Samper, quien, como expresidente, debía recibir trato de jefe de estado. Samper llegaba en un avión desde la Ciudad de México; yo, en otro, desde la ciudad de Guadalajara. Nos transportaron en camionetas diferentes. Nunca había estado «adentro» de una caravana de vehículos oficiales y militares; las había visto pasar en esas escenas que ya forman parte del paisaje costumbrista mexicano; la experiencia no fue placentera.
No voy a describir aquí los intensos, fuertes y acalorados debates que se generaron durante esos dos días, siempre en un clima de mucho respeto y escucha. Quisiera, en cambio, retomar dos elementos que me parecen importantes.
El primero alude a las diferencias entre las lecturas y los diagnósticos realizados por Samper y los que yo presenté. Resumo: para el expresidente, el riesgo mayor que podía representar el narco mexicano en su acelerado crecimiento era el de la asociación con grupos subversivos o guerrilla. Pese a que coincidimos en más de una preocupación, no me pareció, ni me parece ahora, con los datos a mano, que esta fuera una deriva que pudiera prosperar. En cambio, yo dije que los dos principales riesgos que veía a partir de mi investigación y trabajo de campo eran:
a) la fractalización o fragmentación de los grandes grupos, que se fragmentarían en dos o más grupos que antagonizarían entre sí y, con esto, crecería la violencia en los territorios;
b) la articulación del narco-mesianismo, que yo venía viendo claramente en los despliegues, estrategias y comunicados de La Familia, en Michoacán.
Los dos riesgos graves que señalé se cumplieron con lamentables consecuencias. Y Tierra Caliente, especialmente en la zona de Michoacán, la guerra evangelizadora de la Familia y, posteriormente, de los Caballeros Templarios, fruto de una escisión, tuvo impactos terribles para las comunidades.
La segunda cuestión que quisiera referir en torno a esos días de 2009 es mi larga conversación posterior con el General, que hasta pocos meses antes de la reunión citada había estado al frente del Centro de Mando en Apatzingán. Al terminar mi primera presentación, se acercó para compartir sus reflexiones; él coincidía en mi lectura y confirmó que Nazario Moreno (El Más Loco), el líder en aquel entonces de La Familia, y a través de Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, utilizaban la estructura de la Secretaría de Educación Pública (SEP), en donde Servando Gómez había sido maestro de primaria en la escuela Melchor Ocampo, en el municipio de Arteaga, en Michoacán, para indoctrinar a la población, especialmente a niños y jóvenes a través de dos libros: Salvaje de corazón, del escritor de autoayuda John Eldredge, y la Biblia, cosa que yo había planteado en mi intervención. Ratifiqué así que lo de Michoacán era otra cosa más compleja, más difícil, más terrible. Adentrarse en estos universos no es sencillo.
El giro mesiánico
El 6 de septiembre de 2006, en plena crisis postelectoral, y en medio de un clima de alta polarización social, un comando de sicarios al servicio del narcotráfico hizo rodar cinco cabezas «impecablemente» cortadas y aún sangrantes en una pista de baile de la discoteca llamada «Luz y Sombra», situada en la pequeña ciudad de Uruapan, en el estado de Michoacán, en México. El mensaje que acompañaba las cabezas —que causó horror y pánico entre los parroquianos devenidos testigos— decía: «La familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes. Solo muere quien deve (sic). Sépanlo toda la gente. Esto es justicia divina».
La Familia revelaba un rostro desconocido de los cárteles del narcotráfico, uno mesiánico y justiciero. No se reducía al negocio, al control territorial y comunitario por miedo y por violencia. A todo esto se añadía un proyecto «colonizador» que buscaba expandir su poderío a través de las creencias.
Ciertamente, no era la primera vez que, en México, aparecían cabezas decapitadas por la fuerza implacable del crimen organizado, pero la Familia irrumpía con un fuerte mensaje que venía a confirmar el creciente empoderamiento de su grupo: su capacidad para penetrar tanto estructuras, instituciones, como especialmente los pliegues de lo social en la región conocida como Tierra Caliente.
Uso la noción de mesianismo en dos sentidos:
a) El primero alude a un grupo (o una cultura) que se asume depositaria de una verdad salvífica y terrible. Se trata de una verdad «revelada», que salvará a quienes la practican, la creen y la defienden, y que condena a todos aquellos que creen en versiones diferentes. El mesianismo se autoriza a sí mismo a imponer esa verdad, incluso utilizando la violencia.
b) La segunda acepción alude a la confianza o esperanza en la llegada de un mesías, que salvará a la comunidad elegida, siempre después de duras pruebas y tiempo apocalíptico, a quienes hayan depositado su fe en ese mesías por llegar.
En la Familia-Templarios, coexisten estas dos formas de mesianismo. De un lado, la propaganda-discurso, centrada en la idea de que los Caballeros Templarios llegaron para liberar a «los oprimidos» de los enemigos que «asedian el presente». Los Templarios estarían ahí, en el territorio, para —como diría Benjamin— «realizar aquella ruptura de lo que no parece estar rompiéndose por sí mismo. Y esa ruptura es la eficacia misma de la interrupción, es mesiánica» (1999).
De otro lado, el despliegue propagandístico, los mensajes, el uso de Facebook y de YouTube que caracterizaron a estos grupos en los años de su apogeo, indicaban que el grupo operaba a partir de un liderazgo fuerte, de una guía inequívoca que desciende como látigo desde un lugar sagrado-profano: «la Trinidad», un comité máximo formado por el grupo conocido como «los Apóstoles» formado por Nazario Moreno (El Más Loco), Servando Gómez (La Tuta) y, el de menos jerarquía, Jesús Mendez Vargas (El Chango Méndez o El Pastor). En cada video, en cada mensaje al gobierno, en cada mensaje a la ciudadanía, los Apóstoles dejaban claro que su poder no se agotaba en las armas.
Derecho de paso
La tarde empieza a caer sobre una carretera que parece derretirse; un mal cálculo en el traslado tiene como consecuencia que llegaremos ya entrada la noche; un ligero temblor y la boca seca son el inicio del miedo que estaríamos por experimentar.
Lo temido, un retén de hombres armados nos cierra el paso y nos obliga a detenernos.
—¿A dónde? —pregunta un joven de ojos negros y mirada de hielo, con una R 15 colgándole del hombro.
—Vamos a Apatzingán, joven. —La voz oculta su temblor, aunque las piernas den pequeños brinquitos, imperceptibles.
—¿Y a qué, se puede saber? Traen placas de Jalisco, ¿qué negocio traen o qué? —Se acomoda el rifle en el brazo contrario, mientras lo exhibe con calma.
—A ver a mi tía que está enferma y llevamos unos regalitos y unas medicinas que allá no tienen. —Esta vez la voz se corta antes de terminar la frase.
—A ver.
(Nadie se baja, digo en voz baja).
—Claro, mire (una de mis acompañantes muestra una bolsa con comida, chocolates y medicinas).
—Ta’ bueno, pues, pero les vamos a dar este libro y una advertencia, y se cooperan con lo que sea su voluntad.
Saqué 500 pesos, se los ofrecí y a cambio me entregó un folleto amarillo en el que se leía Código de los Caballeros Templarios de Michoacán. (con el punto final incluido). Nos abrieron paso y arrancamos tras intercambiar sonrisas forzadas. Faltaba una hora para llegar a nuestro destino. Había sido advertida de llevar comida, presentes y medicinas, además de un domicilio real, por si nos tocaba algún retén. El miedo fue cediendo su paso a la incredulidad de lo «bien» que nos había ido en el trance de entrar a Tierra Caliente.
Administrar la muerte
La versión oficial es que Los Caballeros Templarios hicieron su aparición en una escisión de La Familia, que se produjo con la supuesta muerte de Nazario Moreno; otras versiones señalan que, en 2011, la aparición de Los Caballeros fue más bien una continuidad, aunque no es del todo claro. Lo que sí es claro es que la «orden» proveería una «mística», una «espiritualidad» de la que la Familia carecía o que estaba centrada en «valores familiares».
En las primeras hojas del folleto, bien impreso y con ilustraciones de caballeros templarios, puede leerse:
La orden luchará contra el desmoronamiento de los valores morales y los elementos destructivos que prevalecen hoy en la sociedad.
Los Caballeros Templarios que teng...