La parábola argentina
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La parábola argentina

De los fragmentos europeos al esplendor y el declive

Miguel Ángel Asensio

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La parábola argentina

De los fragmentos europeos al esplendor y el declive

Miguel Ángel Asensio

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En un recorrido parabólico de más de dos siglos como nación, que tras superar dolorosos conflictos reconoció un ascenso que se aceleraría en la segunda mitad del siglo XIX y se extendería varias décadas en el XX, Argentina perdió impulso y comenzó a retrasarse relativamente dentro de distintos contextos sociales, internacionales e institucionales. El país que había despertado expectativas desmesuradas distaría mucho de concretarlas.Tras intentos anteriores, en los que incluso abordaría comparaciones clásicas con otras experiencias nacionales, el autor retoma el tema del enigma o misterio argentino procurando llamar la atención sobre aspectos humanos, culturales, relacionales, internacionales, políticos, económicos y sociales que conforman una trama múltiple y lo hacen remontar a los orígenes formativos, el posterior aluvión inmigratorio, los logros y las transformaciones y convulsiones posteriores que concluyeron en una inocultable declinación, que hace tiempo no solo ha concitado la preocupación de propios, sino también, y en no pocos casos, de extraños premios nobel, estudiosos, personalidades, literatos que lo han registrado con expresiones aleccionadoras y también indelebles. Ello permite evocar un recorrido que conecte el arribo inicial y posterior de fragmentos o desprendimientos primariamente europeos, luego diversificados, y la evolución acaecida hasta una frustrante contemporaneidad, donde un pasado de inmigración ya ha conocido expresiones de lo opuesto.

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Información

Año
2022
ISBN
9789878140261
Categoría
Economía

SEGUNDA PARTE
ARGENTINA EN LA DEFLAGRACIÓN HUMANA

1. Raíces lejanas, raíces cercanas

Alguien ha dicho que la peculiaridad esencial de la historia de América Latina reside en la mezcla, el mestizaje, la fusión racial de Europa y América. En otra perspectiva, también es cierto, sin negar lo anterior, que en algunas regiones de ese vasto espacio, sin ignorar las mezclas, lo que predominó fue lo opuesto, es decir, la preeminencia de la “antimezcla”, la no contaminación, la mera prolongación de lo europeo.
En esta última óptica, es cierto que la historia que ha importado o historia de las realizaciones de una cierta civilización ha sido en la Argentina la “historia del hombre blanco” en el tramo meridional de América. Ello sentado en sentido objetivo. De ahí la subyacencia de la percepción –como mérito o quizá como inevitabilidad– del desplazamiento, la expulsión o marginación final del indígena o habitante primitivo de este rincón de Sudamérica antes y después de Roca, a partir de un largo conflicto que en rigor se prolongó hasta principios del siglo XX.1
Es obvio que en la Argentina en su conjunto, incluso en el Plata, habría mezclas, y que ellas no tuvieron la intensidad alcanzada en México u otros países de Sudamérica, pero tan cierto como ello es que la fuerza adquirida por el arribo aluvional de millones de europeos en la segunda mitad del siglo XIX implicó para el país, en paralelo con algunos otros, una suerte de refundación que, habiéndose asentado en la región dominante, extendió su influencia al resto de la nación.
Sin embargo, la particularidad que recoge el caso argentino, a diferencia de otros que se evaluarán posteriormente, es que aun asumiendo que consistió en un flujo con alto componente latino, el arribo de “no hispanos” en la época de las grandes migraciones se produjo y concretó en un ambiente geográfico e institucional conquistado y colonizado inicialmente por España, y sobre el cual esta había dominado previamente durante tres siglos, dejándole distintos legados institucionales.2
Sin ignorar peculiaridades y distancias, en particular la inexistencia de una “conexión latina” entre ocupantes previos y recién llegados, existe alguna similitud con el caso canadiense, donde la antigua base francesa y católica de la población del Quebec hubo de recibir posteriormente la inmigración anglosajona posterior al Tratado de París, en 1763. Pero en todo caso esa confluencia, que no es equivalente a mezcla, se verificó un siglo antes que la auténtica europeización de la Argentina.
En todo caso, si nuestra preocupación es bucear en torno a las raíces, es claro que en la Argentina hubo raíces lejanas y raíces “cercanas”. Las primeras, quizá casi remotas, se constituyeron con los primeros españoles que conformaron las “cepas” originales y que con su descendencia, pura o mestiza, no habían logrado sino ocupar efectivamente una reducida extensión del territorio conquistado, el que en términos estratégicos y poblacionales seguía siendo un “desierto” a mediados del siglo XIX.
Como se señala, es obvio que también hubo raíces cercanas, y estas fueron las constituidas por los contingentes llegados durante el siglo XIX, en especial los integrantes de la onda masiva de su segunda parte, con predominio final de los provenientes de Italia. Territorio pródigo para indagaciones, interrogantes y conclusiones, dio inspiración a José Luis Romero para denominar a la época de esa gran inmigración “era aluvial”.
¿En qué consistieron nuestras raíces lejanas? ¿Españoles del Siglo de Oro, de la Decadencia, del siglo XVIII ilustrado? Como lo dejáramos entrever antes, nuestra crítica “modernista” ha sido poco generosa con ellos. Pequeños hidalgos, aspirantes a hidalgos, desheredados o perjudicados por mayorazgos, representantes de la “picaresca” o lo que fueren, quizá expresaron en buena medida el comienzo de la declinación de España.
De esta última también hemos hablado. Como lo ha inmortalizado Julián Marías, más allá de las certidumbres de Pierre Vilar no ha resultado fácil identificar el ciclo exacto de la decadencia española, básicamente por las propias diferencias entre historiadores peninsulares, pero el pesimismo que ella arrojara llevó a extremos tales como identificar a la misma España con “Decadencia”.3
Del modo que fuere, nuestras raíces lejanas se encuentran en esa España guerrera y feudal, insuflada todavía su memoria por el espíritu de la Reconquista, y luego afectada por la expulsión de judíos y moros, transida de fundamentalismo y misticismo, pletórica en oro que llegaba, pero que también se iba y que, a su paso, aumentaba los precios junto con las ilusiones de una vida más fácil, deteriorando las aptitudes industriales del país, transformado en mero intermediario de Europa.
Las raíces cercanas corresponden a otra época del capitalismo. El mismo que había despuntado en Gran Bretaña con la Revolución Industrial y que en toda Europa, con retardo respecto de la primera, iba eliminando estructuras obsoletas, incluyendo a algunos, pero también excluyendo a muchos, aumentando la cantidad de campesinos sin tierra y desempleados de las ciudades. Con un bagaje tecnológico y cultural alejado tres siglos de aquel ancestro medieval con el que llegó la primera inmigración ibérica, volvieron a elegir mayoritariamente a América y fluyeron hacia el norte y el sur. Con diferencias de dimensión, fueron corrientes igualmente masivas y de cuyo influjo Argentina no resultaría ausente.
1. La campaña del Chaco, que incorporó ese olvidado vasto espacio del norte del país, se completa en las primeras décadas del siglo XX (Punzi, 1986: 61).
2. Aquí se está pensando en instituciones en sentido sociológico y económico, no solo jurídico, tal cual lo plantean autores como North (1995).
3. Dado el camino recorrido, además de la referencia de Julián Marías, corresponde agregar otras, como la de Pierre Vilar, las de Elliot o de nuevo Sánchez Albornoz. Véase Marías (1985: 21 y 245).

2. Los hombres se mueven

La inquietud sobre las raíces nos obliga a detenernos un tanto en el tópico eminente de los desplazamientos humanos. Si la Argentina resultó embebida por el aluvión o recibió los fragmentos de esa gran deflagración, hemos de precisar algo más sobre ello. En todo tiempo, en diferentes lugares y en diferentes épocas los hombres han cambiado de hábitat. Lo han hecho recorriendo distancias cortas y distancias inmensas, con mayores o menores sacrificios según los medios técnicos con los que contaron, lo hicieron de manera dispersa u orgánica, en escaso número o de forma masiva. En definitiva, lo hicieron.
Estos movimientos han hecho –dada su importancia– incluirlos entre las causales de aumento de la población de los receptores. Consecuentemente, la demografía de un país no solo aumenta por el juego de su fertilidad natural y su mortalidad también natural, sino también por el aporte de contingentes llegados allende sus fronteras. En suma, ello impone que al hablar de crecimiento poblacional total se lo entienda como la suma algebraica del vegetativo o natural y del migratorio.
Los movimientos de hombres con motivo de cambiar de radicación de una manera permanente y no transitoria comprenden el campo de las migraciones. Estas migraciones han asumido históricamente formas múltiples. Si bien tenemos en mente con cierta rapidez las de carácter libre o espontáneo, también las hubo forzadas y de otro carácter. Algunas todavía continúan.
En términos muy generales y según la época de su ocurrencia, puede distinguirse entre migraciones tempranas o antiguas y modernas migraciones en masa. Las primeras corresponden a desplazamientos humanos producidos en tiempos antiguos. Las segundas se vinculan al incremento de la población y las mejoras en los transportes producidos por la Revolución Industrial.
No porque suene remoto, corresponde olvidar que las antiguas migraciones se produjeron desde un hombre con rango de cazador y recolector hasta la formación de la cultura agrícola. Posteriormente, entre el año 4000 o 3000 a. C. nuevas migraciones fueron impulsadas en el Mediterráneo a partir del uso de navíos de vela, así como por el nomadismo pastoril, permitiendo la colonización de territorios insulares y la pesca de aguas profundas, así como las estepas euroasiáticas, las sabanas del Oriente Medio y África.
El desborde de poblaciones desde la Mesopotamia, donde habían avanzado las formas de vida y la emergencia de ciudades, adelantaron otro tipo de intercambio humano, distinto al nomádico, el consistente en movimientos entre o hacia zonas o países ya poblados, el Oriente Medio, el Mediterráneo oriental, el sudeste de Asia y el Oriente Lejano. Estas nuevas formas produjeron desorden, disputa territorial, sufrimiento y esclavitud.
Ejemplos menos lejanos e importantes de estas migraciones antiguas incluyen las incursiones dóricas en la antigua Grecia en el siglo XI a. C., las migraciones germánicas desde el mar Báltico en dirección sur hacia el Imperio Romano en los siglos IV a VI d. C., los raids normandos y la conquista de Gran Bretaña entre los siglos VIII y XII d. C. y las migraciones bantúes a través de África a lo largo de la era cristiana.1
En el intento de ordenar los distintos tipos de movimientos migratorios se alude, a veces sin un orden demasiado estricto, a diversas alternativas: inmigración primaria u originaria, inicialmente; inmigraciones forzadas, inmigraciones “en cadena”, inmigraciones masivas e inmigración libre. Las primeras se producían normalmente como fenómenos de “escape” ante situaciones sociales diversas de tipo compulsivo o conflictivo. También procurando alejarse del hambre ocasionada por fenómenos incontrolables o extraordinarios. Tal el caso de la “hambruna de la patata”, producida entre 1845 y 1846 en Irlanda y Alemania. El tipo moderno de inmigración primaria es sobrellevado por individuos o familias.2
El carácter más obvio de inmigración involuntaria o forzada refiere necesariamente a la producida en condiciones de esclavitud. También incluye la deportación de un grupo de personas por decisiones gubernamentales. Ejemplo de esta última lo comprende la remisión de convictos para el poblamiento de Australia entre 1788 y 1867 en un número de alrededor de 150.000 hombres. Los traslados compulsivos de esclavos y las deportaciones en masa han sido parte reiterada de la historia por milenios.
Las mayores migraciones en esclavitud fueron las impulsadas por los tratantes europeos de esclavos desde África entre los siglos XVI y XIX. Alrededor de veinte millones de seres humanos, sin contar los innumerables muertos en las infernales travesías, fueron consignados a los “mercados” de lo que para ellos era la lejana y remota América.
La inmigración “en cadena” ha sido el resultado de una fuerte atracción hacia un área determinada, frecuentemente a través de las cartas de los tempranos pioneros a amigos y parientes que operan el fenómeno de un reiterado y continuado estímulo para aquella. También fue importante la difundida mediante periódicos, anuncios y otros medios. En rigor, no es un subtipo opuesto a los movimientos menos numerosos de personas, aunque su efectivización obvia se corresponde con los desplazamientos que tuvieron una cierta continuidad.
Las comunicaciones verbales o “de boca a boca” han figurado entre los mecanismos que indujeron las migraciones en masa del siglo XIX. Principales migraciones masivas intercontinentales desde 1820, comprendiendo cada una entre quince y veinte millones de personas, fueron las europeas hacia Sudamérica y la Rusia asiática. La migración intracontinental desde China hacia el sudeste de Asia ha continuado por siglos.
El más grande de los movimientos de emigración en masa, la Gran Migración Atlántica, que llevó millones de personas a Norteamérica, comenzó como inmigración libre. Esta inmigración comprendió gente que no fue impulsada o presionada a abandonar sus hogares o atraída fuertemente a otra área. Los estudiantes que comenzaron la Gran Migración Atlántica y las minorías religiosas que los siguieron dejaron Europa pues se sentían alienados por esa sociedad.3
Modernamente, como lo mostraría claramente el siglo XX en el caso argentino, hay que agregar las migraciones internas, las cuales se producen desde las áreas rurales hacia los centros urbanos, dando lugar al fenómeno contemporáneo de la urbanización, matizado posteriormente en algunos lugares como procesos de fuga desde el centro hacia los suburbios de las grandes ciudades.4
1. Para una evolución histórica secuenciada de las migraciones, véase Blanco (2000: 34-56).
2. La Argentina captó, aunque en medida sustancialmente menor que Estados Unidos, un número importante de irlandeses víctimas de la “roya” de la papa, plaga que destruyó sus cosechas y los condenó al hambre y la emigración (Korol y Sabato, 1981). Tan fuerte fue el impacto sobre lo que entonces era una dependencia británica, que incidió significativamente, junto a la larga prédica librecambista de Richard Cobden y John Bright y la propia lógica del desarrollo inglés, en la derogación de las leyes de granos (1846), a fin de aumentar las importaciones de trigo que compensaran dicha crisis, desmantelando uno de los elementos sobrevivientes del esquema proteccionista-mercantilista edificado en siglos anteriores por Gran Bretaña.
3. Si bien e...

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