Una escuela en ronda
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Una escuela en ronda

Ideas y recursos para una pedagogía artística

Magdalena Fleitas

  1. 304 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Una escuela en ronda

Ideas y recursos para una pedagogía artística

Magdalena Fleitas

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Índice
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Información del libro

Este libro anda por tres caminos que se cruzan y se encuentran, por suerte, muchas veces y amorosamente: el del lenguaje musical, el de las infancias y el de la vida en las instituciones educativas. Al recorrerlos, va sembrando un marco conceptual rico y profundo, pero sobre todo nos va ofreciendo un sinfín de ideas, recursos, canciones, historias y herramientas didácticas para trabajar en casa, en el barrio, en la plaza, en las escuelas, con niños y con grandes.Con sabiduría y generosidad, Magdalena Fleitas comparte los entretelones de un jardín en que el lenguaje musical y el arte dan forma a las rutinas, los proyectos y los vínculos entre docentes, directivos, niños y familias. Nos cuenta que cada momento tiene sus rituales, sus colores y sus sonidos. Nos deja espiar por la ventana las reuniones con docentes y la planificación de las actividades, y nos da permiso para curiosear sin apuro las cajas de tesoros con los que dar vida a cada propuesta que invita a aprender. Para eso, se nutre de su vastísima experiencia como formadora de formadores, directora, maestra, música y mamá.Una escuela en ronda abre las puertas al juego y a la exploración. Y para eso nos invita a bucear en nuestras propias fuentes: las canciones y los juegos de la infancia, aquello que nos emociona, y los conocimientos de la comunidad de la escuela, para conectarnos con la creatividad más profunda que habita en cada casa y en cada institución. Bienvenidos a esta aventura pedagógica que canta y baila, a esta escuela en ronda, en la que crecer es crecer con otros y descubrir la propia voz.

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Información

Año
2022
ISBN
9789878011363
Edición
1
Categoría
Pedagogía
1. El lenguaje musical y la comunidad
Desde las infancias para todos
Donde presentamos varios temas, el lenguaje musical, qué es musicalizar, nos preguntamos acerca de nuestra propia voz, conocemos un poquito de Risas de la Tierra y nos damos cuenta de que la educación, el arte y la salud se integran en la vida, desde las infancias hacia toda la comunidad.
Obertura
Musicalizar es despertar el mundo interior, compartirlo con los demás y enriquecerlo durante el camino; es una invitación a encontrarnos mediante la escucha, el juego sonoro, las canciones, los bailes; es comprender que lo musical nos abre un camino de comunicación cercano, fácil y accesible, que nos impulsa a expresarnos, a construir nuestra identidad y a tejer sentimientos de belleza y de bondad.
El acto de musicalizar nos permite reconocer la propia voz y resonar con la voz colectiva a través de la alegría del encuentro, de la apertura a la escucha, despertando los sentidos y abriéndonos, como seres resonantes que somos, a una vigilia receptiva. Como parte de esa voz colectiva nos conectamos con el sonido de nuestra tribu, de nuestra escuela, de nuestra casa, de las fuentes de donde provenimos, de los folclores que nos atraviesan, de nuestra propia cultura. Gracias a esa voz descubrimos el valor de nuestros rituales, que son puentes para la vida: rituales para darnos la bienvenida, para despedirnos, para trasladarnos de un lugar a otro, como hacen los niños y las niñas cuando cantan desde el patio hasta la sala del jardín, desde la cocina hasta la pieza, cuando ven la lluvia tras la ventana o en una mañana de sol; rituales para cantarles y bailarles a las estaciones del año, reconociendo la singularidad de cada una; rituales para los ciclos escolares, para la pequeña jornada escolar, para arrullar a un bebé que nace y también para despedir a un ser querido. En esos instantes la música se convierte en un todo indisociable con el intenso momento que nos toca transitar.
En las tradiciones rurales, sobre todo en los pueblos africanos, la música es parte de la vida cotidiana y acompaña cada momento del ciclo vital; no está separada, sino que es parte del día a día, tan naturalizada como el acto de respirar, como la conversación. La música, con toda su riqueza y complejidad, es un lenguaje. Pero en las ciudades nos pasa otra cosa: vivimos nuestra relación con la música de forma diferente, nos falta esta experiencia que nos integra. Tenemos incluso el desafío de musicalizarnos, mediante prácticas, estudios y, especialmente, a través de preguntas, con una nueva mirada que invita a reconocer, en primera instancia, que el lenguaje musical es un idioma cercano, posible, que nos expresa, que nos sintoniza con nosotros mismos y con los demás. Este proceso implica aprender a escuchar, tanto hacia afuera como hacia adentro: nos invita a despertar los sentidos, a reconocer la propia voz, lo que queremos decir y cómo queremos decirlo, pero también a construir un repertorio en conjunto con nuestro entorno, un folclore común, para integrar nuestras experiencias, para fortalecer la comunidad, generar alianzas entre las escuelas y las familias que nos permitan ir todos juntos hacia adelante, en beneficio de las infancias, de una escolarización más feliz para todas las personas que son parte de la experiencia. Pero, ¡atención!: para lograr ese objetivo, la música tiene que dejar de ser una actividad compartimentada, una clase de cuarenta minutos en un aula, una vez por semana o, con suerte, dos y solo para unos pocos elegidos. Para musicalizarnos, necesitamos que la experiencia sea parte de la vida cotidiana, en casa, en la escuela, en la plaza, y que esté disponible para grandes y chicos. Solo así podremos comunicarnos mediante la música, refinar nuestra sensibilidad y encontrar los valores más profundos que nos ofrece este puente maravilloso: la posibilidad de escucharnos, de vitalizarnos a través de la música y de construir nuestra propia voz en resonancia con la voz colectiva.
El lenguaje musical
La música es una experiencia multidimensional que involucra la energía de los cuatro elementos; es vida que suena y resuena, un alimento que nutre y sostiene; es vital, es de todos y para todos. No se trata de un patrimonio exclusivo de los músicos, ya sean vocacionales o profesionales. La música es una forma más de expresión y de comunicación humana, como el lenguaje hablado. Quienes amamos la música estamos seguros de que, sin duda, se trata de la forma de comunicación más hermosa, que no solo nos conecta con el resto de los seres humanos, sino también con la naturaleza, con lo divino y, muchas veces, con nosotros mismos.
Pero empecemos por el principio, para que no se convierta en una utopía idealizada, por más bella que esta utopía pueda parecernos. La música no es una experiencia elitista, es un derecho de todos los seres humanos y, básicamente, es una oportunidad, una invitación a vivir más felices. Hay personas que creen que para vivir la música hay que saber leer partituras o tocar un instrumento. Sí, es cierto que son conocimientos que tienen que ver con la alfabetización musical, pero la verdadera búsqueda consiste en el acercamiento a la experiencia musical, a la posibilidad de sensibilizar, de resonar con nuestro mundo interior y compartirlo. Solo así la comunicación musical podrá convertirse en una aliada para construir identidad, comunicarnos mejor y fortalecernos desde la fuente misma de nuestra cultura, abiertos al mundo.
Este libro es una invitación a recorrer juntos ese camino, a entrenar la escucha, limpiar los oídos y descubrir los paisajes sonoros, el canto de los pájaros, la voz del viento, las tramas vibrantes entre voces, cuerpos, palabras y ritmos, a despertar la ternura y la alegría que genera un proceso compartido, en el cual descubrimos la oportunidad de crecimiento y transformación que nos ofrece la música como lenguaje integral y abarcador.
La música es un lenguaje y, como tal, puede expresar impresiones, sentimientos, estados de ánimo. Pocos compases después de iniciarse una obra musical, queda automáticamente configurado un clima o una atmósfera que trasciende los límites sonoros. Así atribuimos a la música cualidades diversas. Puede parecernos serena, excitante, jocosa, tensa, angustiante, satírica, inquisitiva, elegante, de mal gusto, sugestiva, sensual, misteriosa, imponente, marcial, barata, etc. Estas impresiones suelen coincidir entre individuos de un mismo país o grupo social. Este lenguaje musical es universal porque establece vínculos entre los seres humanos.
Violeta Gainza, La iniciación musical del niño
Cuerpo y música
¿Dónde está la música? ¿En un escenario? ¿En un parlante? ¿En una lista de reproducción? Lo bueno es que para sentir y hablar el lenguaje de la música no hay que encender un aparato; para descubrir de qué se trata la música, en primera instancia, no es necesario salir a buscarla afuera, en una guitarra o en un concierto. ¿Por qué? Porque la música empieza en nosotros, habita en nuestro cuerpo. Entendamos primero qué es la música. Es hora de derribar ciertos mitos: la música no es solo esa canción para “mover las manitos o sacudir los pies” que solemos cantar en el jardín. En el cancionero escolar hay muchísimas canciones así, para enseñarnos las partes del cuerpo, el abecedario, para instruir hábitos, lavarse bien y ser buenitos. Podemos seguir cantándolas si son fuente de alegría, pero la música es algo mucho más grande, misterioso, cercano, lejano, mío, tuyo. Es fundamental entender lo que implica corporizarla, para que sea realmente un lenguaje verdadero de comunicación, enraizado en la propia experiencia de los sentidos, un camino de construcción de identidad y expresión de cultura.
Volvamos al cuerpo: desde allí vivimos la vida, el cuerpo no está disociado de la experiencia de aprender. Somos cuerpo, mente, espíritu. Somos un todo, y corporizar la música nos hace darnos cuenta de esto, nos trae información nueva, fresca: pulsos, latidos, sensaciones y sentimientos. ¡Qué maravilla! De repente, existe una experiencia que nos integra, que barre con la disociación que enuncia “mi cuerpo y yo”, como si el “yo” estuviera en otra parte. La música está en el cuerpo y los niños lo saben bien. En la infancia, la relación entre sonido, ritmo y movimiento es completamente espontánea. Ahí tenemos una prueba directa del poder del sonido, porque siempre hay una respuesta inmediata. Los niños y las niñas más pequeños juegan con su voz como si fuera el mejor juguete: baba dudu, plic tum shh… La boca, la lengua, los dientes, el paladar se transforman en instrumentos placenteros, fascinantes y accesibles. Los bebés son grandes maestros a la hora de mostrar la poderosa relación entre el sonido y el cuerpo. Se balancean ante el primer estímulo sonoro: la reacción del cuerpo es inmediata. Incluso el hermoso vaivén, fuente de inspiración de tantas canciones, es parte de la danza de la infancia, a medida que aprendemos a caminar. Con el tiempo, el balanceo se hace más rítmico y más lúdico con canciones para la marcha. Ante una polka o marcha instrumental, los niños responden activamente. Las manos se sacuden, se despierta la sonrisa; las rodillas, flexibles, suben y bajan, como el centro de gravedad. Es genial aprender a caminar con estos ritmos, incluso aprender a saltar con un pogo divertido, como resortes, canguros o conejos. El movimiento cambia de manera evidente al escuchar un vals, con cualidades más flexibles y líricas. Mediante los juegos rítmicos de pandero, se despierta la aventura de levantar los pies del piso y hacer nuevos pasos, sobre todo en los pequeños deambuladores. Para los más grandes del jardín, hay músicas que invitan a descubrir movimientos más complejos: rodar por el piso, dar vueltas como un trompo que gira y gira, hacer estatuas o mantener el equilibrio, en un camino en el que el cuerpo y el sonido dialogan y están unidos desde la vibración.
Estos juegos tan simples, propios del nivel inicial, que también conforman el cancionero infantil de muchas culturas, son parte de la experiencia musical en la primera infancia. Asimismo, sabemos que los más pequeños resuenan de manera especial con el entorno, por eso tiene tanto sentido elegir cómo vamos a musicalizar el ambiente, qué vamos a escuchar y, también, cuándo hacer silencio y habitar las pausas, para que el lenguaje siga vivo y no se transforme en ruido de fondo o música funcional. Somos entidades sonoras porque nuestra vida, aun en el sentido biológico más estricto, está hecha de latidos, pulsos, ritmos y vibraciones. No tenemos que ir a buscar la música afuera, porque la música habita en nosotros desde que estamos en la panza de mamá y el sonido es un canal poderoso de comunicación, aunque no siempre nos demos cuenta.
El cuerpo del niño es integral: siente, piensa, construye conocimiento, establece una compleja sucesión armónica de tensión y distensión; la piel tiene memoria; el cuerpo del niño ama y rechaza las canciones según lo que ha sentido. Hay una inteligencia del cuerpo, incluso estrategias llevadas al cuerpo. El niño corporiza la música y sus sentidos se despiertan a través del juego, un maravilloso camino de aprendizaje.
Sentir y escuchar
La escucha es el arte de ser receptivos.
Lama Tarthang Tulku, La alegría de ser
La música nos ayuda a integrar la vida cotidiana porque involucra las emociones, el cuerpo, el juego, la mente, el corazón, el espíritu, a los amigos, a los otros… y algo más.
Como dijimos, es un lenguaje y, por lo tanto, comunica, tiende puentes, abre, cierra… y algo más. Al igual que la capacidad de ponerse a jugar, la música puede emerger espontáneamente, tanto en los niños como en los adultos. Pero hay que darle lugar, confiar en ella, abrir los oídos con respeto, y también con irreverencia. El sonido nos rodea y es parte de nosotros. Sí, en la naturaleza hay sonidos maravillosos, hay lenguajes, pero la música comienza en nuestra capacidad de escucha y de emisión.
Sería maravilloso que la música habitara en todos los hogares y las escuelas sin ningún tipo de exigencia en cuanto a la destreza. Porque este lenguaje se cuida dando permiso, viviéndolo, así nos vamos afinando, sintonizando en el lenguaje mismo, con la intención de musicalizar. Al integrar tantos aspectos de la persona, las ganas de jugar con la palabra, cantar, bailar, escuchar y compartir pueden inhibirse si aparecen muy pronto el juicio, las críticas, los exámenes o una mirada valorativa de quién es buen músico y quién no lo es. La música es un lenguaje verdadero, pero para desarrollarse con plenitud tiene que ser mucho más que una ejercitación semanal aislada. Dejemos que la música entre en los hogares de la mano de los chicos, de los padres, de los abuelos. Mi maestra Alicia Lurá me enseñó muchas canciones que ahora forman mi repertorio de adulta, y gracias a ella mi casa se transformó en un lugar de encuentro musical para los amigos, con quienes ensayábamos los coros. Alicia me transmitió el valor de hacer música en familia. Con ella aprendí que, si en la casa se canta y baila, si en la escuela los maestros cantan y dedican un rato entre actividades a bailar y escuchar, entonces los chicos crecen inmersos en la música y desarrollan una sensibilidad hacia este lenguaje que luego se integra con otros lenguajes artísticos. Porque cada expresión artística, como la plástica, la danza, la literatura y otras artes, llega a distintos lugares de nuestro ser y habilita diferentes canales de comunicación. No hay una mejor que otra.
Pero la música tiene algo singular, está especialmente cerca. Suena casi como hablan los más pequeños, con el laleo infantil, acompaña el balanceo del bebé, vibra en la musicalidad de las palabras; y así, desde niños, el cuerpo se llena de música y de ritmo a medida que crecemos.
No es tan importante si luego los chicos se dedican a tocar la batería o al canto lírico, si se convierten en ingenieros, comerciantes, médicos o lo que sea. Lo maravilloso es que para toda la vida tendrán la música con ellos. La música estará con ellos. La usarán para acompañar su día a día, para compartir una reunión, para aprender a escuchar, para cantar al enamorado, para una despedida.
Entonces, de esta manera, la música se transforma en el lenguaje de las emociones y los sentimientos.
Si alimentamos este canal, los chicos atesoran dentro de sí un lenguaje que los ayuda a vivir la vida y a construir un camino feliz, porque es un gran recurso para la inteligencia emocional.
La música como medio de comunicación posee infinitas posibilidades, es capaz de despertar sentimientos sublimes como también las sensaciones menos espirituales. Es importante tener en cuenta esta condición de la música al escoger el material auditivo que utilizaremos para cultivar la sensibilidad de nuestros alumnos.
Violeta Gainza, La iniciación musical del niño
Educación, arte y salud
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