Donde se guardan los libros
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Donde se guardan los libros

Bibliotecas de escritores

  1. 224 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Donde se guardan los libros

Bibliotecas de escritores

Descripción del libro

Donde se guardan los libros es un recorrido por las bibliotecas de veinte reconocidos autores españoles contemporáneos: Javier Marías, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Ferrero, Clara Janés, Soledad Puértolas, Fernando Savater, Gustavo Martín Garzo, Clara Janés, Luis Mateo Díez, Antonio Gamoneda… Cada uno habla de cómo se relaciona con los libros, del orden y su ubicación en los estantes, de las lecturas que en su momento le fueron decisivas o de cómo su biblioteca se ha ido construyendo con el tiempo, a veces de manera no pensada y caprichosa. Su centenar de fotografías repara en rincones y detalles de estos autores: un universo, también autobiográfico, de adornos, figuritas, objetos o minúsculos exvotos que acaban desbaratando los estantes. Un libro imprescindible para los amantes de las bibliotecas.

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Información

Editorial
Siruela
Año
2011
ISBN de la versión impresa
9788498416091
ISBN del libro electrónico
9788498418088
Edición
1
Categoría
Literatura

Javier Marías

Manual de literatura

Hubo una temporada, hace años, en que la biblioteca de Javier Marías (Madrid, 1951) aparecía con frecuencia en las revistas y suplementos de decoración.
El encargado de la empresa que instaló las estanterías, a medida, en el salón de su casa, cuando las vio rebosando de clásicos ingleses –el lomo de los libros alineado con los estantes; el color sutil de las encuadernaciones; Thackeray, Quincey, Dickens, en naranja, en la edición de Penguin–, le propuso utilizarlas para la publicidad de la marca manteniendo, eso sí, un discreto silencio sobre su propietario.
Así que hicieron las fotos y, durante un tiempo, una de esas bibliotecas de las revistas, improbables y anónimas, era la suya. De ahí que resulte desde el primer momento vagamente familiar, remotamente recordada o entrevista: un estante inferior para libros grandes, diseñado por él mismo, y un cuerpo que llega prácticamente hasta el techo: Pepis, Swift, Stevenson y mucho Burton, el capitán. Entre otros, la traducción de Las mil y una noches sobre la que escribió Borges, en edición ilustrada, sólo para suscriptores, difícil, dice, de encontrar.
Entre ambos cuerpos, una repisa en la que forman decenas de soldados de plomo, infantería y caballería, más o menos marciales. Hay postales, una carta autógrafa de Conrad enmarcada, fotos –Faulkner, Stevenson, su muy admirado Benet, John Wayne, también muy admirado, algunas familiares–, y objetos de todo tipo.
«Me gusta que las estanterías sean buenas, el metal me resulta deprimente, propio de biblioteca pública inglesa», dice, en medio del salón, con un cigarrillo entre los dedos. «Así que las elegí de madera, natural aquí, y lacada en blanco en el piso de abajo, donde tengo la literatura española. Por lo demás, soy bastante ordenado. Detesto las dobles filas, porque al final nunca acabas sabiendo lo que tienes detrás, y los libros cruzados.» Y es cierto que sólo en los estantes más bajos, los que quedan más a mano, se ve algún papel encajado entre los libros, un poco al acaso: recortes de periódicos, correspondencia y originales.
El orden y el concierto
Recuerda, claro, la casa de sus padres: pilas de libros en permanente crecimiento caótico, sofás impracticables y aquel curioso invento, una especie de bisagra lateral que se ponía en los cuadros, en lugar de la tradicional hembrilla, para poder atornillarlos a las estanterías. Así, cada cuadro era, al tiempo, una puerta secreta, inesperada, una trampilla que ocultaba las baldas.
La biblioteca invasora, escribió en un artículo, exagerando, un pelín, aquella casa (y dos sótanos) tomada por los libros en la que los niños tenían que hacerse hueco entre ellos para jugar a las chapas.
En esta biblioteca hay algo, también, de la paterna, invasora. Ocupa toda la casa, se interrumpe en cada habitación y sigue por el resto de los cuartos, en los pasillos, por los rincones, en otro piso…
Dicen los expertos que, en lo sustancial, existen dos tipos de personas: las que ordenan los libros, y las que los dejan sueltos por la casa esperando que ellos mismos encuentren acomodo. Marías pertenece, desde luego, a los primeros. Sus libros –calcula que pueden rondar los veinte mil, algunos con su nombre, fecha y lugar de compra en la página de cortesía– están colocados según un orden estricto que empieza, en el salón, con la literatura inglesa.
«Quizá sea porque es la parte más cuantiosa», comenta. «Cuando empecé a comprar libros nunca compraba literatura española porque mi padre lo tenía prácticamente todo: lo último que se me ocurría era comprar un libro de Valle-Inclán porque estaba en casa. Luego lo he ido completando y ahora tengo mi propia obra completa de Valle y de Baroja. Pero tengo mucha literatura inglesa, y norteamericana, que ocupa todo el salón, y el estudio donde habitualmente trabajo.»
Mirar los estantes de Marías es hojear un manual, casi ilustrado, de literatura, un mapa. Los autores, colocados por orden cronológico, están al lado de sus contemporáneos, mezclados poetas y ensayistas, filósofos y narradores, como en la vida misma: Locke antes que Fielding y Quincey junto a Byron.
Para ser riguroso en esa adjudicación, accidental, de vecindades tiene desde hace años un listado alfabético, escrito a máquina con decenas de añadidos manuscritos, en el que figura junto a cada escritor el año de nacimiento y eventual deceso, y del que echa mano en caso de duda.
A partir de ahí, la biblioteca se extiende por el resto de las habitaciones, con idéntica estructura. Literatura francesa, alemana, italiana: Simenon, Diderot, Proust, Apollinaire, Larbaud, Mann, Kafka, Benjamin, Leopardi, mucho Calvino, y mucho Zeri, Federico, el polémico crítico e historiador de arte italiano en el que basó lejanamente uno de los personajes de Corazón tan blanco.
Libros dedicados
En su habitación, destaca una balda completa dedicada a Ellery Queen –una afición, la de la novela policiaca, heredada de su padre–, las obras completas de Henry James y todo Faulkner, o casi todo, de quien tiene un ejemplar firmado. «Me gustan los libros que no ocultan enteramente su pasado. Los que contienen alguna foto, algún papel, los que cuentan algo. También guardo algunos con firma o dedicatoria autógrafa: Mallarmé, Radiguet, Gombrowicz, Chesterton, Isak Dinesen, Mann… Pero no me considero bibliófilo, nunca compraría un libro que no estuviera dispuesto a leer.»
Sobre el cabecero, nada casual, nada original, Cervantes y Shakespeare, para las noches de insomnio.
Entre sus manías, confesables, la de guardar la correspondencia que recibe de los escritores con los que se cartea entre las páginas de sus propios libros: Mendoza, Aleixandre, Magris o Sebald, de quien conserva no sólo alguna carta, sino también un trozo de lápiz, el final, q...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Vivir con libros
  4. Fernando Savater. Los libros del optimista
  5. Clara Sánchez. Pasadizos secretos
  6. Arturo Pérez-Reverte. Cuatro historias
  7. Antonio Gamoneda. Nostalgia, inesperada, de Dick Turpin
  8. Enrique Vila-Matas. Curso de geografía
  9. Gustavo Martín Garzo. Viaje en bicicleta a Kafka
  10. Clara Janés. Las clarisas y Shakespeare
  11. Juan Eduardo Zúñiga. El palacio de invierno
  12. Luis Alberto de Cuenca. Ático de lectura
  13. Carmen Posadas. Orden en el caos
  14. Francisco Rico. Libros interinos
  15. José María Merino. El lector encerrado
  16. Mario Vargas Llosa. Los libros de las cuarenta casas
  17. Andrés Trapiello. La biblioteca encontrada
  18. Soledad Puértolas. Los libros de Lura
  19. Javier Marías. Manual de literatura
  20. Luis Landero. Hojas sueltas
  21. Jesús Ferrero. Atlas de lecturas
  22. Juan Manuel de Prada. Cruzar los libros
  23. Luis Mateo Díez. El orden natural
  24. Colofón
  25. Créditos