1. Memoria del futuro. Leonardo y la Ciencia del Arte
El título de esta lección mía de hoy es de una gran exigencia. El objetivo que persigue es el de proponer una clave de lectura filosófica —más propiamente, un retrato filosófico— de Leonardo da Vinci en un intento por hacer visible de qué manera el conjunto de su obra artística, científica y técnica proporcione una imagen de la naturaleza y de la condición humana capaz de arrojar luz sobre los problemas de nuestro tiempo.
En síntesis: me propongo demostrar que Leonardo no sólo es un hombre de su época, la época del Renacimiento italiano y europeo, sino una figura que, con sus obras, con sus investigaciones y con las reflexiones depositadas en los miles de páginas, dibujos y proyectos que han llegado hasta nosotros, trazó los contornos de un «Nuevo Renacimiento» cuyos horizontes van más allá de Italia y de la propia Europa y alcanzan a problemas y perspectivas transculturales capaces de atravesar e involucrar a todas las civilizaciones y culturas en un mundo ya globalizado.
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Todos ustedes conocen a Leonardo gracias a las imágenes de sus obras más célebres. Algunas de dichas obras las habrán visto en los museos o reproducidas en pósteres o imágenes digitales, al cargo de esa técnica extraordinaria que sin duda lo habría llenado de contento y admiración. Basta con que piensen en La Gioconda, en la Mona Lisa, en su enigmática sonrisa. O en el autorretrato del Leonardo sexagenario, con ese aspecto de anciano sabio que inspiró a Rafael el rostro de Platón en el cuadro de la Escuela de Atenas. O en la figura del Hombre de Vitruvio. O en los dibujos de las máquinas voladoras que había proyectado.
A Leonardo, como saben, en el transcurso de los cinco siglos que nos separan de su muerte se le han dedicado centenares de libros, muy diferentes entre sí: especializados los unos, divulgativos los otros, otros aun fantasiosos o faltos incluso de consistencia. Por no hablar de ciertas películas de éxito inspiradas en el «Código Da Vinci», al que presentan como un cofrecillo mágico que encerraría la solución de extraños enigmas e insondables misterios.
En su obra está presente, sin duda, el tema renacentista de la correspondencia entre macrocosmos y microcosmos. Sin embargo, está tratado de una forma del todo distinta a los motivos mágico-herméticos y neoplatónicos de algunos pensadores renacentistas. Leonardo se distancia claramente de las tendencias astrológicas, íntimamente entrelazadas en aquella época con la philosophia naturalis. Aunque continúe usando el término astrología para referirse a la astronomía, Leonardo ridiculiza la creencia, entonces extendida, en que los astros influyen en los asuntos humanos. Como veremos, en su idea de la naturaleza se entrelazan los aspectos vitales y los aspectos mecánicos de los procesos naturales, en una perspectiva del todo mundana y radicalmente secularizada.
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No obstante una serie de estimables tentativas, la recepción de la obra y del complejo legado multidisciplinar de Leonardo sigue oscilando entre dos tentaciones opuestas: la tendencia a hacer de Leonardo un mito y la tendencia a recluirlo en su tiempo, un tiempo del «todavía no» previo a la revolución científica moderna, representada por las figuras emblemáticas de Galileo y Newton. Se trata de dos tentaciones descaminadas: metahistórica la primera (la eternidad del genio universal), someramente historicista la segunda (artista genial, pero científico sujeto a los límites insuperables de su época). Ninguna de esas dos interpretaciones consigue captar el potencial dinámico de las investigaciones de Leonardo, que se proyectan más allá del paradigma mecanicista y euclidiano tanto de la ciencia como de la metafísica modernas (piénsese sobre todo en Descartes) y prefiguran horizontes problemáticos y formas del saber que la ciencia y el arte contemporáneos han actualizado.
A día de hoy sigue incompleta la ordenación de los múltiples documentos dispersos de Leonardo. Un imponente legado de miles de dibujos y de cerca de seis mil hojas de apuntes que, con todo y eso, representa menos de la mitad de los documentos inicialmente bajo custodia de su discípulo Francesco Melzi y que ya en torno a 1570 se perdieron o fueron destruidos. Se trata, en cualquier caso, de cuadernos riquísimos en dibujos y apuntes que entrelazan ámbitos diversos del saber: de la astronomía a la física, de la mecánica a la ingeniería, de la anatomía a la arquitectura, de la hidrodinámica a la botánica, de las ciencias de la tierra a la filosofía de la naturaleza. El análisis de dichos cuadernos —como ha observado mi amigo, y colega en Berkeley, Fritjof Capra, conocido sobre todo por el éxito internacional de su libro El Tao de la física, pero autor asimismo de importantes trabajos sobre Leonardo— pone al descubierto problemas que no sólo no se resolverían, sino que ni siquiera se plantearían hasta siglos después de su muerte.
Leonardo había hecho, con gran adelanto, descubrimientos decisivos: la naturaleza ondulatoria de la luz y de los sonidos; la naturaleza de los fósiles y la duración de los tiempos geológicos; la incidencia de la luz solar sobre el crecimiento de las plantas y el fenómeno del tropismo; la relatividad del movimiento y la naturaleza de la conservación y la disipación energéticas; la naturaleza parabólica de las trayectorias balísticas; la distribución del aire en torno a las alas de los pájaros; la cadena y el ciclo alimentarios. De extraordinario valor son sus investigaciones anatómicas: si el Tratado de anatomía se hubiera publicado en la primera mitad del siglo XVI, o sea antes de Vesalio, habría tenido una repercusión enorme, pareja a la de los resultados de sus investigaciones recién recordados.
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Más adelante nos detendremos en algunos pasajes de los cuadernos y de los Códices que revisten específica relevancia filosófica. Es necesario advertir, no obstante, que la filosofía de Leonardo no hay que buscarla en reflexiones externas y fragmentarias, sino en una potencia de pensamiento inmanente, interna, a la relación biunívoca, de interfaz, que se instituye entre arte y ciencia. Pero en este punto hay que recordar que en la época renacentista ambos términos poseen un significado diferente del que nos resulta habitual.
Ars no es sólo el arte tal como lo entendemos hoy, sino una forma del hacer que aúna en un continuum de gradaciones de idéntica naturaleza la destreza técnico-práctica, artesanal (que Leonardo había aprendido en el taller de su maestro, Verrocchio), y las obras de arte estéticamente más sublimes. De igual manera, Scientia no es el exclusivo saber científico, sino todo grado de conocimiento. Pues bien, para Leonardo arte y ciencia no son dos campos separados, sino dos prácticas —la práctica del construir y la práctica del conocer— no sólo entrelazadas, sino convertibles la una en...