Capítulo 1
Temas relacionados con el Gran Conflicto
John C. Peckham
Dios es amor. Esta afirmación es fundamental para la teología y desempeña un papel determinante en el tema del Gran Conflicto, que de por sí constituye un elemento clave de la teología adventista. En términos generales, el Gran Conflicto alude a la controversia entre Dios y Satanás respecto del carácter y el gobierno moral de Dios. La vindicación del carácter divino, a pesar de las acusaciones de Satanás, es un tema significativo para el pensamiento teológico adventista; y la manera en la que sea abordado y comprendido repercutirá en los demás aspectos de la fe y la conducta.
A fin ofrecer una comprensión más clara de los temas que abordaremos en el resto de este libro, en este capítulo presentaré una breve introducción al Gran Conflicto y a los temas que están relacionados con el carácter de Dios y la última generación.
El gran conflicto y el carácter de Dios
De acuerdo con la perspectiva adventista del Gran Conflicto, el diablo ha acusado y continúa acusando a Dios de ser arbitrario e inflexible, y que su gobierno y su Ley son injustos. Por lo tanto, esta controversia no solo tiene que ver con el uso del poder o la fuerza bruta. Dios es todopoderoso (omnipotente), y nadie podría oponérsele si decidiera usar su poderío para sofocar la rebelión. Sin embargo, el uso de la fuerza no sería una respuesta eficaz a las acusaciones que han sido presentadas contra el carácter y el gobierno divinos. Como el Gran Conflicto constituye un cuestionamiento al carácter, no puede ser dirimido por la fuerza, sino únicamente por una demostración de carácter que refute los cargos esgrimidos contra Dios.
Todo ello se debe, en gran medida, a la naturaleza del amor. De ahí que el amor, por su propia naturaleza, ha de ser impartido libremente; no puede ser forzado ni predeterminado. Por eso, Dios ha concedido (con ciertos límites) libre albedrío a sus criaturas y no lo revocará, porque hacerlo iría en contra de los principios de su carácter y su gobierno de amor. Este conflicto cósmico se originó cuando el diablo, que había sido creado por Dios como un ángel perfecto, ejerció su libre albedrío en el cielo, se rebeló contra Dios y difamó el carácter del Creador. Hizo todo esto a fin de usurpar el gobierno de Dios y arrastrar a un grupo de ángeles en su rebelión (ver Eze. 28:12-18; Isa. 14:12-14; Apoc. 12:4, 7-9). Luego, Satanás se presentó como una serpiente en el huerto del Edén, y cuestionó y calumnió a Dios (Gén. 3:1-5). Allí logró que Eva y Adán desconfiaran y desobedecieran al Señor, y al comer del fruto prohibido introdujeron el pecado y el mal en este mundo (vers. 6-19). Desde entonces, todos los seres humanos, como descendientes de Adán y Eva, han luchado contra el pecado y las devastadoras consecuencias del mal.
Sin embargo, a pesar de la Caída, Dios puso en marcha un plan de redención: Cristo derrotaría a Satanás y redimiría a la raza humana (vers. 15). De hecho, Dios “de tal manera amó al mundo” que abrió el camino para que “todo aquel que crea” en Cristo sea salvo (Juan 3:16). Cristo mismo, la segunda Persona de la Deidad, se encarnaría, viviría una vida sin mancha de pecado y moriría voluntariamente en la Cruz como un sacrificio perfecto en lugar de los pecadores (Juan 10:18; Fil. 2:5-8), y además cumpliría con la Ley divina y manifestaría el carácter justo y misericordioso de Dios (Rom. 3:25; 5:8).
En términos generales, el tema de un conflicto cósmico entre Dios y Satanás no es exclusivo del pensamiento adventista; pero sí es esencial para nuestra teología. Proporciona una gran parte del marco teológico que le da sentido a muchas de nuestras creencias, como por ejemplo: los eventos finales, la segunda venida de Cristo, la naturaleza del Juicio divino y la doctrina del Santuario.
Diferentes perspectivas acerca del Gran Conflicto
Aunque las características básicas del Gran Conflicto que hemos mencionado son generalmente aceptadas por la mayoría de los adventistas, hay diferencias significativas en cuanto a cómo abordar el asunto del carácter de Dios y el papel que los seres humanos desempeñan en el Conflicto, en el que, como dice Pablo, “¡hemos llegado a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres!” (1 Cor. 4:9). Este libro aborda estos temas procurando presentar una imagen más clara del carácter de Dios y de la última generación, y ello beneficiará a nuestra iglesia.
Por un lado, hay adventistas que afirman que Dios aportó los medios y estableció el fundamento de la victoria en el Gran Conflicto al derrotar definitivamente a Satanás en la Cruz. La obra de Cristo presentó suficientes y efectivas razones para refutar las acusaciones del enemigo y vindicar plenamente el carácter de Dios ante el Universo, que estaba atento a lo que sucedía. Desde esta perspectiva, la obra de los seres humanos es misionera: anunciar y dar testimonio del intachable carácter de Dios, difundir las buenas nuevas y reflejar el carácter divino como un medio para que todo el mundo se entregue sin reservas al Señor y reconozca que Dios es amor.
En tanto que, desde esta perspectiva, la participación humana tiene ramificaciones reales y significativas para ayudar a la gente a reconocer el amor de Dios y a elegir recibir gratuitamente la salvación, hemos de dejar bien claro que no ofrece ninguna razón para la reivindicación del carácter de Dios o la victoria divina en el Gran Conflicto. Los seres humanos simplemente proclaman y dan testimonio de la vindicación del carácter de Dios, ayudando a los demás a reconocerlo sin aportar nada al hecho de que el carácter de Dios es perfecto (ver Rom. 3:4). Y aquí lo esencial es que Dios mismo obtuvo la victoria en el Gran Conflicto, y esta victoria no depende de ninguna contribución humana. Cristo refutó las falsas acusaciones de Satanás contra el carácter, la Ley y el gobierno moral de Dios por medio de su vida y su muerte perfectas, y así derrotó al enemigo (Apoc. 12:10).
Algunos adventistas, por otro lado, sostienen lo que se conoce como la “Teología de la Última Generación” (TUG). El siguiente capítulo proporcionará un panorama histórico y teológico de su significado. Por ahora, podríamos definir la TUG como la creencia de que es preciso que haya una última generación de creyentes que llegue a ser absolutamente irreprensible y “perfecta” a fin de vindicar el carácter de Dios y obtener la victoria en el Gran Conflicto. En sentido general, la TUG afirma que se necesita una fase adicional de expiación –más allá del ministerio de Cristo– para derrotar definitivamente a Satanás y que debe haber una última generación de personas irreprensibles que, al vencer por completo el pecado, vindiquen el carácter de Dios. Esa última generación desempeñará un papel crucial con respecto a quién saldrá victorioso en el Gran Conflicto. Siendo así, entonces Satanás no fue derrotado en la Cruz; por lo tanto, para que Satanás sea derrotado, un grupo de seres humanos tendrá que llegar a ser perfecto y sin pecado.
Temas relevantes para la Teología de la Última Generación
La TUG suscita una serie de temas que encierran repercusiones teológicas de gran alcance. Por ejemplo, para la TUG, la victoria de Dios en el Gran Conflicto depende de la fidelidad de las criaturas. Considera que la revelación y la participación divinas resultan insuficientes para obtener la victoria en el Gran Conflicto y que deben ser completadas con la participación humana.
Además, la idea de que al menos un grupo ha de ser impecable y “perfecto” antes de la Segunda Venida a fin de vindicar el carácter de Dios conlleva que dicho grupo quede absolutamente libre del pecado antes de la glorificación; esto es, antes de la transformación de los redimidos por Cristo en su segunda venida (1 Cor. 15:52-55). Ahora bien, esto pone sobre el tapete importantes preguntas respecto de la naturaleza humana y la doctrina del pecado. Si se supone que el pecado solo es un acto deliberado, entonces uno podría liberarse del pecado mediante el uso de la fuerza de la voluntad. Si, por otro lado, el pecado es más que una acción deliberada, si es también parte de la naturaleza humana con sus propensiones no elegidas hacia el mal, entonces los seres humanos no serían capaces de vencer por completo el pecado (en ese sentido) por sí mismos, porque la misma voluntad humana estaría contaminada por el pecado.
Entrelazados con esos asuntos vinculados con la victoria sobre el pecado, surgen muchas inquietudes y confusiones en cuanto a las condiciones y el proceso de la salvación. Así, mientras que muchos adventistas entienden que la justificación es una declaración forense o legal de justicia, algunos defensores de la TUG argumentan que la justificación no es meramente forense, sino que también incluye el proceso a través del cual el creyente es hecho justo (es decir, la santificación).
Más desacuerdo y confusión surgen al abordar la naturaleza de la santificación. Muchos adventistas la consideran como el proceso de llegar a ser más y más santos, o de desarrollar el carácter para amar como lo hace Dios. En ese sentido, mientras que la justificación es la declaración que Dios hace en un momento, la santificación es la obra de toda una vida; no obstante, ambas son por fe y dependen de la participación principal y previa (o “habilitante”) de Dios. De ese modo, los cristianos pueden alcanzar la “perfección” del carácter; pero ese tipo de perfección no tiene nada que ver con la concepción absolutista de perfección fomentada por la filosofía griega.
Por otro lado, la TUG aboga por un perfeccionismo que sostiene que los seres humanos pueden llegar a ser perfectos, sin pecado, haciendo que el protagonismo radique en las obras humanas. El perfeccionismo plantea que uno podría llegar a un estado previo de glorificación cuando se está perfectamente “santificado” y, por lo tanto, ya no se necesitaría de la justicia imputada de Cristo. Desde esta perspectiva, uno puede seguir los pasos de Cristo para llegar a ser absolutamente perfecto (en lo que a moral se refiere).
Las percepciones que tengamos de las condiciones y el proceso de la salvación, particularmente sobre el tema de la “perfección”, repercuten en nuestra noción de lo que es una vida santificada. Los adventistas generalmente están de acuerdo en que los cristianos han de aspirar a ser semejantes a Cristo y alcanzar la santidad, pero existe un considerable desacuerdo sobre cómo se concibe y cómo ha de lograrse tal santidad.
Algunos hacen hincapié en la obediencia externa y se enfocan en no cometer pecados, mediante el disciplinado ejercicio de la voluntad. Otros reconocen la importancia de la obediencia y de abstenerse del pecado, pero creen que la obediencia y la victoria sobre las acciones pecaminosas solo se consiguen mediante la obra de fe que Dios realiza en nosotros, aunque nuestras inclinaciones pecaminosas permanecerán hasta la glorificación. Visto así, dejar de cometer pecados externos no es suficiente; nuestra naturaleza pecaminosa tiene que ser tenida en cuenta, puesto que cuando se trata de pecados no solo hay pecados de comisión sino también de omisión. En este sentido y en muchos otros, hay grandes diferencias con respecto a cómo han de vivir los adventistas a la luz del inminente regreso de Jesús.
Todo eso se relaciona estrechamente con el concepto que se tenga de la lucha contra el pecado y las terribles consecuencias que tiene para nuestra salud mental. Personalmente he conocido y ministrado a muchos adventistas que han tratado –y han fallado– de ser absolutamente perfectos y sin pecado (en el sentido perfeccionista que hemos descrito). Gente que creía que podía alcanzar un estado de impecabilidad con nada más tomar las decisiones correctas y así, en los últimos días, alcanzar la seguridad de la salvación; sin embargo, fracasaron en su intento, y las consecuencias fueron devastadoras para su fe y su bienestar.
Muchos de ellos daban por sentado que podían y debían ser como Jesús a fin de ser hallados dignos de la salvación. Algunos llegaron a creer que si no lo hacían estarían perdidos y que, incluso, dudar de que podían y debían llegar a ser absolutamente perfectos equivalía a dudar del poder y de la bondad divinos y de la eficacia del ministerio de Cristo en su favor. Esto está directamente relacionado con un argumento muy popular entre los adeptos a la TUG: podemos estar libres del pecado, así como lo estuvo Jesús. Argumentan que, para que Cristo sea nuestro Ejemplo, entonces tuvo que haber sido como nosotros. En concreto, los partidarios de la TUG afirman que Cristo heredó la misma condición pecaminosa que tenemos nosotros; de no ser así, entonces no era cien por ciento humano como nosotros. Asimismo, se añade que, si Cristo era igual que nosotros, el hecho de que nunca haya pecado (lo cual es generalmente aceptado por todos [ver 1 Juan 3:5; Juan 14:30]) demuestra que nosotros podemos vencer el pecado y alcanzar un estado de perfecta impecabilidad.
Otros, en tanto que creen que Cristo estuvo libre del pecado, se preguntan si él era realmente igual a nosotros. De acuerdo con las premisas de la TUG: (1) para ser plenamente humano, uno debe heredar la naturaleza pecaminosa, y (2) Cristo necesitaría ser igual a nosotros para ser nuestro Ejemplo. Esto se relaciona íntimamente con la doctrina del pecado. Si el pecado es una condición que requiere salvación externa, y si Cristo heredó tal condición, entonces se da la impresión de que él mismo estaría en necesidad de un salvador. Y esto es inconcebible.
De ese modo, para algunos defensores de la TUG, el ejemplo perfecto de Cristo es insuficiente para demostrar que la Ley de Dios es perfecta y justa. Argumentan que se necesita una generación que esté en una situación peor que la de Cristo, que haya heredado una d...