PRIMERA PARTE
Del amor al placer
(1661-1683)
GENEALOGÍA DE LOS REYES DE FRANCIA
DE LA DINASTÍA BORBÓN
1
Primeros retozos versallescos
«¡Oh, qué lamentable sería que el rey más grande de Francia y el más virtuoso, con la verdadera virtud que caracteriza a los más grandes príncipes, fuera medido con el rasero de Versalles!».
COLBERT A LUIS XIV,
28 de septiembre de 1665
Para Charles Perrault, Versalles es «un mundo donde se encuentran reunidos los diversos prodigios del gran universo»1.
El primer prodigio de Versalles es su transformación. En principio, se trata de un lugar muy poco apto porque no es ni bonito ni agradable. Versalles, en medio de un paisaje desprovisto de agua, es «el más triste y el más ingrato de todos los lugares», se lamenta el duque de Saint-Simon2, que fue bautizado aquí y que añade respecto al lugar: «Sin vistas, sin bosques, sin agua, sin tierra, porque todo son arenas movedizas, sin aire; por consiguiente, no puede ser bueno».
Versalles fue, para empezar, el picadero apartado y falsamente discreto del joven Luis XIV, de veintitrés años entonces. Un lugar de placeres y libertinaje a menos de veinte kilómetros de París. Un lugar no forzosamente de auténticas orgías, pero sí de auténtica libertad. De ahí, por otra parte, la furia de Colbert3 cuando vio al joven rey transformar su lugar de placer en centro del poder político. Colbert, tan frío que lo apodaban el Norte, según madame de Sévigné; Colbert, el austero ministro vestido de negro; Colbert, el riguroso contable de las finanzas del reino, no quería que su soberano pasara a la posteridad por haber acondicionado «el lupanar» de sus años jóvenes. De ahí los esfuerzos, vanos, del apenado ministro para tratar de retener al soberano en el Louvre gracias a las remodelaciones del viejo palacio parisino. De ahí la venida de Bernini, enviado desde Roma, del que ha quedado la célebre columnata del Louvre, a falta de las grandes terrazas que el artista soñaba con crear. Pero Colbert se opuso. ¿Terrazas? ¿En un clima lluvioso? París no es Roma y las ventanas coronadas con terrazas de las plantas superiores no habrían dejado pasar la luz a unas habitaciones oscuras, privadas de sol y de luminosidad.
Las reservas de Colbert
En Versalles, los trabajos empezaron en 1661 a pesar de las reservas expresadas por Colbert al rey en un largo memorándum, seguido de su franca oposición (28 de septiembre de 1655). Ordenó incluso acelerar los trabajos de las Tullerías para tratar de disuadir al rey de que se estableciera en Versalles. En 1664, el rey dedica al Louvre y a las Tullerías más dinero (1.059.422 libras) del que dedica a Versalles (843.000 libras solamente). Pero a partir de 1668 la proporción se invierte, porque Versalles no es solo un palacio, es una ciudad nueva. Para construirla, el rey compra la casi totalidad de los terrenos (1663), manda levantar planos (1664) y expropia a la mayoría de los habitantes (1666). En 1661, Versalles tampoco es ya un pueblo. Al final del reinado, la ciudad cuenta con 45.000 habitantes, mientras que Brest en el mismo periodo solo pasa de 2.000 a 15.000 habitantes.
Versalles debe su existencia exclusivamente a la voluntad del joven rey. Saint-Simon enumera las seis o siete razones de su elección.
Primera razón: histórica. «Los disturbios de los que esta ciudad [París] había sido escenario durante su minoría de edad habían suscitado en el rey una gran aversión hacia ella, y también el convencimiento de que vivir allí era peligroso». Luis sabe que su abuelo fue asesinado en pleno París; y tampoco puede olvidar la Fronda, el palacio rodeado y a los insolentes parisinos llegando hasta la habitación del rey para comprobar que se encontraba en la cama. Convertido en adulto, Luis «no podía perdonar a París su salida furtiva de la ciudad en la víspera de Reyes de 1649».
Segunda razón: filial. Ana de Austria, su amada madre, refugiada en su pequeño pabellón de Val-de-Grâce, fue a morir al Louvre4. «No pudiendo, después de esta desgracia, soportar la vista del lugar donde me había ocurrido, abandoné París de inmediato», escribe Luis XIV en sus memorias.
Tercera razón: la seguridad. «La residencia de la corte, por otra parte, haría que las conspiraciones en París fueran menos sencillas por la distancia de los lugares, y al mismo tiempo más difíciles de ocultar por las ausencias, tan fáciles de notar».
Cuarta razón: sentimental. El rey «no podía perdonar a París (...) que hubiera sido, a su pesar, testigo de sus lágrimas en el primer retiro de madame de La Vallière», refugiada a los dieciocho años (1662) en el convento de Chaillot.
Quinta razón: sexual. «La deshonra de las amantes y el peligro de provocar grandes escándalos en una capital tan poblada, y tan llena de diferentes mentalidades, contribuyó en no poca medida a alejarlo de ella». Luis teme a la opinión pública y que «la deshonra de las amantes» incite a los devotos parisinos a levantarse contra los «grandes escándalos» de su vida privada. En Versalles, Luis podrá mandar construir con toda tranquilidad un apartamento cuyo vestíbulo común comunique a la vez la habitación de mademoiselle de La Vallière, su amante de 1661 a 1674, y la de madame de Montespan, su amante de 1667 a 1679, lo que no le impide nunca acabar la noche en el lecho de la reina, su esposa de 1659 a 1683. Colbert, poco religioso pero puritano, condena enérgicamente la situación: Versalles «contempla mucho más el placer y la diversión de vuestra majestad que su gloria» (28 de septiembre de 1665).
Sexta razón: ¡los atascos! En París, el rey «se veía importunado por el gentío cada vez que salía, que regresaba, que aparecía en las calles». Luis detesta los embotellamientos del Cours-la-Reine, creado por su abuela, quien dio inicio en París a la lamentable costumbre de pasear en carroza, de ahí los interminables atascos denunciados por Boileau y madame de Sévigné.
Séptima razón: rústica. El rey es «aficionado al paseo y la caza, mucho más cómodos en el campo que en París, alejada de los bosques y pobre en lugares de paseo». Según el memorialista, el interés por los «edificios solo vino después, y poco a poco fue en aumento». Por último, también habría influido en esta elección versallesca «la idea de volverse más venerable, sustrayéndose a las miradas de la multitud y a la costumbre de ser visto todos los días».
Colbert se opuso de inmediato al proyecto de Versalles: «¡Oh, qué lamentable sería que el rey más grande de Francia y el más virtuoso, con la verdadera virtud que caracteriza a los más grandes príncipes, fuera medido con el rasero de Versalles!» (28 de septiembre de 1665); porque es públicamente notorio que Versalles es, desde 1661, el escenario de sus amores con mademoiselle de La Vallière, que dan lugar a las coplas del Pont-Neuf. Colbert no cesa, por tanto, de oponerse a los proyectos del rey multiplicando las observaciones negativas. ¿Acondicionar en Versalles el antiguo pabellón de caza de Luis XIII?: «Todo lo que se proyecta hacer no son más que apaños que nunca saldrán bien». ¿Aumentar la altura del antiguo palacio? No tendría entonces «ninguna proporción». ¿Agrandarlo? Sería «un monstruo arquitectónico». ¿Construir algo nuevo? No hay manera: el terreno «está encerrado entre los parterres» de Luis XIII, «el pueblo, la iglesia y la laguna». ¿Construir «una gran casa»? Sería «un gasto colosal».
El futuro picadero del rey
Luis XIV empieza a acondicionar Versalles para una mujer, ya que solo el amor puede conducir a un hombre a superarse y a llevar a cabo los proyectos más alocados. Los más grandiosos.
El Versalles de 1658 —Luis tiene veinte años entonces— no es más que un simple pabellón de caza. Para cazar buenas piezas. «A las cuatro y media [el 24 de agosto de 1607], [Luis XIII, seis años] entró en carroza para ir de cetrería; fue llevado a los alrededores del molino de piedra, camino de Versalles; volvió con un lebrato, cinco o seis codornices y dos perdices5» (doctor Héroard). Los reyes, los grandes, los duques y pares, los ministros y los cortesanos pronto cazarán allí una buena pieza muy diferente, y durante un siglo largo. ¡Un pabellón de caza! Todo un símbolo. Y construido en medio de un magnífico bosque rico en caza en el corazón del cual todo parecía estar permitido, ya que todo parecía quedar oculto. Todos podrían ir allí, a los bosquecillos, a conter à Fleurette6, es decir, a cortejar, como lo hacía el buen rey Enrique cuando, con menos de doce años, se encontraba con la tal Fleurette7 en Nérac, durante el verano de 1565.
A partir de 1621, Luis XIII iba a cazar zorros a Versalles por la tarde, entre las cinco y las ocho, después de una jornada de trabajo en el Louvre. Los Gondi8 lo retenían entonces a cenar en su viejo palacio, pero después tenía que ir a dormir a Saint-Germain-en-Laye. Aunque lo cierto es que solo hay que recorrer tres leguas, después de la partida de caza del 28 de junio de 1624, Luis XIII compra unos arpendes de tierra (117 en total) a dieciséis propietarios diferentes con el fin de crear un pequeño dominio en la loma que hay enfrente del pueblo, en la meseta y en los bosques. En este modesto coto, el Cristianísimo manda levantar un edificio.
Una «mansión de gentilhombre», un «lugar de encuentros de cacería», escribirá más tarde el marqués de Sourches9; un «castillo de naipes» según Saint-Simon; una «piccola casa» según el embajador de Venecia. Para monsieur de Bassompierre, aquel pequeño pabellón inicial debido a Luis XIII, muy poco amigo de las mujeres —y de los hombres—, no era más que una mansión campestre tan «mísera» que «un simple gentilhombre» no podría «vanagloriarse» de ella. Allí, Luis XIII recibía solamente a hombres. «Este ostracismo quizá justifique los enojosos [sic] rumores que corren sobre las costumbres del rey» (Jacques Levron)10.
Versalles nace sin «habitación de la reina». Versalles es un lugar de encuentros de cacería puramente masculino. «Un gran número de mujeres me lo estropearía todo», declaraba Luis XIII. Sin embargo, invitó allí a María de Médicis, su madre, y a Ana de Austria, su esposa, en noviembre de 1626. A pesar de sus veincinco años, no retuvo a la reina para que se quedara a dormir... Solo mademoiselle de La Fayette11 fue invitada a visitar esa mansión perdida, pero rehusó y no llegó a ir nunca a pesar de las múltiples inv...