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Comunidades intelectuales latinoamericanas en la trama de lo nuevo
Segunda mitad del siglo XX
- 238 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Comunidades intelectuales latinoamericanas en la trama de lo nuevo
Segunda mitad del siglo XX
Descripción del libro
Ocho artículos académicos de Claudio Maíz, María Paula Pino Villar, Alejandro Paredes, Emiliano Matías Campoy, Pablo Ponza, Ramiro Esteban Zó y Gabriel Motali, sobre las redes intelectuales que se crearon en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX en torno de las revistas culturales
Crisis,
Forja y
Terra.
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Información
Categoría
LiteratureCategoría
North American Literary CriticismVivir para contar: trayectoria estético-política de Eduardo Galeano entre 1955 y 1976
Gabriel Montali
Introducción
En una noche de finales de junio de 1954, cuando hacía apenas algunos meses que militaba en el Partido Socialista de Uruguay (PSU), Eduardo Galeano fue testigo de un acontecimiento que signaría sus ideas, su literatura y sus objetivos de vida durante las décadas siguientes. Aquella fue una noche de gritos de rabia y angustia en las calles de Montevideo. El conjunto de la izquierda uruguaya se movilizaba en repudio al golpe de Estado que había depuesto al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz. El papel protagónico que jugaron los Estados Unidos en la intervención militar, debido a que las políticas de la gestión de Arbenz afectaban los intereses de varias empresas norteamericanas, provocó una profunda fractura en el pensamiento socialdemócrata y antiimperialista de los sectores de la elite letrada a la que pertenecía el autor. Tanto es así, que en las semanas siguientes se realizó un conjunto de protestas que conmovieron la memoria colectiva de la juventud. Según el testimonio de Galeano en Días y noches de amor y de guerra, “Mi generación se asomó a la vida política con aquella señal en la frente. Horas de indignación y de impotencia... (…) Yo tenía catorce años y nunca se me borró el impacto” (Galeano, 2000, pp. 20 y 21).
El cisma al que se refiere el autor se profundizaría en el curso del período, coadyuvado por dos factores que motivaron el intenso proceso de radicalización ideológica que atravesaron los núcleos letrados progresistas y de izquierda del país, entre 1955 y 1976. El primero de esos factores fue el creciente protagonismo que alcanzaron diversas prácticas y cosmovisiones autoritarias en la cultura política de la Banda Oriental. Si bien el recorrido histórico indica que en la primera mitad del siglo XX el país articuló niveles de consenso muy superiores a los del resto del Cono Sur, las investigaciones de Eduardo Rey Tristán (2005), César Tcach (2006), Marina Iglesias (2011) e Inés Nercesian (2013) muestran que la violencia no era un elemento ajeno a la praxis de los distintos sectores del arco político. Al respecto, los especialistas destacan el empleo recurrente de las denominadas “Medidas Prontas de Seguridad” (MPS), un mecanismo de Estado de excepción que, en contra de lo previsto por la ley, fue utilizado para reprimir las protestas del movimiento obrero y perseguir a los dirigentes que las encabezaban, en un sentido que se profundizaría desde la década de 1960, hasta hacer de ese recurso la regla primordial para la conservación del orden sociopolítico.
Por otra parte, el segundo factor fue la crisis económica que sufrieron los orientales desde 1953.47 Originada a raíz de la caída internacional de los precios de las commodities, que afectó notablemente a un sistema productivo asentado casi en su totalidad en la producción agropecuaria, la crisis motivó el viraje hacia lo que hoy se conoce como el segundo ciclo del Estado uruguayo (Filgueira et al., 2003). El punto de partida de este proceso fue el triunfo de Partido Nacional en las elecciones de 1958. Desde entonces, y a ritmo creciente, se implementó una alternativa de liberalización conservadora que apuntó a resolver el estancamiento económico mediante políticas de ajuste, recorte de derechos civiles y represión de la protesta social. El nuevo rumbo se consolidó en 1967, con la asunción a la presidencia de Jorge Pacheco Areco, cuyo gobierno alineó definitivamente al país en la órbita de las doctrinas de contrainsurgencia, impulsadas desde los Estados Unidos a fines de contener el avance del socialismo en la región.
En el marco de este paulatino recrudecimiento de la violencia institucional, Galeano fue uno de los tantos intelectuales cuya trayectoria se caracterizó por un veloz desplazamiento ideológico desde un ideario socialdemócrata y reformista, hacia otro que definía a la revolución como la única vía capaz de modificar el orden establecido. Con ese horizonte de futuro imaginado, el autor desarrolló un programa literario y periodístico cuya función no solo tuvo por objeto coadyuvar a construir una nueva sociedad, sino también aportar a la constitución de un hombre nuevo, libre y emancipado de las leyes del valor y de la mercancía. El rasgo distintivo de este programa fue la propuesta de una literatura peligrosa o de aspiración revolucionaria en base a tres ejes: la concepción del autor como impugnador del orden; la adopción de estéticas realistas como medio para operar esa interacción dialéctica entre praxis literaria y cambio social y la consideración del arte como un instrumento necesario pero no suficiente para concretar transformaciones revolucionarias, pues para ello también resultaba imprescindible la intervención política del intelectual en la escena pública.
En ese tránsito, Galeano encontró en la Revolución Cubana (1959) el modelo para una transformación exitosa del sistema capitalista, a la vez que consideró a la figura martiriológica de Ernesto Guevara como la expresión más alta del compromiso militante –“la praxis misma del ser/estar haciendo la revolución”, según Ponza (2010, p. 136)–, porque el ejemplo de sacrificio del Che constituía la prueba fehaciente de que el activista estaba dispuesto incluso a ofrendar su propia vida en pos de la construcción de un mundo más justo. En concreto, para los núcleos de la izquierda intelectual latinoamericana, Cuba fue la novedad de la época en los términos en los que Víctor Goldgel (2013) ha definido la idea de lo nuevo: la emergencia de un ideal de ruptura con el pasado proyectado hacia un porvenir que se juzga auspicioso y posible, y cuya consecución se vive como una tarea necesaria que se realiza con entusiasmo. Claro que si Goldgel vinculó dicha idea al nacimiento de la modernidad y a la irrupción de la retórica optimista sobre el progreso, en plena etapa de fundación de los Estados nacionales, lo que Cuba representó como novedad fue la posibilidad de transformar radicalmente esa sociedad capitalista surgida entre los siglos XVIII y XIX. Y para ello ofrecía un método que se había mostrado efectivo: la definición de la lucha armada en tanto herramienta principal y más efectiva de acción política, y la concepción de la voluntad revolucionaria del guerrillero como catalizadora de la conciencia subjetiva de las masas.
Esta superposición entre el contexto local y la promesa romántica del logro cubano conmovió el imaginario de la elite letrada a la que pertenecía el autor. Se tradujo, por una parte, en un profundo cuestionamiento a la efectividad de la democracia para ofrecer una vía de cambio radical de las condiciones de opresión del capitalismo y, por otra parte, orientó a los núcleos de izquierda a buscar en los postulados marxistas las coordenadas de análisis de los fenómenos de la época. En rigor, en esos años entraron en auge tres vertientes teóricas que se caracterizaron por reinterpretar las ideas de Marx, desde una óptica que definía el campo de la cultura como un escenario clave en la lucha revolucionaria, que consideraba al hombre de ideas como un sujeto comprometido con una activa función de crítica al poder y que entendía al subdesarrollo como el producto de un orden mundial que permitía que las potencias se apoderaran de los recursos generados en los países periféricos. Nos referimos al marxismo humanista de Antonio Gramsci, al pensamiento existencialista de Jean-Paul Sartre y a las teorías de la dependencia, tres aparatos argumentativos que jugaron un papel central en el pensamiento y el programa de escritura de Galeano.48
La enorme y acelerada difusión que alcanzaron tanto los ideales de transformación social como los argumentos de estas vertientes teóricas, también resultaron favorecidos por las políticas de Estado de Bienestar que aplicaron los gobiernos populares y desarrollistas del Cono sur entre las décadas de 1940 y 1950. Estas repercutieron en un notable fortalecimiento del campo cultural gracias a la expansión de las matrículas universitarias y a la explosión del mercado de los libros, diarios y revistas. El denominado boom que fomentaron editoriales como EUDEBA y publicaciones como Marcha, Primera plana y Crisis, se asentó en la emergencia de nuevos públicos sumamente interesados en los debates sobre las problemáticas de la región.49 Lo dicho alimentó el surgimiento de innumerables proyectos periodísticos y literarios abocados a temáticas político-culturales; proyectos que sentaron las bases para la constitución de una formidable red de relaciones entre intelectuales de todo el continente, que tuvo como eje articulador a la revista-editorial cubana Casa de las Américas.
Galeano se insertó en estos circuitos a muy temprana edad. A los catorce años comenzó a trabajar como dibujante para el semanario El sol, órgano oficial del PSU. Dos años más tarde, Carlos Quijano lo incorporó como colaborador de la revista Marcha. Así, el autor hizo su ingreso a la vida pública desde espacios contrahegemónicos del campo cultural, espacios que se destacaban por una férrea oposición al modelo aristocrático del hombre de ideas y por el intento de definir un nuevo paradigma estético- político. Para un joven que había sido educado en los valores democráticos e igualitarios que habían caracterizado al movimiento reformista,50 la inserción en estos circuitos representó la posibilidad de entrar en contacto con las figuras más importantes de la izquierda letrada del país. En el curso de esos años, intelectuales como Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Carlos Quijano, Raúl Sendic y Vivian Trías, no solo enriquecieron su formación periodística y literaria, sino que además moldearon su pensamiento desde una perspectiva latinoamericanista, antiimperialista, crítica con ciertas prácticas asociadas a la moral burguesa –elitismo, consumismo, materialismo– y fuertemente identificada con las teorías de la dependencia.
Como veremos a lo largo del texto, la existencia misma de esos circuitos de interconexión, el entrenamiento en la gestión de proyectos culturales y la multiplicidad de contactos políticos que estas experiencias le aportaron, sumados a la manera creativa e innovadora con que Galeano adaptó las corrientes de pensamiento de la época a su literatura, pueden considerarse como las variables explicativas tanto de su éxito comercial como de la relevancia de su figura para la consolidación del entramado de relaciones que forjaron en esos años los colectivos intelectuales de América Latina.
Hacia la constitución de un programa de escritura
Eduardo Germán María Huges Galeano nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940. Sus padres eran descendientes de la aristocracia fundadora del país. El linaje de su madre se remontaba al caudillo del Partido Colorado Fructuoso Rivera, quien fue el primer presidente constitucional de la República y compañero de armas de José Gervasio Artigas en las guerras civiles del siglo XIX. En tanto que su padre descendía de inmigrantes ingleses que habían jugado un papel protagónico en la fundación del Uruguay moderno. El más destacado de estos pioneros fue Richard Bannister Huges, quien entre las décadas de 1850 y 1860 fue integrante de la Comisión de Cuentas del Banco Central, vicepresidente de la Junta Consultiva de Gobierno y Hacienda y una destacada personalidad en el ámbito de la cultura, ya que fundó la ciudad de Fray Bentos, realizó la primera traducción al inglés del Martín Fierro y fue uno de los impulsores de la reforma de la educación que introdujo la enseñanza laica en las escuelas.
De acuerdo con testimonios recopilados por Fabián Kovacic en Galeano. Apuntes para una biografía (2015), sus familiares afirman que desde niño Eduardo mostró aptitudes para el dibujo y la escritura, además de una oratoria cautivante y a un carácter crítico y mordaz con ciertos esquemas morales de la sociedad de la época. Uno de los entrevistados lo recuerda a sus quince años en medio de una reunión familiar, defendiendo la importancia del amor libre y de las relaciones sexuales prematrimoniales “con una naturalidad que dejó estupefactas a todas las mujeres” (Kovacic, 2015b, p. 49). El propio autor comentó, en un reportaje con César Di Candia (1987, pp. 32 y 33), que su niñez y su juventud estuvieron signadas por una suerte de “necesidad de trascendencia”, la cual a menudo se tradujo en “una búsqueda desesperada de respuestas para ciertos interrogantes” existenciales:
Desde los 13 o 14 años yo empecé a trabajar y a militar [en] desafío a una realidad en la cual no lograba reconocerme y que quería cambiar. Era una realidad que quería cambiar, no tanto desde el punto de vista de la miseria, porque Uruguay en estos años no tenía miseria… pero era una sociedad incapaz de aventura, incapaz de intensidad, de una mediocridad repulsiva, ganada por el conformismo (Galeano, como se citó en Palaversich, 1995, pp. 7 y 8).
De ahí en adelante, su biografía se destaca por la toma de decisiones que Galeano juzgaba coherentes con el gesto ético de buscar otra vida, esto es, de vivir acorde a esos valores de justicia e igualdad que, a su criterio, habían sido extirpados por el capitalismo. La primera de esas decisiones fue su incorporación en 1954 a las filas del PSU. Allí trabó amistad con los dos referentes más importantes del proceso de radicalización ideológica y renovación dirigencial que atravesaba el socialismo uruguayo. Uno de ellos era el sindicalista Raúl Sendic, fundador en la década de 1960 del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T). El otro era el historiador Vivián Trías, cuya amalgama de ideas nacionalistas, revisionistas, marxistas y antiimperialistas influyó notablemente en el posicionamiento político del autor, quien desde entonces comenzó a adoptar la impronta que luego plasmó en Las venas abiertas de América Latina (1971).
Este deseo de vivir una vida contraria a los ideales de la moral burguesa, se extendería al desarrollo de un programa de escritura que consideraría el arte como una búsqueda humana antes que un ejercicio meramente estético. Se trata de una cosmovisión elaborada sobre la base de dos premisas que constituyen la esencia política de la literatura de Galeano. La primera es la búsqueda del sentido de la existencia en tanto principio de legitimidad y fundamento del acto de escribir, en una dinámica que se politizó al situar obra y vida en los marcos de un proyecto colectivo. La segunda, por su parte, es la concepción de la literatura como una práctica cuya razón de ser es la crítica integral del orden vigente, lo cual no solo implica la denuncia de hechos concretos, sino también el cuestionamiento de todas las facetas de la vida que se veían afectadas por el capitalismo: el amor, las relaciones familiares, laborales, etcétera.
Desde esta óptica y, en sintonía con las exégesis de Sartre y Gramsci, el carácter hegemónico de la dominación hacía del campo cultural un escenario clave en la lucha revolucionaria. En efecto, la idea de que el orden no se asentaba solo en el uso de la fuerza, pues la clase dirigente poseía la capacidad de instalar discursos que legitimaban una determinada línea de desarrollo de la so...
Índice
- Cubierta
- Portada
- Créditos
- Dedicatoria
- Comunidades intelectuales, tramas internas y lógicas de lo novedoso en la segunda mitad del siglo XX latinoamericano
- Lo nuevo como categoría
- Lo novedoso en las artes visuales argentinas de los años 70. El caso de Mendoza
- Una red intelectual político-religiosa que no nació: el cuasi-grupo de la revista. Paz e Terra (1966-1969)
- Aportes para un análisis integral de la revista Tarja: la labor cultural en Jujuy a mediados del siglo XX
- Redes intelectuales: influencias y novedades en la revista Crisis, Argentina: 1973-1987
- Lo testimonial como novedad en la primera época de la revista Crisis (1973-1976)
- Vivir para contar: trayectoria estético-política de Eduardo Galeano entre 1955 y 1976
- Bibliografía
- Autores