La Argentina entre dos guerras, 1916-1938
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La Argentina entre dos guerras, 1916-1938

De Yrigoyen a Justo

  1. 405 páginas
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La Argentina entre dos guerras, 1916-1938

De Yrigoyen a Justo

Descripción del libro

Hay acontecimientos y figuras históricas cuyas vidas y logros han sido distorsionados y vilificados por las leyendas de ciertos sectores de la memoria colectiva hasta tal punto que la verdad histórica ha quedado oscurecida u olvidada, incluso cuando está respaldada por evidencia empírica. Tal es el caso de dos de las figuras más relevantes de la política argentina durante 1916 y 1938: Hipólito Yrigoyen y Agustín P. Justo. La Argentina de la década de 1930 era un país admirado, respetado, temido y envidiado por sus vecinos. A nivel cultural, por su grado de alfabetización, y a nivel económico, industrial y militar porque se hallaba a la cabeza no solo de Sudamérica, sino también de toda América Latina. La Argentina de aquel entonces era, como lo han afirmado autores argentinos y extranjeros, un país opulento. ¿Dónde está hoy aquel país? Al decir de Margaret Mitchell, "si queréis hallarlo, buscadlo en los libros de historia. Es una civilización que el viento se llevó". Tras intentos anteriores, en los que incluso abordaría comparaciones clásicas con otras experiencias nacionales, el autor retoma el tema del enigma o "misterio" argentino procurando llamar la atención sobre aspectos humanos, culturales, relacionales, internacionales, políticos, económicos y sociales que conforman una trama múltiple y lo hacen remontar a los orígenes formativos, el posterior aluvión inmigratorio, los logros y las transformaciones y convulsiones posteriores que concluyeron en una inocultable declinación, que hace tiempo no solo ha concitado la preocupación de propios, sino también, y en no pocos casos, de extraños "premios nobel, estudiosos, personalidades, literatos" que lo han registrado con expresiones aleccionadoras y también indelebles. Ello permite evocar un recorrido que conecte el arribo inicial y posterior de fragmentos o desprendimientos primariamente europeos, luego diversificados, y la evolución acaecida hasta una frustrante contemporaneidad, donde un pasado de inmigración ya ha conocido expresiones de lo opuesto.

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Información

CAPÍTULO 1
La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, 1916-1922

En la mañana del 12 de octubre de 1916, Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical (UCR), tomó el juramento tradicional del cargo ante el Congreso y asumió la presidencia de la Argentina. Después de la ceremonia, Yrigoyen fue transportado en carroza por la avenida de Mayo desde el edificio del Congreso hasta la Casa Rosada. Una multitud jubilosa, enardecida, estimada en cien mil personas, se alineaba a lo largo de esta gran vía. Los hoteles de la zona habían alquilado sus balcones a precios exorbitantes. Los ansiosos espectadores que aguardaban en los tejados y balcones cercanos prorrumpieron en vítores y aplaudieron al ver que la carroza presidencial se aproximaba. Yrigoyen se puso de pie en el carruaje, sonriendo y saludando a la multitud. Un grupo de seguidores entusiastas desengancharon a los caballos y tiraron del carruaje. Buenos Aires celebró la transferencia pacífica del poder de la elite gobernante a la UCR, un nuevo partido político que representaba a las clases medias y trabajadoras. Yrigoyen fue el primer presidente argentino en ser electo bajo la ley 8.871, conocida popularmente como Ley Sáenz Peña. Había sido promulgada por el Congreso el 10 de febrero de 1912, y estableció el sufragio masculino secreto, obligatorio y universal, los principios por los que el partido radical había bregado durante mucho tiempo.1
Una vez en la Casa Rosada, en una sencilla ceremonia el presidente saliente, Victorino de la Plaza, delegó el mando a su sucesor. Curiosamente, esta fue la primera vez que estos hombres se encontraron, un hecho que no pasó desapercibido para la prensa de Buenos Aires. Ese día, La Nación publicó un artículo en el que señalaba que Yrigoyen no había expresado ningún deseo de reunirse con el presidente De la Plaza, ni haber solicitado detalles sobre el funcionamiento del gobierno. Por primera vez desde 1862, un jefe ejecutivo delegó su cargo a un sucesor sin intercambiar una sola palabra antes de la ceremonia oficial. Irónicamente, Yrigoyen llegó a la Casa de Gobierno mediante el proceso electoral; dada la opción, hubiera preferido llegar a hacerlo a través de una revolución.2
Rara vez un presidente de la República Argentina asumió el cargo bajo circunstancias más auspiciosas, y rara vez habría un hombre más querido u odiado.

Yrigoyen, el hombre del misterio

Hipólito Yrigoyen, sobrino de Leandro N. Alem, era una figura bastante oscura en ese momento. Nacido en 1852, cursó estudios en una escuela religiosa a los siete años. Poco se sabe de sus años de formación, aunque se dice que trabajó como carrero. En 1872, tal vez en deferencia a la creciente influencia de su tío, fue nombrado comisario para el distrito de Balvanera y fue despedido años más tarde por cometer irregularidades en el proceso electoral. En 1873 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En 1878 fue elegido diputado a la Legislatura provincial de Buenos Aires. En 1880, después de la derrota de Carlos Tejedor, líder del Partido Autonomista, fue electo diputado al Congreso Nacional. No parece haber jugado un papel activo: Yrigoyen se ausentaba constantemente y rara vez participó en debate alguno.3
Sin embargo, cuando renunció a ese cargo en 1882, después de solo un año y cuatro meses había acumulado suficiente capital para adquirir considerables parcelas de tierra. Yrigoyen llegó a poseer 25 leguas cuadradas de fértiles campos, se convirtió en invernador ganadero e ingresó en el negocio del engorde de ganado. Este repentino enriquecimiento hizo que sus frecuentes críticas moralistas a la clase dominante debido a su corrupción fueran huecas y oportunistas, ya que contenían más que un toque de hipocresía.
Yrigoyen ni fumaba ni bebía. Frecuentaba la compañía de mujeres, y tuvo una serie de amoríos, de los que engendró varios hijos, pero nunca se casó. Según uno de sus biógrafos, ejerció la abogacía en la firma de su tío, probono en la mayoría de los casos, aunque de hecho nunca completó la carrera. Fue designado presidente del Consejo de Educación, y más tarde enseñó en una escuela normal. Una diferencia significativa debe tenerse en cuenta: la reputación de Alem por su valentía demostrada en los campos de batalla de Cepeda y de Paraguay le valió el respeto de muchos. Su manera franca y palabra elocuente le merecieron el respeto y el afecto de muchos que una vez lo habían rechazado como “el hijo del ahorcado”. La naturaleza generosa de Alem prevaleció, y perdonó las afrentas pasadas. Su sobrino, Yrigoyen, por el contrario, continuaría avivando sus quejas hacia la elite gobernante. Esto explicaría su naturaleza bastante malhumorada y su consecuente conciencia de sí mismo, lo que lo llevó a guardarse mucho para sí cuando no se dedicaba a la política.4
En una época en la que abundaban los oradores elocuentes en Argentina, Yrigoyen rara vez hablaba en público, y prefería ponerse en contacto con individuos o pequeños grupos de dos o tres personas. Su estilo de hablar era divagando. En las palabras de un testigo ocular:
A la edad de dieciocho años, el camarada Enzo Navone y yo comenzamos a visitar los diferentes comités de los nuevos partidos políticos. Visitamos el Comité Radical de Balvanera y nos encontramos con nada menos que Hipólito Yrigoyen. Elegante en su traje negro y sombrero de hongo, desplegó toda la gama de trucos del político experimentado y veterano de mil batallas dialécticas. Su discurso abundó en expresiones y manierismos de la jerga de los suburbios y su gramática dejó algo que desear. Ajustaba el tono de tales discursos según la audiencia. Nos quedamos desencantados por toda la experiencia, y decidimos visitar un Comité Socialista. El ambiente y las personas que conocimos eran completamente diferentes y nos sentimos más como en casa aquí. Había una biblioteca bien surtida de la que prestaban libros.5
Vale la pena señalar el efecto que el encuentro cara a cara de Yrigoyen produjo en Carlos Ibarguren, que al principio era un admirador sincero y más tarde sería uno de sus críticos más severos:
La impresión que dejó en mi espíritu esta breve audiencia con Yrigoyen fue simpática; en el trato de este personaje había indudablemente una atracción singular, demostraba un deseo tal de agradar, de seducir que su afabilidad rayaba en lo melifluo. Su físico, nada vulgar, revelaba una personalidad original, alto, flexible, de ademanes reposados, de rostro moreno, diríase de Oriente, pues su fisonomía daba esa impresión, sobre todo cuando adoptaba actitudes serias o solemnes que le imprimían un aspecto enigmático de Buda. Maestro en el arte de engatusar y de tejer, como las telas de arañas extendidas para atrapar adeptos y vencer enemigos.6
Yrigoyen aparecía muy raramente en público y no permitía que lo fotografiasen. Debido a sus convicciones, evitaba la ostentación y el lujo, no bebía café ni alcohol, excepto durante las comidas. Fue un ferviente espiritista que trató de contactar al espíritu del dictador paraguayo Francisco Solano López. No le gustaban las comodidades modernas, como el cine, el automóvil o el teléfono. Una vez en el poder, confiaba en los servicios de un viejo sirviente de confianza para llevar mensajes. Estos hábitos bastante curiosos lo cubrieron con un aura de misterio que lo convirtió en un mito entre las clases bajas y un objeto de burla para las clases medias y altas. Tenía una personalidad dominante, incluso amigos y seguidores lo caracterizaron como un mandón. Yrigoyen ni formuló políticas ni hizo discursos públicos, sino que, como el London Times observaría más tarde, “se movía de maneras misteriosas, creando tras de sí un velo que le confería el aspecto de una deidad”.7
Yrigoyen era un introve...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Índice
  5. Epígrafe
  6. Acrónimos y siglas
  7. Prefacio
  8. Capítulo 1. La primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, 1916-1922
  9. Capítulo 2. Marcelo T. de Alvear en la Casa Rosada
  10. Capítulo 3. El retorno de Yrigoyen
  11. Capítulo 4. El Ejército en el poder: el gobierno provisional
  12. Capítulo 5. Justo en la Casa Rosada: tecnócratas al timón
  13. Capítulo 6. Relaciones exteriores
  14. Capítulo 7. Industrialización
  15. Capítulo 8. La hora del crepúsculo
  16. Conclusiones
  17. Bibliografía
  18. Índice de nombres
  19. Álbum de imágenes
  20. Créditos