
- 392 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Una vez transcurridos cincuenta años de la celebración del Vaticano II habría que reflexionar sobre cuál es su herencia permanente, que es indicativa de que todavía hoy el Concilio puede ser saludable. Es verdad que las últimas décadas han sido testigos de cambios culturales imprevistos en el Concilio, y es necesario seguir leyendo los signos nuevos que van surgiendo en el tiempo. Pero, tanto en la visión de la Iglesia como en su relación con el mundo, el Concilio abrió perspectivas y sugirió claves fundamentales que son imprescindibles para la renovación de la vida cristiana y para su misión evangelizadora.Es la convicción inspiradora de este libro.
Preguntas frecuentes
Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
- Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
- Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a A los 50 años del Concilio de Jesús Espeja Pardo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Historia del cristianismo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.
Información
1. La tentación del poder
Según los evangelios, un mesianismo de poder fue la mayor tentación que Jesús venció una y otra vez. Hasta experimentar, por mantenerse fiel al proyecto de vida para todos, el no poder, la exclusión en la muerte injusta de cruz dictada por los poderosos en religión y en política.
Ya sus primeros discípulos cayeron en esa tentación sobre la que Jesús los puso en guardia: «El mayor entre vosotros sea como el menor y el que manda como el que sirve»[1]. Y en la historia de la Iglesia el poder ha sido y sigue siendo un peligro para su buena salud evangélica. No sólo en la organización intraeclesial, sino también a la hora de diseñar las relaciones de la Iglesia con la sociedad civil. Todos y todas llevamos dentro esa fiebre posesiva que fácilmente agarra en nuestra conducta y pervierte a las instituciones del organismo eclesial. En el dinamismo de esa fiebre posesiva entra la obsesión por el dominio de la religión, en nuestro caso de la Iglesia, en todas las esferas de la organización sociopolítica.
1. Hegemonía de la Iglesia en la Edad media
Las primeras comunidades cristianas, perseguidas al principio en el Imperio romano, a partir del siglo IV salieron de las catacumbas, y el cristianismo, declarado religión oficial del Imperio, se configuró a semejanza de la organización social del mismo, plasmando así lo que se ha llamado «situación de cristiandad»: un modelo de sociedad donde la ordenación jurídica, la moralidad pública y la gestión estatal tienen cobertura en la religión cristiana, mientras esta se ve apoyada por el régimen político. En ese consorcio se comprende fácilmente que los obispos y en general el clero hayan sido catalogados en escalafón social superior a los demás bautizados y se haya construido una imagen piramidal de Iglesia.
Como denuncia profética contra el abuso del poder y contra la mundanización o identificación de la Iglesia con las instancias políticas y con otras idolatrías o falsos absolutos de la sociedad, surgieron los anacoretas. Retirándose al desierto, cultivando la dimensión contemplativa y llevando una vida liberada del poder, las apariencias y otros falsos absolutos, fueron llamada del Espíritu para la Iglesia tentada de acomodarse a la figura de este mundo.
El siglo X ha sido llamado de hierro y de gran oscuridad para la Iglesia. Los señores feudales daban cargos eclesiásticos a su antojo –investían a clérigos y obispos– sin contar para nada con la autoridad eclesiástica. Pero en 1073 el monje Hildebrando de Soana, elegido papa con el nombre de Gregorio VII, emprendió la reforma, y cortó bajo excomunión las investiduras proclamando la libertad de la Iglesia para el nombramiento canónico de cargos eclesiásticos y para disponer de sus propiedades. Así toda la Iglesia quedó sometida al papado.
Teniendo a esta institución como primera referencia, se diseña una eclesiología jurídica que consumará el Decreto de Graciano hacia el 1140, donde se distingue y se da relieve al clero sobre todos los demás bautizados. Siguiendo el dualismo agustiniano –de las dos ciudades, una cuerpo de Cristo y otra cuerpo del diablo– la Iglesia y en ella el sucesor de Pedro, el papa, tiene el poder espiritual, al que debe estar sometido el poder temporal. La naturaleza, la función, los derechos y los poderes del papado fueron recogidos en el Dictatus Papae (1075): siendo de institución divina, el poder del papa es independiente y está por encima de todos los gobernantes de las naciones.
La Iglesia, centrada en la figura del papa, viene a ser el signo del máximo poder en este mundo. Visión confirmada en el 1302 en la bula Unam sanctam de Bonifacio VIII. Siendo el papa representante de Cristo, tiene poder sobre todos los príncipes de las naciones; el poder espiritual o eclesiástico debe establecer y juzgar a los poderes temporales; los valores del orden natural y la autonomía de los poderes temporales no tienen fundamento ni consistencia. Hasta el punto de llegar a concluir solemnemente: «Declaramos que ninguna criatura puede salvarse si no se somete al Romano Pontífice»[2].
Seremos injustos con las intervenciones de estos papas si no las interpretamos dentro de su contexto histórico. Pero es manifiesta la tentación del poder en el interior de la comunidad cristiana, fomentando un clericalismo o catalogación del clero como clase superior; y también a la hora de interpretar y establecer las relaciones de la Iglesia con el mundo, que se debe organizar y funcionar sometido al dictamen y a la tutela de las autoridades eclesiásticas.
Tampoco aquí el Espíritu guardó silencio y habló en el movimiento profético de las órdenes mendicantes, de modo especial en franciscanos y dominicos. Los primeros recordaron que la fraternidad es lo más original y novedoso de la Iglesia, mientras que los dominicos destacaron el realismo de la encarnación contra todo maniqueísmo dualista mantenido en la tradición agustiniana. Sin embargo, ahí quedó el lastre de clericalismo y el afán de dominar las realidades temporales negando prácticamente su consistencia y autonomía.
2. Decadencia y recuperación
La sede pontificia en Aviñón (1309-1377), así como el cisma de Occidente, donde simultáneamente hubo varios papas, supuso un descrédito para la institución del papado. El concilio de Constanza (1414-1418) se convocó para acabar con el cisma. Allí se manifestó la tendencia conciliarista extrema según la cual el papa estaba sometido al concilio. Esa tendencia no se admitió; pero sí prosperó la solidaridad colegial entre las decisiones conciliares y la autoridad del papa. Una orientación que tuvo su eco y fue debatida en el Vaticano II hablando sobre la colegialidad de los obispos y el ministerio peculiar del Sucesor de Pedro.
La
protesta de los protestantes en el siglo XVI. La hicieron ya los reformadores en la dieta de 1529 denunciando el abuso de la Iglesia católica de llamar sagradas a tradiciones que son resultado de condicionamientos históricos. Es lo que el teólogo Paul Tillich llama «principio protestante»: rechazo divino y humano contra toda pretensión absoluta hecha por una realidad relativa, aunque esa pretensión sea hecha por una iglesia de la Reforma.
Ante la negación de la Iglesia visible como signo e instrumento de gracia, el concilio de Trento reaccionó defendiendo la visibilidad de la Iglesia y su condición de sociedad jerárquica. Y para atajar posibles confusiones sobre la verdadera Iglesia y la pertenencia a la misma, Roberto Belarmino (1542-1621) lo dejó bien claro: a la verdadera Iglesia pertenecen sólo aquellos que tienen la misma profesión de fe, practican los mismos sacramentos y aceptan el mismo régimen. La visibilidad pasó a ocupar el primer plano quedando en la sombra el misterio de la Iglesia comunidad de vida.
En la época postridentina –cuatro siglos de Contrarreforma– prevaleció la eclesiología diseñada por Roberto Belarmino. Una eclesiología muy centrada en la organización visible, que destacaba su condición jerárquica de modo que el tratado teológico dedicado a la Iglesia prácticamente era una jerarcología; el pueblo de Dios apenas aparecía. En esta visión la Iglesia era interpretada como sociedad de desiguales; y ya mirando al mundo moderno se presentaba a sí misma como sociedad perfecta por encima de la sociedad civil, que debía servir a los objetivos espirituales de la Iglesia[3].
El Vaticano I (1869-1870). Debemos leer e interpretar el contenido de este concilio dentro de su contexto histórico. No resulta fácil valorar el alcance del mismo porque sólo elaboró algunos capítulos de lo programado y, debido a su precipitada disolución, esos capítulos no fueron canónicamente aprobados. El concilio tenía de trasfondo la sombra de la Reforma, que venía pujando desde el siglo XVI, y la corriente librepensadora que iba calando entre los mismos católicos, poniendo en peligro la unidad dentro de la misma Iglesia. La situación exigía fortalecer la institución eclesiástica, e insistir en la función de la jerarquía para mantener la unidad. En esa preocupación se reforzó la autoridad del papa en doble aspecto: primado de jurisdicción sobre toda la Iglesia e infalibilidad. En el horizonte del concilio no entraba lógicamente la preocupación por el diálogo ecuménico.
Si bien el Vaticano I en sus documentos mayores no utilizó la expresión «sociedad perfecta» para definir a la Iglesia, la visión belarminiana era el marco doctrinal: la Iglesia es sociedad perfecta porque es completa en sí misma, independiente y con todos los medios para alcanzar su fin. Esta sociedad estrictamente jerárquica es por su propia fuerza y naturaleza desigual: se compone de un doble orden de personas, pastores y grey, es decir, los que están colocados en los varios puestos de la jerarquía, y la multitud de los fieles.
Por supuesto que se puede hacer esta distinción entre los que han recibido ministerios ordenados y los demás fieles; la sigue haciendo el nuevo Código de Derecho Canónico[4]. Ni se niega la distinción «Iglesia docente-Iglesia discente» surgida en el siglo XVIII. Pero el Vaticano I fundamentalmente procedió con la visión eclesiológica postridentina y de algún modo afianzó el dualismo clérigos-laicos que venía de la Edad media. Se dio pie para, en la percepción de muchos, reducir «la multitud de los fieles» a un sujeto sumiso y paciente, identificando a la Iglesia con los clérigos como únicos responsables. Todavía en los inicios del siglo XX se acentúa esta división; por una parte los dirigentes y por otra los demás bautizados: «El deber de la grey es aceptar, ser gobernada y cumplir con sumisión las órdenes de quienes la dirigen»[5].
En los siglos de Contrarreforma hubo en la Iglesia un gran florecimiento de la espiritualidad cristiana con grandes místicos, no faltaron teólogos muy lúcidos que supieron unir la vitalidad de la Iglesia y su dimensión histórica, y fue muy destacable un movimiento litúrgico que daba gran relieve al misterio de la Iglesia. Pero la eclesiología académica no incorporó esta vitalidad; y la dejación fue una desgracia para la reflexión teológica y para la visión de la Iglesia, percibida sólo como institución y reducida prácticamente al clero. Por referirme al ámbito español, pues me tocó de cerca y sólo a modo de ejemplo, ya en la primera mitad del siglo XX Juan González Arintero, sensible a las teorías científicas sobre el evolucionismo, escribió páginas muy sugerentes sobre la Iglesia como organismo vivo que crece y se desarrolla por la presencia y acción del Espíritu Santo. Sin embargo todavía en vísperas del Vaticano II, en el ámbito académico de Salamanca donde había vivido aquel gran maestro, la eclesiología seguía centrada en la visibilidad institucional. En 1953 Yves Congar, en su obra Verdaderas y falsas reformas en la Iglesia, escribió: «A medida que en mis estudios he ido avanzando el conocimiento de esta realidad que es la Iglesia, se hizo claro para mí que sólo se había estudiado en ella la estructura, no la vida»[6].
2. Choque con la Ilustración
En 1637, en su Discurso del método, el filósofo René Descartes manifiesta que la subjetivida...
Índice
- Presentación
- Siglas y abreviaturas
- Primera parte: Ante la irrupción de la modernidad
- 1. La tentación del poder
- 2. Choque con la Ilustración
- 3. Hacia la renovación necesaria
- 4. El arranque profético de Juan XXIII (1958-1963)
- Segunda parte: El significado del concilio
- 1. Claves en la génesis de los documentos
- 2. Qué dice la Iglesia de sí misma
- 3. La Iglesia en el mundo
- 4. Para una evaluación
- Tercera parte: Hacia una Iglesia servidora
- 1. «Tiene ante sí la Iglesia al mundo»
- 2. Misión de la Iglesia en este mundo
- 3. La Iglesia «necesita purificación»
- Cuarta parte: Leyendo signos del mundo moderno
- 1. La expresión «signos de los tiempos»
- 2. Autonomía de la realidad secular
- 3. Reclamo de libertad y renovación de la moral
- 4. La escandalosa pobreza
- 5. La propuesta del Evangelio
- 6. La Iglesia y los pobres
- 7. De qué Dios hablar y cómo