Historia de la yihad
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Historia de la yihad

De los orígenes al fin del primer emirato talibán

Luis de la Corte Ibáñez

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Historia de la yihad

De los orígenes al fin del primer emirato talibán

Luis de la Corte Ibáñez

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En las últimas décadas el término yihad, palabra que se asocia a la violencia practicada por extremistas religiosos en el mundo musulmán, ha ido cobrando cada vez más protagonismo en el mundo occidental. La violencia ejercida en nombre de la yihad ha desempeñado una función decisiva en la historia entera de la civilización islámica y dado lugar al movimiento terrorista más mortífero de nuestro tiempo. Este libro realiza un recorrido riguroso a través de la historia de la yihad guerrera desde sus inicios hasta principios del siglo XXI, centrándose sobre todo en sus manifestaciones contemporáneas: terrorismo desencadenado en países musulmanes durante las últimas décadas del siglo XX, gestación de un movimiento yihadista internacional, fundación de al Qaida, campaña de atentados contra Estados Unidos y Occidente que culminó con los ataques terroristas más letales de la historia, perpetrados en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, y caída del primer emirato establecido en Afganistán. El epílogo ofrece un análisis breve y sintético de la evolución de la violencia y el terror yihadistas a escala mundial durante los años posteriores al 11-S hasta la reinstauración de los talibanes en el poder, en agosto de 2021.

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Información

Año
2022
ISBN
9788413523842

Capítulo 1

Islam y yihad en la historia

“En todas las cosas humanas los orígenes merecen ser estudiados, antes que nada”.
Ernest Renan

Repartidas por todo el planeta, sobre todo en Asia, Oriente Próximo y África, a la altura del año 2021 cerca de 1.900 millones de personas, alrededor del 24% de la po­­blación mundial, se declaraban musulmanas. Musulmán es toda persona que profesa el islam. Tras el cristianismo, el islam es la segunda religión más extendida del mundo. Además, el nombre de esa religión permite designar una de las grandes civilizaciones producidas por la humanidad que se incluyen entre las pocas que no se han extinguido con el paso de los siglos. Con todo, los conceptos religioso y civilizatorio del islam se solapan. A semejanza de otras civilizaciones, la islámica surgió en la vieja Arabia gracias a la aparición de la religión revelada a Mahoma. A su vez, la religión islámica no hubiera logrado expandirse y subsistir de no haber configurado una civilización propia. No obstante, el término “civilización” es polisémico y polémico, por lo que conviene aclarar el sentido con que lo uso aquí.

Islam como religión, comunidad y civilización

Igual que puede decirse del judaísmo y el cristianismo, el islam es una religión que creó una comunidad (la umma o comunidad de los creyentes) y una civilización. Mientras que no hace falta explicar que el islam es una religión y en qué sentido puede hablarse de la formación y preservación de una comunidad islámica, la expresión “civilización islámica” puede dar lugar a malentendidos. A raíz de su publicación en 1996 y de una amplia redifusión ocurrida tras producirse los atentados del 11-S, un interesante y controvertido libro titulado El choque de civilizaciones activó un cierto debate sobre si resulta apropiado o no intentar describir e interpretar el mundo presente como un mosaico de civilizaciones. En realidad, esa caracterización no era nueva y había sido empleada antes con profusión por diversos historiadores e intelectuales. Por ejemplo, para Fernand Braudel, una de las grandes figuras de la historiografía francesa del siglo pasado, el islam constituiría una de las principales civilizaciones en las que podía dividirse el mundo a mediados del siglo XX. Lo que Braudel quería decir con esto puede intuirse a partir de su costumbre de usar alternativamente las palabras “islam” y la expresión “mundo musulmán”, empleando ambas para designar la misma cosa: una civilización. En cualquier caso, el mismo historiador francés ofreció una definición propia de civilización. Según él, las civilizaciones son un conjunto de fenómenos culturales (cosmovisión, lenguas, creencias, valores, costumbres, instituciones, estructuras, prácticas sociales) creados por ciertos grupos, comunidades o pueblos en espacios localizables en un mapa, con posibilidad de expandirse a unidades humanas y áreas geográficas más amplias, que han logrado mantener su vigencia en épocas sucesivas.
Pues bien, al decir que la aparición y expansión de una religión llamada islam propició la aparición de una civilización propiamente islámica, pretendo dar a esa afirmación el mismo significado que le daría Braudel. En esa línea, la existencia de una civilización islámica resulta de la formación de un sustrato cultural que empezó a elaborarse desde el momento del nacimiento del islam como religión, enriqueciéndose a medida que las primeras sociedades islámicas crecieron en tamaño y complejidad y se expandieron por el mundo. A través de los siglos, numerosos grupos, comunidades y pueblos ayudaron a crear y reproducir ese sustrato común y este vino a configurar su identidad, condicionó de forma decisiva su manera de vivir, de entender el mundo, su perspectiva moral y sus aspiraciones íntimas y colectivas, y les ayudó a conferir un sentido de trascendencia a su existencia.
Se ha dicho que la religión es el elemento más importante de todos los que componen una civilización, y que esto es especialmente cierto para el caso del islam. También se ha dicho que la civilización islámica es una civilización “derivada” o “de segunda mano”, ya que tomó préstamo de atributos culturales pertenecientes a otras anteriores. Las dos afirmaciones destacan aspectos complementarios de un mismo fenómeno. Empezando por la última, no está de más recordar que, al igual que el cristianismo incorporó elementos del Imperio romano y ayudó a preservarlos, el islam reprodujo y conservó atributos preexistentes del Oriente Próximo, incluyendo ciertas creencias, valores, costumbres, rituales, instituciones paganas, etc. La influencia de las tradiciones de los beduinos habitantes del desierto árabe es capital. El credo islámico recibió inspiración de la orientación monoteísta previamente ensayada por el judaísmo y el cristianismo, y reconoció las figuras de los profetas Abraham, Moisés y Jesús de Nazaret, así como la condición sagrada de Jerusalén. El peregrinaje a La Meca también es una costumbre adoptada mucho antes de la Revelación. Y los ejemplos de otros préstamos culturales podrían multiplicarse. En alguna medida, todos esos influjos apoyan las siguientes palabras de Braudel, a quien cito por última vez:
[La civilización islámica] no fue edificada sobre un tablero en blanco, sino sobre el humus de la civilización abigarrada y dinámica que le ha precedido en el Medio Oriente. La biografía del islam no puede, pues, comenzar en la predicación de Mahoma, sino que se abre con la historia interminable del cercano Oriente.
Aunque hay cierta exageración en esas palabras, el influjo de otras culturas más antiguas fue esencial para la conformación de la religión, la comunidad y la civilización islámicas. Sin embargo, en sentido estricto, esas tres realidades nacieron en una fecha precisa, a principios del siglo VII d. C., y en un espacio mucho más pequeño que la parte del suroeste de Asia conocida como Oriente Próximo. Concretamente, en Arabia, la península que se encuentra enclavada en la confluencia entre África y Asia, el golfo Pérsico y el de Adén y los mares Arábigo y Rojo, y que había estado sometida a influencias extranjeras e impulsos colonizadores promovidos por Persia, Etiopía, Siria, Egipto y Bizancio. Ese territorio árido, pobre y desértico había estado poblado por una miríada de tribus y clanes que vivían del pastoreo y del comercio de mercaderes y caravanas que viajaban a la costa africana, la India y la región de Levante, que los árabes llamaban Máshreq, y que abarca la mayoría de los territorios de Oriente Próximo. Politeístas y levantiscos, los árabes habían permanecido políticamente enfrentados y divididos hasta la llegada, a principios del siglo VII, de un joven comerciante que comenzó a predicar en La Meca, su ciudad natal.

Profecías y revelaciones

El islam brotó de las “revelaciones” recibidas por Mahoma y de la experiencia y memorias legadas a sus primeros seguidores, gracias a sus años de predicación y liderazgo sobre estos. Mahoma es el nombre hispanizado de Muhámmad ibn Abdullah, quien vivió entre los años 570 y 632. Fue miembro del clan hachemí, por lo que su linaje le emparentaba con la tribu quraichí, una de las importantes de La Meca.
La Meca había sido fundada por pastores beduinos en la zona central y desértica de la península arábiga, la región de Hiyaz que hoy pertenece a la actual Arabia Saudí. Tras convertirse en una de las principales paradas de las caravanas de comerciantes que hacían su ruta desde las estepas árabes hasta Bizancio y Siria, La Meca prosperó a partir del siglo VI y experimentó un significativo desarrollo social y económico. Aun así, todavía en la época de Mahoma la mayoría de las tribus beduinas de Arabia y muchos de sus clanes vivían con pocos recursos y en un permanente desorden. Las disputas por el control de pastos y aguas eran recurrentes y los asaltos y saqueos a territorios ajenos (ghazu) eran el medio más socorrido para salvar las necesidades acrecentadas en épocas de escasez. Los beduinos profesaban el muruwah, un código de honor que exaltaba las virtudes del combate y les obligaba a vengar cualquier mínima ofensa al propio grupo, por lo que los enfrentamientos tribales se sucedían sin fin.
Aunque existieran algunas comunidades judías y cristianas, a comienzos del siglo VII la mayoría de los pobladores de la península arábiga rendían culto a diversos dioses a la vez. Allah o Alá, dios preislámico cuyo nombre significa “el alabado”, solo era una divinidad entre otras. Los árabes conferían carácter mágico a lugares y objetos. Muchos de ellos acudían a visitar la piedra de color negro que el arcángel Gabriel habría entregado a Ibrahim (Abraham). La piedra se guardaba en la Kaaba, santuario con forma de cubo alzado en el centro de La Meca mucho antes de nacer Mahoma y al que anualmente acudían en peregrinación (hajj) árabes de distintos lugares. Con todo, a pesar de la persistencia de esa clase de ritos antiguos, el progresivo abandono de la vida nómada por muchos beduinos que decidían asentarse en las grandes ciudades estaba contribuyendo a disolver no pocos elementos de la religiosidad tradicional. Aunque la predicación de Mahoma cambiaría rápidamente las creencias de muchos mequíes y, poco después, la del resto de los árabes.
Tras adquirir una situación económica desahogada, a los 25 años, Mahoma contrajo matrimonio con su primera esposa, una viuda rica de mayor edad, y comenzó a meditar. Para ello, solía acudir a la cueva de Hira, donde recibiría sus primeras revelaciones, lo que pudo ocurrir en el 610, cuando estaba a punto de cumplir 40 años. Al principio, Mahoma solo comunicó sus enseñanzas a sus familiares y algunos amigos, pero hacia el 614 comenzó a predicar en La Meca. Los inicios de esa predicación no fueron fáciles. Mahoma tardó algún tiempo en llamar la atención. Sus mensajes exhortaban a crear una nueva comunidad de creyentes (umma) en la que todos los hombres fueran tratados con respeto y justicia y donde los favorecidos practicasen la misericordia y asistieran a los desposeídos. Dicha comunidad debía reconocer la existencia de un dios único, Alá, creador del mundo que juzgaría a los hombres al final de sus vidas, y someterse siempre a su voluntad reflejada en los mensajes transmitidos al Profeta. Es por esa razón que la tradición islámica posterior estableció que islam significa “sumisión a la voluntad de Dios”, pero también que la religión islámica (din) es la deuda u obligación impuesta a los hombres por Alá para obtener la salvación eterna.
Poco a poco, los seguidores de Mahoma comenzaron a aparecer y multiplicarse, y hacia el 619 ya había formado un grupo de acólitos que no dejaría de crecer. Pero la nueva secta también hirió susceptibilidades, provocando la inquietud y el rechazo de las clases dominantes de La Meca, que empezaron a perseguir a los primeros musulmanes, hasta que muchos de ellos optaron por abandonar el lugar y buscaron asentamiento en Yatrib, localidad construida como una serie de aldeas fortificadas en un oasis situado a 350 kilómetros de La Meca. En Yatrib los musulmanes continuaron predicando y ganando nuevos partidarios. Con el tiempo, darían un nuevo nombre a Yatrib, que pasó a llamarse “ciudad luminosa” (al Madinat al Munawara) y también “ciudad del Profeta” (al-Madinat al-Nabi), o sencillamente Medina.
El exilio a Medina inició la etapa que la tradición islámica vendría a definir con la palabra árabe hijra (o hégira en castellano), que significa a la vez “ruptura” y “partida”. Mahoma llegó a Medina en julio del 622, año que los musulmanes fijarían más tarde como el primero de la era islámica. A su llegada, Mahoma empezó a mediar entre las dos principales tribus árabes y varias tribus judías, llevándolas a poner fin a sus enfrentamientos, lo que permitió unificar Medina y poner la ciudad entera bajo la autoridad del último profeta. A partir de entonces, sus habitantes reconocieron en la sumisión a Alá predicada por Mahoma una fuente de legitimidad superior al tradicional criterio ordenador basado en el consenso de las tribus.
En respuesta al alzamiento de varias tribus judías que vivían en Medina, Mahoma ordenó masacrar a los hombres de la tribu Banu Qainuqa y vender a sus mujeres e hijos como esclavos. Además, tras advertir las duras condiciones de vida enfrentadas en Medina por los primeros musulmanes, que carecían de recursos suficientes para alimentarse, Mahoma incitó a sus seguidores a asaltar las caravanas de los comerciantes mequíes. En esas circunstancias, el asesinato de uno de esos mercaderes y varias incursiones realizadas en los meses sagrados (violando ...

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