De la escuela nueva al constructivismo
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De la escuela nueva al constructivismo

Julián De Zubiría Samper

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  1. 248 páginas
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De la escuela nueva al constructivismo

Julián De Zubiría Samper

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Información del libro

Este libro presenta elementos para la crítica de algunas propuestas educativas de corte activista y constructivista, considerando los desafíos que deben asumir la educación y la escuela en la naciente sociedad del conocimiento. Sin desconocer los aportes realizados, el autor asume un análisis riguroso, documentado y exhaustivo que le permite identificar las limitaciones y carencias de estos modelos

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Información

Editorial
Magisterio
Año
2021
ISBN
9789582014018
Edición
1
Categoría
Pedagogía
Capítulo 1
La escuela en la naciente sociedad del conocimiento

Introducción

En el presente capítulo se presentarán las principales tendencias económicas, políticas y sociales que caracterizan el inicio del Tercer Milenio y que han transformado sensiblemente todos los espacios de la vida humana: la familia, los entes colectivos, las leyes económicas, las estructuras valorativas, la cultura, el Estado y la comunicación, entre otras, dando origen a una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo. A partir de esta caracterización, se establecerán los retos a los que deberán enfrentarse la educación y la pedagogía en las nuevas condiciones sociales existentes1.
Sección 1
La naciente sociedad del conocimiento

Vivimos un mundo profundamente distinto al que conocimos de niños, un mundo en el que la vida económica, política, social, tecnológica y familiar es significativamente diferente; responde a otras lógicas, otros espacios, otras realidades y otros tiempos. Algunos pensadores de nuestro tiempo consideran que estamos ante una de las mayores transformaciones estructurales de todos los tiempos.
Drucker (1994) sostiene que estamos ante una “divisoria” que se presenta aproximadamente cada doscientos años y mediante la cual la sociedad se reacomoda en sus valores, en sus artes, en sus instituciones claves y en su estructura social y política. “Divisoria” como en su momento lo fueron el resurgimiento y la consolidación de las ciudades (S. XIII), el Renacimiento y la Reforma protestante (S. XV) o la Revolución industrial y la Revolución francesa (S. XVIII).
La actual “divisoria” ha conducido, según su criterio, al nacimiento de una sociedad distinta en la cual se modifican las fuentes de la riqueza y el poder respecto a la sociedad que conocimos hasta la primera mitad del siglo XX. Una sociedad que ha denominado “La sociedad del conocimiento” y que transformará las organizaciones, la vida económica, el Estado y la escuela2, entre otros y en la cual los trabajos fundamentales estarán asociados al conocimiento y a los servicios, frente al predominio que adquirieron los trabajos manuales en la era industrial. Su reto principal será hacer productivos estos trabajos no manuales.
Como sostiene Drucker:

La productividad del conocimiento va a ser, cada vez más, el factor determinante en la posición competitiva de un país, una industria, una compañía. Con respecto al conocimiento, ningún país tiene ventaja o desventaja “natural”. La única ventaja posible estará en cuanto pueda obtener del conocimiento universal disponible. Lo único que va a tener importancia en la economía nacional, lo mismo que en la internacional, es el rendimiento para hacer productivo el conocimiento (Drucker, 1994, P. 43 y 210). (S.N.)

Toffler (1985 ) argumenta que los profundos y generalizados cambios actuales en las estructuras familiares, sociales, económicas y políticas, son interdependientes entre sí y no fruto del azar o de fenómenos aislados. Para él, presenciamos desde los años cincuenta del siglo pasado, un cambio comparable al que en su tiempo significó el descubrimiento de la agricultura o al que generó para la historia humana la incorporación de la maquinaria a la industria en lo que se conoce como la Revolución Industrial. Por ello –dice– hemos iniciado una “Tercera Ola”, o tercer gran período en la historia humana.
Hace ya 8.000 años iniciamos una profunda transformación que permitió al hombre dejar de deambular por el mundo, accediendo al sedentarismo y a la vida urbana. Esa profunda transformación condujo a la mayor división social del trabajo en la historia, con la aparición de los agricultores, la propiedad privada, los administradores, la producción, los excedentes, las clases sociales, el ejército y el Estado, entre otros. A esta gigantesca revolución originada en el descubrimiento de la agricultura, Toffler la denomina la “Primera Ola’’.
La “Segunda Ola’’ se inicia con la significativa revolución y transformación social y económica que se derivó de la incorporación de la maquinaria a la industria a finales del siglo XVIII. Esta revolución generó una nueva división del trabajo y sentó las bases de la era industrial, caracterizada por la producción masificada y por la concentración. Así la riqueza se acumuló, la población se concentró en ciudades, en escuelas, en hospitales, aparecieron los Estados Nacionales y se consolidó el capitalismo. La producción se masificó y uniformizó, generando la aparición de economías de escala, que permitían una disminución de los costos a mayor cantidad de unidades producidas, lo cual a su vez, favorecía crecientemente la concentración.
La “Tercera Ola”, se orienta por principios cualitativamente distintos a los que predominaron en la era industrial, como eran el de la uniformización, la especialización, la sincronización o la concentración, a los que sustituye por los de la diversificación, la flexibilidad y la individualización. Es un mundo en el que el conocimiento sustituye a la fuerza y al dinero como fuente de poder (Toffler, 1994).
Reich (1993) considera que estamos pasando por una transformación que modificará radicalmente el sentido de la economía y la política en el siglo que se inicia. Esta transformación, según él, terminará por acabar las ya muy débiles economías y estados nacionales, estableciendo una gigantesca red mundial en la cual los productos, los servicios, los capitales, los trabajadores, los procesos de producción y la tecnología harán parte de una economía cada vez más transnacionalizada. De esta forma, la capacidad y la destreza que tengan los ciudadanos para analizar símbolos se convertirá gradualmente en la riqueza principal de una nación y condenará crecientemente al desempleo a los trabajadores rutinarios3.

Modernidad y postmodernidad

Filosóficamente, el llamado postmodernismo4 nutre la reflexión actual e intenta enfrentarse a principios aceptados por la filosofía moderna. El Proyecto de la modernidad fue formulado en el siglo XVIII por los filósofos de la ilustración y concentró sus esfuerzos en desarrollar una ciencia objetiva, la moralidad y la ley universal y el arte autónomo de acuerdo con su lógica interna (Habermas, 1991). De allí que las esenciales diferencias entre Modernidad y Postmodernidad puedan ubicarse en tres ejes temáticos, en torno a los cuales se postulan principios esencialmente contradictorios (De Zubiría, Sergio, 1999):

1. Los límites y la diferenciación entre el arte, la ciencia y la religión. Límites y diferencias claramente leídas por la modernidad, dados por la primacía de la ciencia. En realidad, la modernidad le entregó a la ciencia la custodia del mundo. Para la postmodernidad, los límites y las posibles diferencias son mucho más tenues y menos precisos, defendiendo esencialmente la transdiciplinariedad. En el arte el cambio más sensible es el “eclipse de la distancia’’ (Bell, 1991). Se busca con ello eliminar la distancia entre la obra y el espectador sustituyendo la contemplación estética y la interpretación razonada en beneficio de la sensación, la simultaneidad, la inmediatez y el impacto. En las artes plásticas se trata de colocar al espectador en el centro del cuadro (Lipovetsky, 1991).

2. La universalidad frente a la regionalización. En el lenguaje de Habermas se diría que “ser resueltamente moderno es considerar que en el hablar, en el pensar y en el actuar hay principios universales” (Habermas, citado por De Zubiría, S., 1999). Para los modernos existen principios universales en el pensar, el comunicar y el actuar, de allí la existencia de fines únicos en el desarrollo de las sociedades. Para los postmodernos la universalidad no existe y por tanto priman lo regional y las finalidades diversas. En el ámbito cultural, esto implica la reivindicación de la multiculturalidad y el deseo por acabar con el etnocentrismo y la aceptada, hasta el momento, universalización de la cultura; reconociendo que existen multiplicidad de culturas, cada una de ellas con diferentes maneras de interpretar y valorar lo real y que se debe terminar con la objetividad y la supuesta sobrevaloración de la ciencia, colocándola al mismo nivel que el arte o la religión, ya que cada una de ellas expresa –según sus defensores– diferentes y relativos tipos de verdad.

3. Para los modernos, la historia tiene un sentido unitario, una finalidad y una dirección: se trata, en últimas, de alcanzar la modernidad. Por el contrario, para los postmodernos, no hay una finalidad clara, una direccionalidad y un sentido unitario de la historia.

Con el postmodernismo ha triunfado de manera radical el relativismo cultural. En el postmodernismo son posibles todo tipo de movimientos, los que luchan contra el consumo de tabaco, los que s...

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