III
Año 1930
Amanece. Empieza a anunciarse el otoño.
La lancha de Edels está amarrada al muelle. Se escucha el rumor del agua. El inglés, vestido con pulcritud, pañuelo de seda al cuello, bombachas blancas y botas, llega al embarcadero. Edels también se encamina al muelle, la cara pálida y fatigada, sombreada por el ala del chambergo.
Tropieza con el inglés y le pregunta cuánto hace que lo espera. El inglés le dice que acaba de llegar y se dirigen a la lancha.
Tobe, el perro de caza de Edels, le ladra con furia. Edels le grita,
¡Tobe, echate, te digo!
El perro aúlla pero obedece.
No hay caso, usted no le hace gracia, dice Edels.
El inglés lo mira con extrañeza y le pregunta,
¿Qué hace aquí su perro?
Siempre me acompaña, contesta Edels.
Suben a la lancha. Edels deja el rollo de sedal junto al bichero y después toma el timón y abandona el muelle.
Tobe se queda mirando la lancha que se dirige hacia las aguas profundas, rotas por el viento.
Edels pregunta,
¿Cómo ha dormido, míster Broker?
Muy bien, contesta el inglés.
¿Quiere mate?
No.
El sol relumbra como cobre en el río. Hojas rojizas esparcidas en el agua. El inglés ve unos niños mugrientos y descalzos que juegan en la orilla.
La lancha se interna por un lugar oscurecido de surubíes que avanzan agrietando la superficie del agua. Edels vira hacia el sur.
El inglés mira cruzar una isla de camalotes.
Empieza a soplar viento y la embarcación se mueve.
Está todo revuelto, dice el inglés. ¿Me da fuego?
No fumo. Es hora de buscar pique, dice Edels.
El inglés se apoya en la proa. El pelo rojizo le brilla con la luz de la mañana. Prepara la caña. Ese río le recuerda a otro río extenso y desolado cerca del lugar donde vivió cuando niño. Un río que añora. Después de navegar un rato largo, llegan a un lugar con buena correntada. Edels apaga el motor de la lancha. El cielo está limpio y se escucha el murmullo del agua. Un tero cruza el aire. De pronto al inglés se le nubla la vista, tiene un vahído, baja la cabeza, el mareo pasa.
¿Se siente bien, míster Broker?
Sí.
¿Por qué no toma un coñac?, le propone Edels.
El inglés toma un trago y lo mira como si fuera su padre, y él fuera un niño que hace lo que se le manda hacer.
A prepararse para el golpe, amigo, lo alienta Edels, y se pone a cortar un sábalo en rodajas para la carnada.
Cuénteme algo de usted, míster Broker.
Qué le voy a decir… Hablemos de negocios.
Proponga, contesta Edels.
El inglés empieza a hablar de lo que se puede ganar con el envío de carne vacuna a Inglaterra.
Mucho dinero, más de lo que se imagina, Edels. Habría que montar un frigorífico.
Ya está Pueblo Liebig, dice Edels.
Y qué importa, dice el inglés.
También está Fray Bentos, agrega Edels.
¡Ganaremos más que los dos juntos!, dice el inglés.
Bruno Edels abre los ojos, y pregunta,
¿Y cuánto dinero hay que poner?
Usted ponga la tierra, yo me ocupo del resto, dice, y sigue diciendo que desde que hay orden en el país, tiene los contactos que hacen falta tanto en el gobierno como en la aduana.
Explíqueme mejor cómo sería el negocio, dice Edels.
Faenamos las vacas, acondicionamos la carne y mandamos los cuartos enfriados a Inglaterra.
¿Tan fácil?, pregunta Edels.
Este camino lo conozco al dedillo, dice el inglés.
¿Y usted qué quiere, míster Broker? ¿Que, mientras tanto, yo me cruce de brazos?
Ya le dije lo que tiene que hacer usted.
No quiero correr ningún riesgo, dice Edels.
¡Pero si no hay ningún riesgo!
No para usted, míster Broker, que tiene el respaldo del Banco de Londres y América del Sud.
El inglés aclara,
El respaldo que tengo le asegura el negocio.
¿Firmaría el banco un aval a mi favor?
No hace falta: tiene usted mi palabra.
Necesito una garantía por escrito… Sin garantía no me meto, añade Edels.
Imagine, Edels: llegar a tener la exclusividad en la exportación de carnes de novillo.
Edels piensa y no contesta. El inglés añade,
Hagamos una cosa: si no le interesa el negocio, olvídese de mi propuesta. Usted me vende una franja de El Chajá y quedamos amigos.
Ya le dije que El Chajá no se vende.
El inglés le ofrece lo que El Chajá no vale, pero él vuelve a decir que no vende.
Le doy el doble…
Edels no contesta.
La mirada vidriosa del inglés se clava en sus ojos.
Dígame cuánto quiere…
Edels se quita el chambergo, se rasca la nuca, duda y después dice,
Veamos… si hacemos el negocio de la carne lo hacemos, pero con ciertas condiciones…
¿Condiciones?… Escuche: compartir la ganancia a medias con usted es más que generoso de mi parte. Además, ¿quién cree que va a conseguir los contactos para mandar todo a Inglaterra y las libras esterlinas que hacen falta para montar el frigorífico?
No me hable en libras esterlinas, hábleme en pesos, dice Edels.
Mire que las ganancias van a ser poderosas, dice el inglés.
¿Y los impuestos no se van a llevar la mitad de las ganancias?, pregunta Edels.
No, porque vamos a declarar solamente el veinte por ciento de lo que mandemos.
El inglés sonríe, hace una pausa y dice,
¿Usted se da cuenta de la plata que significa eso?
Edels cavila, la cara ansiosa.
Aquí nadie lo persigue, Edels. Estamos en la Argentina, le recuerda el inglés.
Edels no sabe qué hacer y, por fin, dice,
Déjeme que lo piense, míster Broker…
Tenemos tiempo de sobra…
Mientras el inglés prepara la línea, no deja de pensar en el nudo ferroviario que va a unir el Norte y el Este del país con el puerto de Buenos Aires. Él conoce los planos de las estaciones de tren, de la central eléctrica y la maqueta del barrio ferroviario. Todo va a cruzar ...